25.11.16

Las bibliotecas y la paz

 Muchos esfuerzos se han hecho por la promoción de la lectura en Colombia; decenas de mujeres y hombres viajan a lomo de mula, en lancha o en buses a bibliotecas apartadas de nuestra geografía para hacer crecer los trabajos en lectura y escritura. Pero quizá el reto sea más grande hoy y las bibliotecas estén llamadas a ser las protagonistas de la sostenibilidad de la paz que viene
Rodrigo Londoño, Jefe de las FARC, al momento de la refirma del Acuerdo Final de Paz./revistaarcadia.com

Pocos países en América Latina tienen una red tan activa de bibliotecas públicas como Colombia. Aunque hay algunos con avances significativos en tecnología, servicios o planes de fomento a la lectura, como Chile y México, el nuestro hoy es ejemplo de un sistema de acceso bibliotecario y cobertura que envidiaría cualquier sociedad.
El Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas ha sido promovido sostenidamente con la puesta en marcha de la campaña Colombia Crece Leyendo, en 2001, primero; y luego el propio PNLB en el que se invirtieron 160.000 millones de pesos para dotar o construir nuevas bibliotecas en al menos 300 municipios que carecían de ellas (de 2003 a 2010). Otros 108.023 millones se invirtieron en los recientes seis años. Son unas 1.424 bibliotecas públicas las que integran en la actualidad la red nacional en una relación de uno a uno con los municipios existentes, si bien algunos disponen de un número mayor y articulado, con estándares de tecnología, conectividad y dotaciones bibliográficas que buscan garantizar acceso a contenidos universales, pero también particulares a los intereses de cada región o grupo social en el que proveen servicios.
Es cierto que muchas de ellas atraviesan las penurias propias de una nación en guerra, corrupta y llena de trapisondas politiqueras, en donde las administraciones locales no asumen con seriedad el papel que tienen las bibliotecas en la construcción de una sociedad más equitativa y luchan por tener planes a largo plazo, o contra la remoción amañada que no pocos alcaldes y gobernadores hacen del personal bibliotecario luego de que este ha sido larga y juiciosamente formado para esta actividad. Ni son ajenas a amenazas plausibles: en 2010, apenas seis meses después de expedida la Ley 1379 (de bibliotecas y lectura), con otra ley el Congreso les quitó –porque sí– los recursos de lo que entonces era el IVA a la telefonía celular (hoy impuesto al consumo), una fuente insustituible que marcaba la frontera entre la existencia de las bibliotecas o su “erradicación”. Un fallo de constitucionalidad promovido por un ciudadano logró que esta financiación retornara y, posteriormente, la juiciosa gestión del Ministerio de Cultura permitió la devolución de sumas dejadas de recibir, así como la consolidación hasta hoy de ingresos por unos 25.000 millones anuales. Pero hay temor de que la situación se repita en la reforma tributaria en curso: el ministro David Luna anda promoviendo que no se graven los datos celulares y, se dice, que hasta desgravar el consumo por límites de precio (si se hace así, en vez de comprar un plan de 100.000 pesos la misma persona compraría 5 de 20.000 para no pagar impuesto), lo que significaría condenar a muerte el servicio bibliotecario, que habla de reconciliación y superación de brechas sociales desde la lectura.
Por otra parte, el proyecto de reforma contempla un IVA del 5% al libro, lo que afectaría no solo las compras de libros para la ciudadanía, sino las propias adquisiciones públicas de dotaciones para la red. Al parecer la DIAN se ha comprometido ya a revisar este que sería un terrible golpe, pero hay que estar encima.
La política de impulso a las bibliotecas debe ser entonces una prioridad intersectorial: así trató de sentarlo la propia ley de 2010 y la agenda gubernamental, asignándoles responsabilidades no solo al Ministerio de Cultura, sino a las administraciones territoriales (con recursos propios y de la estampilla Procultura); al Ministerio de Tecnologías de la Información (conectividad, Plan Vive Digital), al Departamento Nacional de Planeación, a las poblaciones de los territorios para que ejerzan control social y participación en planes de lectura; incluso con una novedosa invitación al sector privado (con incentivos) y a la cooperación internacional para que aporten (donaciones como la de Japón). Falta, eso sí, que en el sector educativo las llamadas bibliotecas escolares y de aula (la otra pieza clave e iniciática de la lectura) reciban una prioridad equivalente en el equipamiento de las instituciones educativas, principalmente oficiales.
Lejos de plantear una visión idílica, las bibliotecas son fundamentales en el engranaje de lo que será la paz. En las bibliotecas se pueden sentar las comunidades a pensar y a crear los proyectos sobre territorio, memoria y patrimonio consignados en el acuerdo; se pueden articular los medios comunitarios de comunicación como canales de televisión o emisoras de radio presentes en ese mismo documento; pueden ser escenarios neutrales de paz para dirimir conflictos y escenario para una pedagogía intensiva del acuerdo; en fin, las bibliotecas, como pocas instituciones sociales del Estado, podrían ser los grandes centros de encuentro y conocimiento que han sido en otras sociedades.
Muchos esfuerzos se han hecho por la promoción de la lectura, por la gratuidad de los servicios y la dotación de libros en todos sus soportes para municipios alejados; decenas de mujeres y hombres viajan a lomo de mula, en lancha o en buses a bibliotecas apartadas de nuestra geografía para hacer crecer los trabajos en lectura y escritura. Pero quizá el reto sea más grande hoy y las bibliotecas estén llamadas a ser las protagonistas de la sostenibilidad de la paz que se avizora.

Ricardo Piglia: otra lección del maestro de la tribu

 El escritor cumple 75 años.  Padece ELA, una enfermedad que no ha minado su ritmo de trabajo y que lo enfrentó a la injusticia en estado puro 
Ricardo Piglia.Ahora obra desbordado por el cine y afectado con La "injusticia" por el ELA./revista Ñ

“La enfermedad me ha hecho descubrir la experiencia de la injusticia absoluta. ¿Por qué a mí?, se pregunta uno, y cualquier respuesta es ridícula. La injusticia en estado puro nos hace rebelarnos y persistir en la lucha”.
Ricardo Piglia cumple hoy 75 años. Los tres cuartos de siglo llegan con las librerías inundadas con su más reciente libro, el segundo tomo de Los diarios de Emilio Renzi, que se podrían catalogar como el trabajo de toda una vida. Durante los últimos años, Piglia reordenó y le dio una estructura y un estilo a los centenares de cuadernos en los que, desde la década del 50, apuntó su vida y sus lecturas. Varias veces dijo, un poco en broma un poco en serio, que todo lo que había hecho en términos literarios tenía como finalidad la publicación, algún día, de ese trabajo monumental bajo la forma de notas fechadas.
La publicación de sus diarios llega en un momento complicado para el escritor, en tanto en 2013 le diagnosticaron ELA (Escelorosis Lateral Amiotrófica), que le ha ido restringiendo sus habilidades motrices pero que fue piadosa con todo lo que necesita para seguir produciendo: la mente, la lengua materna, la memoria. ¿Hasta qué punto es invasivo hablar de la enfermedad de un escritor cuando esta está por afuera de su obra, de aquello que ha escrito? Piglia fue siempre muy elegante a la hora de mencionar su estado de salud, y en una entrevista con EFE esta semana habló simplemente de la injusticia absoluta.
Como sucedió con Roberto Bolaño, la enfermedad parece haber acelerado el proceso creativo de este artista. Está corrigiendo el tercer tomo de sus diarios, está puliendo un libro de cuentos y trabaja en un ensayo sobre Juan Carlos Onetti. “Como dice el resignado dicho popular con su hermética elegancia poética: no hay mal que por bien no venga”, dijo, con un optimismo espiritual envidiable. El encierro le dejó como una opción la escritura.
El segundo tomo de sus diarios, el más reciente, abre una ventana luminosa para entender quién es Ricardo Piglia y cuál es su importancia para las letras argentinas. Formado en los 60, condensa muchas de las tensiones de los escritores de aquellos años: es al mismo tiempo un intelectual comprometido, un teórico, un narrador, un académico, un humanista.
Estudió Historia porque intuía que estudiar Letras podía arruinarle el amor por la literatura y su trabajo futuro evidenciaría las marcas de esa formación: es quizás el ultimo de los historiadores de la literatura argentina en un sentido amplio, no necesariamente dogmático.
La “línea”, el caminito que armó para pensar la literatura argentina se impuso en la facultad de la renovación de los años 80 y es la línea hoy canónica para entender nuestras letras: Sarmiento, Arlt y Borges, Macedonio, Gombrowicz, Puig, Walsh, Saer. La otra línea es la “aireana” (que atraviesa estaciones como Copi o Lamborghini). Es, en ese sentido, quizás el último gran escritor argentino del siglo XX porque en sus libros y en su modo de estar en el mundo aparecen, nítidos, brillantes, los signos de ese siglo lleno de tensiones dramáticas y de hitos estéticos. Publicó cuentos, novelas y ensayos, pero su punto alto está en la hibridez, en esos textos libres en los que se cruza la oralidad con la erudición, como Prisión PerpetuaCrítica y ficciónFormas breves y El último lector. Hizo de la amistad literaria, del culto por la pandilla, una forma de entender la circulación de libros e ideas. Es el maestro de nuestra tribu, el hombre que asumió la enorme tarea de enseñar a leer. Su cumpleaños, dijo con ironía, lo celebrará “bebiendo y charlando, como siempre”
Leé también "Por la risa de la libertad", la columna que le dedica Andrés Di Tella

La verdad sobre Roberto Bolaño

 Carolina López, viuda del escritor chileno, rompe su silencio
Carolina López y Roberto Bolaño, en una fotografía de 2002./elpais.com


Recientemente se ha publicado un artículo del crítico Ignacio Echevarría (El Cultural de El Mundo, 23 de septiembre de 2016) y unas declaraciones del editor Jorge Herralde (La Vanguardia, 30 de octubre de 2016) que, lejos de referirse a cuestiones literarias de la obra de Roberto Bolaño, tratan sobre asuntos de mi vida privada, la de mis hijos y la del propio Roberto que no son ciertas.
Roberto murió en 2003 tras largos años de enfermedad y su voluntad siempre fue que su esposa y sus hijos gestionaran su obra, como hemos venido haciendo con discreción. Tras su fallecimiento, yo seguí viviendo en Blanes (Girona) junto a mis hijos e intentando llevar una vida anónima ajena a las rencillas editoriales. Siempre he mantenido mi puesto como educadora social en el Ayuntamiento de ese pueblo, donde trabajo desde hace más de 30 años. Ahora me veo, tristemente, en la obligación de romper este silencio de más de 10 años.
Echevarría y Herralde atribuyen que se les haya apartado de la gestión de la obra de Roberto al hecho de que, según ellos, conocían una relación sentimental de este con Carmen Pérez. Lo cual no es cierto en absoluto. Actúan movidos por el despecho, porque, debo decir, que se apartaron ellos mismos.
La reciente publicación de la novela inédita El espíritu de la ciencia-ficción y la cesión de los derechos de la obra de Roberto a Alfaguara y no a Feltrinelli (sucesora de Anagrama) se debe únicamente a razones profesionales. La propuesta que realizó Alfaguara en el marco de las negociaciones en las que intervino mi agente, Andrew Wylie, fue mucho más ventajosa para la obra de Roberto. No solo en lo económico. Alfaguara tiene una mayor presencia en Latinoamérica, donde sus libros cuestan menos, algo fundamental para garantizar el acceso de los lectores a su obra.
Debe destacarse, además, que cuando Roberto murió, sólo hacía siete años que publicaba en Anagrama. De la totalidad de su obra (15 libros), seis los publicó en otras editoriales (Seix Barral, Acantilado, Lumen, Planeta Chile y Mondadori). Como bien sabe el propio Herralde, de los 20 años de vida editorial de Roberto, siete corresponden a Roberto y 13 a la gestión de su familia. Durante estos últimos, su editorial pudo reunificar toda la obra en su sello así como publicar inéditos póstumos muy relevantes. Después de 13 años en Anagrama difícilmente se puede sostener que tomemos decisiones de forma impulsiva o vengativa.
Mi pérdida de confianza en Herralde se inició en 2008, cuando revisé los contratos. Me percaté de que en 2005 Anagrama había formalizado sin mi autorización un pacto por el cual estábamos pagando comisiones mucho más altas de lo habitual. Si las comisiones rondaban de costumbre el 20%, mis hijos y yo pagábamos entre un 35% y 55%. Anagrama prolongó la vigencia de los contratos hasta 2015 y amplió el límite de ejemplares que podía editar hasta la inverosímil cifra de 5.000.000 cuando los topes de los contratos anteriores eran de 20.000 ejemplares. Además, cuando se firmó el referido contrato en 2005, ya había caducado la vigencia de varias obras por haberse superado el límite de edición, todo ello sin abonar el adelanto habitual.
En ese contexto, la agencia literaria Andrew Wylie me ofreció representar la obra de Bolaño a nivel mundial y se produjo la renegociación con Anagrama, que además cesó en la gestión internacional de la obra. Fue en ese momento cuando mi nombre, que apenas había salido en la prensa, pasó a ser el centro de artículos que desacreditaban mi imagen y aludían a hechos de la esfera privada que no son ciertos.
Respecto a Ignacio Echevarría, nuestra relación profesional quedó rota en 2005 porque, igualmente, perdí la confianza en él. En el trabajo de coordinación de la edición del libro El secreto del mal tuve conocimiento de que había difundido por correo electrónico a terceras personas el manuscrito inédito de dicha obra sin pedir mi autorización y antes de haber firmado contrato alguno. Valoré esto como una frivolidad y una falta de responsabilidad. Cuando le pregunté por ello reconoció su error, pidió disculpas y dimitió de su cargo. Miente, pues, cuando afirma que lo despedí. Y miente cuando relata los motivos. En su día, él mismo encontró justificada su dimisión, como se constata en el correo electrónico que me envío el 9 de octubre de 2005: “Lamento muy sinceramente haber decepcionado tu confianza. […] Me hago cargo de lo que puede suponer una pérdida de confianza y asumo enteramente mi responsabilidad”. Además, se ha desdicho de lo que me escribió dos días después, en otro correo: “Por mi parte, no tengo intención de dar más vueltas al asunto, ni mucho menos de divulgarlo en forma alguna”.
Después de este mensaje no podía imaginar que Echevarría continuaría declarándose albacea de la obra de Roberto —mintiendo públicamente— hasta que en 2011, seis años después, declaré a La Vanguardia que nunca lo había sido. Es decir, miente cuando escribe en su reciente artículo de El Mundo que nunca se había definido como tal y que eran los periodistas quienes lo afirmaban. Baste leer la entrevista que concedió en El Telégrafo de Ecuador (2 de diciembre 2009):
—Cambiando de tema, hasta hace poco tiempo estuvo a cargo de la obra de Bolaño…
—Estaba, ahora no. Lo que pasa es que él me nombró, frente a su viuda, albacea, pero solo de palabra. Yo no tenía poderes jurídicos en la administración de su legado.
Mis argumentos son profesionales. Por eso es absurdo que Herralde y Echevarría decidan por despecho quién fue, y desde cuándo, su pareja. Con gran dolor, mis hijos y yo estamos pagando, me temo, las consecuencias de nuestra salida de Anagrama.
Sobre mi vida privada, la de Roberto y mis hijos nunca he hablado en los medios y no lo voy a hacer ahora. Sólo me limitaré a decir que Roberto y yo mantuvimos un proyecto de vida en común, de pareja y familiar junto a nuestros hijos, durante 23 años, desde que nos conocimos en Girona en 1981 hasta su fallecimiento. Es falso que Roberto compartiera su vida y los últimos seis años antes de su fallecimiento con Carmen Pérez. En todas sus declaraciones públicas, también en la entrevista que concedió pocos días antes de su fallecimiento, sus temas son la literatura y su familia, a los que profesaba un profundo amor y respeto y junto a los que vivió en Blanes hasta el final.

Desmentido de un presunto albacea a la viuda de Bolaño

Samanta Schweblin: la invención del terror cotidiano

 Ha sido ganadora del Premio Casa de las Américas, del Juan Rulfo y de muchos otros galardones
Uno de los ejes de la obra de Samantha Schweblin ha sido la familia y el lugar que las personas ocupan en las familias.Fue finalista en el Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez./eltiempo.com

Samanta no ha cumplido cuarenta años, pero podría tener apenas treinta. Tiene la risa fácil, los ojos grandes y expresivos. Es una de las escritoras iberoamericanas más asombrosas, premiadas y leídas de su generación. Su literatura es delicada, precisa y, a la vez, inquietante y ambigua.
Es en esa ambigüedad entre realismo y fantasía, entre lo etéreo y lo concreto, donde sus historias ahondan en las profundidades psicológicas de las relaciones filiales hasta permitirnos ver lo anormal y terrorífico oculto en la convivencia cotidiana. Ganadora del Premio Casa de las Américas, elegida por Granta en 2010 como uno de los 22 mejores escritores iberoamericanos menores de treinta y cinco años, ganadora también del premio Juan Rulfo, entre muchos otros, Schweblin habló con EL TIEMPO sobre su proceso creativo y su relación con Latinoamérica vista desde Berlín, donde vive actualmente.

Aunque no eres madre, la maternidad es una constante en tu escritura, así como los lazos de familia. ¿Crees que la feminidad da una mayor proximidad a estos temas?
Yo creo que sí y al mismo tiempo no creo que eso hace que la literatura femenina sea una literatura distinta. Creo que cuando escribes lo haces desde la originalidad que te configura como persona. Escribís con un sexo, con una nacionalidad, con una historia. A mí me tocó la de mujer, entonces evidentemente eso está muy presente en lo que escribo. Sin duda tenemos una relación muy distinta como mujeres con la maternidad que la que puede tener un hombre. Para mí es un tema que hace mucho tiempo estoy pensando porque yo tengo este dilema: me encantaría ser madre y a la vez me encantaría no serlo (risas).
Te entiendo. Y si llegas a ser madre, quizá sigas teniendo el mismo dilema…
Claro, esa disyuntiva está. Escribir para mí es entenderme. Entender lo que quiero, entender lo que me asusta, entender lo que puedo y lo que no puedo hacer. Para mí es natural que mi literatura ronde tanto alrededor de este tema de la maternidad precisamente por eso.
¿Qué tanto de tu identidad medio alemana medio argentina está en tu escritura, así como de tus lazos de sangre?
Es curioso porque tengo muchas novedades sobre mi sangre y mi familia, digamos revelaciones y cosas que me he enterado sobre mi pasado muy fuertes, que claro, no están presentes en mi literatura, porque no las sabía, pero están presentes sus ausencias. En algún punto he intuido que tenía que esquivar ciertas zonas porque no las conocía. Para mí, la familia es de los espacios más literarios que puede haber, y además es nuestro primer mundo, todo el tiempo, porque es lo primero que tenemos, incluso cuando no lo tenemos lo es por su ausencia.
Y me parece que los primeros grandes dramas son alrededor de la familia, el lugar que la familia ocupa en uno, el lugar que a uno le asignan, el lugar que a uno le gustaría tener. Incluso, la relación padres con hijos me resulta una relación fascinante y trágica a la manera griega porque no creo que haya una relación más importante y más genuina que la de una madre o un padre con un hijo, y a la vez es una relación que no puede no ser dolorosa, que no puede evitar deformar, influir, limitar. Es un mal que no puedes ejercer de otra manera, es decir, es una relación tan ambigua y tan fuerte a la vez que me resulta fascinante por todo lo que puede salvar y todo lo que puede matar.
Por momentos, tus relatos son tan reales y luego tan etéreos… ¿esa zona rural de tu novela ‘Distancia de rescate’, por ejemplo, la conoces?
Viajábamos mucho con mi familia, o sea que sí son espacios que conozco de alguna manera. Y después, para mí es muy importante ese doble juego entre la precisión, por momentos, y por momentos también esa suerte de permiso al lector para armar parte del libro. A mí me encanta una frase de Rebecca Solnit que dice que un libro es un corazón que late en el pecho del otro. Es precioso y a mí me parece que tiene tanta razón. Porque entonces el libro no es un objeto como tal sino que es un potencial, el potencial de lo que puede llegar a ser en la lectura del otro. Y me parece que para que la lectura del otro tenga un espacio, ese espacio tiene que estar calculado dentro del proceso de escritura.
¿Cómo es tu rutina en Berlín?
Dos veces a la semana doy talleres de escritura con dos grupos distintos y trabajamos tres, cuatro horas cada vez.
¿Los talleres son en español?
Sí, es para hispanohablantes. Lo cual a veces es gracioso, porque te imaginarás a un mexicano escuchando leer su texto a un guatemalteco. Pero es bonito también, porque lo que antes era para nosotros una lengua nacional se convierte en el taller casi en una lengua personal.
¿Qué es lo más importante que puede enseñar un taller de escritura?
He estado de los dos lados porque he tomado muchos talleres y he dado muchos también. Mi gran maestra es Liliana Hecker; me formé en talleres de escritura, y en realidad creo que lo más difícil y lo más importante que te puede dar un taller es aprender a leer lo que realmente estás escribiendo.Eso es todo. Pero es superdifícil. Es superdifícil incluso para mí con mi propio material.
Es difícil porque las palabras están ahí para evocar en el otro esa imagen que uno tuvo en un principio. Es como una suerte de traducción: entre mi imagen y tu imagen. Yo creo que hay muchas traducciones en la escritura. Primero las ideas vienen de un lugar, como diría Mario Levrero, un lugar oscuro e intangible. Luego las ideas se transforman en una imagen, y esa imagen se transforma en palabras. Después, cuando alguien lee esas palabras evoca una imagen, y esa imagen cala en la zona más oscura del lector. Son muchas traducciones en el medio, lo cual es nefasto cuando quien escribe tiene pretensiones controladoras (risas). Hay que luchar contra ese ruido, pero también hay que aceptarlo.
La mayoría de quienes escriben lo hacen en sus tiempos libres, cuando logran robarle unas horas al trabajo, a la familia… en tu caso la escritura es tu primera razón. ¿Recuerdas un momento en que tomaste la decisión de dedicarte a escribir como prioridad en tu vida?
Sí, sí que hubo un momento de decisión. Yo estudié cine. Y terminé en el 2001, es decir, en la última gran crisis argentina, donde ni siquiera me tomé la molestia de salir a buscar trabajo; tres de las seis grandes casas de cine habían cerrado de un día para otro. Entonces empecé a trabajar en diseño gráfico porque yo tenía una historia con el arte, algo de experiencia con dibujo, y me fue superbien. Ocho años después tenía una agencia con cuatro empleados y viajábamos. Por ejemplo, toda la papelería de turismo de la ciudad de Hudson la habíamos hecho nosotros, era un exitazo. Pero, yo tenía un nivel de estrés muy grande. Siempre había tenido claro que la literatura era mi plan A, pero también que si ese era mi plan A, yo tenía que tener un plan B para conseguir dinero, para comprar mi tiempo libre, para poder escribir. Porque ese tiempo libre es muy caro. Y lo que me di cuenta es que ese plan B estaba agotando al plan A. Estaba agotada, destruida, no tenía tiempo para la escritura, y estaba en el mejor momento de esa agencia ganando mucha plata. Entonces me invitaron a una residencia de escritura tres meses en México. Te imaginarás la responsabilidad que tiene una agencia como esta. Desaparecerte tres meses es imposible. Entonces les dejé la agencia a mis empleados, se las regalé. Esos fueron tres meses muy especiales, porque era una sensación de abismo terrible. ¡Lo mejor que había construido en mi vida lo acababa de abandonar! Y si bien tenía unos ahorros, no tenía ningún pasado laboral donde volver. Sin embargo, me sentí tan bien, y fue tan bonito, y nunca me arrepentí de eso, y tuve varios años de austeridad en los que viví con esos ahorros, y en esos años la literatura empezó a volverse muy importante. Aunque no creo poder vivir de la literatura todavía, sí puedo vivir de todo lo que ocurre alrededor de la escritura.
¿Encuentras puntos en común entre Bogotá y Buenos Aires?
Si viniera de Buenos Aires te diría que no hay ningún punto en común. Pero vengo de Berlín; hace cuatro años que estoy allá, y desde Berlín yo te diría que sí hay puntos en común. Sí hay algo de las ciudades fuertes latinoamericanas claramente distinto a las europeas, y lo extraño un montón. Es una suerte de energía, una vitalidad particular. En estas ciudades se lucha por las cosas. Uno tiene que luchar.
En algún punto estuve en un festival en Suecia y tuve que hablar con un autor sueco que yo creo que no me entendió cuando decía que durante mis cinco años de carrera tuve que viajar tres horas y media por día entre ida y vuelta. Ese tiempo lo aprovechaba para leer en el colectivo, y era una lucha leer a pesar del ruido, los frenazos, los empujones de otros pasajeros. Tenía que estar una hora cuarenta y cinco de ida y de vuelta leyendo parada, con una mano agarrada y con la otra sosteniendo el libro; realmente había que hacer un esfuerzo. En cambio, la primera vez que me subí en Estocolmo me quedé dormida. No leí. Era tal el confort, el silencio, la sensación de seguridad, la temperatura perfecta, que me quedé completamente dormida. Acá en cambio tenemos que lucharla para todo, hasta para leer (risas).
Somos guerreros, todo es difícil, ir y volver, tomarte un café, estudiar, conseguir un trabajo hay que lucharlo todo. Y es algo que cuando estás en medio de la comodidad extrañas, porque finalmente estamos configurados así. Y cada tanto me quedo dormida trabajando en Berlín y pienso, ‘esto en Buenos Aires no me pasaría’. Espero no estarme perdiendo de otras cosas por estar tan cómoda en Berlín.
MELBA ESCOBAR
Especial para EL TIEMPO

El salvaje Jack London

El escritor estadounidense, famoso por sus novelas que transcurren durante la fiebre del oro del Yukón en Canadá a finales del siglo XIX, falleció con apenas 40 años el 22 de noviembre de 1916, hace exactamente un siglo

Jack London, escritor estadounidense, vivía para escribir./revistaarcadia.com




18.11.16

El espíritu femenino de Colombia se encierra en un pueblo

La cineasta Catalina Mesa rinde tributo a la memoria de su tía y de las costumbres femeninas de Antioquia en Jericó. El infinito vuelo de los días

Un momento del filme colombiano, Jericó. El infinito vuelo de los días, de la directora colombiana, Catalina Mesa./elpais.com


Las mujeres antioqueñas son tan creyentes que hasta opositan para monjas. Son románticas. Son madres de desaparecidos por el conflicto colombiano. Son rumberas: les gusta el baile, la música y el aguardiente. Son trabajadoras y también amas de casa. Las mujeres de esta región de Colombia no son solo Judy Moncada, la narcotraficante sin escrúpulos de la serie Narcos. Todas ellas y sus costumbres aparecen en Jericó. El infinito vuelo de los días, la película con la que Catalina Mesa pretendía hacer un tributo a su tía abuela Ruth y terminó retratando el alma femenina del localidad que se conoce como la Atenas del suroccidente colombiano por su vitalidad cultural.
Mesa se estrena en la dirección de un largo y en el cine de su país con la ayuda de ocho vecinas de Jericó, de distintas generaciones, pero con una misma manera de entender la vida. “Quise ir a encontrarme con las mujeres que como mi tía viven con tanto carisma y gracia el espíritu femenino de nuestra cultura antioqueña”, explica, “una pequeña expresión del patrimonio inmaterial de Colombia”. Para contar su historia, les puso la cámara delante y ellas comenzaron a hablar. En apariencia es un documental, pero la naturalidad con la que los personajes hablan de sus amoríos, su relación con Dios, sus deseos de estudiar, sus viajes y sus fracasos terminan por tintar la película con los mismos colores que los de una ficción.

Hasta el pueblo de su familia –Mesa nació en Medellín y reside en París desde hace 15 años- llegó, a mediados de octubre (casi un mes antes de que la película se estrene en las salas de Colombia el 17 de noviembre) con una comitiva de periodistas y amigos, y un gran apoyo económico de varias marcas. Aunque en Jericó están acostumbrados a las visitas, al ser uno de las localidades más turísticas de Colombia: de allí es la primera santa del país, la madre Laura, cuentan con 76 escritores –de una población de unas 12.000 personas-, y su arquitectura de colores llama la atención en la región; el día del estreno, cuentan, no quedaba hueco en las peluquerías del pueblo. No todos los viernes, ocho vecinas desfilan como estrellas de Hollywood en el teatro.
“Catalina es una eficaz directora, activa y nos orienta con alegría bondad y mucho entusiasmo”, decía la maestra del filme tras el estreno, años después de jubilarse, mantiene el mismo tono pedagógico. A su lado, seis de las ocho protagonistas –la más mayor, supera la centena, decidió quedarse en casa- recibían el cariño de Mesa y el aplauso del público, sus vecinos. Momentos antes, los asistentes habían llorado con ellas, habían cantado los boleros que a ellas les gustan y, sobre todo, se habían reído con sus anécdotas. Como la de la protagonista que decidió llamar a una de sus vacas La mafiosa, por sus maneras de divas. O el día que una de ellas decidió entrar en un convento después de que la familia de su novio gringo le negara el matrimonio por “ser muy negra”. O ese otro momento en que otra de ellas también intentó ponerse los hábitos pero se lo prohibieron por la revolución que podía montar. Hubo también momentos de complicidad, con la señora que tras estudiar en Estados Unidos recorrió el mundo y la que lo más cerca que había estado de una escuela fue el día que fue a tirarle piedras. Difícil escapar de Macondo en cualquier esquina del territorio colombiano.

Margaret Atwood: "Donald Trump es como el mago de Oz" TIMOTHY A. CLARYAP

La escritora canadiense, que estrena en España  Por último, el corazón, cree que los poderes mágicos del nuevo presidente de EEUU se quedarán en nada y que sus votantes acabarán suplicando una vida normal
Margaret Atwood, escritora canadiense, autora de  Por último, el corazón.Timothy A. Clary. AP/elmundo.es

Shakespeare y sus nietos han traído a Margaret Atwood hasta Londres, a tiempo para destilar la victoria de Trump con ojos europeos. La escritora canadiense ha reinterpretado La tempestad a su manera (Hag-Seed), aunque su novedad por nuestras tierras es Por último, el corazón (Salamandra), con la que vuelve a adentrarse en el terreno de la distopía en clave satírica.
A sus 76 años, la autora de El asesino ciego no ha perdido un ápice de la ironía, la profundidad y la agudeza que la han convertido en una las mayores escritoras de lengua inglesa del último medio siglo. Sigue escribiendo sobre todo a mano, alternando novela y poesía, sin renunciar al activismo ecológico y político, con la mirada puesta en los «romanos» o los «marcianos», como suele referirse a sus latosos vecinos del sur...

¿La distopía se llama Trump?
La distopía siempre es relativa. Comparado con 1941, dos años después de que yo naciera, nos podemos considerar afortunados. No tenemos bombas cayéndonos del cielo aquí en Londres [risas]. Yo no creo que Donald Trump sea capaz de hacer la mitad de las cosas que ha dicho que va a hacer. Yo lo comparo con el Mago de Oz: alguien que presume de tener poderes mágicos, pero que en realidad es un fraude. Como Dorothy, la protagonista del relato de L. Frank Baum, los norteamericanos van a estar suplicando volver a su vida normal.

¿Lo vieron venir desde Canadá?
Desde Canadá se veía como una posibilidad más real, tal y como avanzó la campaña, con constantes altibajos. Los incrédulos fueron de principio a fin los europeos, donde persiste aún una visión idealista de Estados Unidos. Nosotros los conocemos mejor: son nuestros mayores socios comerciales, aunque ellos nos ignoren sistemáticamente.

¿Y están dispuestos a abrir las puertas a los exiliados de Trump?
Los norteamericanos saben que en Canadá siempre habrá una taza de té esperándoles. Así fue durante la esclavitud, y más recientemente durante la guerra del Vietnam. De modo que si quieren huir de Trump, ahí estamos...

Las protestas en EEUU no remiten y ya han habido brotes de violencia...
No nos engañemos. Algo parecido habría pasado si hubiera ganado Hillary, sólo que orquestado por la otra parte de la población. En el fondo se trataba de un concurso de impopularidad: los dos candidatos eran rechazados por la mitad de los votantes. No sé lo que pasará, pero ha habido mucha ira acumulada. Trump va a tener que intentar algún tipo de reconciliación o puede acabar teniendo algo parecido a una guerra civil. Trump ha sabido canalizar el racismo y la misoginia de sus compatriotas. No podemos olvidar que en sus orígenes Estados Unidos fue una teocracia puritana, que eliminó todas las imágenes de mujeres. Cuando los «salvajes», como llamaban a los nativos, secuestraban a las mujeres de los colonos, ellas no querían volver, porque los «indios» las trataban mejor (risas).

¿Tendremos que esperar mucho aún para ver a una mujer presidenta?
Tampoco hay mucha diferencia si hablamos de líderes como Hillary Clinton, Theresa May o Angela Merkel, que han tenido que comportarse como machos alfa para medrar en el mundo de la política. En ese sentido, no hemos evolucionado mucho desde la era de Thatcher. En los países occidentales no tenemos aún un auténtico liderazgo femenino.

Pasemos de la realidad a la ficción. ¿Por qué ese empeño en mostrarnos el futuro poco o nada alentador que tenemos a la vuelta de la esquina? ¿Qué tiene en común su última novela con El cuento de la criada o con la trilogía que cerró con MaddAdam?
He de reconocer que tengo predilección por la ficción especulativa, que es algo muy distinto a la ciencia ficción (donde parece obligado que haya naves espaciales) o a la fantasía (inconcebible si no hay dragones). Lo que yo escribo está bien arraigado en la Tierra y pertenece a un futuro muy cercano. Digamos que en ese sentido es más como 1984. Aunque en Por último, el corazón he decidido optar por un tono satírico.

 ¿Cuánto nos queda para llegar a ese mundo en el que la gente renuncia a la libertad para tener una sensación de seguridad?
Ha pasado ya varias veces en la historia, y sigue pasando en muchas partes del mundo. Todo lo que tienes que hacer para instaurar un régimen autocrático es asustar a la población todo lo que puedas. Ante situaciones desesperadas, la gente se pone en manos de un salvador. No podemos olvidar que Napoleón ascendió en respuesta al período del Terror tras la Revolución Francesa.

 Usted dibuja una línea muy fina entre la utopía y la distopía. ¿Renunciamos al sueño de una sociedad mejor?
Poner en marcha una utopía y luchar por un mundo mejor son dos cosas distintas. La utopía, desde que Tomás Moro acuñó el término hace 500 años, supone la construcción de un sistema totalmente distinto, con un nuevo orden de valores. El problema es que para alcanzar la utopía tienes que derribar el orden establecido y destruir muchas cosas, y encerrar a mucha gente, o ejecutarlos. Por eso desconfío de las utopías. Desconfío que de todo aquel que me diga que ha concebido un mundo perfecto. Las cosas normalmene no funcionan así, recordemos lo que pasó en la Revolución Rusa. Recordemos también la utopía cristiana de los Reyes Católicos, con la expulsión de los judíos y los moriscos de España, allanando el camino a la Santa Inquisición.

 En su novela hay también una crítica muy dura al negocio de las prisiones ¿Podemos dejar la población reclusa a las corporaciones?
Lo hemos hecho ya varias veces en la historia. De hecho, la inspiración directa del libro fueron las colonias penales australianas. El problema de las prisiones privadas es que necesitan un suministro constante de presos, y así es como se acaba encarcelando a la gente por delitos menores por los que antes no ibas a la cárcel, como en EEUU, donde hay más afroamericanos en las prisiones que en las universidades.

El mundo feliz de Positrón que usted recrea tiene también un gusto retro a los años 50...
 Otra de mis grandes fuentes de inspiración fue precisamente una serie de los años 50, El Prisionero, que ocurría en un mundo en el que nadie podía destacar y todos parecían muy felices. El problema es que nadie quería salir de allí. Si lo piensa bien, esa era un poco una metáfora de los años 50, la era de la prosperidad que sigue provocando nostalgia a los americanos. No podemos olvidar que aquella era una imagen muy edulcorada y censurada, pasada por el filtro de McCarthy, que promovió un entretenimiento escapista, de gente sonriendo y cantando, mientras se dedicaba a la caza de brujas.

 Varias de sus obras discurren en ese mundo al borde del colapso ambiental, social o económico. ¿Va amos hacia esa situación límite?
¿Cuál es el nivel de paro de los jóvenes en España? ¿Un 40%, un 50%? ¿No es esa una situación límite? ¿Qué destino le espera a la gente joven de su país si no es emigrar? Estamos negando el futuro de una generación y creando un grave desequilibrio que estallará.

En su vertiente de ensayista, usted ha publicado recientemente Payback, una dura crítica al sistema basado en la deuda...
Hemos creado un mundo de muchos perdedores y pocos ganadores. Pero no podemos seguir mucho tiempo con esta situación, con el 1% acumulando cada vez más riqueza y el 99% perdiéndola. La crisis financiera sacó a flote la situación: estamos creando una situación explosiva, el caldo de cultivo de algo que puede ser parecido a una revolución. Espero que no lleguemos a eso.

Usted dio la primera campanada literaria como poeta. ¿Cómo alterna su parte prosaica y su parte lírica?
De la manera más natural, sin premeditación alguna. Suelo trabajar en dos o tres libros al mismo tiempo, y dejo que la cosa fluya.

¿Y no ha sentido la tentación de dejar de escribir, como Philip Roth?
Todavía no, soy más joven que él (risas). De todos los modos, hay muchos escritores que dicen que cuelgan la pluma y siguen escribiendo en secreto.

¿Cómo vivió el Nobel de su amiga Alice Munro? ¿Tiene esperanzas de volver a figurar en la lista de candidatos?
Fue un momento muy intenso para ella. Le vino muy bien para superar el bajón emocional por la muerte de su marido. Fue un reconocimiento a toda su carrera y creo que un reconocimiento implícito a toda una generación de escritores canadienses. En el Nobel siempre hay alguna intencionalidad política.

¿También en el caso de Dylan?
Sin duda, fue un Nobel a la contracultura de los años 70 en plena campaña para las elecciones americanas.

Tras ganar el Booker y el Príncipe de Asturias, ¿piensa aún que los premios son un regalo del diablo?
Estoy muy agradecida por el reconocimiento que se ha dado a mi obra en España. Pero sigo pensando que los concursos literarios son un poco como los concursos de misses. Por más que lo ganes no eres la mujer más bella o el mejor escritor del mundo.