Después de Patria, el escritor español vuelve con una nueva novela: Los vencejos
Aramburu ha escrito once novelas y siete libros de cuentos. En todos está presente su país de origen, España./Iván Giménez./eltiempo.com
Dice que no va a durar mucho tiempo. Solo un año. Que en doce meses se va a suicidar. Día y hora exactos. Esto nos cuenta Toni, el protagonista de Los vencejos –la nueva novela del español Fernando Aramburu– desde los primeros párrafos. Toni es un profesor de instituto, 55 años, separado, padre de un hijo con el que no se entiende, cansado de la vida sin saber por qué razón. Eso es lo que pretende averiguar durante el año que se ha dado de plazo.
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Toni escribirá cada noche una especie de diario y con esas
palabras, esas reflexiones, buscará comprender su decisión. Las páginas que el
profesor llena con total franqueza –convencido de que nadie las va a leer– son
las que componen esta novela que, como en todas las obras de Aramburu (nacido en
San Sebastián, 1959), ofrece también un relato coral mediante el cual hace
un retrato
de la sociedad. Esta vez la protagonista es la España actual, sus
violencias soterradas, sus vericuetos políticos, con las calles del barrio
madrileño de La Guindalera como escenario.
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poder de las letras africanas).
Aramburu llevaba cinco años sin publicar una novela, desde el
tremendo éxito que logró con su anterior obra, Patria, considerada con
razón como el mayor fenómeno editorial de los últimos años en su país. Para el momento de su
publicación, en 2016, Aramburu ya tenía a cuestas varias novelas (ha escrito
once), libros de cuentos, de ensayo, de poesía. Pero Patria fue un antes y un
después.
Esta novela -que narra los efectos del conflicto vasco desde sus
entrañas, que disecciona lo que la violencia deja en el alma de las personas
(tanto de las víctimas como de los victimarios)- ha vendido un millón y medio de ejemplares, ha sido traducida
a más de treinta idiomas, ha ganado una decena de premios y el año pasado llegó
a la televisión en una serie producida por HBO. Sin contar que, gracias a ella,
la pluma de Aramburu ha sido comparada con la de grandes como Benito Pérez
Galdós o el mismísimo León Tolstói. Palabras mayores. Ahora llega con Los vencejos, una novela en la
que vuelve a mostrar su sello como escritor.
'Los vencejos' nos muestra la vida de un
personaje a partir del momento en que sabe el día en que va a morir. ¿Cómo
nació la idea de esta novela?
A menudo una novela nace de una trivialidad, una imagen, un
suceso cotidiano que uno ha vivido. En este caso, el origen fue una pregunta que me ha
acompañado durante largo tiempo. Y es cómo repercutiría en la vida de una
persona la circunstancia de que sepa el día y la hora exacta de su muerte. La respuesta a
esta pregunta, en forma narrativa, es el origen de Los vencejos.
¿Por qué cree que lo ha acompañado esta
pregunta?
Bueno, porque es uno de esos enigmas que uno se plantea
y que no tienen respuesta. Salvo que uno recurra a la imaginación. En mi caso,
a la literatura. De manera que por medio de historias, largas o breves, uno
trata de responderse preguntas como esa y otras similares. Cuestiones que
algunos nos planteamos y que nadie nos sabe responder. Entonces delegamos en la
imaginación una posible solución o una posible respuesta.
Porque además el caso del protagonista de la
novela no es el de un enfermo terminal, por ejemplo, que puede esperar la
muerte. Él impone su día y hora sin razón aparente...
Evidentemente, si uno tiene una enfermedad en estado terminal puede dar por
hecho que va a morir. Pero ni siquiera en ese caso sabría la hora exacta. Lo
esencial, en lo que yo plantee y que me llevó a la novela, es la repercusión
que este conocimiento extraño de la hora concreta de la muerte tiene en
esta persona, en su manera de ver la realidad, en su relación con los demás, en
su forma de entender el sentido de la vida –si es que alguno tiene. Los vencejos es el
desarrollo de todas estas inquietudes. Aunque no de forma teórica, claro.
Esa sensación de estar haciendo todo por última vez…
Sí, el protagonista tiene la posibilidad de racionalizar toda
esta experiencia y toma una serie de decisiones. Por ejemplo, se va
desprendiendo de sus bienes, particularmente de sus libros, a los que le había
tenido un gran apego. Se plantea cuestiones morales que a mí me parecen muy
importantes. Pensemos que una persona que tiene los días contados, por decisión
propia, podría permitirse un crimen, por ejemplo. Porque ya no hay tiempo para un juicio ni para un castigo. La valoración de
las cosas también cambia. De hecho, cuando tenemos el tiempo limitado –aunque
este tiempo no termine en la muerte, digamos que tenemos unos pocos días antes
de cambiar de estado civil o de emprender los estudios o comenzar un viaje–
también gestionamos el tiempo de una manera distinta. Así lo hacemos todos.
Seleccionamos. Cuando a un reo de muerte se le concede el deseo final, por tradición
sabemos que elige algo placentero. Un vaso de vino, el último cigarrito. Esto
es un poco la base de mi novela.
Sin embargo, este hombre no hace nada
extraordinario, no rompe con su rutina…
Está aprisionado en esa rutina. Una de sus grandes frustraciones
–que no está explicitada en el texto, pero los lectores perspicaces la
descubrirán– es la falta de épica. El hecho de que él se considera ciudadano de una sociedad en la que no
ocurren grandes hechos. Y lo que normalmente llena las páginas de los periódicos
o las pantallas de los televisores son hechos triviales.
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Lo que se entiende es que él considera como
épico su suicidio…
Exacto. Porque, por una vez en su vida, quiere protagonizar algo
grande, algo dramático. Y no sabe cómo. Esa es una de las razones por las que
considera la posibilidad del suicidio. Tampoco está dicho explícitamente. Está
presente en las páginas junto a otras razones, como la cercanía de la vejez,
cierto hastío y otras más. De hecho, al principio de la novela –que en realidad
la escribe él– confiesa que no sabe por qué se va a suicidar. Se concede un
año, un plazo bastante generoso, para averiguar las razones de por qué ha
tomado una decisión tan radical, lo que por otro lado lo convierte en dueño de
su destino, algo que no está
en la mano de todo el mundo.
Ha dicho que tiene una forma de ver la vida muy
diferente a la del protagonista. ¿Es más interesante escribir una novela con un
personaje tan diferente a lo que uno es?
Esta necesidad de historias tiene que ver con que somos
insuficientes. Nuestra existencia abarca unos pequeños metros cuadrados
Sinceramente no lo sé. Aunque tengo mis sospechas. No lo sé
porque no he tenido otra opción. Pero es verdad que residir en un lugar
comporta una perspectiva, un punto de vista a la hora de observar las cuestiones humanas. Lo que sí
constato es que escribo siempre sobre la época que me ha tocado vivir y sobre
España. No sobre España como tema, sino historias situadas en ese país. No
había sido consciente de esto durante mucho tiempo. No sé, quizá por alguna de
esas peculiaridades psicológicas que uno lleva encima, ¿no? Mi situación es la
de un escritor que escribe en una lengua que es la suya, la materna, pero vive
en un lugar donde esa lengua no se habla. Mi vida cotidiana transcurre
con el idioma alemán. Esta distancia ha desaparecido, en el fondo, desde que
existe internet. En lo que es la parte documental, tengo el mismo acceso a la
información que cualquier compatriota que viva en una ciudad española. Me
faltarán algunos detalles. No voy al teatro porque no estoy allí, no hablo con
los amigos en los bares de allí, puede que a algunos cantantes de moda los
conozca más tarde, algunos chistes no los terminaré de entender, pero son
minucias. En cambio, la posición del que observa desde cierta distancia, lo que
he llamado hace un rato el tablero donde se efectúa la partida, a la larga ha
sido muy beneficiosa para mí. Mi literatura no se entendería sin mi particular posición vital, de un hombre que
reside en un lugar que no es el suyo nativo, y sobre el que apenas escribe.
Esa tarea de documentación de la que habla es
muy exigente en sus libros. ¿Cómo fue en el caso de Los vencejos, que además
finalizó en medio de la pandemia?
Este libro lo comencé antes de la irrupción de la pandemia. Tuve que
compaginar el trabajo con viajes constantes, lo cual no es positivo porque
supone interrupciones. Pero después llegó el confinamiento, se acabaron los
viajes y dispuse de un suplemento de tiempo. De manera que Los vencejos es el
resultado de un trabajo diario, de lunes a domingo, y de mañana a finales de la
tarde. No recuerdo haber escrito un libro con tanta dedicación y con
tanta intensidad como este. No es que escribiera los otros en los ratos libres,
pero nunca llegué a estar tan absorbido por un proyecto literario como en este
caso. Lo cual no es garantía de calidad, ni mucho menos.
Los animales suelen aparecer en sus historias.
¿Cómo llegaron los vencejos en esta ocasión?
Los vencejos son unos pajaritos por fortuna frecuentes en
muchas ciudades europeas, y particularmente en Madrid. Aunque he leído
que su cantidad está disminuyendo, y no me extrañaría teniendo en cuenta la
forma como el ser humano trata el planeta. Estos pajaritos están en mi novela, pero no como un ornamento,
no como un elemento meramente decorativo. El personaje principal establece con
ellos una vinculación simbólica que no voy a revelar porque sería privar a los
posibles lectores del pequeño gozo de descubrirlo. Además, cumplen una función
muy importante dentro de la trama. Les corresponde, en un momento determinado,
un papel de gran relieve, en el sentido de que la decisión de suicidarse por
parte de Toni no sea definitiva hasta el día en que él aviste el primer vencejo
de la temporada. Estas aves suelen emigrar a finales del verano al hemisferio surafricano en un viaje
migratorio muy largo, que es impresionante –en realidad es un pajarito
excepcional en todos los sentidos–, y vuelve a Europa ya cuando entra la
primavera. De hecho, fijé la llegada del primer vencejo el 27 de abril, que es
el dato que me proporcionó un ornitólogo. Esto muestra un poco la manera como trabajo y el ejercicio de
documentación que citabas. Todas las afirmaciones de la novela están
contrastadas. La ficción me permitiría inventar, pero me gusta este trabajo minucioso.
Así que si hay alguna persona con mala intención que quiera verificar la
falsedad de un dato, lo va a tener difícil.
Es decir que cuando el protagonista dice que
tal día hay lluvia o hay sol, ese día en realidad hubo lluvia o hubo sol...
Exacto, y esto se une con lo que dije de relativizar la distancia. Desde mi estudio
en Alemania estoy en condiciones de saber si un día determinado de febrero de
2019 en España –o en Colombia, da igual– llovió, hizo calor, hizo frío o hubo
un día ventoso. Claro, esto no significa que simplemente con internet las novelas estén
hechas.
En el caso de 'Los vencejos', como en sus otras
novelas, hace un retrato de época. ¿Es importante para usted acompañar la
historia de esta especie de fresco de la sociedad?
Sí, por elección propia. Forma parte de mi proyecto literario. Esto no se lo
exijo a otros. Hay diferentes maneras de contar historias por escrito,
naturalmente. La mía es esa. La de dar un retrato del hombre de mi época
–hombre en el sentido de ser humano–. No solo en su aspecto privado, familiar,
íntimo, sino en su vinculación con lo colectivo, lo social. Por eso, cuando
escribo una novela, estoy atento a las noticias relacionadas con la época en que
se desarrolla. Más en el caso de Los vencejos, cuya acción transcurre entre el 1.º de agosto de 2018 y el 31
de julio de 2019. Esto me obligaba a atender a la realidad española a diario, lo que
suponía ver los periódicos o la televisión, con la mira puesta en extraer algún
asunto que me viniera bien para la novela.
Uno de esos temas presentes es el auge de la
ultraderecha...
A la hora de saber cómo se vivió en una determinada sociedad, qué suponía estar allí en aquellos tiempos, la literatura tiene una función de primer orden
Porque es un fenómeno actual. Los novelistas que se propongan trazar un dibujo social de su época deben tenerlo en cuenta. El auge de la ultraderecha es antiguo en Europa, salvo en dos países. Uno, Alemania, donde estas tendencias han tenido un freno muy grande porque reavivan el recuerdo del nazismo. Aunque existen con cierta fuerza en algunas zonas, hay un límite que de momento ha evitado que se apoderen del espacio público. Y en España también han sido un poco tardías porque recuerdan al franquismo. Es inevitable vincularlas con aquella época que los españoles demócratas no queremos repetir de ninguna manera. Pero están ahí y probablemente tienen un trasfondo geopolítico importante sobre el cual los sociólogos y politólogos podrían decirnos la última palabra. Los escritores lo que percibimos son los síntomas. Vemos cómo estas y otras tendencias de tipo populista entran en las vidas de las personas, dan lugar a ciertos comportamientos. Nuestra tarea, la de los novelistas, es relatar cómo se comporta la gente en relación con estos fenómenos, si los adoptan, si se enfrentan con ellos, si afectan la vida cotidiana.
Con 'Patria' usted mostró precisamente cómo esa
vida cotidiana, esa vida íntima, es afectada por la violencia, en este caso por
el terrorismo de ETA. Pero es una novela que también nos dice mucho a los
lectores colombianos, porque muestra la importancia de romper el silencio, de
la memoria y de oír no solo a la víctima, sino al victimario...
Patria ha tenido una enorme repercusión no solo en España. Con el tiempo me he dado cuenta de que esto es así porque muestra cómo la historia colectiva, que puede ser sangrienta –como lo fue en parte en el País Vasco, y como lo es en muchos otros sitios–, repercute en la vida cotidiana de la gente. Y esto es lo que suele quedar, por razones fácilmente asumibles, fuera de la Historia, con mayúsculas, que se ocupa de datos o de debates donde se enfrentan ideas, opiniones; o del periodismo, que no tiene calma para mostrar las facetas internas de los implicados. Entonces llega el novelista y nos mete en las cocinas de las casas, nos lleva a la infancia de los implicados, nos introduce en su intimidad, en sus pensamientos, en sus dudas, en sus temores. De esta manera, la conexión de los lectores con estos personajes es muy intensa y está relacionada directamente con lo emocional. Esa es la tarea del escritor: revelar lo humano. Lo humano de la víctima, lo humano del agresor –del agresor que en otro contexto es víctima, de la víctima que tampoco es perfecta–, contarnos su circunstancia vital, sus cenas, su manera de dormir, de amar, sus penas. Y además hacerlo de una manera concreta, detallada, narrativa. Es lo que hice con Patria y lo que han hecho otros, naturalmente. ¿Qué ocurre? Que esto apela directamente al núcleo humano de cada uno de nosotros. La literatura tiene una función muy importante a la hora de entender la historia, si se quiere, con minúscula. A la hora de saber cómo se vivió en una determinada sociedad, en una determinada época, no qué pasó ni por qué, sino cómo se vivió, qué suponía estar allí en aquellos tiempos, la literatura tiene una función de primer orden. Siendo ficción.
Y muchas veces esa historia con minúscula
determina la historia con mayúscula…
Haga lo que haga una persona, ya sea en su vida privada o en sus afirmaciones públicas, al final debe aportar algo positivo a los demás
Es que la Historia lo que hace es aportarnos datos. Que son
verificables, que se supone que se pueden contrastar. Y eso es muy importante.
Pero no tiene espacio para el individuo. Bueno, en alguna biografía, a modo
de curiosidad, nos contarán que
el papa Pablo VI tenía hipo crónico, por ejemplo. Es un dato que recuerdo. Pero
no es eso lo que le interesa. Le interesan las causas, los acontecimientos, los grandes protagonistas, las ideas,
el origen de los conflictos, sus resoluciones, si es que los hay. Al
historiador –de la historia con mayúscula– no le sirve encontrar si en la
batalla de Waterloo llovía, si los soldados levantaban moscas al caminar, que
es justo lo que sí interesa al escritor de novelas o relatos. Porque así nos
dan una impresión muy cercana a lo ocurrido y nos permiten ponernos en el lugar
de los hechos. Por eso leyendo una novela o viendo una película una persona
puede llorar emocionada. Leyendo un libro de historia, lo dudo.
Antes hablaba de cómo se ha valido de ciertos
personajes para narrar ‘vía vicaria’ algunos aspectos personales. Pero hay un
libro en el que usted ofreció de frente su historia: 'Autorretrato sin mí'.
¿Cómo se sintió escribiéndolo?
Es un libro especial entre los míos. Nunca me había abierto
tanto, podría decir desnudado, ante los posibles lectores como ahí. Ese libro
es inmediatamente anterior a Los vencejos. De hecho, en Los vencejos el
protagonista hace lo que yo hice en Autorretrato sin mí. En este
libro estoy entero, con mis pensamientos, mi pequeña historia personal, mis
sensaciones, mis sentimientos. Lo que digo ahí nace directamente de mí y me
retrata. Lo mismo hace Toni en su novela, pero lo que cuenta es su vida, sus
cosas.
Usted ha dicho que la lectura lo salvó de un
destino diferente. ¿En qué momento pensó que su camino iba a ser la escritura?
Eso llegó en la adolescencia, con 13, 14, 15 años. Para entender esto, tengo que decir que
yo procedo de una familia muy humilde. En mi casa no había libros. Yo tenía todas
las cartas para repetir el destino laboral de mi padre en una fábrica como
obrero raso, porque no había medios para más. Pero a mí no me apetecía ser
un obrero toda la vida.
Quería ser algo más. Tener una vida más interesante que me permitiese conocer gente,
viajar, aprender otros idiomas. Para salir del pozo social recurrí,
como tantos niños, a lo típico: el deporte. Fútbol, ciclismo. Aunque mostraba
maneras, pronto me di cuenta de que no tenía un gran futuro. Por ejemplo, para
llegar al equipo de mi ciudad que juega en primera división, el Real Sociedad, había diez
mil niños esperando. Así que en un momento, quizá influido por un buen profesor
de colegio, descubrí los libros. Es decir, el dominio de la lengua. Hablada y
escrita. Y esto lo simbolizo en la lectura, en los libros. En el conocimiento
que, como dice el filósofo Antonio Escohotado, equivale a la libertad. Desde que descubrí ese caminito,
mi vida ha transcurrido por él hasta llegar al escritor que soy, con todos mis
defectos.
Entre todos los libros que empezó a leer, ¿por
qué resultó tan importante para usted 'El hombre rebelde', de Camus?
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