Dayana Páez está en la zona veredal de Buenavista, a donde llegó una de las 20 bibliotecas públicas
Dayana enseña un libro de cocina a su amiga Natalia y al periodista suizo David Karasek./eltiempo.com
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“¡Y con ustedes, Rebeldía Oriental!”, grita Carlos al iniciar la presentación de su grupo musical en la zona veredal de Buenavista, en el municipio de Mesetas, Meta. Esta vez lleva un cuatro en sus manos en vez de un fusil. A su lado, otros dos guerrilleros alistan el teclado y el micrófono para comenzar a cantar. Por sus sombreros negros, de ala ancha, podrían pasar por tres mosqueteros a la manera del llano.
Vengo de lejos
mi pecho es un vendaval
mis pupilas un cristal
donde capto mil reflejos
se ve sencillo
un niño con su metralla
pasándose de la raya
con el dedo en el gatillo.
“¡Bravo!”, grita la gente de la vereda mientras aplauden al escuchar la canción. Así comienza una nueva historia en Buenavista: la Biblioteca Pública Móvil abre oficialmente sus puertas.
Pocos vehículos pueden llegar hasta esta vereda. Se debe pasar por Villavicencio y seguir camino durante cuatro horas más. La carretera es destapada: árboles, llano verde; una casa a cada kilómetro y unas cuantas personas andando bajo los rayos del sol.
Con una camiseta rosada, un 'jean' oscuro, tenis marrones y una cachucha que apenas le cubre las mejillas enrojecidas, Dayana Páez llegó, junto con su esposo, Carlos, a la inauguración de la biblioteca. Caminaron una hora bajo la canícula del mediodía, desde su ‘hogar’, en el campamento de las Farc en la zona veredal más grande del país, donde se concentran 600 guerrilleros.
Dayana ingresó voluntariamente a esa guerrilla cuando tenía 12 años. Atraída por la buena onda con que los guerrilleros trataban a su familia, una tarde decidió unirse al frente 27 en San Juan de Arama, Meta. Al contrario de la conducta hostil con que, según ella, les hablaban algunos miembros del Ejército que patrullaban la zona, los guerrilleros los seducían con cordialidad. “Uno como que se enamora de eso”, recuerda.
“A mí no me querían recibir porque yo era niña. Me decían que me fuera pa’ la casa y yo que no, que yo no me iba, que me dejaran quedar ahí con ellos. Y no es porque me hayan dado maltrato en mi familia ni nada de eso”.
A medida que los días pasaron, Dayana se fue encarretando más con los ideales de las Farc. No se arrepiente de haber ingresado a esa guerrilla y piensa seguir con esa “lucha”, pero ahora por la vía política.
“Quiero que haya igualdades, no ver tanta gente en la calle sin nada que comer, mientras otros tienen por montones. Y bueno, todo lo que uno desperdicia en la guerra, pudiéndolo invertir en escuelas y educación”.
El libro cierra heridas
La biblioteca parece un festín de colores. En esta hay cajas metálicas de distintos colores: amarillas, azules, naranjas, verdes y moradas. Dentro de estas vienen 200 libros digitales, 17 tabletas, 15 lectores de libros digitales, 5 computadores y 30 películas. En 20 de las 26 zonas donde están concentradas las Farc se instaló una biblioteca como esta. Dayana es la primera en entrar. Un sillón inflable en el centro de la sala llama su atención. Se sienta en él y comienza a leer.
“En el campamento me dieron permiso para venir a leer porque quiero aprender esto de las bibliotecas. Porque quiero ser bibliotecaria, me gusta mucho”, cuenta.
Se le quiebra la voz, siente que está cerca de cumplir el sueño que tiene desde niña. Hoy tiene 32 años.
En sus manos lleva un libro que nunca suelta. Es uno de los 400 libros físicos que tiene la biblioteca. “Por ejemplo este, 'El niño con el pijama de rayas', lo comencé a leer hoy. Me parece muy importante esta historia, me gusta y es muy triste también. En realidad me gusta mucho leer, conocer la historia y saber qué pasó antes”, dice.
Paradójicamente, ese libro es narrado por Bruno, el hijo de un oficial asignado al campo de concentración nazi de Auschwitz, quien comienza una amistad con un niño judío llamado Shmuel. Él y su familia fueron prisioneros de guerra en Alemania entre 1933 y 1945.
“He leído diferentes libros, me gustó mucho 'Decidme cómo es un árbol', es la historia de Marcos Ana, un español que fue prisionero político desde los 17 años y salió a los 31, creo –recuerda–. Él mismo escribió el libro y ha escrito otros”.
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Dayana está decidida. Quiere ser bibiotecóloga y aprender, desde ya, lo que tiene que saber de este oficio, por eso busca apoyo en Julián García, bibliotecario de este punto móvil.
“Mi otro sueño es tener una biblioteca. ¡Ah!, y otro más es ir a una biblioteca grandísima donde pueda ver muchísimos libros”, confiesa.
El proyecto de bibliotecas móviles nació de “la necesidad de ir a comunidades donde no hay esta oferta cultural. Así como hay mínimo una biblioteca en cada municipio del país, habrá una en cada zona veredal”, explica Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional de Colombia.
En medio de la implementación del acuerdo final entre el Gobierno y las Farc, el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional, en asociación con la organización francesa Bibliotecas Sin Fronteras, diseñaron este proyecto. Para esto, el Estado colombiano invirtió 6.000 millones de pesos.
A tan solo unos metros de distancia de Dayana está Julieth, una niña de 9 años que juega con una de las tabletas que hay en la biblioteca. Su mirada refleja la alegría que le producen los juegos y colores de este aparato: “La biblioteca me parece muy bonita y me gusta porque tiene muchas atenciones”, opina la pequeña.
Los combatientes pidieron libros de construcción, agricultura, creación de empresa y derechos de los ciudadanos, entre otros
La comunidad ha tomado con tranquilidad la llegada de los guerrilleros a esta zona veredal. Intentan colaborarse y construir la paz desde este lugar que ahora es su hogar. “Ellos son muy con sus cosas –dice Floralba Arenas, madre de Julieth, refiriéndose a los guerrilleros que se han instalado en su municipio–. A mí me han tratado muy bien. En lo que pueda servir, yo les sirvo. Les he dado agua, les ayudé a despinchar una moto. Cositas así”.
Una herida abierta se empieza a cerrar con la instalación de las bibliotecas públicas móviles.
Es un espacio cultural donde guerrilleros y civiles comparten e interactúan. Pero no serán solo los 600 guerrilleros y 112 habitantes de Buenavista quienes disfrutarán de la lectura, las películas y el internet gratuito; también lo podrán hacer los habitantes de poblaciones cercanas como San Juan de Arama, La Unión, Florida, Guajira, entre otras.
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En esas búsquedas que hace Dayana en la biblioteca, junto con una de sus compañeras, mira un libro de recetas. “¿Usted qué cree que es esto? No es un sancocho, es un bula… ‘bulabuse’, una sopa de pescado francesa”, dice, señalando en una página una 'bouillabaisse'.
Otro de los libros que le gustan es el 'Diario de la resistencia de Marquetalia', que escribió el fundador de las Farc Jacobo Arenas, y que también forma parte de la colección. En el mismo estante, apenas unas repisas más abajo, están los cuentos infantiles de Rafael Pombo: 'Con Pombo y platillos', 'Mirringa Mirronga', 'El renacuajo paseador' y 'La pobre viejecita'.
Como cada persona tiene un pensamiento diferente, la Biblioteca Nacional y el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina (Cerlalc) pidieron la opinión de los beneficiarios de estas bibliotecas para seleccionar los libros. Y concluyeron que se centrarían en contenidos informativos y libros de no ficción. De esta forma habrá distintas ideologías contenidas en cientos de palabras.
“Los combatientes pidieron libros de construcción, agricultura, creación de empresa, derechos de los ciudadanos, entre otros”, comenta Consuelo Gaitán.
Julián García: el ‘papá’ de los libros
Hace un mes arribó a la vereda Buenavista Julián García, un vallecaucano robusto, de 24 años, de tez morena, barba.
Es estudiante de Antropología de la Universidad del Cauca y llegó para ser el primer bibliotecario de esta zona veredal.
Antes de llegar a Buenavista, Julián trabajaba en la Biblioteca Pública del corregimiento de Tunía (Cauca). Cuando estaba allí, se enteró de la convocatoria que ofrecía la Biblioteca Nacional para trabajar en los campamentos de las Farc. Se presentó y lo seleccionaron.
Él fue quien se encargó de elegir el lugar donde estaría la biblioteca móvil.
Hizo un estudio en varios puntos de la zona y eligió a Buenavista porque tenía las mejores condiciones de infraestructura y había un salón de clases vacío, que se podía adaptar fácilmente.
La biblioteca está ubicada al lado de una escuela pública, donde niños y jóvenes de primaria y bachillerato reciben clases diariamente.
A cinco metros de la biblioteca vive Julián, en un cuarto de tres por cinco metros. Lo primero que se ve al entrar es una colchoneta en la que duerme, que está encima de unas tablas de madera.
A la izquierda, una mesa donde tiene un cenicero, libros, bocetos de dibujos y pinceles que se dispersan en todo el escritorio; en el fondo, una lavadora y un lavaplatos. El baño está afuera del cuarto.
Julián dice que le apasiona servir a la comunidad, tanto así que no le importó dejar su tesis, trabajo, familia y las comodidades de su hogar para empezar una vida nueva en esta vereda.
Julián abrirá la biblioteca todos los días desde las seis de la mañana y cerrará cuando la última persona se haya ido. Pero está dispuesto a abrirla por fuera de esos horarios: “Hay una niña que camina dos horas y media para llegar, y si esa niña viene cómo le voy a decir que no voy a abrir la biblioteca”, comenta.
Los habitantes pueden ir a cualquier hora sin preocuparse por la oscuridad, porque cada biblioteca tiene una planta eléctrica y un servidor para conectar los dispositivos electrónicos, cuando no haya luz.
Aunque para algunas personas trabajar en una biblioteca es un oficio sin mucha adrenalina, para Julián es algo extraordinario. En esta biblioteca móvil es donde él hubiera querido estar cuando niño, pero tuvo que esperar hasta llegar a la universidad para encontrarse con esta oportunidad. Ahora Julián va a ser el ‘papá’ de los libros que disfrutarán cientos de metenses.
Aquí hay lugar para las letras. Letras que enseñan a personas como Dayana cómo se ha unido y dividido un país. Ahora, con las bibliotecas móviles, cada lector podrá cerrar las páginas de violencia que han protagonizado la historia de Colombia. Y abrir otras nuevas. Las de la paz.