Andrés Caicedo solo
publicó dos novelas en vida: El atravesado y ¡Qué viva la música! Sin embargo,
fue mucho más lo que escribió. Durante 45 años, varios de sus amigos, así como
su padre, Carlos Alberto Caicedo, y su hermana Rosario se han dedicado a
conservar las palabras del autor caleño
Rosario Caicedo insiste en que "yo aquí no estoy defendiendo a Andrés Caicedo y a la libertad de sus palabras porque haya sido mi hermano. Yo lo estoy defendiendo (porque fue) un gran amigo y un gran escritor”. / FOTO: Archivo particular
“Si dejas
obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos”, escribió el
caleño Andrés Caicedo en ¡Qué viva la música!, su
novela más conocida y cuya primera edición llegó a sus manos el 4 de
marzo de 1977, horas antes de que se suicidara. Y esas once palabras se
convirtieron en una profecía autocumplida.
Más de
cuatro décadas después, Andrés Caicedo es reconocido como uno de los autores
más importantes de Cali y de Colombia en el siglo XX. Eso es, en buena parte y
como dice Rosario Caicedo (escritora, promotora cultural y quien, “por
coincidencia”, fue la hermana de Caicedo), gracias a esos “pocos buenos
amigos”.
Un pequeño
grupo que decidió, después de la muerte del escritor, preservar su memoria a
través de lo que escribió. No solo lo publicado, que fueron las dos
novelas El atravesado y ¡Qué viva la música!, así
como varias decenas de críticas de cine, sino cuentos, novelas y cartas.
Hace pocas
semanas, se conmemoró el aniversario 45 del deceso de Caicedo. La
conmemoración se realizó con la proyección del documental ‘Unos pocos
buenos amigos’, del cineasta y protagonista en la historia póstuma de
Caicedo, Luis Ospina, en la Cinemateca de Bogotá. Luego de esta
Rosario Caicedo, el escritor Sandro Romero y el periodista Juan David Correa
realizaron un conversatorio.
Adicionalmente,
Rosario tomó una decisión encaminada a que el legado de su hermano se mantenga
en la capital vallecaucana: por los 45 años de la muerte del autor, donó su
archivo personal a la Biblioteca del Centenario, la primera biblioteca
pública de Cali fundada en 1910.
Entre los
objetos que entregó, luego de atesorarlos durante años, está la máquina
de escribir de Caicedo, que la define más que como un objeto, como su
‘voz’.
Curaduría de un legado
El mismo día
en que Andrés Caicedo se suicidó, su padre, Carlos Alberto Caicedo,
tomó una decisión: comprender al hijo que ya no estaba a través de sus
palabras. Un hijo con el que llegó a tener varios desencuentros en vida, pero
que pudo conocer mejor al leerlo.
«‘Más
vale tarde que nunca’, me repitió por décadas cada vez que él y yo
hablábamos sobre el hijo y el hermano muerto. Y fue gracias a esa tardía
epifanía que la obra literaria de Andrés Caicedo se conservó para la
posteridad. Gracias al trabajo expiatorio de un padre adolorido, que entendió
el obsesivo deseo de su hijo por publicar absolutamente todo lo que
salió de sus manos”, escribió Rosario en Cronología de una censura, las cartas
prohibidas de Andrés Caicedo, un artículo publicado en Esferas, la revista
del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de New York (NYU).
Ahora,
desde Connecticut (Estados Unidos), donde vive desde hace varios
años, Rosario recuerda que, como escritor, Andrés era obsesivo. Desde que empezó
a escribir, a los 15 años, y hasta los 25, cuando murió, fue “un
escritor profundamente fructífero y disciplinado. Se necesita de una gran
obsesión por el arte de escribir para que hubiera producido tanto en tan poco
tiempo y con tan poca edad”.
Y de todo, o
casi todo, hay registro. Juiciosamente, Caicedo guardaba una copia
hecha con papel carbón y la almacenaba en un baúl que, años después,
su hermana definiría como un tesoro. Un tesoro que fue curado, principalmente,
por tres personas: Carlos Alberto Caicedo, Luis Ospina y Sandro
Romero.
En agosto de
1977, unos cinco meses después de la muerte de Andrés, Carlos Alberto ya tenía
una lista de lo que había escrito su hijo. Y años después, entre 1982 y
1983, Luis Ospina (amigo personal de Caicedo) y Sandro Romero
(quien conoció al escritor en el cine club que tenía en Cali, pero con quien no
tenía una relación cercana) llegaron a la casa de Carlos Alberto con una idea: darle
una segunda vida al autor a través de sus textos.
Así, se
publicaron Destinitos fatales y Calicalabozo, que
contienen varios cuentos de Caicedo, incluyendo Angelitos empantanados o
Historias para jovencitos, así como la novela inconclusa Noche sin
fortuna, considerada ‘fundacional’ del género literario gótico
tropical. “En ese archivo expiatorio lo que ellos se encuentran es un
tesoro”, dice Rosario, mientras hojea la edición del libro cuyas páginas ya son
amarillentas.
Las palabras eternas de Andrés
Caicedo
Rosario Caicedo recuerda que su hermano, Andrés Caicedo, guardó una copia de todo lo que escribió, incluyendo las cartas que enviaba a sus amigos. / FOTO: Archivo Rosario Caicedo
Carlos
Alberto, quien murió en 2010, “quiso encontrar a su hijo después de muerto
en sus escritos y a eso se dedicó por décadas”, explica Rosario. Y
ahora, es la hermana quien hace lo mismo. Entender a ese ser querido, con el
que apenas se llevaba un año, a través de lo que escribió. Conversar con sus
textos, ya que no puede hacerlo directamente con él.
Pero, y es
enfática en esto, no lo hace como si se tratara de un deber de hermana, un
vínculo de sangre que ella insiste en que no es más que una coincidencia. “Yo
aquí no estoy defendiendo a Andrés Caicedo y a la libertad de sus palabras
porque haya sido mi hermano. Yo lo estoy defendiendo, porque fue un
gran amigo y un gran escritor”, asevera.
Y lo
defiende como un gran escritor, porque, a su juicio, sus palabras logran lo
mismo que la literatura que lleva el apellido de universal: que genere
identidad, independiente de dónde ocurre y de dónde se lee. No importa
si es en la Cali de Andrés Caicedo, el Caribe de Gabriel
García Márquez, la Venecia de William Shakespeare o el San
Petersburgo de Fiódor Dostoievski.
“Cali se
está leyendo y está viajando ahora por todo el mundo no solamente por Andrés
Caicedo, pero sí porque fue la ciudad de él, la que recorrió
de norte a sur, de arriba a abajo, de izquierda a derecha. La gente conoce esa
Cali de la misma forma en que yo he estado en pueblos franceses: por las obras
que he leído”, reflexiona Rosario.
Además, hay
otro factor que, para ella, hace que las palabras de su hermano sean
necesarias: “Sabemos que estamos al frente de una buena literatura cuando
sobrevive al tiempo, cuando empiezan a pasar las décadas y esas palabras se
siguen leyendo o ese esa música se siguió escuchando o ese cuadro se sigue
visitando en algún museo. Ese es el arte que vale la pena: el que sobrevive al
tiempo y a la muerte”.
El peso de
esa realidad es el que ha mantenido el deseo de parte de la familia de Andrés
Caicedo y de cercanos de preservar sus palabras. Una realidad que empezó en la
infancia de Andrés y Rosario cuando leían las novelas de detectives de Agatha
Christie y ella le decía a su hermano que “era un gran detective”. Uno que,
dice ahora Rosario, sabía desde el principio que moriría joven. Y que
también sabía que serían esos pocos buenos amigos los que lo mantendrían presente.
Uno de los objetos donados por Rosario Caicedo a la Biblioteca Centenario de Cali fue la máquina de escribir de su hermano. / FOTO: Archivo Rosario Caicedo
La heterodoxa ensayista británica, que afirma ser trans como forma de
expresar las miles de derivas que ofrece la libertad sexual individual,
disecciona en su nuevo libro los grandes debates del feminismo y la identidad.
Sostiene que el cuerpo es la jaula y la palanca para entender el mundo
Olivia Laing, escritora británica/elpais.com
El cuerpo como prisión, como único
filtro con la realidad que nos rodea. El cuerpo como depositario de
enfermedades y vehículo de goce sexual. El cuerpo también como víctima de la
libertad desatada de otros, y como condicionante político de la realidad
vital. Olivia Laing (Brighton,
45 años), escritora, pero ante todo crítica de arte, ha producido un fascinante
e hipnótico ensayo, Todos los cuerpos. Un libro sobre la libertad (Paidós),
en el que utiliza la figura del psicoanalista de entreguerras Wilhelm Reich (y
otras muchas figuras históricas y contemporáneas) para divagar sobre la
libertad conquistada y perdida, que cada generación debe esforzarse en
defender. Laing se define a sí misma como “trans” o “no binaria”, dos formas de
declarar su rechazo a ser encajonada en un género concreto y de expresar los
miles de derivas que ofrece la libertad sexual de cada persona. Después de su
éxito La ciudad solitaria: aventuras en el arte de estar solo (Capitán
Swing), traducido a 15 idiomas, Laing ha logrado demostrar ahora que la ruta de
salida del debate más envenenado de nuestro tiempo, el del género y la identidad,
no está en la biología ni en el activismo radical. Radica en utilizar el arte,
la literatura, el psicoanálisis, la música, la historia del feminismo o incluso
la de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos para entender, con un
estilo exquisito de escritura, que el cuerpo es la jaula y la palanca para
entender el mundo. “Imagina, por un minuto, lo que sería habitar un cuerpo sin
miedo, sin la necesidad de temor. Imagina lo que podríamos hacer y el mundo que
podríamos construir”, escribe.
PREGUNTA. En la era de Instagram, no es la frivolidad —o no— de tener un
cuerpo perfecto lo que a usted le preocupaba. Era más bien la idea de alcanzar
la libertad desde el límite físico que nos toca habitar.
RESPUESTA. Quería reflexionar sobre la experiencia de habitar un cuerpo,
que es algo mortal y vulnerable. Quería pensar en ello desde una perspectiva
social y política para entender lo que significa vivir dentro de unos cuerpos a
los que se asigna categorías concretas. Y algunas de esas categorías sufren el
odio, mientras otras disfrutan de un inmenso privilegio sin ser conscientes de
ello. Claro que la apariencia externa es importante, mucho más ahora. Pero no
era ese aspecto el que a mí me interesaba.
“Con Twitter el principio de solidaridad se disuelve, solo hay
conflicto y está destrozando el feminismo”
P. Wilhelm Reich es el psicoanalista en quien Sigmund Freud puso
su confianza pero acabaron enfrentados. El hombre que soñó en el orgasmo como
el principio liberador de las personas. ¿Por qué Reich?
R. Al principio era uno más de los personajes del libro.
Reaparecía constantemente en cada uno de los aspectos en los que yo me
adentraba. Fue un psicoanalista que desarrolló una psicoterapia orientada hacia
el cuerpo. Y fue un activista político, muy interesado en los factores políticos
y sociales que afectaban a nuestras vivencias corporales. En sus trabajos
iniciales se interesó por las mismas cosas que yo. Era un antifascista muy
interesado en el sexo y en la sexualidad. Tuvo una segunda fase de su vida muy
extraña, acabó muriendo en prisión.
R. Sí, porque era un personaje realmente complicado. No estoy de
acuerdo con todas sus ideas. Algunas de las cosas que hizo no me gustan en
absoluto. Maltrató a su mujer. Pero a la vez era hijo de un matrimonio donde
hubo violencia de género. Entendía la misoginia y la violencia sexual de un
modo muy profundo. La primera ola de feministas le admiraba realmente. Yo no
quería para mi libro un héroe o un santo. Quería alguien que hubiera cometido
errores graves también.
P. Una proclama contra la cultura de la cancelación.
R. Odio la idea de que no se permita a la gente cometer errores,
cambiar, sostener una idea, aprender por experiencia propia que se trata de una
idea equivocada, y cambiar de idea. Esa sensación de que todo el mundo está
rastreando en internet para ver lo que esa persona pudo escribir cuando estaba
en el colegio o en la universidad, para usar contra ella esa información. Es
absurdo. Debemos permitir a los demás cambiar, y adquirir nuevas ideas. Todos
empezamos con ideas tontas y con una visión limitada del mundo, hasta que la
ampliamos. Permitir que los demás cometan errores es una parte fundamental para
mejorar nuestras libertades.
P. ¿No tiene usted la sensación de que la izquierda, con su debate
sobre las identidades, con sus enfrentamientos internos, corre el riesgo de
arruinar conquistas consolidadas?
R. El problema reside en que las victorias de la izquierda han
sido bastante limitadas. Y cuando surgen nuevos grupos que, bien por el color
de su piel o por su género, dicen: “Espera un momento, estas libertades no nos
incluyen a nosotros”, hay una terrible tendencia en la izquierda a responder:
“¿Quiénes sois vosotros? Dejad de quejaros, ya hemos asegurado todas estas
conquistas”. Pero la realidad es que debemos seguir ampliando nuestras luchas,
debemos seguir escuchando lo que la gente quiere expresar. No podemos dormirnos
en los laureles. Pero es verdad que hay una terrible tendencia en la izquierda
a las luchas internas. Ocurría durante la década de los años treinta. Por eso
no me canso de repetir que lo más importante es la solidaridad. Uno puede
permitir a otros llevar a cabo sus propias batallas sin tener la sensación de
que se superponen unas con otras. Tenemos enemigos más importantes a los que
combatir.
“Debe
existir el consentimiento. ¿Pero cómo sabes qué es lo que te va a
proporcionar placer?”
P. Tiene usted una postura clara, generosa y conciliadora, en el
actual debate sobre las personas trans.
R. Ocurre también en la izquierda, pero es particularmente
doloroso con el feminismo, que se desgarra a sí mismo una y otra vez. Ya pude
comprobarlo al indagar sobre el feminismo de los años setenta. Y el asunto
actual es la gente trans, y las feministas transfóbicas frente a las feministas
transpositivas —con las que me identifico claramente, como persona trans que
soy—. Encuentro todo esto muy triste, porque creo que hay toda una generación
de feministas que han sido sometidas al exilio y al ostracismo, porque no ha
existido el suficiente diálogo, la suficiente conversación. Han tenido una
reacción instintiva de defensa ante todo lo que está ocurriendo: “Tengo miedo
de que esté cambiando la categoría misma de ser mujer, y no pueda controlarlo.
Quiero controlarlo”, piensan. Y a la vez, la gente trans está diciendo: “Yo
también pertenezco a esta categoría. ¿No podemos ampliarla y hacerla más
expansiva?”. De algún modo, esa conversación no ha ocurrido en un espacio de
generosidad donde puedan expresarse ideas que la otra parte considere
dolorosas, sí, pero buscar un espacio de maniobra desde ese punto.
P. ¿Dónde está la causa de un desencuentro tan feroz?
R. Se ha convertido en un conflicto imposible donde cada lado es
más y más binario y enfrentado al otro. Y la culpa la tienen Twitter y las
redes sociales, un espacio para expresar opiniones opuestas, pero donde es
imposible construir un consenso. En una habitación donde estés condenado a
hablar y hablar puedes lograr ese consenso. Si realizas acciones de protesta
conjuntas, encuentras modos de comunicarte. Pero con Twitter el principio de
solidaridad se disuelve, solo hay conflicto y antagonismo, y creo que está
destrozando el feminismo.
P. Rechaza esa parte casi puritana del feminismo de Dworkin, incapaz de
admitir que la imaginación en el sexo puede llevar a terrenos ambiguos. ¿Es
necesario el consentimiento sexual expreso en una relación?
R. Es un asunto clave, y entramos en áreas realmente complicadas.
Es necesario el detalle fino. Puede parecer que la respuesta simple sea la de
que el consentimiento es lo más importante. Debe existir el consentimiento.
¿Pero cómo sabes por adelantado qué es lo que te va a proporcionar placer? Ahí
tenemos un problema, y es algo muy duro de admitir por las feministas, que
reclaman que haya un consentimiento absoluto. Debe haber espacio para poder
decir que no a lo que en un principio has consentido, y al revés… En eso
consiste la ambigua madurez de las relaciones sexuales. Aunque entiendo la
necesidad de intentar proporcionar seguridad a las mujeres en sus encuentros
sexuales. No hay una respuesta operativa simple.
“Fui
criada por una pareja gay. Tengo la convicción de que los padres gais tienen
derecho a tener hijos”
P. Resulta fascinante el modo contradictorio en que Andrea Dworkin y Angela Carter analizan
y estudian la obra del Marqués de Sade. La
primera, para condenar al autor, sin dudar de la verosimilitud de sus
aberraciones; la segunda, como un triunfo de la fantasía.
R. Fue un momento y un debate muy interesante en la segunda ola del
feminismo. El porno provocó división. Una parte que aseguraba que era imposible
representar de ese modo la actividad sexual, que se trataba de un puro
ejercicio de misoginia que, por tanto, debía ser prohibido. Yo nunca podría
situarme en ese bando, niegan la posibilidad de que haya un mundo de la
imaginación distinto del mundo físico del cuerpo. Hay un mundo en el que puedes
ensayar cosas, probar cosas, sin que por ello resulte una réplica directa de
las estructuras de abuso de poder que tenemos en el mundo real. Vivir en un
mundo en el que todo sea real y nada pueda ser imaginario resultaría bastante
desagradable.
P. El cuerpo como único medio de alcanzar la libertad, pero
también como condicionante vital. Lo vemos actualmente, con una vuelta a cierto
supremacismo racista.
R. Escuchar, como hemos escuchado últimamente, que a los
refugiados se les describe como cucarachas… Es interesante ver cómo ha vuelto a
cambiar el lenguaje. Y parece algo bueno, pero tiene también un punto racista.
Estos son cuerpos blancos, y les damos la bienvenida en nuestros hogares. Esto
no ocurrió con los refugiados sirios. A eso
me refiero cuando hablo del tipo de cuerpos en los que las personas habitan.
Esas son las ideas que históricamente han surgido al referirse a distintos
tipos de cuerpos. Ideas políticas de las que hablamos constantemente, pero
tienen detrás algo visceral y físico. De eso es de lo que quiero hablar.
P. Maternidad subrogada o vientre de alquiler, según como lo vea
cada uno. No cabe mayor debate sobre el cuerpo y su libertad.
R. Vengo de una familia gay. Fui criada por una pareja gay. Así
que mi opinión va a estar siempre muy influida por mi convicción de que los
padres gais tienen derecho a tener hijos. Pero es complicado, no me va a
encontrar en una postura muy definida porque creo que en este asunto hay una
zona gris muy interesante. Pero si alguien se muestra dispuesto, creo que es
una transacción posible.
“¿Que no
se pueden mezclar dinero y sexo? Lo importante es que la prostitución sea
segura”
P. ¿No acaba siendo un modo de explotar a las mujeres pobres?
R. Bueno, pero en ese caso, hablemos de
pobreza y de cómo solucionarla. No pensemos en ellas solo como posibles
receptáculos, sino como personas que tienen capacidades, ideas, su deseo de
ayudar a alguien, o incluso su voluntad de conseguir dinero a cambio de algo
que pueden hacer.
P. También hay una fuerte corriente contra la prostitución.
R. No me pueden meter en ese saco. Cuando el feminismo acaba
compartiendo cama con la derecha, siento que las cosas comienzan a ir
terriblemente mal. No comparto ese proteccionismo que dice a las mujeres lo que
pueden o no pueden hacer. ¿Qué es eso de decirles que no pueden mezclar dinero
y sexo? Me resulta incluso ingenuo. Lo verdaderamente importante es que la
prostitución sea algo seguro.
A pesar de la censura que han ejercido los tiranos en distintas
épocas de la historia, los escritores rusos, ucranianos y de otras naciones de
Europa del este han dejado un testimonio de cómo ha sido en verdad la vida en
esos territorios
El maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov/cambio.com
En una desesperada alocución presidencial,
horas antes de que las tropas rusas invadieran Ucrania, Volodymyr Zelenski,
presidente de ese país, se dirigió al mundo. “Les dirán que es la liberación
del pueblo ucraniano, pero el pueblo ucraniano es libre, recuerda su pasado y
construye su futuro”, dijo.
El solo hecho de que citara el concepto de
libertad, tan valorado para Occidente y tan dudoso en Oriente, da mucho en qué
pensar. A lo largo de la historia de Rusia (mucha de la cual incluye a
Ucrania), la libertad ha sido un valor menospreciado y con frecuencia invisible
en la sociedad. Diversos regímenes, el zarista, el comunista y ahora la era
Putin, han aplastado con mano de hierro a todo aquel que se atreva a expresar
sus opiniones. Buena parte de la información que viene de Rusia ha pasado por
filtros de censura estrictos, por maquinaria propagandística y por tales
deformaciones que resulta difícil hacerse una idea de lo que ha sido
históricamente la vida cotidiana. Ahí es entonces donde entra el arte. La
pintura, la música y la literatura, esas monumentales expresiones de libertad,
son las que llenan los vacíos que la prensa, los voceros oficiales y los
historiadores de uno u otro régimen han aprendido a maquillar.
La Rusia de los zares y más adelante la
Unión Soviética, fue famosa por el arte. Dvorjak, Tchaikovsky, Rostropovich, Nureyev
y Kandinsky, son nombres mundialmente conocidos y admirados por la importancia
en la música, la pintura y la danza. En las letras no han sido la excepción.
Nombres como Pushkin, Gogol (ucraniano, además), Tolstoi y Dostoievsky han
llenado las bibliotecas de Occidente, a veces a pesar de los mismos censores.
La literatura rusa del siglo XIX y
comienzos del XX ha llegado hasta nosotros y nos ha mostrado cómo eran las
condiciones de vida en Moscú, Kiev, San Petersburgo y hasta en Siberia. Estos
escritores nos han mostrado lo que los zares en todo su esplendor y su
decadencia no quisieron enseñarle al mundo: un país con frío y hambre, que se
alimentaba de papas (y hacía vodka con ellas) y que, a pesar de ser tan
distinto a nuestra realidad, compartía las pasiones humanas más bajas como la
envidia o la culpa y los sentimientos más altos como la misericordia y el amor.
Detrás de la cortina de hierro el arte no
se detuvo, incluso si era contrario al régimen soviético. Los hombres y mujeres
que escribieron bajo la represión estalinista fueron acaso más heroicos que
aquellos que se enfrentaban a la familia Romanov. En todas partes hubo ejemplos
deslumbrantes de literatura que permearon las fronteras y se convirtieron en
nuestros aliados para comprender realidades que nos estaban vetadas.
No todos los escritores contaron con la suerte de convertirse en
premios nobel o ser laureados en el mundo. La mayoría de los artistas, en
tiempos de la antigua Unión Soviética, sufrían tremendas vejaciones por ser
opuestos al régimen.
En la RDA la escritora Katja Lang Muller,
hija de una importante miembro del partido comunista, se rebeló contra su madre
y su país y escribió hermosas novelas y obras dramáticas sobre la vida detrás
del Muro. Ovejas
feroces, un pequeño libro escrito en segunda persona, cuenta los
últimos días de vida de la República Democrática Alemana, cuando Berlín era una
olla de presión.
También llegó hasta nosotros la obra de
Svetlana Alexievich, la primera periodista en ganar el Premio Nobel de
Literatura, nacida en Ucrania y criada en Bielorrusia, cuando todos estos
países se encontraban cobijados con el mismo manto de gobierno. Alexievich, en
su labor periodística, mostró una región abatida por la pobreza y las
dificultades. Su libro Las voces de Chernóbyl es un recuento
escalofriante del accidente nuclear cuyas consecuencias perduran hasta hoy.
Este lugar fantasmagórico volvió a ser noticia hace unos pocos días cuando las
tropas de Putin marcharon a través de sus bosques camino a Kiev, la capital ucraniana,
y es gracias a la pluma de Alexievich (y del famoso documental que hicieron
basados en su libro) que somos capaces de conocer la geografía exacta de la
nueva guerra que se desarrolla frente a nuestros ojos.
No todos los escritores contaron con la
suerte de convertirse en premios Nobel o ser laureados en el mundo. La mayoría
de los artistas, en tiempos de la antigua Unión Soviética, sufrían tremendas
vejaciones por ser opuestos al régimen. Escritores como Bohumil Hraval (Trenes
rigurosamente vigilados) o el mismo Václav Havel, dramaturgo que luego fue
el último presidente de Checoslovaquia, fueron víctimas de la represión
gubernamental. A Hraval, como a muchos escritores de la época, se le prohibió
volver a su oficio y Havel fue además encarcelado en varias oportunidades como
castigo por su activismo político. Muchos escritores de la antigua
Checoslovaquia fueron acallados y obligados por el régimen a trabajar en
oficios tremendos, como limpiar la red de alcantarillas de la ciudad o recoger
las basuras en medio de los crueles inviernos de Praga. A pesar de todo,
ninguno dejó de escribir. Ninguno dejó de contar lo que veía.
La libertad se colaba por los resquicios
de la férrea cortina de hierro y a veces llegaba hasta nosotros con una fuerza
inusitada. Tal vez una de las obras más hermosas de la literatura rusa,
comparable solo con los libros clásicos, es El maestro y Margarita, de Mikhail
Bulgakov.
En Occidente Bulgakov no tiene la fama que
merece, pero en su época fue una leyenda en una Rusia que despertaba de la
pesadilla de Stalin.
Bulgakov era un médico ucraniano, nacido
en Kiev a fines del siglo XIX. Como tantos escritores de su época, fue una
víctima de la censura y, aún más terrible que ser enviado a un Gulag a morir,
se le ignoró y sus obras teatrales dejaron de presentarse y cayeron en el
olvido. Desesperado, Bulgakov enfrentó el régimen. Le escribió una carta al
propio Stalin donde le suplicaba que lo dejara irse del país o le diera un
trabajo acorde con su experiencia. El líder en persona respondió a su petición
con una llamada telefónica donde le ofreció un trabajo como asistente de
dirección del Teatro Artístico de Moscú. No fue, sin embargo, una victoria para
el escritor. Sus obras no se montaban y estaba condenado a participar en obras
censuradas e impuestas por el régimen comunista.
A pesar de esa aparente docilidad,
Bulgakov no se rendía. A partir de 1929 había comenzado a trabajar en lo que
sería su obra más importante, un libro que se convertiría en una de las piedras
angulares de la literatura soviética del siglo XX. El libro sufrió las
vicisitudes de la época a la que pertenecía. Su autor lo comenzó, lo dejó, lo
quemó, lo revivió y finalmente murió antes de verlo publicado. Fue su esposa
Elena Sergeevna quien se convirtió en la guardiana del manuscrito que con tanto
celo corrigió su autor hasta pocas semanas antes de su muerte a los 49 años, en
1940. Durante otros 26 años, El maestro y Margarita durmió el
sueño de los justos, hasta que un error, o tal vez una falta de cálculo de los
censores soviéticos, logró que saliera a la luz.
La primera parte del libro fue publicada
por primera vez en la edición de 1966 de la revista Moskva. En
cuestión de horas se había agotado la edición de 150.000 ejemplares y causó
tanto revuelo que la misma revista se arriesgó en enero de 1967 a publicar la
segunda parte, con igual éxito.
Bulgakov no había muerto, ni había sido
olvidado. Al contrario. Su obra cumbre, una tan importante que rompió por
completo la literatura soviética acartonada y parca de la época, le dio una
nueva vida y lo situó para siempre en el panteón de los dioses de la
literatura.
¿Pero qué es El maestro y
Margarita y por qué resulta tan importante para los rusos y, gracias a
las traducciones, para nosotros?
Esta obra magnífica es una sátira dividida
en dos partes que se intercalan: una que tiene lugar en Moscú y otra que ocurre
en Jerusalén. Comienza cuando el demonio (Woland) llega a Moscú a corromper las
almas y a asesinar a diestra y siniestra. Su terrible poder socava la sociedad
provinciana, protagoniza orgías y siembra terror en todos. A través de un
narrador (el maestro) y de una mujer (Margarita), sabemos de las andanzas de
este demonio elegante y sofisticado, y además somos testigos de las
dificultades de Poncio Pilatos y del propio Jesús, que son los protagonistas de
Jerusalén, o Yershalaim.
Una novela que no es religiosa pero que se
burla de los íconos religiosos. Una novela que no es política pero que destroza
el sistema político. Una novela que se mofa de la escena literaria rusa. Una
novela que parece una obra de teatro, pero que al tiempo resultaría casi
imposible pasar a un escenario. Decapitaciones, muertes, sexo, todos
ingredientes morbosos y prohibidos, se convierten en los protagonistas de una
sociedad abrumada por la censura y el qué dirán.
En un momento de la novela se dice que
“los manuscritos no arden” y esta frase, que ha quedado en el imaginario de los
rusos, bien puede servirnos para lo que se avecina. Según la periodista y
analista española Pilar Bonet, en un artículo publicado en Babelia en marzo de
2020, Putin, sin querer, se convirtió en un promotor de la literatura
ucraniana.
Bonet defiende esa aseveración citando a
su vez a la filóloga rusa Inna Búlkina, quien dice que el presidente ruso, por
su actitud bélica y expansionista “ha hecho muy difícil la defensa de la
cultura rusa y eso ha dado una oportunidad suplementaria a la cultura ucraniana”.
A continuación, el fabuloso artículo se dedica a detallar nombres de escritores
de Ucrania nacidos a fines del siglo XX y que se han convertido en una lectura
obligada. Serhy Zhadán, Yuri Andrujóvich, Andríy Kurkov o Svetlana Talán son
solo algunos de los nombres que menciona.
Para nosotros en Colombia esos nombres
suenan, literalmente, a ruso. Las novelas ucranianas tienen un mercado tan
pequeño en nuestro país que la mayoría de ellas ni siquiera llega a las
librerías. Sin embargo, esta nueva generación de escritores sin duda leyó al
gran Bulgakov, a Gogol y a Alexievich y probablemente muchos otros escritores
defensores de la libertad en ese vasto territorio que fue la Unión Soviética, y
cuando su presidente habla de libertad, saben exactamente a qué se refiere.
Así como Kiev ha logrado sobrevivir y
reconstruirse después de haber sido arrasada, quemada y sometida a las hambrunas
de las colectivizaciones forzosas de Stalin, así los escritores ucranianos han
sufrido la censura, el miedo, la prisión y el destierro. Pero mientras el mundo
los lea, mientras sepamos qué ocurre en realidad en sus bosques y sus ciudades,
Ucrania no será una realidad lejana y la suya no será una guerra que se libra
en otro continente, sino que será la guerra nuestra, y ellos, nuestros
intérpretes para comprenderla.
Rusia y Ucrania: libros para entender el conflicto, la guerra y sus posibles consecuencias bélicas
Detalle de la portada del libro 'Ucrania. Crónica desde el frente', de Ignacio Ezequiel Hutin (IndieLibros).
De Colm Tóibín, Ana Blandiana, David Rieff y Philippe Claudel a Clara Usón, Gioconda Belli, Darío Jaramillo y Edgardo Cozarinsky, casi cuarenta autores de España, América Latina, Estados Unidos y Europa eligen una palabra o concepto que les sugiere el conflicto bélico. El resultado es un atlas lingüístico, político y literario que arroja luz sobre este momento de la Historia y del sentir de la gente
Muchas son las palabras, términos o conceptos que sugiere la guerra que ha declarado Vladimir Putin a Ucrania y alrededores. En tiempos así se ve cómo el lenguaje es un organismo vivo, con memoria y con biografía siempre en construcción que trata de buscar su forma para aproximarse a la realidad y reflejarla en su fondo y forma. Pero el verdadero dolor y desconcierto tienden a ser escurridizos a nuestro vocabulario. A veces, la palabras se quedan cortas y necesitan de una narrativa. Necesitan hablar, expresarse.
En este episodio clave de la Historia, casi cuarenta escritores de Europa y el contimente americano crean para WMagazín, con apoyo de Endesa, un Diccionario o Atlas lingüístico, político y literario sobre esta página convulsa y tensa escenificada en Ucrania y con consecuencias impredecibles. WMagazín invitó a escritores de habla hispana, sobre todo, y de otros idiomas a elegir una palabra, término o concepto que tratara de atrapar o significar lo que ellos y el mundo viven y vivimos con la guerra Rusia-Ucrania.
Los escritores, como artesanos de las palabras y el lenguaje que tratan de representar o fijar la realidad o de crear mundos nuevos o de ir más allá de lo visible para los demás, levantan en este Diccionario o Atlas un universo que pone nombre a lo que la humanidad vive, piensa o siente en esta penumbra. He elegido algunos escritores muy reconocidos a nivel internacional junto a una gran mayoría de nombres españoles y latinoamericanos muy buenos que merecen tener cada día más lectores y otros emergentes y debutantes por los que apuesto y deseo larga vida en la literatura. Mucha gracias a todos los escritores por haber aceptado esta invitación y contribuir a arrojar luz sobre esta situación y recodarnos o ponernos delante la realidad de aquello que no nos gustaría que creara o generara el ser humano. Este es un Dicccionario en construcción y vivo, como las mismas palabras aquí convocados e invocadas.
Las siguientes son las palabras, términos y conceptos elegidos por los escritores, o, acaso, las palabras los eligieron a ellos. Detrás, o con cada una de esas letras que las conforman hay análisis, relatos, reflexiones, preguntas, peticiones, historias…:
Antiimperialismo fantasmático
Por Gustavo Faverón (Perú), su libro más reciente es El orden del Aleph (Candaya):
La creencia de que, para evitar la expansión del fantasma del imperialismo americano, hay que promover el crecimiento del imperialismo soviético, otro fantasma.
Asombro
Por Philippe Claudel (Francia), su novela más reciente es Inhumanos (Bunker Books):
En la antigüedad, el asombro se refería a las enfermedades que golpeaban a los árboles y eran provocadas por las estrellas. Plinio afirma que hay que tener en cuenta en el fenómeno del asombro la escarcha blanca, la llovizna, el granizo, la ola de calor. Más tarde se pensó que el asombro, aun a través de las estrellas, podía afectar a los hombres y su estado de ánimo. Luego la medicina usó el nombre para nombrar ciertas enfermedades que caían como relámpagos sobre los cuerpos y les daban apariencia de muerte, privándolos de todo movimiento y de toda reacción. Finalmente, como a menudo, nació un significado figurativo que caracteriza una forma absoluta de estupor que impide al individuo pensar y cualquier posibilidad de acción, luego de lo cual sufre una forma repentina de violencia.
Un dictador loco invade Ucrania a principios de 2022.
Me sume en un profundo estado de asombro.
Durante una semana, no puedo ni pensar ni actuar.
Y mi asombro aumenta aún más cuando veo que todo el mundo está estupefacto: que todo el mundo no reacciona. Que nada o casi nada se hace para prevenir al loco. Estamos todos, ciudadanos, estados democráticos, estupefactos.
El mal es fuerte, y el bien tan débil.
Atrapados
Por Gioconda Belli (Nicaragua), su poemario más reciente es El pez rojo que nada en el pecho (Visor):
Vi escrita una frase que me dio risa en su momento: «paren el mundo que me quiero bajar». Eso siento estos días. He tenido que dejar Nicaragua porque una pareja de tiranos lleva a cabo una guerra selectiva contra quienes demandamos democracia y que se bajen del poder usurpado. Mi par de tiranos dicen ser «antiimperialistas», pero han salido en defensa de Putin en la invasión a Ucrania. El guion de estas tiranías es romper las normas que han regido la paz desde la II Guerra Mundial e ignorar a la comunidad internacional. Esa política de no dejar más alternativa que hacerles la guerra produce una sensación de impotencia y desesperación. Uno ve el sufrimiento propio y ajeno y no quiere responder a la guerra con guerra. Los tiranos lo saben y usan el imperativo de la paz que tenemos los demás para salirse con la suya. Nos atrapan en un conflicto ético.
Es perverso: usan la vocación por la paz para permitirse ellos hacer la guerra.
Cobardía
Por Ariel Magnus (Argentina), su novela más reciente es El desafortunado (Seix Barral):
Cobardía: Ante una guerra, o incluso ante la posibilidad más o menos inminente de una guerra, lo más sensato, tal vez lo único que puede calificarse de racional, es huir. La pregunta es cuándo hacerlo. Sobre todo si la guerra nos llega mediada y resulta imposible formarse una idea cabal de lo que está sucediendo, nada más difícil que decidir cuándo exactamente ha llegado el momento de hacer las maletas, para no arriesgarse a tener que escapar con lo puesto, o a que ya no queden caminos libres. Porque nadie quiere irse, aun si las condiciones en las que vive distan de ser ideales. Y porque quedarse ––sin más armas que la resignación–– también es una forma de lucha, de hacer frente a los cobardes que no tienen las agallas para vivir en paz.
Consecuencias
Por Iván de la Nuez (Cuba), su ensayo más reciente es Cubantropía (Periférica):
Creo que tenemos que abandonar un poco remitirlo todo a las causas y hemos de empezar a sentarnos -como decía R. L. Stevenson- al banquete de las consecuencias.
Crueldad
Por María Alcantarilla (España), su libro más reciente es El cielo de abajo. La escritura del cuerpo en trece poetas hispanoamericanas (Fund. José Manuel Lara):
Del adjetivo “crudelis”, que también se asocia a “crudo” y a “indigesto”: alguien que está por hacer. Un hombre que se escuda en los fogones y que prende la inocencia de los suyos, incapaz, como es, de servir de alimento para nadie.
Porque no es la inteligencia, ni la ambición, ni la constancia, ni la visión de futuro, ni la pasión, ni la autoconfianza, ni la disciplina, ni la paciencia, ni el liderazgo, ni la valentía, ni la capacidad de adaptación lo que podría limpiar su pensamiento.
La potencia capaz de derrocar a un hombre crudo es la Bondad disparada por el aire. El único símbolo de superioridad real que debería merecer nuestro respeto.
La sabiduría, recuerda Rilke, es el entendimiento de un niño.
Desgarro
Por Ana Juan (España), artista e ilustradora, su libro más reciente es La vida secreta de los gatos (Lunwerg):
Desinformación
Por Ignacio Jiménez Soler(España), su ensayo más reciente es La nueva desinformación. Veinte ensayos breves contra la manipulación (Universitat Oberta de Catalunya):
La desinformación es un agente desestabilizador. La causa común y original de cualquier proyecto encaminado a romper un estatus quo. Cualquiera que sea. Puede ser el modelo de gobernanza de un país, hacer de lo lógico una anomalía, distorsionar lo ilógico hasta hacerlo popular y admirado por unos y temido por otros o hacer de la desestabilización un permanente modus operandi. Sea lo que fuere, desinformar es la horma perfecta que se adapta y saca partido de las debilidades de un sistema de convivencia, de las carencias puntuales o permanentes de los decisores, de la cada vez más baja cuota de atención y capacidad de comprensión de enormes masas sociales. La guerra en Ucrania se empezó a gestar muchos años antes preparando el terreno a través de técnicas de desinformación masiva que han tenido réplicas en otros casos y en otros países. La desinformación es, con permiso de las armas y las pandemias, el gran enemigo de la democracia en el siglo XXI.
Destrucción
Por Guillermo Altares (España), su ensayo más reciente es Una lección olvidada. Viajes por la historia de Europa (Tusquets):
Las guerras destruyen ciudades, edificios, carreteras, puentes, pero sobre todo destruyen la vida de seres humanos. No se trata solo de aquellos que mueren bajo las bombas o las balas o que quedan heridos para siempre, sino de los refugiados, de los niños que nunca volverán a recuperar su vida como la conocían. Una guerra es destrucción.
Dolor
Por Socorro Venegas (México), su volumen de cuentos más reciente es La memoria donde ardía (Páginas de Espuma):
Dolor. El de leer que una madre sintió a su hijo pequeño temblar de miedo toda la noche, mientras se escuchaban detonaciones en la calle; el de los hombres que dejan atrás una familia que no volverán a ver; el de la estupefacción: ¿de verdad solo podemos esperar a ver en la pantalla cómo van apareciendo uno tras otro los primeros rostros de los huérfanos de esta guerra? ¿Se puede llamar guerra a ese enfrentamiento asombrosamente asimétrico? El de saber que eso que llamamos civilización es tan frágil, que las definiciones de los diccionarios no corresponden y no nombran algo que existe, sino algo que se supedita al cálculo económico, político, hegemónico. El dolor de la empatía: comprender la pérdida del otro, llorarla con él, sabiendo que lo que se pierde, lo que se ha ido, también es nuestro. También somos nosotros.
Dpnieper
Por Antonio Colinas(España), su poemario más reciente es En los prados sembrados de ojos (Siruela):
Por el río Dpnieper a contra corriente, hace siglos, el humanismo ascendió hasta Kiev.
Esta noche, por el río Dpnieper no asciende ni desciende la paz hasta las cúpulas doradas de Kiev.
Escombro
Por Manuel Jabois (España), su novela más reciente es Miss Marte (Alfaguara):
Toda guerra acaba en escombros, y debajo de los escombros está lo más valioso que se pierde, la vida. El escombro es la imagen que deja una guerra, también el escombro moral: restos de algo que estaba en pie y ahora hay que barrerlo.
Exilio
Por Monika Zgustova (checo-española), su novela más reciente es Nos veíamos mejor en la oscuridad (Galaxia Gutenberg):
Una nueva ola de exilio entra en el Occidente: el ucranio. El siglo XX europeo con sus guerras mundiales y totalitarismos generó olas de exiliados que cambiaron el mapa étnico de las metrópolis occidentales. El totalitarismo, la guerra, el genocidio, el exilio: he aquí cuatro fenómenos que definen el siglo pasado y, tras la guerra de Putin, una barbarie parecida expulsa ahora a millones de ucranios de sus hogares.
La experiencia más impactante de mi vida de exiliada es la incomprensión: en Occidente costaba entender que alguien del Este emigrara en búsqueda de la libertad. El exiliado suele topar a diario con incomprensiones de todo tipo. En el país de acogida resulta ser el otro: el desconocido, el extraño, el extranjero. Tras recibir la ayuda material, el refugiado agradece la comprensión más que otra cosa. Porque ha perdido su ambiente familiar, generalmente para siempre.
FRACASO
Por Claudia Amengual (Uruguay), su novela más reciente es Juliana y los libros (Alfaguara):
La guerra es el fracaso de la especie. Acontece después del fracaso de la palabra.
Furia
Por Clara Usón(España), su libro más reciente es El asesino tímido (Seix Barral):
«Ahora desea superar al rayo. Estar furioso es estar aterrado por el miedo”, escribió Shakespeare en Antonio y Cleopatra. Es la imagen que ofrece Putin, un viejo tirano paranoico que teme a todo y a todos; a la Covid, a la democracia, a sus propios ministros, a los que sitúa a veinte metros de distancia. Con sus actos parece decirnos: Haréis bien en temerme, porque yo también me temo, estoy asustado de mi propia sombra.
/ Galina /
Por Samanta Schweblin (Argentina), su libro más reciente esla novela Kentukis (Literatura Random House):
Una vez al mes, Galina limpia mi casa. Como no tenemos una lengua en común, me da un abrazo al llegar y me da otro al irse. Una vez le hice un paquetito con dos alfajores y un mes después, en agradecimiento, me trajo golosinas ucranianas. Antes de despedirnos señalamos en mi calendario cuándo volvemos a vernos, y una vez que estaba enferma, su hermana Svetlana viajó de Kiev a Berlín para reemplazarla en su trabajo durante todo el mes.
Ayer, cuando le abrí la puerta, estaba llorando. La abracé, como ella misma me enseñó a hacer cada vez que nos saludamos, pero sus brazos no se movieron. Le hice un té con las dos cucharaditas de azúcar que sé que le gustan, le di el tazón caliente pero lo rechazó. Intentando calmarla le hablé en inglés, en alemán y en español, hasta que entendí que, si no me callaba, yo también iba a ponerme a llorar. Llevé a Galina hasta el living y corrí una silla para indicarle que se sentara. Entonces levantó las manos alarmada, casi asustada. Dio un paso hacia atrás para dejar bien claro que de ninguna manera iba a sentarse. ¡Arbeit! Gritó. ¡Nur Arbeit!* Sacó el teléfono de su pantalón y me mostró una foto de su nieta. Ucrania, dijo, Ucrania, y, sin dejar de llorar, se arremangó la camisa y se fue para la cocina.
*“¡Trabajo! ¡Solo trabajo!” en alemán.
Grietas
Por Eudris Planche Savón (Cuba), su libro de cuentos más reciente es Cero cuentos (Ediciones del Genal):
Grietas como fragmentos de escombros que caen, como simbolismo de los dibujos alegóricos del poder y los desastres del mundo moderno que nos ilustrara Pawel Kuczyński.
Grietas en la niña Anna, del documental de Nikita Mikhalkov. En otro contexto dijo algo así: «Queremos creer que todo irá bien». Grietas en el cubano (en testimonio para la Agencia El Toque) escondido con su familia en el sótano de su edificio en Kiev. Leo cuando relaciona el sonido de los aviones en Cuba, aquellos que semejaban para muchos el anhelado viaje (escape), con el sonido de estos que ahora le evocan temor. Recuerdo, al leer, mi propia infancia. De pequeños, nos gustaba al ver pasar un avión, y como señal de saludo, darnos palmadas en la boca mientras decíamos “aaaaa”. Busco una palabra que pudiera evocar la acción de la palma de la mano acercándose a la boca, de manera intermitente y rápida, para pausar la sonoridad de una vocal. Grietas en los niños que están en Ucrania. Grietas en versos sueltos: “Al principio eran las lágrimas, el insomnio, la furia, el lamento, el frio”. Ya lo diría Emilia, esa muñeca de trapo ocurrente y traviesa, nacida de la imaginación de Monteiro Lobato: «El mundo moderno es así, falta poesía y sobran bombas».
Guerra
Por Irene Reyes Noguerol (España), su libro más reciente es De Homero y ortos dioses (Maclein y Parker):
Fragmento de “Yo, yazidí” (Troyanas), en De Homero y otros dioses
Porque, al final, vinieron. Llegaron a nuestras montañas con su estruendo de fusiles y aquel nombre impronunciable que nos atormenta a todas horas y nos amenaza con su grito, aquel nombre que se encarna y golpea, tortura, asesina, viola, aquel nombre que cada día es más una certeza inevitable —guerra—, aquel nombre de mujer con rostro siempre masculino —guerra—, aquel nombre que destruye nuestro hogar y nos quema las entrañas —guerra—, aquel nombre que se llevó a nuestra familia —guerra—, este nombre que ahora digo y resuena como los cascos de un caballo sobre los yelmos y en las alturas, el bramido de todo un pueblo que arde.
Guerra, guerra, guerra.
Héroe
Por Pilar Quintana(Colombia), su libro más reciente es Los abismos (Alfaguara):
Los soldados que las películas nos muestran son hombres valerosos y fuertes. En Matadero cinco, uno de mis libros favoritos, Kurt Vonnegut desmonta esa mentira. Los que van a las guerras de verdad, el propio Vonnegut y sus compañeros de la Segunda Guerra Mundial, los que mueren, sufren lesiones y se traumatizan, no son más que muchachitos imberbes que deberían estar estudiando en la universidad o saliendo con parejas de su edad. Matadero cinco o la cruzada de los niños es el título completo de la novela. En los últimos días he visto en redes algunas publicaciones en las que llaman “héroes” a los que van a la guerra. Yo, en vez de héroes, solo veo esposos, padres, hijas, novias, personas que no tendrían que ir a morir ni matar en nombre de nada.
Hubris
Por David Rieff(Estados Unidos), su libro más reciente es Contra la memoria (Debate):
La palabra es Hubris: de los europeos, que se habían convencido de que la guerra era cosa del pasado y no la única constante en la historia de la humanidad, y de Putin, que se había convencido de que el precio de su agresión era bajo.
Huida
Por Jon Lee Anderson (Estados Unidos), su libro más reciente es Los años de la espiral. Crónicas de América Latina (Sexto Piso):
Lo que hace la gente en las guerras es huir del peligro. Lo que hacen los que temen la muerte y los que tienen un familia que proteger, hijos, mujeres, ancianos, y también muchas mujeres sin pareja, pero con críos, es huir. Huyen de los misiles crucero, huyen de los cohetes, los tanques, las balas de los fusiles y de los soldados asustados y adrenalinados y llenos de odio, pero, sobre todo, llenos de miedo ellos mismos, y capaces de matar, herir y violar seres inocentes, porque sí, porque se hace en la guerra.
Así que desde tiempos inmemoriales, y sobre todo ahora en Ucrania -invadido por las tropas de Putin en su “operación militar especial”- lo que hace la gente, mucha, es huir. A siete días del inicio de la invasión nos informan que un millón de ucranianos habrían huido y, claro, que siguen huyendo. Están huyendo de las bombas que caen y de las explosiones que día atras día vemos reventar edificios públicos, torres de apartamentos, gasolineras, cuadras de casas residenciales enteras; así que todos los que pueden, están en huida.
Las huidas de las guerras ha cambiado el mapa político de Europa enésimas veces a través de los siglos, y múltiples veces solo en el ultimo siglo. Hace siete años era la huida de más de un millón de sirios y afganos hacia Europa en una gran estampida que cambió Europa y sus políticas hacia los migrantes. Ahora está sucediendo otra vez, desde adentro, «Live on CNN», y con las bombas que ha puesto los ucranianos en huida, estamos seguros que no solamente cambiará el mapa político de Europa, todas nuestra vidas también.
Indignación
Por Gervasio Posadas (uruguayo-español), su libro más reciente es El mercader de la muerte (Suma de Letras):
Indignación porque el capricho y la megalomanía de un solo hombre que se empeña en cambiar los sentimientos de un pueblo a cañonazos nos vemos al borde del colapso mundial. Indignación porque hayamos dejado que Putin crea que Occidente es tan débil como para atreverse a invadir un país que en su mayoría se siente europeo. Indignación de que intente vendernos su versión retorcida de la Historia. Esperanza de que esta indignación llegue al pueblo ruso y consiga convencerse de que no necesitan un hombre fuerte que les haga marcar el paso.
Intérprete
Por Colm Tóibín (Irlanda), su novela mas reciente es The Magician:
Fue hace treinta años. El joven estaba parado frente a la principal agencia de viajes en Kiev. ¿Necesitas, vaciló y sonrió, necesitas un intérprete? Él era la mejor compañía. Me dijo algo sobre Rusia que siempre ha estado en mi mente. Debido a que hablaba inglés, escuchó las noticias de Chernobyl en las noticias de radio de la BBC. Rápidamente construyó un espacio seguro debajo de las escaleras para él y su hijo. Llamó a todos sus amigos para advertirles. Pero los rusos no advirtieron a nadie. Permanecieron en silencio durante demasiado tiempo. Para él, fue entonces cuando no quiso tener nada más que ver con los rusos. Luego fuimos a ver al obispo católico de Kiev recientemente reinstalado que estaba lleno de buen humor, preguntándose si los fieles, después de todos los años de comunismo, realmente regresarían a su iglesia. ‘Como católico’, me preguntó, ‘¿qué me aconsejarías que hiciera?’ Cuando le sugerí que se agarrara fuerte, el intérprete se preguntó si esa era la mejor manera de hablarle a un obispo.
Locura totalitaria
Por Ana Blandiana(Rumanía), su poemario más reciente es Variaciones sobre un tema dado (Visor):
Lo que Putin tiene –y lo manifiesta a través del poder que ejerce sobre Ucrania y sobre el resto del mundo amenazado por él – es un ataque clínico de furia producido por una locura totalitaria, la enfermedad que surge al final de la vida de todos los dictadores.
Acostumbrado durante décadas a que nadie le llevara la contraria y se le permitiera todo, ha perdido el contacto con la realidad y sus delirios de grandeza ya no obedecen a ninguna lógica, ni siquiera a la de su propio interés, lo que le vuelve peligroso e imprevisible e impide el diálogo. Putin no es sólo el enemigo de Ucrania y de los países de la OTAN, es el enemigo de Rusia en primer lugar, y forma parte de las consecuencias y los traumas postcomunistas de su historia.
Más allá de estas explicaciones, es aterrador el hecho de que la historia pueda dar pasos atrás y repetirse como si la gente no hubiera aprendido nada mientras tanto. Afortunadamente, el valor, la perseverancia y el heroísmo de los ucranianos tienen un brillo de otra época.
No matar
Por Darío Jaramillo Agudelo(Colombia), su libro más reciente es Poesía Selecta (Pre-Textos):
Mujeres y niños
Por Julián Casanova (España), su ensayo más reciente es Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica):
Durante muchísimo tiempo, las invasiones, las ocupaciones, y ya nos ponemos en el siglo XX, los combates en la guerra parecían que eran cosa de hombres, la masculinidad, el elogio de esa masculinidad, de la heroicidad. Pero en el siglo XX nos dimos cuenta de que las mujeres y los niños empezaron a aparecer en los relatos de la crueldad cuando los hombres ya no solo combatían en el frente, sino que las retaguardias eran bombardeadas, millones de personas eran desplazadas, y ahí ya se vio que no era solo una cuestión masculina, sino que las mujeres y los niños aparecían como víctimas importantes. Primero porque las mujeres eran las que cargaban con todo el desplazamiento, muchas veces también eran violadas, los niños veían las violaciones. El hambre, las enfermedades, las sufrían, fundamentalmente mujeres y niños. Así que esta guerra, esta invasión, de Ucrania por parte de Rusia, me recuerda todo aquello. Hemos visto muchos combates pero casi no hemos visto muertos. Sin embargo, sí que hemos visto millones de niños y mujeres pasando desde Ucrania por las fronteras hacia Polonia y Eslovaquia, hacia Hungría. Creo que esta es una fotografia de la guerra, de la ocupación, de la invasión, que no se puede ocultar. La guerra ha dejado de ser una cosa de hombres; la guerra es ya una cosa total. Y cuando hay una invasión todavía la guerra es más total.
Partir
Por Ronaldo Menéndez (Cuba), su libro de cuentos más reciente es La nieta de Pushkin (Páginas de Espuma):
Partir es una noción comodín a toda guerra. Todos parten. Parten los soldados que invaden, parten los que se retiran; parten los perdedores y parten los vencedores; parten los muertos, parten los desplazados que en este conflicto tienen un peso extraordinario. Partir es dejar las cosas. Partir es dejar los libros, la casa, dejar el centro de gravedad; coger lo mínimo indispensable y salir. Partir para cualquier soldado es no saber si se regresa. Partir para la madre o cualquiera de los familiares de cualquier soldado es, de alguna manera, enfrentarse a la sensación de muerte. Siempre se deja algo. Las guerras te arrancan de tu sito, arrancan raíces, desarraigan.
Penumbra
PorGiovanna Rivero (Bolivia), su volumen de cuentos más reciente es Sangre fresca de su tumba (Candaya):
Esta palabra encierra en su cuerpo sémico un concepto astronómico importante: la umbra. Según Wikipedia, “la umbra es la parte más oscura y recóndita de una sombra, donde la fuente de luz es completamente bloqueada por un cuerpo opaco. Un observador situado en la umbra experimenta un eclipse total”. Me siento como esa observadora situada en la umbra, atónita ante el ataque a Ucrania, sin terminar de creer que este eclipse total de lo humano vuelve a ocurrir en el siglo XXI.
Poder
Por Victoria Cirlot (España), su ensayo más reciente es Ariadna abandonada (Alpha Decay):
Nuestra mirada al poder ha cambiado. Al leer (o ver) Shakespeare asistíamos a cómo la pasión por el poder se combinaba con un destino trágico que le concedía una cierta altura. En El Anillo del Nibelungo la mezquindad en la búsqueda del poder tenía grados notables y suponía diferencias notables: no era comparable el ruin nibelungo con el siniestro Hagen ni éste con el triste y errante Wotan. Pero en nuestro mundo ya no hay tragedia, ni tristeza que puedan conceder algo de nobleza a la carrera por el poder.
Hemos visto sus entrañas, sus vísceras. Hemos visto ya sus cloacas. Cuando se trata de un ansia cotidiana solo empobrece la vida (la del propio ambicioso de poder y la de los que le rodean), pero cuando pasa de la cotidianidad al hecho extraordinario, entonces asistimos a un horror macilento y agrio.
Poder, del indoeuropeo
Por Fernanda García Lao (Argentina), su novela más reciente es Nación vacuna (Candaya):
Poder, el indoeuropeo *poti, esposo, dueño, amo: el que posee. Del latín *posse, que deriva en poderío, potencia y prepotencia: el que puede. El poder se codicia, se gana, de ahí ganancia y ganado. El poder es un rasgo de masculinidad, esa construcción absurda que habilita a suponer que determinados atributos genitales habilitan a poseer lo que sea que se codicie. Una mujer, un negocio, un territorio.
Realidad
Por Juan Carlos Chirinos (Venezuela), su novela más reciente es Renacen las sombras (La Huerta Grande):
Muy al contrario de lo que gente podría pensar, la realidad no es la verdad. Afortunadamente, la realidad no suele manifestarse en toda su crudeza; regularmente, vivimos en el tranquilo reino de la verdad, el reino donde todo, hasta lo extraordinario, es normal. Pero eso no es la realidad; la realidad es dañina cuando se presenta de improviso porque desgarra, aunque sin querer, la visión del mundo que tengamos, cualquiera que esta sea. Hasta que ocurre lo que no esperamos que tenga lugar cerca de nosotros, como la guerra. Entonces, sí, la realidad nos golpea con furia, como un dios iracundo y del pasado. Agota. Descarrila. Desalienta. Y nos enseña con crueldad que la verdad a la que estábamos acostumbrados solo era un espejismo de nuestra siempre cómoda manera de ver —y vivir en— el mundo.
Refugiado
Por José Ovejero (España), su novela más reciente es Humo (Galaxia Gutenberg):
¿Qué convierte a un expulsado en refugiado? Sólo una palabra: la compasión. La RAE la define como «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien». Pena por quien tiene que abandonar aquello que constituía su vida: amigos, familiares, trabajo o estudios, la casa y sus objetos cargados de memoria. Ternura porque nos conmueve la vulnerabilidad de quien se encuentra, metafóricamente y a menudo literalmente, a la intemperie. Identificación porque el dolor del expulsado es tan comprensible, tan cercano a nuestra propia piel, que podemos casi sentirlo. En resumen, nos compadecemos.
¿De verdad lo hacemos? ¿Siempre? ¿Por qué hacia los ucranianos y no hacia los sirios o los centroafricanos? ¿Conoce la compasión la raza, el origen, los intereses geoestratégicos? ¿Nos compadecemos de verdad o nos rendimos a la propaganda? ¿Puede ser egoísta la compasión? Son preguntas importantes. No ahora, pero deberíamos hacérnoslas después. Cuando hayamos dado refugio a los cientos de miles de expulsados ucranianos.
Ruido
Por Elaine Vilar Madruga (Cuba), su novela más reciente es La tiranía de las moscas (Barret):
El ruido del mundo se filtra en los telones del poder. La guerra es el grito de lo humano, el silencio definitivo de la música de las ideas y la creación. Cada vez que se lanza una bomba, se muere una palabra. Cada vez que se lanza una bomba, se muere una palabra. Cada vez que se lanza una palabra, se muere una bomba.
Hay ruidos en un país que agoniza. En las calles vacías está el ruido de la nada o el ruido del miedo, o el ruido hecho trizas, descascarado, como pajarito roto.
Cuando todas las palabras se acaban, cuando el ruido del silencio nos grita, solo se puede hacer una cosa: matar a la idea de la guerra con el mismo ruido que la provocó, pero haciendo que ese ruido se parezca más a una risa o a una canción vieja de cuna.
Tristeza abismal
Por María Belmonte (España), su libro más reciente es En tierra de Dioniso (Acantilado):
Tristeza abismal al ver que algunos seres humanos siguen recurriendo a la violencia para solucionar conflictos y no han aprendido nada de los horrores del siglo XX.
URSS
Por Edgardo Cozarinsky (Argentina), su novela más reciente es Turno noche (Tusquets):
Es lo que me sugiere la ambición revivalista de Putín.
Vacío
Por Alia Trabucco (Chile), su novela más reciente es Las homicidas (Lumen):
VACÍO: Así se llaman las municiones prohibidas: bombas de vacío. Absorben el oxígeno, lo devoran, y también devoran, insaciables, las vidas que encuentran en su camino. Nada sobrevive a ese vacío, a su hambre ilimitada: polillas, hormigas, humanos, robles, gorriones, perros, abedules, tulipanes, gatos, cerezos, ínfimos pétalos de margarita. Vidas vaciadas. Miradas del mundo que se extinguen. Vacío es como queda el territorio. Vacío es el sentido de otra guerra.