17.3.11

Apogeo narcoliterario

México está invadido por obras de ficción y no ficción sobre tráfico de droga
¿Es una moda la narcoliteratura? foto.fuente:eltiempo.com
A Ernie Hidalgo le destrozaron una tibia con un picahielo, lo quemaron con fierros al rojo y cuando su cuerpo no quería más guerra, 'El Doctor' lo traía de vuelta. Hasta que esa noche de enero de 1985, en el rancho de un capo narco en Sinaloa, una piadosa sobredosis de heroína calló sus alaridos. Desde entonces, a su amigo y compañero en la DEA, Art Keller, sólo lo mueve la venganza.

En las calles y rincones de México los sicarios de los carteles se matan por miles, jefes narco señorean en pueblos y regiones alejadas, mientras las autoridades hacen lo imposible para apagar el incendio. Esta ola de violencia sin cuartel ha generado, por otro lado, un brote cultural, un reflejo que trata de darle sentido al terror sin sentido, que incluye música, películas y un fenómeno editorial que vive su apogeo: la 'narcoliteratura'. Tanto ficción como no ficción de dispar calidad, mexicanos y de otras nacionalidades, el narco echó raíces en la imaginación y curiosidad de novelistas, cuentistas, periodistas e investigadores que llenan mesas y estantes en librerías. De hecho, varios de sus autores fueron las estrellas de la reciente Feria del Libro de Guadalajara, la principal del mundo hispano, y su tema -el narco- vendió incluso más que el bicentenario, según dijo a la AFP el director de la editorial Tusquets en México.

Raro que se meta en un mismo saco a novelas e investigaciones. Sucede que la ficción, en este caso, es demasiado fiel a la realidad. Como Hidalgo y Keller, dos de los personajes de 'El poder del perro', la novela fenómeno mundial que narra 3 décadas de lucha entre agentes y narcos, drogas, traiciones y secretos, del escritor estadounidenses Don Winslow. El secuestro, tortura y asesinato de Ernie Hidalgo es calcado al de Enrique 'Kiki' Camarena, el agente de la DEA infiltrado en los carteles mexicanos cuya muerte en 1985 desató la operación más grande realizada por E.U. en el extranjero y que marcó un antes y un después en la postura de Washington frente a lo que pasaba en el sur. Igual que en 'El poder del perro'.

"En México, lo inverosímil se ha vuelto realidad (...) El sicario de fama más sanguinaria en este país se apoda La Barbie: ¿qué imaginación literaria puede superar eso?", dijo Diego Osorno, reportero de 30 años del diario y revista Milenio que lleva 3 libros de periodismo narrativo, uno de ellos 'El Cartel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco" (2009).

Las investigaciones sobre el narcotráfico y corrupción en el presente, pasado y futuro de México son habituales, pero el fenómeno de ficción en este marco de guerra contra el narcotráfico es más reciente. Según varios autores del género, el impulso definitivo llegó con la publicación en 2002 de 'La reina del sur' del español Pérez Reverte. El libro cuenta la vida de Teresa Mendoza, una mexicana oriunda de Culiacán que llega a España y se mete en el narcotráfico. "No sólo escribió esa novela tremenda, sino que fue el primer escritor respetado en el mundo que nos dio el lugar que merecíamos", dice a El Mercurio Élmer Mendoza, el capo de capos de la narcoliteratura mexicana. Él llevó a Pérez Reverte a los bares de Culiacán y le enseñó lo que es ser duro en tierra de duros.

Con las aventuras del detective Édgar 'el Zurdo' Mendieta narradas en 'Balas de Plata' primero, y 'La prueba del ácido' después (2008 y 2010, Tusquets), Mendoza incorporó el bajo mundo mexicano en forma y fondo. Exploró el lenguaje y lo metió en la temática de detectives y criminales en el norte de su país, cuna de los principales exponentes del género. El tijuanense Luis Humberto Crosthwaite es otro de los puntos altos. El autor de 'Tijuana: crimen y olvido' (Tusquets 2009) cuenta que fue adoptando la violencia lentamente, "igual como iba apareciendo en los titulares de los periódicos. Traté de ahuyentar la violencia de mis pensamientos, como lo hacen muchos tijuanenses. Finalmente empecé a soñar actos violentos y me di cuenta que la realidad ya se había sumergido en mí".

Los detractores de la corriente no ven más que una moda. ¿Tienen estas obras algún valor social? Juan José Rodríguez, autor de 'Mi nombre es Casablanca' (2004, Mondadori), una historia de narcos en su Mazatlán natal, cree que en cierta forma, sí: "Es poco lo que la literatura puede hacer de manera directa para cambiar una sociedad, pero a veces produce milagros secretos, no siempre rastreables y cuantificables (...) Un zar mandó decretar la libertad de los siervos cuando leyó un texto de Turgeniev y se dice que el abogado Gandhi inició su prédica basado en las ideas de Tolstói. Aspiramos a que se ponga en movimiento ese mecanismo secreto que mantiene en marcha la rueda de la historia. Parte de ese proceso, por ejemplo, es que este comentario hoy se pueda compartir". Mendoza quiere que la gente se emocione con sus palabras, que reflexionen sobre el estado de la violencia y exijan su fin: "Los muertos sólo sirven para crear cementerios y nadie puede enorgullecerse de eso". El periodista polaco Ryszard Kapuscinski decía que para comprender un país no bastaba con diarios y noticiarios. Había que ir a los novelistas e incluso poetas jóvenes. Quizás algo de eso hay en la narcoliteratura.

El narcocorrido es la expresión cultural por antonomasia del mundo de la droga. Hay músicos que se identifican con un narco o cartel, lo que los ha convertido en víctimas de los capos rivales. ¿Hay similitudes con la narcoliteratura? El mazatleco Juan José Rodríguez cree que no. "La figura del músico de narcocorrido a veces va más allá de un trovador que entona loas a un moderno señor feudal". Élmer Mendoza está tranquilo: "Los narcos no leen, o al menos no tenemos testimonios de que lo hagan", dice. "Claro que no hay parecido. Los periodistas son los que corren peligro porque reportan los hechos tal como los van descubriendo. Los escritores solemos estar seguros tras una computadora, lejos del tiroteo", dice Luis Humberto Crosthwaite.

Por Gaspar Ramírez

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