Por: Juan Gabriel Vásquez
HACE UNAS SEMANAS, COMO LO recuerda todo el mundo, una diputada peronista tuvo la curiosa idea de repatriar los restos de Jorge Luis Borges, muerto en Ginebra en 1986, y así cumplir, como decían quienes la apoyaban, con las intenciones que Borges había tenido toda su vida.
Los patriotas literarios sacaron entonces declaraciones en las que Borges explicaba cuánto le gustaba el cementerio de La Recoleta, o recordaba que ahí estaban enterrados sus mayores. Para esta gente, por lo visto, la muerte de Borges en Ginebra fue poco más que un accidente, y aquí llegan entonces a traer a Borges a casa, que es lo que él quería. La iniciativa no prosperó, pero eso no quiere decir que no sea interesante.
Sabemos que Borges escogió morir en Ginebra. No se lo confesó a María Kodama, sin embargo, y fue sólo cuando llevaban unos días en la ciudad que le dijo la verdad: prefería no volver a Buenos Aires, lo sabía desde el comienzo del viaje, no se lo había dicho por miedo de que ella decidiera no viajar con él. El edificio donde murió tiene ahora una placa con un texto de Atlas: “De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad”. Las autoridades suizas le abrieron un espacio en el cementerio de Plainpalais, donde están enterrados Calvino y Jean Piaget. En Argentina, mientras tanto, llamaban a Borges “traidor a la patria”.
Y claro, el problema también es que la iniciativa patriótico-literaria haya venido precisamente del peronismo. Pues fue debido a los desencuentros entre el peronismo y Borges que un periódico pudo publicar, en 1946, un titular como éste: “Jorge Luis Borges, escritor que enorgullece a la Argentina, fue enviado a inspeccionar gallinas”. “Hace pocos días”, declaraba Borges, “me mandaron llamar para comunicarme que había sido trasladado de mi puesto de bibliotecario al de inspector de aves —léase gallináceas— a un mercado de la calle Córdoba. Aduje yo que sabía mucho menos de gallinas y de libros, y que si bien me deleitaba leyendo La serpiente emplumada, de Lawrence, de ello no debe sacarse la conclusión de que sepa de otras plumas o diferenciar la gallina de los huevos de oro de un gallo de riña. Se me respondió que no se trataba de idoneidad sino de una sanción por andarme haciendo el democrático ostentando mi firma en cuanta declaración salía por ahí. Comprendí, entonces, que se trataba de molestarme o de humillarme simplemente”.
No hablo de las posiciones políticas de Borges, se entiende. Pero siempre me han parecido irónicos estos oportunismos y siempre me ha sorprendido que actos de tanta demagogia o populismo barato —la repatriación de los restos de un escritor que era todo menos populista o demagógico— les parezcan útiles a los políticos. No es Borges el primer escritor despreciado por los gobiernos de su país (y por muchos de los ciudadanos, que nunca le han perdonado ciertas cosas) y luego víctima de desesperados intentos de apropiación, pero lo curioso es que se intenten apropiar de sus restos, no de sus libros. ¿O alguien piensa que la diputada leyó los poemas al Ródano, o esa maravilla de cuento ginebrino que es El otro, antes de salir con su propuesta imbécil? Yo, por mi parte, lo dudo mucho.
elespectador.com
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