18.12.21

La revolución ultraísta en Madrid

 Los jóvenes artistas encontraron durante los años veinte en las vanguardias europeas un medio para intentar cambiar el mundo con su particular revolución

Jorge Luis Borges 1899-1986/elpais.com

Madrid, en los años veinte, era una fiesta. Al menos, en el plano cultural. Los jóvenes artistas encontraron en las vanguardias europeas un medio para intentar cambiar el mundo con su particular revolución. Una nueva concepción del arte, provocativa y rompedora, llegó de la mano del futurismo, importado desde Italia; del cubismo, iniciado por Picasso en París con Las señoritas de Avignon; del dadaísmo, cuyos integrantes exponían un urinario como si fuera el David de Miguel Ángel. Y sobre todo del ultraísmo: la primera vanguardia original española.

“Los motores suenan mejor que endecasílabos”, escribiría el madrileño Guillermo de Torre, uno de los adalides del movimiento. Los ultraístas reflejaron en sus poemas la adoración que sentían por la modernidad, el progreso, la maquinaria. Abolieron la rima y los signos de puntuación y rechazaron toda muestra de sentimentalidad. La sentimentalidad era, para ellos, la última huella de un mundo en decadencia. Lo denunciaron mediante imágenes chocantes: “Yo quiero por amante / la hélice turgente de un hidroavión” (G. de Torre).

Tuvieron sus propias revistas: Cervantes, Grecia, Horizonte... Y Ultra, que celebra este año su primer centenario. Su número inicial vio la luz el 27 de enero de 1921. Un 15 de diciembre, ayer hizo justamente 100 años, se publicaba el número 20. Tres meses más tarde, la revista cerró por falta de financiación tras haber alcanzado los 24 números. Ahora, Ediciones Ulises –perteneciente a la editorial sevillana Renacimiento– acaba de reunirlos en una cuidada edición facsímil de Ultra con un estudio preliminar de Carlos García (Buenos Aires, 1953), especialista en el campo de la vanguardia histórica de España e Hispanoamérica. La edición incluye las diferentes cubiertas a cargo de los ilustradores Norah Borges, Rafael Barradas y Wladislaw Jahl.

Ultra nació con la pretensión de convertirse en la revista “oficial” del movimiento, anunciada en el primer manifiesto, que fue publicado en la revista Cervantes en enero de 1919: “Nuestra literatura debe renovarse. […] Creemos suficiente lanzar este grito de renovación y anunciar la publicación de una revista, que llevará este título de Ultra, y en la que sólo lo nuevo hallará acogida. Jóvenes, rompamos por una vez nuestro retraimiento y afirmemos nuestra voluntad de superar a los precursores”. Los firmantes –entre ellos, Guillermo de Torre, Pedro Garfias y José Rivas Panedas– estaban vinculados a la tertulia ultraísta de Rafael Cansinos Assens, celebrada en el Café Colonial de Madrid, que se ubicaba en el número 3 de la calle de Alcalá y fue destruido en un bombardeo durante la Guerra Civil. Actualmente, en el lugar de aquel edificio se halla el Pasaje de la Caja de Ahorros.

A la tertulia asistían también otros poetas, como Lucía Sánchez Saornil, Gerardo Diego y el chileno Vicente Huidobro, quien llegado el momento rechazó la propuesta de unirse a la directiva de la revista Ultra, porque no le acababa de convencer el movimiento. Lo consideraba una degeneración del creacionismo, la vanguardia que él mismo había iniciado. Fue en 1918 cuando Huidobro residió una temporada en Madrid, en un apartamento de la Plaza de Oriente. Allí celebraba veladas literarias en las que participaban los pintores cubistas Sonia y Robert Delaunay y una serie de escritores españoles; entre ellos, el propio Cansinos Assens, que reconoció la deuda del ultraísmo para con el creacionismo de Huidobro. Realmente, ambos movimientos resultaron muy similares –rechazo de la subjetividad y el sentimentalismo, abolición de la rima y los signos de puntuación, culto a la modernidad...–, si bien el creacionismo posee una concepción más trascendental de la obra de arte como ente autónomo del mundo y del poeta como dios creador. En palabras de Huidobro: “No cantes a la rosa, hazla florecer en el poema”.

Ultra no contó con Huidobro entre sus filas, pero ya desde el primer número hizo una declaración de intenciones incluyendo un texto inaugural de Ramón Gómez de la Serna, el polifacético escritor a quien le debemos, en gran parte, la llegada de las vanguardias europeas a Madrid, y que de algún modo estaba enfrentado a Huidobro. El equipo directivo de Ultra siempre intentó mantenerse en el anonimato, pues pretendían que la revista fuera la expresión del grupo, del movimiento. Sin embargo, gracias a la correspondencia sabemos que, al menos en un primer momento, estaban implicados los hermanos Humberto y José Rivas Panedas y Tomás Luque. Cansinos Assens, tan fundamental en los orígenes del movimiento, rompió con la revista hacia mayo de 1921 debido a una serie de desavenencias.

Dos veladas ultraístas

Quien sí colaboró de lleno en Ultra fue el escritor argentino Jorge Luis Borges, que había llegado con su hermana Norah a Madrid en 1919 y no tardó en fundirse con el efervescente ambiente literario de la capital. En 1921, escribe en una carta dirigida a un amigo: “En Madrid triunfa el ultraísmo. Todos los periódicos hablan de él. Con ironía u odio, pero hablan”. En efecto, los ultraístas se hacían notar. Celebraron dos veladas importantes en la ciudad en las que se leyeron poemas y se escandalizó a una parte del público. La primera tuvo lugar el 28 de enero de 1921 en la Parisiana, un mítico lugar de Madrid junto al Faro de la Moncloa que quedó reducido a escombros durante la Guerra Civil. Se trataba de un edificio de estilo modernista que albergaba un restaurante de lujo y una sala de fiestas, rodeado de magníficos jardines frecuentados por la aristocracia madrileña. La segunda velada ultraísta fue en el Ateneo de Madrid.

Ultra tuvo su redacción en Monteleón, 7. Después se trasladó a Goya, 86. Terminó en 1922 como un sueño intenso, pero efímero. El facsímil de Ediciones Ulises permite a los lectores viajar en el tiempo a través de textos geniales y desconcertantes de Gómez de la Serna, Rafael Lasso de la Vega, Gerardo Diego, Borges, Pedro Garfias, Sánchez Saornil… Escribieron: “Todo lo que está fuera del ultraísmo no existe. Los poetas, los literatos y los pintores, gatean a tientas deslumbrados por la luz que se desprende de nuestros ventanales”. Al final, el ultraísmo acabó consumiéndose, ardiendo en su propia luz. Pero conservamos la estela de su recuerdo.

 

4.12.21

Fernando Aramburu: 'La tarea del escritor es revelar lo humano'

Después de Patria, el escritor español vuelve con una nueva novela: Los vencejos 

Aramburu ha escrito once novelas y siete libros de cuentos. En todos está presente su país de origen, España./Iván Giménez./eltiempo.com

Dice que no va a durar mucho tiempo. Solo un año. Que en doce meses se va a suicidar. Día y hora exactos. Esto nos cuenta Toni, el protagonista de Los vencejos –la nueva novela del español Fernando Aramburu– desde los primeros párrafos. Toni es un profesor de instituto, 55 años, separado, padre de un hijo con el que no se entiende, cansado de la vida sin saber por qué razón. Eso es lo que pretende averiguar durante el año que se ha dado de plazo.


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Toni escribirá cada noche una especie de diario y con esas palabras, esas reflexiones, buscará comprender su decisión. Las páginas que el profesor llena con total franqueza –convencido de que nadie las va a leer– son las que componen esta novela que, como en todas las obras de Aramburu (nacido en San Sebastián, 1959), ofrece también un relato coral mediante el cual hace un retrato de la sociedad. Esta vez la protagonista es la España actual, sus violencias soterradas, sus vericuetos políticos, con las calles del barrio madrileño de La Guindalera como escenario.

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Aramburu llevaba cinco años sin publicar una novela, desde el tremendo éxito que logró con su anterior obra, Patria, considerada con razón como el mayor fenómeno editorial de los últimos años en su país. Para el momento de su publicación, en 2016, Aramburu ya tenía a cuestas varias novelas (ha escrito once), libros de cuentos, de ensayo, de poesía. Pero Patria fue un antes y un después.

Esta novela -que narra los efectos del conflicto vasco desde sus entrañas, que disecciona lo que la violencia deja en el alma de las personas (tanto de las víctimas como de los victimarios)- ha vendido un millón y medio de ejemplares, ha sido traducida a más de treinta idiomas, ha ganado una decena de premios y el año pasado llegó a la televisión en una serie producida por HBO. Sin contar que, gracias a ella, la pluma de Aramburu ha sido comparada con la de grandes como Benito Pérez Galdós o el mismísimo León Tolstói. Palabras mayores. Ahora llega con Los vencejos, una novela en la que vuelve a mostrar su sello como escritor.

'Los vencejos' nos muestra la vida de un personaje a partir del momento en que sabe el día en que va a morir. ¿Cómo nació la idea de esta novela?

A menudo una novela nace de una trivialidad, una imagen, un suceso cotidiano que uno ha vivido. En este caso, el origen fue una pregunta que me ha acompañado durante largo tiempo. Y es cómo repercutiría en la vida de una persona la circunstancia de que sepa el día y la hora exacta de su muerte. La respuesta a esta pregunta, en forma narrativa, es el origen de Los vencejos.

¿Por qué cree que lo ha acompañado esta pregunta?

Bueno, porque es uno de esos enigmas que uno se plantea y que no tienen respuesta. Salvo que uno recurra a la imaginación. En mi caso, a la literatura. De manera que por medio de historias, largas o breves, uno trata de responderse preguntas como esa y otras similares. Cuestiones que algunos nos planteamos y que nadie nos sabe responder. Entonces delegamos en la imaginación una posible solución o una posible respuesta.

Porque además el caso del protagonista de la novela no es el de un enfermo terminal, por ejemplo, que puede esperar la muerte. Él impone su día y hora sin razón aparente...

Evidentemente, si uno tiene una enfermedad en estado terminal puede dar por hecho que va a morir. Pero ni siquiera en ese caso sabría la hora exacta. Lo esencial, en lo que yo plantee y que me llevó a la novela, es la repercusión que este conocimiento extraño de la hora concreta de la muerte tiene en esta persona, en su manera de ver la realidad, en su relación con los demás, en su forma de entender el sentido de la vida –si es que alguno tiene. Los vencejos es el desarrollo de todas estas inquietudes. Aunque no de forma teórica, claro.

Esa sensación de estar haciendo todo por última vez…  

Sí, el protagonista tiene la posibilidad de racionalizar toda esta experiencia y toma una serie de decisiones. Por ejemplo, se va desprendiendo de sus bienes, particularmente de sus libros, a los que le había tenido un gran apego. Se plantea cuestiones morales que a mí me parecen muy importantes. Pensemos que una persona que tiene los días contados, por decisión propia, podría permitirse un crimen, por ejemplo. Porque ya no hay tiempo para un juicio ni para un castigo. La valoración de las cosas también cambia. De hecho, cuando tenemos el tiempo limitado –aunque este tiempo no termine en la muerte, digamos que tenemos unos pocos días antes de cambiar de estado civil o de emprender los estudios o comenzar un viaje– también gestionamos el tiempo de una manera distinta. Así lo hacemos todos. Seleccionamos. Cuando a un reo de muerte se le concede el deseo final, por tradición sabemos que elige algo placentero. Un vaso de vino, el último cigarrito. Esto es un poco la base de mi novela.

Sin embargo, este hombre no hace nada extraordinario, no rompe con su rutina…

Está aprisionado en esa rutina. Una de sus grandes frustraciones –que no está explicitada en el texto, pero los lectores perspicaces la descubrirán– es la falta de épica. El hecho de que él se considera ciudadano de una sociedad en la que no ocurren grandes hechos. Y lo que normalmente llena las páginas de los periódicos o las pantallas de los televisores son hechos triviales.

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Lo que se entiende es que él considera como épico su suicidio…

Exacto. Porque, por una vez en su vida, quiere protagonizar algo grande, algo dramático. Y no sabe cómo. Esa es una de las razones por las que considera la posibilidad del suicidio. Tampoco está dicho explícitamente. Está presente en las páginas junto a otras razones, como la cercanía de la vejez, cierto hastío y otras más. De hecho, al principio de la novela –que en realidad la escribe él– confiesa que no sabe por qué se va a suicidar. Se concede un año, un plazo bastante generoso, para averiguar las razones de por qué ha tomado una decisión tan radical, lo que por otro lado lo convierte en dueño de su destino, algo que no está en la mano de todo el mundo.

Ha dicho que tiene una forma de ver la vida muy diferente a la del protagonista. ¿Es más interesante escribir una novela con un personaje tan diferente a lo que uno es?

Esta necesidad de historias tiene que ver con que somos insuficientes. Nuestra existencia abarca unos pequeños metros cuadrados

Sinceramente no lo sé. Aunque tengo mis sospechas. No lo sé porque no he tenido otra opción. Pero es verdad que residir en un lugar comporta una perspectiva, un punto de vista a la hora de observar las cuestiones humanas. Lo que sí constato es que escribo siempre sobre la época que me ha tocado vivir y sobre España. No sobre España como tema, sino historias situadas en ese país. No había sido consciente de esto durante mucho tiempo. No sé, quizá por alguna de esas peculiaridades psicológicas que uno lleva encima, ¿no? Mi situación es la de un escritor que escribe en una lengua que es la suya, la materna, pero vive en un lugar donde esa lengua no se habla. Mi vida cotidiana transcurre con el idioma alemán. Esta distancia ha desaparecido, en el fondo, desde que existe internet. En lo que es la parte documental, tengo el mismo acceso a la información que cualquier compatriota que viva en una ciudad española. Me faltarán algunos detalles. No voy al teatro porque no estoy allí, no hablo con los amigos en los bares de allí, puede que a algunos cantantes de moda los conozca más tarde, algunos chistes no los terminaré de entender, pero son minucias. En cambio, la posición del que observa desde cierta distancia, lo que he llamado hace un rato el tablero donde se efectúa la partida, a la larga ha sido muy beneficiosa para mí. Mi literatura no se entendería sin mi particular posición vital, de un hombre que reside en un lugar que no es el suyo nativo, y sobre el que apenas escribe.


Esa tarea de documentación de la que habla es muy exigente en sus libros. ¿Cómo fue en el caso de Los vencejos, que además finalizó en medio de la pandemia?

Este libro lo comencé antes de la irrupción de la pandemia. Tuve que compaginar el trabajo con viajes constantes, lo cual no es positivo porque supone interrupciones. Pero después llegó el confinamiento, se acabaron los viajes y dispuse de un suplemento de tiempo. De manera que Los vencejos es el resultado de un trabajo diario, de lunes a domingo, y de mañana a finales de la tarde. No recuerdo haber escrito un libro con tanta dedicación y con tanta intensidad como este. No es que escribiera los otros en los ratos libres, pero nunca llegué a estar tan absorbido por un proyecto literario como en este caso. Lo cual no es garantía de calidad, ni mucho menos.

Los animales suelen aparecer en sus historias. ¿Cómo llegaron los vencejos en esta ocasión?

Los vencejos son unos pajaritos por fortuna frecuentes en muchas ciudades europeas, y particularmente en Madrid. Aunque he leído que su cantidad está disminuyendo, y no me extrañaría teniendo en cuenta la forma como el ser humano trata el planeta. Estos pajaritos están en mi novela, pero no como un ornamento, no como un elemento meramente decorativo. El personaje principal establece con ellos una vinculación simbólica que no voy a revelar porque sería privar a los posibles lectores del pequeño gozo de descubrirlo. Además, cumplen una función muy importante dentro de la trama. Les corresponde, en un momento determinado, un papel de gran relieve, en el sentido de que la decisión de suicidarse por parte de Toni no sea definitiva hasta el día en que él aviste el primer vencejo de la temporada. Estas aves suelen emigrar a finales del verano al hemisferio surafricano en un viaje migratorio muy largo, que es impresionante –en realidad es un pajarito excepcional en todos los sentidos–, y vuelve a Europa ya cuando entra la primavera. De hecho, fijé la llegada del primer vencejo el 27 de abril, que es el dato que me proporcionó un ornitólogo. Esto muestra un poco la manera como trabajo y el ejercicio de documentación que citabas. Todas las afirmaciones de la novela están contrastadas. La ficción me permitiría inventar, pero me gusta este trabajo minucioso. Así que si hay alguna persona con mala intención que quiera verificar la falsedad de un dato, lo va a tener difícil.

Es decir que cuando el protagonista dice que tal día hay lluvia o hay sol, ese día en realidad hubo lluvia o hubo sol...

Exacto, y esto se une con lo que dije de relativizar la distancia. Desde mi estudio en Alemania estoy en condiciones de saber si un día determinado de febrero de 2019 en España –o en Colombia, da igual– llovió, hizo calor, hizo frío o hubo un día ventoso. Claro, esto no significa que simplemente con internet las novelas estén hechas.

En el caso de 'Los vencejos', como en sus otras novelas, hace un retrato de época. ¿Es importante para usted acompañar la historia de esta especie de fresco de la sociedad?

Sí, por elección propia. Forma parte de mi proyecto literario. Esto no se lo exijo a otros. Hay diferentes maneras de contar historias por escrito, naturalmente. La mía es esa. La de dar un retrato del hombre de mi época –hombre en el sentido de ser humano–. No solo en su aspecto privado, familiar, íntimo, sino en su vinculación con lo colectivo, lo social. Por eso, cuando escribo una novela, estoy atento a las noticias relacionadas con la época en que se desarrolla. Más en el caso de Los vencejos, cuya acción transcurre entre el 1.º de agosto de 2018 y el 31 de julio de 2019. Esto me obligaba a atender a la realidad española a diario, lo que suponía ver los periódicos o la televisión, con la mira puesta en extraer algún asunto que me viniera bien para la novela.

Uno de esos temas presentes es el auge de la ultraderecha...

A la hora de saber cómo se vivió en una determinada sociedad, qué suponía estar allí en aquellos tiempos, la literatura tiene una función de primer orden 

Porque es un fenómeno actual. Los novelistas que se propongan trazar un dibujo social de su época deben tenerlo en cuenta. El auge de la ultraderecha es antiguo en Europa, salvo en dos países. Uno, Alemania, donde estas tendencias han tenido un freno muy grande porque reavivan el recuerdo del nazismo. Aunque existen con cierta fuerza en algunas zonas, hay un límite que de momento ha evitado que se apoderen del espacio público. Y en España también han sido un poco tardías porque recuerdan al franquismo. Es inevitable vincularlas con aquella época que los españoles demócratas no queremos repetir de ninguna manera. Pero están ahí y probablemente tienen un trasfondo geopolítico importante sobre el cual los sociólogos y politólogos podrían decirnos la última palabra. Los escritores lo que percibimos son los síntomas. Vemos cómo estas y otras tendencias de tipo populista entran en las vidas de las personas, dan lugar a ciertos comportamientos. Nuestra tarea, la de los novelistas, es relatar cómo se comporta la gente en relación con estos fenómenos, si los adoptan, si se enfrentan con ellos, si afectan la vida cotidiana.

Con 'Patria' usted mostró precisamente cómo esa vida cotidiana, esa vida íntima, es afectada por la violencia, en este caso por el terrorismo de ETA. Pero es una novela que también nos dice mucho a los lectores colombianos, porque muestra la importancia de romper el silencio, de la memoria y de oír no solo a la víctima, sino al victimario...

Patria ha tenido una enorme repercusión no solo en España. Con el tiempo me he dado cuenta de que esto es así porque muestra cómo la historia colectiva, que puede ser sangrienta –como lo fue en parte en el País Vasco, y como lo es en muchos otros sitios–, repercute en la vida cotidiana de la gente. Y esto es lo que suele quedar, por razones fácilmente asumibles, fuera de la Historia, con mayúsculas, que se ocupa de datos o de debates donde se enfrentan ideas, opiniones; o del periodismo, que no tiene calma para mostrar las facetas internas de los implicados. Entonces llega el novelista y nos mete en las cocinas de las casas, nos lleva a la infancia de los implicados, nos introduce en su intimidad, en sus pensamientos, en sus dudas, en sus temores. De esta manera, la conexión de los lectores con estos personajes es muy intensa y está relacionada directamente con lo emocional. Esa es la tarea del escritor: revelar lo humano. Lo humano de la víctima, lo humano del agresor –del agresor que en otro contexto es víctima, de la víctima que tampoco es perfecta–, contarnos su circunstancia vital, sus cenas, su manera de dormir, de amar, sus penas. Y además hacerlo de una manera concreta, detallada, narrativa. Es lo que hice con Patria y lo que han hecho otros, naturalmente. ¿Qué ocurre? Que esto apela directamente al núcleo humano de cada uno de nosotros. La literatura tiene una función muy importante a la hora de entender la historia, si se quiere, con minúscula. A la hora de saber cómo se vivió en una determinada sociedad, en una determinada época, no qué pasó ni por qué, sino cómo se vivió, qué suponía estar allí en aquellos tiempos, la literatura tiene una función de primer orden. Siendo ficción.

Y muchas veces esa historia con minúscula determina la historia con mayúscula…

Haga lo que haga una persona, ya sea en su vida privada o en sus afirmaciones públicas, al final debe aportar algo positivo a los demás         

Es que la Historia lo que hace es aportarnos datos. Que son verificables, que se supone que se pueden contrastar. Y eso es muy importante. Pero no tiene espacio para el individuo. Bueno, en alguna biografía, a modo de curiosidad, nos contarán que el papa Pablo VI tenía hipo crónico, por ejemplo. Es un dato que recuerdo. Pero no es eso lo que le interesa. Le interesan las causas, los acontecimientos, los grandes protagonistas, las ideas, el origen de los conflictos, sus resoluciones, si es que los hay. Al historiador –de la historia con mayúscula– no le sirve encontrar si en la batalla de Waterloo llovía, si los soldados levantaban moscas al caminar, que es justo lo que sí interesa al escritor de novelas relatos. Porque así nos dan una impresión muy cercana a lo ocurrido y nos permiten ponernos en el lugar de los hechos. Por eso leyendo una novela o viendo una película una persona puede llorar emocionada. Leyendo un libro de historia, lo dudo.

Antes hablaba de cómo se ha valido de ciertos personajes para narrar ‘vía vicaria’ algunos aspectos personales. Pero hay un libro en el que usted ofreció de frente su historia: 'Autorretrato sin mí'. ¿Cómo se sintió escribiéndolo?

Es un libro especial entre los míos. Nunca me había abierto tanto, podría decir desnudado, ante los posibles lectores como ahí. Ese libro es inmediatamente anterior a Los vencejos. De hecho, en Los vencejos el protagonista hace lo que yo hice en Autorretrato sin mí. En este libro estoy entero, con mis pensamientos, mi pequeña historia personal, mis sensaciones, mis sentimientos. Lo que digo ahí nace directamente de mí y me retrata. Lo mismo hace Toni en su novela, pero lo que cuenta es su vida, sus cosas.

Usted ha dicho que la lectura lo salvó de un destino diferente. ¿En qué momento pensó que su camino iba a ser la escritura?

Eso llegó en la adolescencia, con 13, 14, 15 años. Para entender esto, tengo que decir que yo procedo de una familia muy humilde. En mi casa no había libros. Yo tenía todas las cartas para repetir el destino laboral de mi padre en una fábrica como obrero raso, porque no había medios para más. Pero a mí no me apetecía ser un obrero toda la vida. Quería ser algo más. Tener una vida más interesante que me permitiese conocer gente, viajar, aprender otros idiomas. Para salir del pozo social recurrí, como tantos niños, a lo típico: el deporte. Fútbol, ciclismo. Aunque mostraba maneras, pronto me di cuenta de que no tenía un gran futuro. Por ejemplo, para llegar al equipo de mi ciudad que juega en primera división, el Real Sociedad, había diez mil niños esperando. Así que en un momento, quizá influido por un buen profesor de colegio, descubrí los libros. Es decir, el dominio de la lengua. Hablada y escrita. Y esto lo simbolizo en la lectura, en los libros. En el conocimiento que, como dice el filósofo Antonio Escohotado, equivale a la libertad. Desde que descubrí ese caminito, mi vida ha transcurrido por él hasta llegar al escritor que soy, con todos mis defectos.

Entre todos los libros que empezó a leer, ¿por qué resultó tan importante para usted 'El hombre rebelde', de Camus?

Le debo a El hombre rebelde la base moral que me ha servido como escritor y también en mi vida privada. Y esto fue un cambio muy grande. Yo era un niño educado en la religión católica, pero que en un momento determinado dejó de creer. Me encontré con la nada moral en la que están algunos de los personajes de Dostoievski, por ejemplo. Pero entonces vino El hombre rebelde y me hizo amar a los demás. Me hizo saber que, haga lo que haga una persona, ya sea en su vida privada, en sus escritos, en sus afirmaciones públicas, puede ser todo lo rebelde que quiera ser, pero al final debe aportar algo positivo a los demás. Esto se lo debo a Albert Camus. 

27.11.21

Muere a los 61 años la escritora Almudena Grandes, conciencia literaria de una España ultrajada

 La autora madrileña, a quien diagnosticaron un cáncer hace dos años, deja una poderosa obra donde reflexiona sobre buena parte de la historia social y política de España del siglo XX y XXI

La escritora Almudena Grandes, en febrero de 2020.JAVIER BARBANCHO/elmundo.es



Lo creía, lo dijo y lo probó: "La literatura es vida de más". Almudena Grandes apostó por entender la vida escribiéndola, mirando hacia los lados y hacia atrás, viviendo, como sucede en sus novelas, desde la realidad y la imaginación para reconocer emociones que de otro modo no alcanzaría. La escritora madrileña ha fallecido en su casa de Madrid a los 61 años después de dos resistiendo los embates de un cáncer.

Nació en Madrid el 7 de mayo de 1960, en el barrio de Chamartín. Estudió Geografía e Historia. Se licenció de lo mismo. Los primeros pasos en el oficio los dio escribiendo textos para enciclopedias, a la vez armaba relatos breves. Desde la adolescencia mostró un apetito extremo por la literatura. Lo mantuvo durante 40 años de novelas, de cuentos, de artículos en El País, de compromiso político y cívico en favor de quienes no tienen sitio en la historia. O en la memoria.

Vivió con intensidad los años 80, aquel recodo festivo del underground hispánico que se denomina Movida madrileña. Malasaña fue la gabarra de un tiempo en el que Almudena Grandes fijó su primera astronomía literaria, llena de ímpetu y estímulos nuevos. De lo gozado y aprendido en aquellos días extrajo su primera novela, Las edades de Lulú. Era 1989. Una historia con la que ganó el XI Premio La Sonrisa Vertical y que vinculó desde entonces toda su obra a la editorial Tusquets, impulsora del galardón. Una escritura fuerte, cargada de erotismo, de desenfreno, de personajes zarandeados por el deseo. Fue su primer éxito. La novela se tradujo a 20 idiomas. Y, a partir de ahí, comenzó su expedición. Bigas Luna adaptó la historia al cine. "Las edades... me regaló la posibilidad de vivir la vida que yo quería. Jamás podré saldar esa deuda", comentaba años después.

En su segunda novela, Te llamaré Viernes (1991), trazó el itinerario (aún por hacer) de lo que sería su obra narrativa. Gerardo Herrero la adaptó al cine en 1996. Es una historia de amor en un Madrid desangelado. Es una historia de dos seres desconcertados. Es una historia de pulsión y desconsuelo. Pero es con la tercera de sus novelas, Malena no es un nombre de tango (1994) cuando asienta ya su territorio en la escritura. El de su vida lo desplegó en un libro de relatos, Modelos de mujer (1991). El Madrid de los últimos compases del siglo XX es, de nuevo, el espacio en el que sucede todo. Volverá a estar en otras novelas. Vinieron después Atlas de geografía humana (1998) -transformada en película esta vez por Azucena Rodríguez-, Los aires difíciles (2002) y Castillos de cartón (2004). La España del siglo XX y del XXI es el lugar donde concreta ya en adelante el volumen de su obra literaria, de un realismo propio donde la introspección psicológica impulsa a los personajes y sus tramas.

En esto sigue la senda de algunos escritores con los que siempre mantuvo el vínculo: Galdós y Pardo Bazán, entre otros. Y también con un afán de reconstrucción de la realidad de las mujeres después de siglos de opresión. En el prólogo de Modelos de mujer escribió esto: "Como en el mundo literario prevalece un principio de discriminación sexual que obliga a las escritoras a pronunciarse a cada paso acerca del género de los personajes de sus libros, mientras que los escritores se ven privilegiados y envidiablemente libres de hacerlo, me gustaría aclarar, de una vez por todas, que ... creo que no existe en absoluto ninguna clase de literatura femenina...". Pero sí una conciencia de batalla en la escritura.

Almudena Grandes desarrolló una mirada crítica y atenta a las convulsiones de este tiempo. Muchas veces fue a partir de su propia biografía. Desde muy pronto desarrolla y ondea un compromiso político por el margen de la izquierda. La extinta Izquierda Unida fue su cobijo contra la tormenta. Y desde ahí parte también la construcción de su ideario intelectual. De esto hizo también oficio a través de sus artículos en prensa, que son la extensión y, a veces, el laboratorio de su costado literario. La memoria también pertenece a la gente anónima y es a ellos a quienes de algún modo se suma y presta voz en los periódicos. Aquellos y aquellas que no tienen sitio en la gran épica del siglo XX son quienes le interesan. Los asuntos ciudadanos que le importan se proyectan hacia los otros. Su mensaje implica a los 'acallados', a los sin sitio, a los huéspedes de la periferia del poder.

Otra parte del germen de lo que va a ser su última etapa narrativa está en un extenso y complejo relato de 919 páginas, Los aires difíciles, donde expone la historia de dos familias españolas a lo ancho de buena parte del siglo XX. Una de filiación falangista y la otra declaradamente republicana. Las dos vinculadas por un matrimonio entre sus hijos. De algún modo, esta novela es el principio del último de sus proyectos literarios, la serie de novelas titulada Episodios de una guerra interminableseis novelas independientes que narran momentos significativos de la resistencia antifranquista en un periodo comprendido entre 1939 y 1964. Hasta ahora ha publicado cinco: Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014), Los pacientes del doctor García (2017) y La madre de Frankenstein (2020) -ese año fue nombrada doctora honoris causa por la UNED-. Póstuma saldrá la última de la saga, Mariano en el Bidasoa, que ha dejado terminada y que fija el argumento en 1964, cuando se cumplen los 25 años de Paz. Este conjunto es su gran legado, el que atraviesa parte de nuestra historia reciente y sus daños.

Con la enfermedad a pleno rendimiento tampoco dejó de escribir. El pasado 21 de octubre hizo saber de su enfermedad en su artículo de El País Semanal. Lo tituló Tirar una valla: "Seguiré estando aquí, escribiendo un artículo en esta misma página cada dos semanas, y en la contraportada del diario todos los lunes. Ese espacio, sagrado para mí, porque me permite mantener el contacto con mis lectores en cualquier circunstancia, nos permitirá encontrarnos, saber de nosotros, permanecer juntos".

De todo lo que tuvo alrededor hizo también materia de escritura: de su barrio, Malasaña; de su devoción por el Atlético de Madrid -pertenecía a la Peña de los 50-, de los veranos en Rota (junto a su marido, el poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, y los amigos de siempre: Joaquín Sabina, Felipe Benítez Reyes, Benjamín Prado, Juan José Téllez, el editor Chus Visor, Miguel Ríos, Javier Ruibal, la editora Ángeles Aguilera...).

Las casas de Almudena y Luis han sido durante años un lugar de encuentro, algo así como una plaza abierta de gentes de la cultura, de la política, de la calle. Ella presumía de hacer el mejor cocido de esta ciudad (Madrid). Puede que lo fuera. Alrededor de una mesa con comensales las tardes pasaban entre versos, y risas, y anécdotas, como una plataforma de la felicidad. Hace pocos meses se estrenó como abuela.

El otro bum de la literatura peruana

Perú celebra su literatura en la FIL de Guadalajara con poetas que escriben desde la Amazonía o los Andes, narradores marcados por la guerra contra Sendero Luminoso o autoras que cuestionan la historia de sus padres

Perú es invitado de honor en la Feria del Libro de Guadalajara 2021. (Foto: FIL Guadalajara) elpais.com

Poco antes de suicidarse en 1969, el ensayista y novelista peruano José María Arguedas escribió una frase en su diario que, cuando fue publicada en una obra póstuma, se volvió famosa por ser reflejo de la división que sufrió en el Perú y en la literatura: “Estoy luchando en un país de halcones y sapos desde que tenía cinco años”. Y la división le agotaba. El suyo fue (y sigue siendo) un país escindido, entre el discriminado mundo indígena de los majestuosos andes —que él había sabido representar en hermosas novelas como Los Ríos Profundos— ,y el mundo criollo de ciudades costeras que aspiraba a reconocerse como cosmopolita o europeo. Arguedas, el autor que había trabajado desde una cosmovisión indígena, no era parte de los autores del boom que se habían hecho conocer internacionalmente desde que se mudaron a Europa, como Mario Vargas Llosa. La suya era una batalla hecha desde las márgenes en ese momento y, en el desigual mundo editorial, su ubicación poética le costó la fama internacional. “¿Por qué no llegó a sumarse, a incorporarse, Arguedas al boom latinoamericano?” le preguntó un periodista a Vargas Llosa años después. “Porque Arguedas vivía en el Perú muy aislado de lo que era la corriente literaria, que tenía lugar sobre todo en Europa, fundamentalmente en Francia”, dijo el Nobel.

La pelea literaria contra un Perú cosmopolita o eurocentrista que opaca aquella que ha sobrevivido en las márgenes es tan vieja como las guerras de independencia, pero cada cierto tiempo recobra vigencia. Este año, de acuerdo a autores peruanos consultados por El PAÍS, el eclipse ocurrió cuando Vargas Llosa se refirió a la delegación de escritores que el Gobierno de Perú enviará a Guadalajara para la Feria del Libro como una “representación lamentable”. Perú es el país invitado este año y Vargas Llosa, que no estará allí, añadió que entre los narradores o poetas que irán “no habrá escritores de verdad”. Una declaración lapidaria. Pero también algo injusta.

Detrás del eclipse llamado Vargas Llosa, en realidad, sí hay luz. A la FIL llegarán poetas de pueblos indígenas de los Andes y la Amazonía que han logrado añadir sus libros a las librerías de Lima; narradores que encontraron nuevas formas de contar lo que dejó el terrible conflicto contra el grupo armado Sendero Luminoso; autoras que han cuestionado la historia de sus padres y encontrado refugio en la de sus abuelas. Escritores que cuando miran al pasado buscan más pistas en el cuentista Julio Ramón Ribeyro o en las novelas de Arguedas que en el boom de Vargas Llosa. “Si uno le pregunta hoy a todos los cuentistas del Perú qué escritor de cánon ha sido su mayor influencia, el 99% dirían que Ribeyro”, dice el académico peruano Gabriel Saxton-Ruiz. Literatura hecha desde los márgenes, polifónica, y mucho más preocupada por el racismo, el machismo y la desigualdad social en la vida diaria peruana que por La Fiesta del Chivo.

“Los asuntos que preocupan a estas nuevas generaciones son distintas a las que podríamos llamar una literatura monumental, una que atendía a una aspiración de un país más republicano y eurocentrico”, dice la escritora Miluska Benavides, que estará en la FIL y fue nombrada este año por la revista británica Granta como una de las mejores narradoras en español menores de 35 años. Benavides, autora de La Caza Espiritual, compartió en Granta un cuento intergeneracional sobre un pueblo de migrantes que mueren en una olvidada mina bajo terribles condiciones laborales. Ella se considera de esa generación que mira la historia política del Perú de forma “más experimentada”: historias políticas en el barrio, en la casa, en la mina. “Muchos jóvenes narradores hoy no vienen de círculos letrados convencionales y privilegiados sino que son hijos y nietos de migrantes que se consolidan como un sector letrado desde la década del 2010, y traen un cambio a la poesía y la narrativa”, dice ella. “Ellos ya no miran a la historia desde las historias magnánimas de los libros de historia, ellos ahora se disputan ese campo de la memoria”

Las declaraciones del Vargas Llosa contra la delegación oficial se dieron después de que el nuevo gobierno excluyera a conocidas plumas de la literatura peruana (las feministas Karina Pacheco, Katya Adaui, Gabriela Wiener, entre otros), y en protesta renunciaron a ir otros reconocidos autores (Santiago Roncagliolo, Rafael Dumett, Alonso Cueto, entre otros). El gobierno del presidente Pedro Castillo justificó cambiar la lista previa –hecha por el gobierno anterior– argumentando que quería mayor diversidad en la delegación y para esto buscó que fueran a Guadalajara los autores que no habían tenido visibilidad internacional en ferias anteriores (se refería a los que fueron a la la feria de Chile en 2018).

“Me parece súper revolucionaria la delegación que va a la feria”, dice la escritora peruana Gabriela Wiener, excluida de la segunda delegación. Aunque lamenta la torpeza con la que el gobierno manejó el cambio, considera que la motivación era justificada. “Me importa mucho más que hoy esté en esta delegación escritoras del Perú que no conoce nadie, o más bien, que no conoce Vargas Llosa”, dice Wiener, quien recientemente publicó Huaco Retrato, una novela sobre cómo el racismo colonial se filtra en la historia familiar. “Se logró hacer un cambio con heridas y muertes en el camino, como yo, por ejemplo”, admite. “Pero este cambio puede ser desesperante para el establishment, porque es un cambio al statu quo”.

Una de las autoras que aparecieron en la nueva lista del gobierno –y que varios escritores consultados por El PAÍS celebran– es Dina Ananco Ahuananchi, poeta y traductora que nació en la región amazónica de Bagua, que escribe en la lengua wampis, y que recientemente publicó de Sanchiu, el primer poemario en wampis en toda la historia literaria del Perú (su portada es un retrato de su abuela). “Allí estoy, buscando mi identidad múltiple/ Que me sirve actuar en cada circunstancia”, dicen en Atumsha urukarmetsu (No sé ustedes). “Es un poema que tiene que ver con la discriminación al ser visible en Perú”, cuenta Ananco sobre el dilema que viven líderes indígenas visibles “que tenemos temor a mostrarnos, pero al mismo tiempo queremos y necesitamos mostrarnos”.

Aunque la industria editorial del Perú ha hecho esfuerzos por incluir a la literatura quechua, Ananco dice que cuando se trata de la literatura amazónica esta “ha sido completamente excluida”. Lo explica por un desprecio a la tradición oral y a una tendencia a “valorar siempre lo que está fuera del país, lo que viene de occidente”. Como Weiner, Ananco dice que hubo algo profundamente simbólico en los cambios del gobierno. “Aunque nadie está de acuerdo con que se excluya a otros autores, nosotros nunca hemos salido a representar la literatura de nuestro país”, dice. “Es un paso gigante que se acaba de dar”.

Ananco publicó su poemario con Pakarina, una editorial independiente que publica a autores en lenguas originarias y una joya rara en la industria del libro peruano. “El centralismo de Lima en producción literaria es muy fuerte aún, siguen teniendo el 87% de la producción de libros de todo el país”, dice Leonardo Dolores, la persona a cargo de la Dirección del Libro del Ministerio de Cultura.

Sin embargo, explica, una legislación favorable a la industria del libro del 2003 terminó multiplicando considerablemente el número de autores disponibles y de editoriales en dos décadas. “Si en 2003 había un promedio de 2.000 libros publicados al año, hacia el 2019 ya había casi 19.000″, dice. De acuerdo a cifras del Centro Regional para el Fomento del Libro de América Latina y El Caribe, el número de agentes editores en el Perú –que incluiría editoriales comerciales pero también universidades o editores de libros gubernamentales– también se multiplicó: aumentó de casi 300 a 1.400, del año 2000 al 2019. Dolores ve cada vez más interés por autores indígenas, más atención a la oralidad, pero también un gran interés por más novelas históricas.

“En las últimas dos décadas un tema principal que veo en la narrativa peruana, un tema medular, ha sido la representación de la violencia política: Sendero Luminoso y todo lo que ello implicó”, dice Gabriel Saxton-Ruiz, profesor de literatura y autor de Ambigüedades éticas y estéticas: La narrativa peruana contemporánea y la violencia política. “Es un tema que se aborda de muchísimas maneras, desde lo popular, de la novela negra a obras más sentimentalistas”, añade. “Si hay algo que une a todos estos autores es una especie de desencanto, como una paciencia perdida”.

Un autor pionero de esta corriente, y que tendrá un espacio especial en la FIL de Guadalajara, es el escritor Oscar Colchado, cuyo clásico Rosa Cuchillo es una novela de 1997 que tiene ecos del Pedro Páramo de Juan Rulfo y es recordada por traducir la cosmovisión andina a lo vivido en la guerra. “Lo encontraba a orillas de este río tormentoso, de aguas negras, el Wañuy Mayu, que separaba a los vivos de los muertos”, dice esta novela que trata la búsqueda de una madre a su hijo desaparecido.

Aunque el 2003 una Comisión de la Verdad y Reconciliación publicó un importante Informe Final sobre las razones de la violencia que vivió Perú de 1980 al 2000, el libro oficial no fue más que un abrebocas para una generación que sigue explorando el tamaño de la herida que dejó el periodo traumático de guerra entre el estado y el Sendero Luminoso. Iconos de esta médula literaria incluirían a Abril Rojo de Santiago Roncagliolo, La Hora Azúl de Alonso Cueto, La Sangre de la Aurora de Claudia Salazar, Guerra a la luz de las velas de Daniel Alarcón, Los Rendidos de Jose Carlos Agüero, Un Lugar Llamado Oreja de Perro de Iván Thays, Bioy y La Procesión Infinita de Diego Trelles Paz, o la última novela de Karina Pacheco, El Año del Viento, que trata la violencia en 1981 en las zonas andinas del país y desde la experiencia tres mujeres –y en donde la abuela tiene un papel fundamental. El libro, escribe ella, habla de “un país que después de casi dos siglos de independencia estaba muy lejos de conocerse a sí mismo”.

“También creo que hay una promoción importante de autoras, en poesía y en narrativa, que es más visible a partir de los años 80″, dice Mariela Dreyfus, poeta peruana y profesora de escritura creativa en la universidad de Nueva York. Aunque ya habían irrumpido antes en la poesía Magda Portal, Blanca Varela, Cecilia Bustamante, a finales del siglo XX la irrupción de movimientos feministas y un mayor acceso a las mujeres a la educación universitaria “permitió abrir un espacio para que las mujeres encontráramos un lugar más cómodo en el mundo intelectual”, dice Dreyfus. Ella, por ejemplo, es cofundadora del grupo poético Kloaka de los ochenta que buscaba “romper con todo: desde el punto de vista de la escritura pero también en señalar la libertad erótica, del cuerpo, de las disidencias”. (“No que el poema/ sea un artificio/ para inundar la ciudad/ frágil y palpitante/ como un sexo enamorado” dice su voz en el poema Poética).

Ahora Dreyfus ve en las narradoras como la cuzqueña Karina Pacheco libros que rompen con una literatura costumbrista, o en Wiener una versatilidad impresionante (“escribe poesía, es narradora, hace autoficción y es una gran periodista”), e incluso experimentos interesantes en escritoras muy jóvenes como la feminista arequipeña Valeria Román Marroquín (“¿este era el futuro brillante que te prometieron?”, se pregunta ella en ana ¿en qué piensas?). Espera escuchar ahorra en la FIL a la poeta Cha’ska Ninawaman, que acaba de publicar la edición en francés de su libro Los murmullos de Ch’askascha, un compendio de cuentos y leyendas quechuas (“Dios de los indios/ por qué no me escuchas/ ¿tú también como Cristo estas enfermito?” se pregunta ella en Pachatusan. “yo también estoy diferente,/ fea se hizo la vida aquí/ de tanta indiferencia”).

Pero algo más se hizo evidente en las mismas décadas, cuenta Dreyfus: esa escisión dolorosa en la literatura peruana. “Desde los ochentas, y hasta hace muy poco, se hablaba de los narradores ‘criollos’, los limeños, y los narradores andinos”, dice ella. “En el siglo XXI se sigue manteniendo esa dicotomía. Yo pienso que la intención inclusiva de la lista de escritores para la Feria era muy buena, pero con ese error político del gobierno, esa forma cómo se hizo, terminó enfrentándonos a nosotros los escritores. Desgraciadamente”.

“¿Hasta cuándo durará la dualidad trágica de lo indio y lo occidental en estos países descendientes del Tahuantinsuyo y de España?”, se preguntaba Jose María Arguedas en un ensayo de 1950 titulado La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú. Una pregunta, 71 años después, sin respuesta clara. “Los dos mundos en los que están divididos estos países descendientes del Tahuantinsuyo se fusionarán o separarán definitivamente algún día: el quechua y el castellano”, respondió entonces este novelista que logró acercar al español hacia el quechua. “Entretanto, el viacrucis heroico y bello del artista bilingüe subsistirá.”