Por: César Rodríguez Garavito*
APENAS DOS DÍAS DESPUÉS DEL CIErre de la Feria del Libro de Bogotá, la polémica sobre sus resultados está al rojo vivo.
Organizadores y expositores debaten por qué no se logró la cifra esperada de 415.000 visitantes. Unos y otros comienzan a hacer cuentas temiendo que el público gastó más en las hamburguesas de la plazoleta de comidas que en los libros que se exhibían en los pabellones. Y todos se apresuran a buscar chivos expiatorios.
Unos le echan la culpa al cambio de fecha (de abril a agosto), que habría hecho que la Feria cogiera a la gente sin plata por las vacaciones de mitad de año. Otros dicen que todo se debe a la crisis económica, al precio de la entrada o a la “falta de una estrategia de publicidad agresiva”.
Lo que tienen en común todos los diagnósticos es que apuntan a los síntomas, y no a las causas de la enfermedad de la Feria, entre las que está la enfermedad de la mercancía que quiere vender: los libros impresos. Es como buscar la explicación de la crisis de las discotiendas en la situación económica o el cambio climático, en lugar de ver que la explosión del internet cambió para siempre la forma de circular canciones y escuchar música.
El problema es que la industria colombiana del libro sigue estando dominada por un modelo editorial que hace agua en todo el mundo. Es el modelo de los libros de papel, que reinó desde la invención de la imprenta hace 570 años, y en el que la única forma de descubrir libros era frecuentar las librerías para preguntar “qué ha llegado”, o pasar una tarde en la Feria haciendo lo mismo.
Lo que pasa es que las ideas y los textos ya no circulan sólo de esta forma. Basta ver la revolución que ha causado el Kindle y otros aparatos de lectura de libros digitales, que no pesan nada, cuestan la mitad y pueden ser bajados en un segundo por internet. O los hábitos de lectura de los jóvenes criados con Messenger y Twitter, que no se explican por qué no pueden leer un libro en línea, agregar sus comentarios, circular un pasaje a sus amigos por Facebook, o hacer un vínculo a un video de YouTube donde se entrevista al autor.
Así que, para salvar esa maravilla que ha sido la Feria del Libro, hay que comenzar por salvar el libro. Para eso, lo mejor es digerir la respuesta de los expertos a la pregunta sobre si los libros pueden sobrevivir en la era digital. “Claro que sí”, dice Clive Thompson en un artículo reciente de la revista Wired, que debería ser lectura obligatoria para los editores criollos. “Pero sólo si los editores… ofrecen nuevas formas para que la gente se tope con la palabra escrita. Tenemos que dejar de pensar en el futuro de la publicación y comenzar a pensar en el futuro de la lectura”.
Si se hace esto, las posibilidades que se abren son inmensas. Basta ver el éxito que han tenido los experimentos de editoriales como la de la Universidad de Harvard, que han colgado libros gratis en espacios como CommentPress. O la explosión de sitios virtuales (como Scribd) para difusión o venta de textos digitales. El resultado ha sido que los textos circulan mucho más porque los lectores los encuentran más fácil y porque los precios son mucho más bajos. Y que las ventas convencionales aumentan porque hay mucha gente que quiere seguir leyendo libros impresos.
El cambio es gradual y, claro, no depende sólo de los editores y los organizadores de la Feria. Pero ya es tiempo de empezar a dar el paso. Qué bueno que los editores ofrecieran el próximo año una demostración de nuevos libros que se pueden bajar por internet, incluso por capítulos. Y que los organizadores nos sorprendieran con un pabellón sobre el libro digital. Ahí les dejo la inquietud.
* Profesor Universidad de los Andes y miembro fundador de DeJuSticia
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