27.5.17

La guerrillera que sueña con llegar a ser bibliotecaria

 Dayana Páez está en la zona veredal de Buenavista, a donde llegó una de las 20 bibliotecas públicas
Dayana enseña un libro de cocina a su amiga Natalia y al periodista suizo David Karasek./eltiempo.com

“¡Y con ustedes, Rebeldía Oriental!”, grita Carlos al iniciar la presentación de su grupo musical en la zona veredal de Buenavista, en el municipio de Mesetas, Meta. Esta vez lleva un cuatro en sus manos en vez de un fusil. A su lado, otros dos guerrilleros alistan el teclado y el micrófono para comenzar a cantar. Por sus sombreros negros, de ala ancha, podrían pasar por tres mosqueteros a la manera del llano.
Vengo de lejos

mi pecho es un vendaval
mis pupilas un cristal
donde capto mil reflejos
se ve sencillo
un niño con su metralla
pasándose de la raya
con el dedo en el gatillo.



“¡Bravo!”, grita la gente de la vereda mientras aplauden al escuchar la canción. Así comienza una nueva historia en Buenavista: la Biblioteca Pública Móvil abre oficialmente sus puertas.



Pocos vehículos pueden llegar hasta esta vereda. Se debe pasar por Villavicencio y seguir camino durante cuatro horas más. La carretera es destapada: árboles, llano verde; una casa a cada kilómetro y unas cuantas personas andando bajo los rayos del sol.



Con una camiseta rosada, un 'jean' oscuro, tenis marrones y una cachucha que apenas le cubre las mejillas enrojecidas, Dayana Páez llegó, junto con su esposo, Carlos, a la inauguración de la biblioteca. Caminaron una hora bajo la canícula del mediodía, desde su ‘hogar’, en el campamento de las Farc en la zona veredal más grande del país, donde se concentran 600 guerrilleros.



Dayana ingresó voluntariamente a esa guerrilla cuando tenía 12 años. Atraída por la buena onda con que los guerrilleros trataban a su familia, una tarde decidió unirse al frente 27 en San Juan de Arama, Meta. Al contrario de la conducta hostil con que, según ella, les hablaban algunos miembros del Ejército que patrullaban la zona, los guerrilleros los seducían con cordialidad. “Uno como que se enamora de eso”, recuerda.


La guerrillera que sueña con llegar a ser bibliotecaria

Esta es la Biblioteca Pública Móvil de la zona veredal de Buenavista, Meta.
Foto: 
Biblioteca Nacional
“A mí no me querían recibir porque yo era niña. Me decían que me fuera pa’ la casa y yo que no, que yo no me iba, que me dejaran quedar ahí con ellos. Y no es porque me hayan dado maltrato en mi familia ni nada de eso”. 


A medida que los días pasaron, Dayana se fue encarretando más con los ideales de las Farc. No se arrepiente de haber ingresado a esa guerrilla y piensa seguir con esa “lucha”, pero ahora por la vía política.

“Quiero que haya igualdades, no ver tanta gente en la calle sin nada que comer, mientras otros tienen por montones. Y bueno, todo lo que uno desperdicia en la guerra, pudiéndolo invertir en escuelas y educación”.
El libro cierra heridas
La biblioteca parece un festín de colores. En esta hay cajas metálicas de distintos colores: amarillas, azules, naranjas, verdes y moradas. Dentro de estas vienen 200 libros digitales, 17 tabletas, 15 lectores de libros digitales, 5 computadores y 30 películas. En 20 de las 26 zonas donde están concentradas las Farc se instaló una biblioteca como esta. Dayana es la primera en entrar. Un sillón inflable en el centro de la sala llama su atención. Se sienta en él y comienza a leer. 


“En el campamento me dieron permiso para venir a leer porque quiero aprender esto de las bibliotecas. Porque quiero ser bibliotecaria, me gusta mucho”, cuenta.



Se le quiebra la voz, siente que está cerca de cumplir el sueño que tiene desde niña. Hoy tiene 32 años.



En sus manos lleva un libro que nunca suelta. Es uno de los 400 libros físicos que tiene la biblioteca. “Por ejemplo este, 'El niño con el pijama de rayas', lo comencé a leer hoy. Me parece muy importante esta historia, me gusta y es muy triste también. En realidad me gusta mucho leer, conocer la historia y saber qué pasó antes”, dice.



Paradójicamente, ese libro es narrado por Bruno, el hijo de un oficial asignado al campo de concentración nazi de Auschwitz, quien comienza una amistad con un niño judío llamado Shmuel. Él y su familia fueron prisioneros de guerra en Alemania entre 1933 y 1945.

“He leído diferentes libros, me gustó mucho 'Decidme cómo es un árbol', es la historia de Marcos Ana, un español que fue prisionero político desde los 17 años y salió a los 31, creo –recuerda–. Él mismo escribió el libro y ha escrito otros”.


***



Dayana está decidida. Quiere ser bibiotecóloga y aprender, desde ya, lo que tiene que saber de este oficio, por eso busca apoyo en Julián García, bibliotecario de este punto móvil. 



“Mi otro sueño es tener una biblioteca. ¡Ah!, y otro más es ir a una biblioteca grandísima donde pueda ver muchísimos libros”, confiesa.



El proyecto de bibliotecas móviles nació de “la necesidad de ir a comunidades donde no hay esta oferta cultural. Así como hay mínimo una biblioteca en cada municipio del país, habrá una en cada zona veredal”, explica Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional de Colombia.



En medio de la implementación del acuerdo final entre el Gobierno y las Farc, el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional, en asociación con la organización francesa Bibliotecas Sin Fronteras, diseñaron este proyecto. Para esto, el Estado colombiano invirtió 6.000 millones de pesos.



A tan solo unos metros de distancia de Dayana está Julieth, una niña de 9 años que juega con una de las tabletas que hay en la biblioteca. Su mirada refleja la alegría que le producen los juegos y colores de este aparato: “La biblioteca me parece muy bonita y me gusta porque tiene muchas atenciones”, opina la pequeña.

Los combatientes pidieron libros de construcción, agricultura, creación de empresa y derechos de los ciudadanos, entre otros


La comunidad ha tomado con tranquilidad la llegada de los guerrilleros a esta zona veredal. Intentan colaborarse y construir la paz desde este lugar que ahora es su hogar. “Ellos son muy con sus cosas –dice Floralba Arenas, madre de Julieth, refiriéndose a los guerrilleros que se han instalado en su municipio–. A mí me han tratado muy bien. En lo que pueda servir, yo les sirvo. Les he dado agua, les ayudé a despinchar una moto. Cositas así”.



Una herida abierta se empieza a cerrar con la instalación de las bibliotecas públicas móviles.



Es un espacio cultural donde guerrilleros y civiles comparten e interactúan. Pero no serán solo los 600 guerrilleros y 112 habitantes de Buenavista quienes disfrutarán de la lectura, las películas y el internet gratuito; también lo podrán hacer los habitantes de poblaciones cercanas como San Juan de Arama, La Unión, Florida, Guajira, entre otras.



***



En esas búsquedas que hace Dayana en la biblioteca, junto con una de sus compañeras, mira un libro de recetas. “¿Usted qué cree que es esto? No es un sancocho, es un bula… ‘bulabuse’, una sopa de pescado francesa”, dice, señalando en una página una 'bouillabaisse'.



Otro de los libros que le gustan es el 'Diario de la resistencia de Marquetalia', que escribió el fundador de las Farc Jacobo Arenas, y que también forma parte de la colección. En el mismo estante, apenas unas repisas más abajo, están los cuentos infantiles de Rafael Pombo: 'Con Pombo y platillos', 'Mirringa Mirronga', 'El renacuajo paseador' y 'La pobre viejecita'.



Como cada persona tiene un pensamiento diferente, la Biblioteca Nacional y el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina (Cerlalc) pidieron la opinión de los beneficiarios de estas bibliotecas para seleccionar los libros. Y concluyeron que se centrarían en contenidos informativos y libros de no ficción. De esta forma habrá distintas ideologías contenidas en cientos de palabras.

“Los combatientes pidieron libros de construcción, agricultura, creación de empresa, derechos de los ciudadanos, entre otros”, comenta Consuelo Gaitán.
Julián García: el ‘papá’ de los libros
Hace un mes arribó a la vereda Buenavista Julián García, un vallecaucano robusto, de 24 años, de tez morena, barba. 


Es estudiante de Antropología de la Universidad del Cauca y llegó para ser el primer bibliotecario de esta zona veredal.



Antes de llegar a Buenavista, Julián trabajaba en la Biblioteca Pública del corregimiento de Tunía (Cauca). Cuando estaba allí, se enteró de la convocatoria que ofrecía la Biblioteca Nacional para trabajar en los campamentos de las Farc. Se presentó y lo seleccionaron.



Él fue quien se encargó de elegir el lugar donde estaría la biblioteca móvil. 



Hizo un estudio en varios puntos de la zona y eligió a Buenavista porque tenía las mejores condiciones de infraestructura y había un salón de clases vacío, que se podía adaptar fácilmente.



La biblioteca está ubicada al lado de una escuela pública, donde niños y jóvenes de primaria y bachillerato reciben clases diariamente.



A cinco metros de la biblioteca vive Julián, en un cuarto de tres por cinco metros. Lo primero que se ve al entrar es una colchoneta en la que duerme, que está encima de unas tablas de madera. 



A la izquierda, una mesa donde tiene un cenicero, libros, bocetos de dibujos y pinceles que se dispersan en todo el escritorio; en el fondo, una lavadora y un lavaplatos. El baño está afuera del cuarto.



Julián dice que le apasiona servir a la comunidad, tanto así que no le importó dejar su tesis, trabajo, familia y las comodidades de su hogar para empezar una vida nueva en esta vereda.



Julián abrirá la biblioteca todos los días desde las seis de la mañana y cerrará cuando la última persona se haya ido. Pero está dispuesto a abrirla por fuera de esos horarios: “Hay una niña que camina dos horas y media para llegar, y si esa niña viene cómo le voy a decir que no voy a abrir la biblioteca”, comenta. 



Los habitantes pueden ir a cualquier hora sin preocuparse por la oscuridad, porque cada biblioteca tiene una planta eléctrica y un servidor para conectar los dispositivos electrónicos, cuando no haya luz.



Aunque para algunas personas trabajar en una biblioteca es un oficio sin mucha adrenalina, para Julián es algo extraordinario. En esta biblioteca móvil es donde él hubiera querido estar cuando niño, pero tuvo que esperar hasta llegar a la universidad para encontrarse con esta oportunidad. Ahora Julián va a ser el ‘papá’ de los libros que disfrutarán cientos de metenses. 



Aquí hay lugar para las letras. Letras que enseñan a personas como Dayana cómo se ha unido y dividido un país. Ahora, con las bibliotecas móviles, cada lector podrá cerrar las páginas de violencia que han protagonizado la historia de Colombia. Y abrir otras nuevas. Las de la paz.

Estos son los escritores que paticiparán en el premio Cuento Gabriel García Márquez

El Premio Cuento Gabriel García Márquez, el más importante de su género en habla hispana, es una de las apuestas del gobierno para aumentar el índice de lectura en el país
Estos son los escritores que paticiparán en el premio Cuento Gabriel García Márquez. /bibliotecanacional.gov.co

91 escritores de 14 países participarán en la cuarta versión del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez
, creado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, en memoria del Nobel colombiano.
La convocatoria para los cuentistas en habla hispana, que entrega por cuarto año consecutivo un estímulo de cien mil dólares al escritor ganador, y dos mil dólares a cada uno de los cuatro finalistas, recibió un total de 108 postulaciones de libros de cuentos, de los cuales 91 cumplieron con todos los requisitos que establecía la convocatoria.
La lista de países participantes la encabezan Colombia con 27 escritores, Argentina (17), España (12), México (8), Perú (7), Bolivia (6) y Ecuador (4). Países como Panamá, Venezuela y Chile, cuentan con dos escritores, respectivamente. El listado incluye además escritores de Francia, Guatemala, Estados Unidos y Uruguay.
El Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, el más importante de su género en habla hispana, es una de las apuestas del Plan Nacional de Lectura y Escritura ‘Leer es mi cuento’, que promueve el Gobierno Nacional de Colombia y que busca aumentar los índices de lectura en el país, pasando de 2 libros leídos al año por cada habitante a 3.2 en el año 2018.
Para lograr esta meta, el Ministerio de Cultura de Colombia se ha propuesto construir bibliotecas públicas en los lugares más pobres del país y que han sido víctimas de la violencia, aumentar la oferta y el acceso a los libros e incrementar y mantener actualizadas las colecciones en las bibliotecas públicas y conectarlas de manera eficiente a internet, además de formar a centenares de bibliotecarios y otros actores regionales en promoción de lectura y apropiación del patrimonio bibliográfico.
Los cinco finalistas serán anunciados por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia el próximo mes de octubre. El premio se otorgará en la ciudad de Bogotá durante la primera semana del mes de noviembre.

Una novela que aporta al debate de la sexualidad posmoderna

Armando Silva, semiólogo y columnista, lanza su novela con  La mierda y el amor
Armando Silva es Ph. D. en Literatura comparada de la Universidad de California (EE. UU.) con estudios de semiótica y estética en París. Fue alumno, además, de Umberto Eco .César Melgarejo./eltiempo.com

Como buen observador del simbolismo de la sociedad contemporánea, el filósofo y semiólogo Armando Silva se tomó su tiempo en la escogencia del título de la novela con la que debuta en la narrativa de ficción literaria.
Quería que no solo fuera un reflejo de la trama, sino que debía provocar en el lector algún tipo de reacción desde la misma portada y título. La mierda y el amor. Así, sin tapujos, es el primer disparo directo del autor bogotano al lector desde la misma vitrina o mesa de novedades en las librerías. “Genera curiosidad”, comenta.

Como era de esperarse, si bien Silva le abre la puerta al lector para que ingrese a la historia de amor de Julio Almanza y Anís Strauss –los protagonistas–, también reflexiona sobre una de las temáticas que ha estudiado a lo largo de su extensa carrera ensayística y académica. En esta oportunidad, su personaje masculino se enmarca en letra ‘i’ de la sigla de la comunidad LGBTI.

Almanza es un hombre que pierde el deseo sexual por asuntos físicos, luego de ser sometido a algunas intervenciones. Y en ese proceso se da cuenta de que sufrió bullying y de que fue acosado en su infancia, cuando era muy apuesto. Ahora, a sus 50 años emprende una búsqueda interior que lo llevará a experimentar con las tradiciones místicas de Oriente.

Allí conocerá a Anís, de quien se enamora locamente, aunque ella esté viviendo una especie de proceso de santificación.

“Yo lo que más quisiera es que esta novela contribuya a todas esas situaciones de la sociedad actual. Desde la mala palabra, todo lo que ocultan y la recuperación de sus verdaderos significados, hasta lo que son las zonas sexuales del cuerpo. Es un aporte al debate muy colombiano en este momento de los asuntos de género”, anota Silva, también columnista de este diario.

No obstante ser un canchero en la publicación de libros, desde la academia, el autor dice que con este le ocurrió algo particular. “Me puso tenso. Y, a pesar de que no estoy joven, estoy en una situación casi de novato en la literatura porque uno se expone en carne viva”, comenta.

¿Cómo fue saltar de la academia y la semiología a la narrativa de ficción?

Se piensa que a la persona que se dedica al pensamiento organizado sistemático le es difícil acceder a la ficción. Un colega mexicano me decía que yo me había vengado de las ciencias sociales convirtiéndolas en literatura, porque mi trabajo es sobre las ‘ciudades imaginadas’. Y hoy le encuentro sentido porque los análisis que hago realmente de las ciudades son muy de lo imaginario, de las fantasías de los ciudadanos. Entonces para mí fue más fácil dar el salto.

¿Qué tanto puede impactar en el ser humano la pérdida del sexo?

Es algo muy profundo. Todo el psicoanálisis freudiano está montado sobre el sexo, que es la base del deseo. Indudablemente, el sexo, como lo experimenta Julio Almanza, lo bloquea. Así se lo advierte su médico, que le dice: ‘En la medida en que usted entre en la impotencia, va perder su capacidad de escritura’. Y si bien él podía aceptar perder el sexo, lo que no aceptaba era perder la capacidad de escribir. Total que es cierto. Cuando comenzó internet, la mitad eran usos sexuales, y todavía pasa hoy en día. Buena parte del uso de internet no es solo en la ciencia y la educación, sino en el sexo oculto. El psiquiatra Jacques Lacan explica que el deseo está asociado a los residuos del cuerpo, que es el excremento, la saliva, las lágrimas y que es la misma mirada. En todo eso está asociado el sexo. Los neurocientíficos hoy hablan del hombre que ve y se emociona sexualmente. Y, curiosamente, la mujer que imagina. Porque no es tanto lo visual sino imaginar un futuro alrededor de una persona amada. Y la imaginación sexual de las mujeres es muy poderosa. Solamente ahora se le está dando libertad para que la expresen. Por eso, en la industria sexual hoy en día, los principales consumidores son ellas.

¿Estamos hablando como de un submundo completo?

Claro, es un submundo. Así como se habla, por ejemplo, del mundo profundo de la internet. De alguna manera hay un goce de tener oculto el sexo, pero hay un goce también de poder manifestarlo y de que salga a la superficie en un sentido de transgresión. Porque si lo transexual es transgresión, yo no podía pensar en un título que no fuera transgresor.

En el otro lado de la balanza está presente la idea de santidad, que también pesa en algunas sociedades…

La santidad implica en principio una negación del sexo. De hecho, a los lugares hindúes adonde va la protagonista, su gurú le aconseja eliminar toda fuente de deseo. Y esa es una de las razones por las cuales ella va entrando mucho en su vida espiritual y, a su vez, va abandonando a su compañero. Y Julio, a su vez, en la medida en que se siente abandonado por ella, va perdiendo el sexo. Total que la santidad, el sexo y el amor son ejes que están allí permanentes.

¿Qué le llamaba la atención de hacer un acercamiento literario a la ‘i’ de la comunidad LGBTI?

La neurociencia y, por supuesto, los movimientos sociales hoy han entendido muy bien que ser hombre o mujer no es solamente un asunto genético sino de información cultural. De tal manera que a través de la educación se nos induce a ser hombre y mujer. Por supuesto, el movimiento feminista en los 50, 60 y 70 fue muy importante, hasta que se gastaron esas banderas de transgresión que traía. Pero, ese movimiento no salía de un aprisionamiento de género. En el último feminismo va apareciendo el movimiento gay, que rompe esa hegemonía de masculino y femenino. Y la otra ruptura es lo trans. Y de ese cambio de lo genético a lo nominativo es cuando aparece la ‘i’. En la medida en que en los últimos años empieza a darse toda una experimentación de la sexualidad, sobre todo del género, entonces empiezan a experimentarse nuevas posibilidades, incluso nuevas sensaciones en el cuerpo. Y hay uno que es el ‘indefinido’, que no es una persona que sea homosexual, no es un transgénero, no es exactamente un bisexual. O sea, es aquel que no tiene sexo, pero que podría tenerlo y en cualquier momento ocupar una de esas situaciones de ser hombre, mujer o los otros.


Llama la atención que el protagonista comienza la búsqueda de su sexo en Oriente, en donde se ha explorado mucho el lado femenino de los hombres…

Durante la escritura entrevisté a cinco mujeres lesbianas y les pregunté qué les gustaba de su condición. Prácticamente las cinco me respondieron que la razón por la que se sentían felices con otra mujer es porque no había violencia. Entonces, la mujer a su vez ya está pidiendo otro tipo de hombre. Uno más femenino, que ya se nota hoy en la tranquilidad del uso del arete en ellos, por ejemplo.

¿Cómo fue pasar de lo académico y racional al terreno literario?

Es que a mí me ha pasado el proceso contrario. Poco a poco, de las ciencias sociales y de la filosofía yo me fui saliendo. Entonces me estaba esperando la literatura. De hecho, lo que yo más hago hoy en día es teoría del arte contemporáneo. Todo eso me fue acercando mucho más a la literatura. Yo crecí en un ambiente familiar en el que me acercaron mucho más a la música, a la literatura y a la cocina. Pero, ciertamente, sí es un desafío. Y yo también he estado muy cercano a la fotografía y al cine con Bogotá imaginada y esas series que dirigí.

A propósito de ‘Ciudades imaginadas’, ¿esta novela se nutre mucho de lo urbano?

Sin embargo, yo no diría que es solo una ciudad. Hay momentos en que el protagonista dice, por ejemplo: ‘Mi sexo se está volviendo mental’. En ese sentido de lo imaginado, ocurren muchas cosas en ciudades, pero también ocurren cosas en conventos y lugares místicos. Es un recorrido por muchas ciudades, y cada una le va a aportar algo al protagonista. Por ejemplo, Bangkok tiene toda la idea de la fiesta. Y así le voy dedicando un capítulo a todo lo que pasa en Estambul, en Goa (India), en Nueva York, en São Paulo y en Bogotá. Entonces es el personaje dentro de muchas ciudades.

Usted también pone sobre la mesa el proceso de decadencia sexual de un hombre; algo tan dramático en el imaginario masculino…

Pues, el protagonista quiere estar con su novia y hay un momento en que ella lo rechaza porque su miembro ya no le funciona. Entonces, el libro sí es una indagación a la sexualidad femenina y masculina, pero en especial a esta última. Porque aquí, por el machismo –aunque esta palabra es tan vaga–, el hombre no puede dejar de tener una erección. Y, por eso, la llegada del viagra refuerza la idea de que “el hombre tiene que morir con el pene parado”.

Y, entonces, ¿cuál es su propuesta con la novela?

Que hay que aprender de la mujer. En el caso de ellas, por eso se dice que en el amor, el órgano no es tanto la vista. Es un poco sentir el amor del otro. Y, por supuesto, al sexo no se le puede quitar nunca la importancia, pero no estamos hablando del sexo depravador. Porque en la medida en que se rompa esa idea aparecen otras formas de satisfacción sexual. Esto tiene un trasfondo político porque en la medida en que la sociedad dependa menos del pene vamos a ser una sociedad más democrática. La guerra es un asunto de machos agresivos. De armas y de penetraciones. Por eso, esto debe irrigar hasta esos fenómenos políticos del posconflicto.

¿Cómo surgió el título?

El libro se iba a llamar ‘En busca del sexo perdido’. Pero me siento cómodo con La mierda y el amor, que fue el primero que surgió en mi cabeza. Y, luego de una gran discusión con el editor y con otros primeros lectores, me parece que este es el título que acompaña la novela porque la protagonista, Anís Strauss, es una persona muy retenida y tiene una gran dificultad para ir al baño. Y hay un momento estelar en el que luego de varios tratamientos ayurvédicos, ella logra evacuar. Y cuando eso ocurre, su cuerpo y su mente se sienten libres y ella puede amar. En ese momento, el protagonista dice: ‘Qué extraña relación entre la mierda y el amor’. Entonces, asociarlo a algo tan hermoso como es el amor, tanto en el cuerpo como en el imaginario, es algo que va a llevar toda la trama y que nutre a los personajes en todos los sinsabores que tienen ellos como pareja.

La mierda y el amor
Armando Silva
Taller de Edición Roca
273 páginas

Vigencia de Rulfo en el infierno mexicano

Celebración de un narrador único, autor de Pedro Páramo y El llano en llamas, cuya obra es de una actualidad tan vital como aterradora
Rulfo lector de sí mismo. Leía su propia obra con nítido y cantado acento mexicano, con las pausas debidas./revista Ñ

Violentos desde la luz que los incendia, los paisajes compuestos por Juan Rulfo son el testimonio crudo de un territorio envilecido por la mala fortuna y sobre todo por la impune sevicia histórica de un mal gobierno criminal que demuestra, en lugares como México, que la muerte no es sino la primera de una larga serie de calamidades. Como otros antes que él, Rulfo supo que el infierno es mexicano, y si no exclusivo de aquellas tierras, bastante se lo parece: aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decir que muchos de los que allí se mueren al llegar al infierno regresan por su cobija.
A 100 años de su nacimiento, bajo el nombre de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, no es necesario hurgar demasiado para comprender, leyendo la prensa de todos los días, la pavorosa vigencia de su obra en un país que vive en llamas. Al margen de sus valores específicos, que desdoblan sus textos en lecturas fecundas imprimiéndoles su cáracter y valor universales –invención de una lengua al interior de la lengua, instauración de un tiempo mítico y circular que comunica la vida con la muerte, construcción de imágenes precisas de un lugar que ya no existe– la esencia de su literatura fue nutrida por los estragos de haber sido testigo y víctima de la Cristiada, otra guerra civil que continuó el reguero de pólvora, destrucción y sangre emanados de la Revolución Mexicana.
Rulfo, cuya niñez estuvo signada por asesinatos y crueldades recurrentes –a su padre lo mató de un balazo en la cabeza el hijo adolescente de un cacique cuando él tenía 6 años y dos años después, se dice que de pena, moriría también su madre– sería conocido por su carácter silente, como le sucede a los hombres a los que el espanto les ha robado el aliento. ¿Por qué lloras, mamá? –preguntó; pues en cuanto puso los pies en el suelo reconoció el rostro de su madre. –Tu padre ha muerto…Han matado a tu padre. –¿Y a ti quién te mató, madre?
La vigencia de su obra no sólo radica en la permanencia y multiplicación de pobres y miserables, saldo de los gobiernos emanados de aquella revolución corrupta traicionada desde el siglo pasado, descrita en tono didáctico por Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz. Los pobres de Rulfo, como los de Graciliano Ramos, son seres hambrientos en vida y en muerte, por eso sus fantasmas son susurros, murmullos, hilachas de espíritus que tampoco del otro lado encontrarán justicia ni sosiego, afuera, en el patio, los pasos como de gente que ronda. Ruidos callados. Y aquí, aquella mujer, de pie en el umbral; su cuerpo impidiendo la llegada del día; dejando asomar, a través de sus brazos, retazos del cielo, y debajo de sus pies regueros de luz; una luz aspergada como si el suelo debajo de ella estuviera anegado de lágrimas. Y después el sollozo. Otra vez el llanto suave pero agudo, y la pena haciendo retorcer su cuerpo.
En su novela Pedro Páramo, atravesada por espectros y voces que se comunican desde la tumba, todos están muertos, lo sepan o no. Y en esa circunstancia, la de muertos inquietos que buscan la tranquilidad y el consuelo de la sepultura, radica su más terrible vigencia, toda vez que buena parte del territorio mexicano se ha convertido en una fosa clandestina; una multitudinaria tumba sin nombre sembrada de mujeres, estudiantes, choferes criminales, amas de casa, niños, periodistas, policías, militares, migrantes y maestros a lo largo, ancho y hondo del país.
En el México contemporáneo no resulta inconcebible que al buscar a 43 estudiantes desaparecidos aparezcan narcofosas con osamentas de 600 desconocidos, como en el caso del estado de Guerrero. O que en los últimos dos años haya más de 500 desaparecidos en Veracruz, y que apenas en marzo de 2017 se contabilizaran 117 cuerpos en Morelos, 196 en Tamaulipas, 131 en Guerrero, 413 en Sinaloa… y contando con suspicacia, porque las cifras oficiales suelen estar maquilladas. Lo que es un hecho es que en México se vive un estado de terror en partes cada vez más vastas del país, lo que permite hablar de estado fallido y en descomposición en medio de una debacle generalizada, de lo que no sabemos nada es de la madre del gobierno.
Este estado de la crisis humanitaria en México ha sido denominado por la académica tijuanense Sayak Valencia como capitalismo gore, definido en sus palabras como el “derramamiento de sangre explícito e injustificado, al altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos, frecuentemente mezclados con la precarización económica, el crimen organizado, la construcción binaria del género y los usos predatorios de los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explícita como herramienta de necroempoderamiento”. Un panorama espeluznante, parecido al que describe la novela del narrador guerrense Federico Vite, Bajo el cielo de Ak-pulco, primera obra mexicana en abordar el negocio millonario del transplante de órganos derivados del altísimo porcentaje de asesinatos. Más que capitalismo, necrocapitalismo gore. Porque donde hay miseria, odio y podredumbre nada se desperdicia, todo se reutiliza. La semana pasada no conseguimos pa comer y en la antepasada comimos puros quelites. Hay hambre, padre; usté ni se las huele porque vive bien.
Los amargos frutos de la tierra mexicana son regados con sangre y cultivados con cuerpos desmembrados de los que no se sabe a ciencia cierta ni el número ni el nombre, salvo que se trata de los más pobres. Es muy probable que de tener datos confiables la cifra prendería las alarmas de una alerta humanitaria ante la ONU.
Desde luego, esta lectura dista de pecar de presentista. En México, desde tiempos de la Revolución, hay muertos que no son noticia y nunca lo han sido. Se trata de los muertos recurrentes del gobierno. De los campesinos, estudiantes y maestros. De los periodistas, indios y disidentes. De gente que la paga sin deberla ni beberla: el México bronco, pobre, mestizo. Esos muertos de muerte violenta que marcaron la mirada de Juan Rulfo. Esos cadávares indóciles que incluso sin cabeza siguen hablando desde la muerte. Porque hasta eso ha sido fatalmente envilecido. En el presente, como en el pasado, para la gran mayoría de los mexicanos hasta la dignidad de la muerte es un despojo consumado.
La actualidad de los conflictos retratados en sus páginas es absoluta: miseria del campo que nutre a las ciudades, migración forzada por necesidad a los Estados Unidos (allá te presentas con Fernández. ¿No lo conoces? Bueno, preguntas por él. Y si no quieres cosechar manzanas, te pones a pegar durmientes. Eso deja más y es más durable. Volverás con muchos dólares); abuso de poder a todas las escalas y tres palabras que son una llaga purulenta: impotencia, impunidad y corrupción: los pilares de una cultura que envenenan a todo el pueblo, esa Comala maldita que es la boca del averno: yo sé que usted lo odiaba, padre. Y con razón. El asesinato de su hermano, que según rumores fue cometido por mi hijo; el caso de su sobrina Ana, violada por él según el juicio de usted…Olvídese ahora, padre. Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado. Pedro Páramo es el grandísimo hijo de la chingada que corroe todo a su paso, pero que también morirá con la destrucción que engendra su espíritu corrupto, como ya sucede en la mayor parte del país… Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.
El genio de Rulfo, que sólo mediocres azuzados por la inquina se atreven a poner en entredicho, habla a gente de todas las épocas y todos los tiempos porque sus verdades son la representación de dolores profundos y alevosos que suceden en todos lados, con otras caras y otros nombres, pero bajo cielos idénticos donde brilla ilesa una estrella junto a la luna.
¿Hubiéramos querido que Juan Rulfo contara otras historias? Desde luego: también hubiéramos querido que la vida hubiera sido de otra manera, donde no fuera necesario darle forma con palabras tan austeras, recortadas por la pérdida, el desierto y la violencia, a lo que de a poco mata por dentro.
Pero aquí estamos, desde nuestro infierno personal –que a veces se llama México– rindiéndole homenaje a un hombre al que apenas un puñado de palabras secas y preciosas le valieron para hacernos saber que estamos muertos y estamos juntos.