14.3.11

Crímenes sin castigo

¿Puede la ficción exorcizar la realidad? Cada rincón de Italia tiene su novela negra tramada sobre una realidad con doble fondo. Los nuevos libros de Andrea Camilleri y Donna Leon son la cumbre de un género en auge

Asesinato del juez Vittorio Occorsio, en Roma (1976).- Keystone / Getty Images)

Fotografía captada por un viandante del asesinato del mensajero Alessandro Floris en Génova en 1971 por dos miembros de las Brigadas Rojas.- Efe.fuente:elpais.com

Un hombre solo, el pelo despeinado y la mirada honda, fotografiado ante un telón con la estrella de las Brigadas Rojas. Es la prueba de que sigue vivo, tras días de secuestro. En el exterior, lo están buscando: policía, servicios secretos. Es un hombre importante, hasta el Papa reza por su liberación. En la cárcel secreta escribe, pide ayuda, envía cartas al presidente de la República, a políticos, a su familia. Es la primavera de 1978. La ciudad del calabozo y de la búsqueda ansiosa y torpe es Roma. Pero la historia no tiene un final feliz. Aldo Moro muere. El presidente de la Democracia Cristiana, el partido que encarnó el Estado en Italia desde el final de la II Guerra Mundial hasta principios de los noventa, fue asesinado por los brigadistas. Su cuerpo torcido en el maletero de un Renault rojo no es la imagen que cierra una novela negra. Es la realidad, congelada en un momento dramático y crucial.

Leonardo Sciascia intentó desentrañar aquel secuestro y asesinato en El caso Moro, ahora reeditado en España por Tusquets, una de sus obras más lúcidas y espléndido ejemplo de una literatura en constante equilibrio entre la ficción y el barranco de una realidad opaca, imposible de descifrar. Un filón muy fecundo en Italia, donde la actualidad política asume unos caminos escurridizos. "Si el mundo fuera un ajedrez, las grandes naciones serían los peones, el rey, la reina... Italia sería el caballo, la única pieza que no se mueve en línea recta, hacia adelante o hacia atrás, sino en diagonal", dice Massimo Gramellini, agudo analista político de La Stampa. Una realidad con doble fondo, de verdades celadas, relaciones transversales, que es un estímulo constante para los escritores. Desde Sciascia hasta hoy, sobre todo para los adscritos al noir. Los últimos años se caracterizan por el florecer de una literatura negra que arrastra material y atmósferas de los misterios y secretos que enturbian la historia del país. "Es imposible contar un momento cualquiera de la Italia reciente sin tropezarse con muertos sin respuestas y encubrimientos. Tapando, recurriendo a ramas desviadas de los servicios secretos, criminalidad organizada o masonería, el Poder se ha garantizado su continuidad. Faltan verdades finales, compartidas", resume Carlo Lucarelli, autor de El comisario de Luca (Tropismos) y Almost Blue, y presentador de un programa de televisión sobre los Misterios italianos.

Sciascia escribe "para evitar que la mentira triunfe en este país" y abre El caso Moro izando una bandera, una metáfora de tal lema: "Anoche, saliendo de paseo, vi una luciérnaga en la grieta de un muro". Es una respuesta virtual a Pier Paolo Pasolini, que años antes había simbolizado la corrupción de la política con la desaparición de los delicados insectos. La luciérnaga aferrada a la vida guía la obra, que "en su esfera de intocable perfección literaria" relata, en cambio, un suceso veraz. En Italia, la verdad y la justicia tienen la superficie opaca y llena de grietas. En esas fisuras se refugian las luciérnagas, con su luz irreal y verdosa. Allí se cuelan, viven y crecen las novelas negras. Escarban y denuncian las sombras de la sociedad. Lo hacía a su manera Miss Marple con el tinte recién avivado de dama acomodada. Lo hacía Philip Marlowe en Los Ángeles de los años cuarenta. "Lo hace el sueco Stieg Larsson", comenta Giancarlo de Cataldo, juez del Tribunal de Casación de Roma y autor de la excelente Una novela criminal (Roca). "Sin embargo, en los italianos hay algo más hondo. Falta la cara luminosa. Nuestros héroes deben luchar contra los malos y contra los falsos buenos. Hemos perdido la confianza". Su obra maestra representa la suma de todo ello: una pandilla de delincuentes pasa a tejer contactos con las altas esferas del Estado, jueces y políticos, servicios secretos, masonería y criminalidad organizada. No se trata de una invención. La banda de la Magliana existió de verdad. Nunca se aclaró hasta dónde llegaron sus tentáculos.

Tendida en medio del Mediterráneo, como una herida -o un intento de costura-, Italia fue el campo de batalla de la guerra soterrada entre las democracias capitalistas y los regímenes socialistas, mientras gracias al petróleo cogían fuerza los países árabes, como Libia. Lo que sucedía en Italia podía inclinar la báscula a un lado u otro. Muchos quedaron atrapados en este juego siniestro. Las familiares de las 17 víctimas de la bomba que explotó en 1969 en la plaza Fontana de Milán no saben quién les mató ni quién encubrió hasta ahora a los responsables (del área fascista). Lo mismo vale para los ocho muertos de plaza de la Loggia, Brescia, en 1974; los 85 de la estación de Bolonia, en 1980; los 81 pasajeros del DC-9 que salió de Bolonia hacia Palermo el 27 de junio del mismo año y fueron recuperados en el fondo del mar de Ustica, pequeña isla siciliana.

A principios de los noventa, el Partido Comunista cambiaba de nombre y sustancia, la Democracia Cristiana y los socialistas fueron barridos por una investigación anticorrupción. La criminalidad organizada intervino para tomar posiciones en la nueva República. Otras bombas, otros enigmas sin resolver. Fueron asesinados, entre otros, los magistrados antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino (Palermo, mayo y julio de 1992). La colusión entre trozos podridos de Estado y la Cosa Nostra es objeto de juicios aún abiertos.

Los enigmas de las últimas décadas cargan de nubes la literatura. Y no es algo nuevo: el clásico del policiaco italiano se cierra sin culpable. El zafarrancho aquel de via Merulana (Seix Barral) que Carlo Emilio Gadda (1893-1973) escribe en los años cincuenta suena casi como una premonición. Chito Igravallo no arresta al asesino de la via Merulana. La novela se hace espejo -quizás inconsciente- de aquella "alcachofa infinita", según la metáfora de Italo Calvino (Seis propuestas para el próximo milenio, Siruela): la realidad en capas, cada hoja esconde otra, imposible de ser comprendida. "Gadda firmó el más absoluto policiaco escrito jamás", comenta Sciascia en Cruciverba (Einaudi). "Puede ser entendido como una parábola sobre la imposibilidad de la existencia de la literatura negra en un país como el nuestro: donde de todo misterio criminal muchos conocen la solución, los culpables, pero nunca la solución llega a ser oficial y nunca los culpables vienen, como se suele decir, a ser entregados a la justicia".

La novela policiaca florece en Italia. Pero el escritor siciliano tenía razón: en un país donde faltan certezas definitivas, jurídicas, "las páginas nunca se liberan de una atmósfera indeterminada, aunque al final descubramos quién es el asesino", comenta Justo Navarro, escritor, traductor y experto en literatura italiana. El mal permanece al acecho. "Hasta en El nombre de la rosa", ejemplifica el autor malagueño, "la búsqueda de la verdad se concretiza en una lucha contra el Poder, no solo contra la malignidad humana. Guillermo de Baskerville no se enfrenta a un asesino de frailes, sino al sistema que actúa para cerrarles la boca".

Estos cánones se cristalizaron en la obra de Giorgio Scerbanenco (1911-1969). Su Milán se asoma al boom económico. El héroe es un policía con un profundo sentido de la justicia: "No servía de nada. Nadie quería saber la verdad, había muerto una maestrita, once muchachos, aunque lo negaban, la habían ultrajado, torturado y asesinado, pero por su edad los condenarían a penas ridículas. Que hubiese un cerebro, el verdadero responsable de aquella masacre, no le importaba a nadie". A Duca Lamberti le importa y llega hasta la última consecuencia. Su investigación deja sin aliento en Muerte en la escuela, una joya editada por Akal, junto con Los siete pecados y las siete virtudes capitales y Traidores a todos, a los que se añadirán en los próximos meses Los milaneses matan en sábado, Milán calibre 9 y Venus privada. Una década más tarde, Milán ofrece el escenario al cautivador Appunti di un venditore di donne, última obra de Giorgio Faletti, primera de ambientación italiana tras Yo mato, El tercer lado de los ojos y Fuera de un evidente destino (Nuevas Ediciones de Bolsillo). "Necesitaba escribir sobre mi ciudad en esa época: el personaje acabó enredado en un lío de agentes secretos poco limpios, mafiosos y miembros de las Brigadas rojas", comenta.

Un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Lo asume el dolido fetiche de Massimo Carlotto (Padua, 1956): "Marco Buratti, alias el Caimán, nacido y residente en Padua. Ex músico y cantante de blues. Víctima de un error judicial, ha cumplido siete años por participación en banda armada. Durante su detención ha desempeñado el rol de mediador entre facciones del crimen organizado. En libertad, colabora con varios penalistas como detective sin licencia. Es útil en investigaciones en las que es necesario entablar relaciones con ambientes extralegales" (El misterio de Mangiabarche, Barataria). El Caimán, cuya vida recuerda de cerca la vicisitud judicial de su autor, protagoniza otras sólidas novelas (La verdad del Caimán, Barataria). Carlotto ofrece la misma despiadada fotografía del Norte, opulento e hipócrita, donde todo vale y nadie es inocente, a través del protagonista de Hasta nunca, mi amor (Emecé). Para volver a Italia, Giorgio Pellegrini, fugitivo, exmilitante de la izquierda "clandestina y combatiente", pacta con un "policía elegante por fuera, marchito por dentro" y con políticos que pretenden favores a cambio de favores: un mundo sin concesiones, brutal y violento. "La realidad entra por todos lados: tenemos que tapar la debilidad del periodismo de investigación en Italia, liquidado a golpe de censuras y demandas. Estoy escribiendo la continuación -anticipa el autor- (Y al final de un día aburrido). A través de las aventuras del protagonista, cuento la expansión de la Liga Norte". Un estilo afilado, una literatura que no se puede definir negra porque el negro necesita al blanco, y aquí solo existe una gama infinita de grises.

Los héroes de las novelas criminales son espina en el costado de jefes serviles y complacientes con el sistema de turno, bichos raros para los colegas que tienden a no ir más allá de los mínimos sindicales, seres incomprensibles para los demás, devotos de la ley no escrita que impone silencio y vista gorda. Perfecto ejemplo de ello es Luigi Alfredo Ricciardi, que Lumen va a traer a España en septiembre. Maurizio de Giovanni inventa este policía melancólico, "siempre sumergido en el trabajo, sacerdote de la justicia, más que funcionario estatal", con el don -o la condena- de oír las voces de los muertos. Se mueve en la Nápoles fascista (cada novela se desarrolla en una estación de 1931), que según el autor presenta los mismos contrastes de hoy: "Hay edificios que por un lado dan a la grandilocuente avenida de Toledo y por el otro a los Quartieri Spagnoli, donde los policías no entran, al no estar obligados". Lo percibe su comisario de papel: "Alcanzado el portal , bajó el silencio. Ricciardi miró a su alrededor para ver si alguien tenía algo que decir, alguna información preliminar que proporcionar. Silencio. Hombres, mujeres, niños: todos mudos".

La misma impresión asombra al íntegro capitán de los carabineros de El día de la lechuza de Sciascia, primer libro que habla de la Mafia en 1961: observa con los prismáticos al jefe local de la Cosa Nostra, mientras se hace besar las manos e imparte órdenes desde el palacio que se erige justo frente al cuartel. El poder sano y el poder envenenado se acechan, en una lucha cotidiana, el uno hacia la verdad, el otro hacia el encubrimiento y el olvido. Mal y bien se confunden, enturbian las aguas, son dos caras de la misma moneda.

La Camorra, dueña del territorio ya durante el fascismo, es un murmullo constante en las investigaciones de Ricciardi, como Cosa Nostra en la Vigata del comisario Montalbano. "Está siempre en el trasfondo. No en primer plano, para no regalarle una dignidad que no merece", observa Andrea Camilleri (Salamandra edita este mes El campo del alfarero).

De Sicilia a Milán, pasando por Nápoles o Padua, cada rincón de la bota tiene su literatura del crimen. Toscana inspira a Marco Malvaldi (Pisa, 1974) las investigaciones corales de cuatro octogenarios. La trilogía La briscola in cinque, Il gioco delle tre carte, Il re dei giochi, así como Odore di chiuso está publicada por Sellerio, que edita a Camilleri.

En Bari, el abogado Guido Guerrieri investiga casi a su pesar, como un Marlowe que no se toma en serio. Creado por Gianrico Carofiglio (Bari, 1961, exjuez del Antimafia), desde que la novia lo ha dejado, usa el saco de boxeo como su terapeuta, se abandona a largos peregrinajes nocturnos, bebe absenta en un bar gay regentado por una exprostituta sabia y cinéfila (Testigo involuntario, Umbriel; Con los ojos cerrados y Dudas razonables, Plata Negra; Las perfecciones provisionales, La Esfera de los Libros).

Bustianu, también abogado, se mueve en la Cerdeña de finales del siglo XIX. Marcello Fois (Nuoro, 1960) obliga a su lector a un viaje por una isla de historias antiguas, supersticiones y silencios rumiados durante siglos, nudos nunca solucionados (Siempre caro, Salamandra). Turín tiene a Camilla Baudino: profesora de literatura, brillante y apasionada de los enigmas, centra la serie "trepidante y original" (Alicia Giménez Bartlett) firmada por Margherita Oggero (La colega tatuada es la única entrega disponible en castellano, Roca).

Por los puentes de Venecia, sube y baja Guido Brunetti. Su autora no lo es, pero él es italiano hasta la médula: "Como mis amigos", comenta Donna Leon (Nueva Jersey, 1942), "vive totalmente sin esperanza, pero sigue luchando". De una noticia del periódico -dos mataderos ilegales de animales domésticos- imaginó la aventura que está corrigiendo, mientras se publica Testamento mortal (Seix Barral). "Cuando su mujer le pregunta: '¿por qué lo haces?', Brunetti contesta: 'Alguien tiene que hacerlo'. Su compromiso es con su honestidad interior, antes que con el deber del oficio. Sin embargo, percibe la opresión ineludible, casi kafkiana, de un sistema de doble fondo, donde nada es como parece".

Los pueblos que viven con sus reglas de honor y vergüenza tienen a otro narrador: Niccolò Ammaniti (Roma, 1966). Sus protagonistas suelen ser niños, jóvenes que cultivan la ilusión de una fuga pero se quedan atrapados. Como Pietro de Te llevaré conmigo, Michele de No tengo miedo o Cristiano de Como Dios manda (Mondadori). Historias de periferia, contadas con delicadeza y buen equilibrio entre la trama negra (un asesinado, un secuestro, un atraco fallido) y la profunda humanidad de los personajes. Anagrama va a publicar en mayo Que empiece la fiesta, parábola de la farándula romana.

Los soportales de Bolonia están poblados por una muchedumbre de investigadores de papel: Sarti Antonio (de Loriano Macchiavelli), Grazia Negro y De Luca (de Carlo Lucarelli), Antonia Monanni (de Luigi de Bernardi), Eleonora de Angelis (de Barbara Baraldini). La ciudad con la universidad más antigua del mundo, bastión del PCI, atacada como ninguna otra por el terrorismo y las tramas ocultas, estimula los cultivadores del género: "Por aquí pasa el dramático fil rouge que une atentados, encubrimientos, poder soterrado. Lo tenemos fácil", sonríe Macchiavelli (1934), veterano de la novela real, que ha contado el misterio del DC-9 en Funerale dopo Ustica y la bomba de la estación en Strage.

"Hay un peligro. Si cualquier hecho dramático puede transformarse en novela, el país se acostumbra a no enfrentarse a sus interrogaciones reales", alerta Luigi Bernardi, que coordinó la serie negra de la editorial Einaudi y ahora escribe (su última Niente da Capire relata 13 sucesos). "Sin embargo, un libro puede enseñar un mecanismo. Cuando invento a un policía honesto que es desviado por su colega, el lector se queda con la clave para interpretar lo que pasa de verdad". "El enemigo número uno", añade Macchiavelli, "es el olvido. Como nunca se aclararon las responsabilidades de la bomba, año tras año se pierde la memoria de aquella matanza. Los jóvenes que encuentro en las escuelas no saben ni cuándo ocurrió". Los ojos se le empañan al recorrer la lápida fuera de la estación: Anna Maria Bosio en Mauri, años 28; Carlo Mauri, años 32; Luca Mauri, años 6

..., los nombres esculpidos en el mármol son 85. Un muro herido, una grieta larga hasta el techo. El escritor encuentra un culpable al final de su libro. La realidad no. La realidad de juicios infinitos, pistas falsas, secretos de Estado, ha encontrado a tres ejecutores materiales, militantes de extrema derecha. Treinta años después, viven en sus casas, cumplidas sus condenas, nunca se arrepintieron porque nunca confesaron. Treinta años después, nada se sabe sobre quién les cubrió y por qué. En este "nudo u ovillo, o maraña, o rebullo" lo único cierto, absolutamente cierto, es la lista con los nombres de las víctimas. Y, debajo, una corona de laurel. "Para no olvidar", dice la cinta. Una luciérnaga en la grieta de un muro.

Testamento mortal / Conclusions preliminars. Donna Leon. Traducción de Vicente Villacampa Armengol / M. Teresa Solana. Seix Barral / Edicions 62. Barcelona, 2011. 320 / 344 páginas. 19 euros. El campo del alfarero / El camp del terrissaire. Andrea Camilleri. Traducción de María Antonia Menini Pagès / Pau Vidal. Salamandra / Edicions 62. Barcelona, 2011. 224 / 256 páginas. 14 / 14,50 euros.

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