Roberto Bolaño
Detectives
—¿Qué armas te gustan a ti?
—Todas, menos las armas blancas.
—¿Quieres decir cuchillos, navajas, dagas, corvos, puñales,
cortaplumas, cosas de ese tipo?
—Sí, más o menos.
—¿Cómo que más o menos?
—Es una forma de hablar, huevón. Sí, ninguna de ésas.
—¿Estás seguro?
—Sí, estoy seguro.
—Pero cómo es que no te gustan los corvos.
—No me gustan y ya está.
—Pero si son las armas de Chile.
—¿Los corvos son las armas de Chile?
—Las armas blancas en general.
—No me huevee, compadre.
—Te lo juro por lo más sagrado, el otro día leí un artículo que lo
afirmaba. A los chilenos no nos gustan las armas de fuego, debe ser por el
ruido, nuestra naturaleza es más bien silenciosa.
—Debe ser por el mar.
—¿Cómo que por el mar? ¿A qué mar te referís?
—Al Pacífico, naturalmente.
—Ah, el océano, naturalmente. ¿Y qué tiene que ver el océano Pacífico
con el silencio?
—Dicen que acalla los ruidos, los ruidos inútiles, se sobreentiende.
Claro que yo no sé si será verdad.
—¿Y qué me dices de los argentinos?
—¿Qué tienen que ver los argentinos con el Pacífico?
—Ellos tienen el océano Atlántico y son más bien ruidosos.
—Pero no hay punto de comparación.
—En eso tienes razón, no hay punto de comparación, aunque a los
argentinos también les gustan las armas blancas.
—Precisamente por eso a mí no me gustan. Aunque sea el arma nacional.
Los cortaplumas tienen un pase, no te diré lo contrario, sobre todo los mil
uso, pero el resto son como una maldición.
—A ver, compadre, explíquese.
—No me sé explicar, compadre, lo siento. Es así y punto, qué quiere
que le haga.
—Ya veo por dónde vas.
—Pues dilo, porque ni yo lo sé.
—Lo veo, pero no lo sé explicar.
—Aunque también tiene sus ventajas.
—¿Qué ventajas puede tener?
—Imagínate a una banda de ladrones armada con fusiles automáticos. Es
sólo un ejemplo. O a los cafiches con metralletas Uzi.
—Ya veo por dónde vas.
—¿Es o no es una ventaja?
—Para nosotros, al cien por ciento. Pero la patria se resiente igual.
—¡Qué se va a resentir la patria!
—El carácter de los chilenos, la naturaleza de los chilenos, los
sueños colectivos sí que se resienten. Es como si nos dijeran que no estamos
preparados para nada, sólo para sufrir, no sé si me sigues, pero yo es como si
acabara de ver la luz.
—Te sigo, pero no es eso.
—¿Cómo que no es eso?
—No es eso a lo que me refería. A mí no me gustan las armas blancas y
punto. Menos filosofía, quiero decir.
—Pero te gustaría que en Chile gustaran las armas de fuego. Lo que no
es lo mismo que decir que en Chile abundaran las armas de fuego.
—No digo ni que sí ni que no.
—Además, a quién no le gustan las armas de fuego.
—Eso es verdad, a todo el mundo le gustan.
—¿Quieres que te explique más eso del silencio?
—Bueno, con tal de no quedarme dormido.
—No te vas a quedar dormido, y si te quedas paramos el auto y yo me
pongo al volante.
—Entonces cuéntame lo del silencio.
—Lo leí en un artículo del Mercurio...
—¿Desde cuándo leís el Mercurio?
—A veces lo dejan en jefatura y las guardias son largas. Bueno: en el
artículo decía que somos un pueblo latino y que los latinos tenían una fijación
por las armas blancas. Los anglosajones, por el contrario, se mueren por las
armas de fuego.
—Eso depende de la oportunidad.
—Eso mismo pensé yo.
—A la hora de la verdad, ya me dirás tú.
—Eso mismo pensé yo.
—Somos más lentos, eso sí que hay que reconocerlo.
—¿Cómo que somos más lentos?
—Más lentos en todos los sentidos. Como una forma de ser antiguos.
—¿A eso le llamái lentitud?
—Nos quedamos con los puñales, que es como decir en la edad del
bronce, mientras los gringos ya están en la edad del hierro.
—A mí nunca me gustó la historia.
—¿Te acuerdas de cuando cogimos a Loayza?
—Cómo no me voy a acordar.
—Ahí lo tienes, el gordo no más se entregó.
—Ya, y tenía un arsenal en la casa.
—Ahí lo tienes.
—O sea que tenía que haber combatido.
—Nosotros sólo éramos cuatro y el gordo y su gente eran cinco.
Nosotros sólo llevábamos las armas reglamentarias y el gordo tenía hasta un
bazooka.
—No
era un bazooka, compadre.
—¡Era
un Franchi Spas-15! Y también tenía un par de escopetas de cañones recortados. Pero el
gordo Loayza se entregó sin disparar un tiro.
—¿Tú hubieras preferido que hubiera habido pelea?
—Ni loco. Pero si el gordo en vez de llamarse Loayza se hubiera
llamado Mac Curly, nos hubiera recibido a balazos y tal vez ahora no estaría en
la cárcel.
—Tal vez ahora estaría muerto...
—O libre, no sé si me sigues.
—Mac Curly, parece el nombre de un vaquero, me suena esa película.
—A mí también, creo que la vimos juntos.
—Tú y yo no vamos juntos al cine desde hace siglos.
—Más o menos entonces la vimos.
—Qué arsenal tenía el gordo Loayza, ¿te acuerdas cómo nos recibió?
—Riéndose a gritos.
—Yo creo que era por los nervios. Uno de la banda se puso a llorar. Me
parece que no tenía ni dieciséis años.
—Pero el gordo tenía más de cuarenta y se las daba de duro. Pon los
pies en la tierra: en este país no existen los tipos duros.
—¿Cómo que no existen los tipos duros? Yo los he visto durísimos.
—Locos habrás visto a montones, pero duros muy pocos, ¡o ninguno!
—¿Y qué me dices de Raulito Sánchez? ¿Te acuerdas de Raulito Sánchez,
el que tenía un Manurhin?
—Cómo no me voy a acordar.
—¿Y qué me dices de él?
—Que se tenía que haber deshecho del revólver a la primera. Ahí estuvo
su perdición. No hay nada más fácil que seguirle la pista a un Magnum.
—¿El Manurhin es un Magnum?
—Claro que es un Magnum.
—Yo creía que era un arma francesa.
—Es un .357 Magnum francés. Por eso no se deshizo de él. Le cogió
cariño, es un arma cara, de ese tipo hay pocas en Chile.
—Cada día se aprende algo.
—Pobre Raulito Sánchez.
—Dicen que murió en la cárcel.
—No, murió poco después de salir, en una pensión de Arica.
—Dicen que tenía los pulmones destrozados.
—Desde chico estuvo escupiendo sangre, pero aguantó como un valiente.
—Bien silencioso recuerdo que era.
—Silencioso y trabajador, aunque demasiado apegado a las cosas
materiales de la vida. El Manurhin fue su perdición.
—¡Su perdición fueron las putas!
—Pero
si Raulito Sánchez era colisa.
—No tenía ni idea, te lo prometo. El tiempo no respeta nada, caen
hasta las torres más altas.
—Qué tienen que ver las torres en este entierro.
—Yo lo recuerdo como un gallo muy hombre, no sé si me sigues.
—Qué tiene que ver la hombría.
—Pero hombre, a su manera, sí que era, ¿no?
—La verdad, no sé qué opinión darte.
—Al menos una vez yo me lo encontré con putas. Asco no les hacía a las
putas.
—Raulito Sánchez no le hacía ascos a nada, pero me consta que nunca
conoció mujer.
—Ésa es una afirmación muy tajante, compadre, tenga cuidado con lo que
dice. Los muertos siempre nos miran.
—Qué van a mirar los muertos. Los muertos están acostumbrados a
quedarse quietos. Los muertos son una mierda.
—¿Cómo que son una mierda?
—Lo único que hacen es joderle la paciencia a los vivos.
—Siento disentir, compadre, yo por los finados siento demasiado
respeto.
—Pero nunca vas al cementerio.
—¿Cómo que no voy al cementerio?
—A ver: ¿cuándo es el día de los muertos?
—Ahí me pillaste chanchito. Yo voy cuando me da la gana.
—¿Tú crees en aparecidos?
—No tengo una opinión formada, pero hay experiencias que ponen los
pelos de punta.
—A eso quería llegar.
—¿Lo dices por Raulito Sánchez?
—Exacto. Antes de morirse de verdad, por lo menos en dos ocasiones se
hizo el muerto. Una de ellas en una picada de putas. ¿Te acuerdas de la Doris Villalón? Se
pasó toda una noche con ella en el cementerio, los dos debajo de la misma
manta, y según contó la Doris
en toda la noche no ocurrió nada.
—Pero a la Doris
el pelo se le puso blanco.
—Hay versiones para todos.
—Pero lo cierto es que encaneció en una sola noche, como la reina
Antonieta.
—Yo sé de buena mano que tenía frío y que se metieron en un nicho
vacío, después las cosas se complican. Según me contó una amiga de la Doris, al principio intentó
hacerle una paja al Raulito, pero el Raulito no estaba para la función y al
final se quedó dormido.
—Qué sangre fría tenía ese hombre.
—Después, cuando ya no se escuchaban los ladridos, la Doris quiso bajar del nicho
y entonces se apareció el fantasma.
—¿Así que la Doris
se quedó canosa por un fantasma?
—Eso era lo que contaban.
—Puede que sólo fuera el yeso del cementerio.
—Cuesta creer en aparecidos.
—¿Y a todo esto el Raulito seguía durmiendo?
—Durmiendo y sin haber tocado a esa pobre mujer.
—¿Y a la mañana siguiente cómo estaba el pelo de él?
—Negro como siempre, pero no hay constancia escrita porque ipso facto
se mandó a cambiar.
—O sea que puede que el yeso no tuviera velas en el entierro.
—Puede que haya sido un susto.
—Un susto en la comisaría.
—O que se le decolorara la permanente.
—Ésos son los misterios de la condición humana. En cualquier caso, el
Raulito nunca probó una mina.
—Pero bien hombre que parecía.
—En Chile ya no quedan hombres, compadre.
—Ahora sí que me dejas helado. Cuidado con el volante. No te me pongas
nervioso.
—Creo que fue un conejo, lo debo haber atropellado.
—¿Cómo que no quedan hombres?
—A todos los hemos matado.
—¿Cómo que los hemos matado? Yo en mi vida he matado a nadie. Y lo
tuyo fue en cumplimiento del deber.
—¿El deber?
—El deber, la obligación, el mantenimiento del orden, nuestro trabajo,
en una palabra. ¿O preferís cobrar por estar sentado?
—Nunca me gustó estar sentado, tengo una araña en el poto, pero
precisamente por eso mismo debí haberme largado.
—¿Y entonces en Chile quedarían hombres?
—No me tome por loco, compadre, y menos teniendo el volante.
—Usted tranquilo y la vista al frente. ¿Pero qué tiene que ver Chile
en esta historia?
—Tiene que ver todo y puede que me quede corto.
—Me estoy haciendo una idea.
—¿Te acuerdas del 73?
—Era en lo que estaba pensando.
—Allí los matamos a todos.
—Mejor no aceleres tanto, al menos mientras me lo explicas.
—Poco es lo que hay que explicar. Llorar, sí, explicar, no.
—De todas maneras, conversemos que el viaje es largo. ¿A quiénes
matamos en el 73?
—A los gallos de verdad de la patria.
—No es para tanto, compadre. Además, nosotros fuimos los primeros, ¿ya
no te acordái que estuvimos presos?
—Pero no fueron más de tres días.
—Pero fueron los tres primeros días, la verdad, yo estaba cagado.
—Pero nos soltaron a los tres días.
—A algunos no los soltaron nunca, como al inspector Tovar, el huaso
Tovar, un gallo valiente, ¿te acuerdas?
—¿A ése lo fondearon en la Quiriquina?
—Eso le dijimos a la viuda, pero la verdad nunca se supo.
—Eso es lo que a veces me mata.
—Para qué hacerse mala sangre.
—Se me aparecen los muertos en los sueños, se me mezclan con los que
no están ni vivos ni muertos.
—¿Cómo que no están ni vivos ni muertos?
—Quiero decir los que han cambiado, los que han crecido, nosotros
mismos sin ir más lejos.
—Ahora te entiendo, ya no somos niños, eso quieres decir.
—Y a veces tengo la impresión de que no voy a poder despertar, de que
la he cagado ya para siempre.
—Ésas son fijaciones, no más, compadre.
—Y a veces me da tanta rabia que hasta busco a un culpable, tú ya me
conoces, esas mañanas en que aparezco con cara de perro, busco al culpable,
pero no encuentro a nadie o para peor encuentro al equivocado y me hundo.
—Ya, ya, te he visto.
—Entonces le echo la culpa a Chile, país de maricones y asesinos.
—Pero qué culpa tienen los maricones, quieres decirme.
—Ninguna, pero todo sirve.
—No comparto tu punto de vista, la vida ya es suficientemente dura tal
como es.
—Y entonces pienso que este país se fue al diablo hace tiempo, que los
que estamos aquí nos quedamos para sufrir pesadillas, sólo porque alguien tenía
que quedarse y apechugar con los sueños.
—Cuidado que ahora viene una cuesta. No me mires, yo no digo nada,
mira al frente.
—Y es entonces cuando pienso que en este país ya no quedan hombres. Es
como un flash. No quedan hombres, sólo quedan durmientes.
—Y qué me decís de las mujeres.
—Usted a veces parece tonto, compadre, me refiero a la condición
humana, genéricamente, lo que incluye a las mujeres.
—No sé si te he entendido.
—Mira que he sido claro.
—O sea que en Chile ya no quedan hombres ni mujeres que sean hombres.
—No es eso, pero se le parece.
—Me parece que las chilenas se merecen un respeto.
—¿Pero quién le está faltando el respeto a las chilenas?
—Usted, compadre, sin ir más lejos.
—Pero si yo sólo conozco chilenas, cómo les voy a faltar el respeto.
—Eso es lo que dice usted, pero aténgase a las consecuencias.
—¿Por qué te pones tan susceptible?
—Yo no me pongo susceptible.
—Me dan ganas de parar y partirte la jeta.
—Eso se tendría que ver.
—Joder, qué noche más bonita.
—No me huevees con la noche. ¿Qué tiene que ver la noche?
—Debe ser por la luna llena.
—No me vengái con indirectas. Yo soy bien chileno y no me ando por las
ramas.
—Ahí te equivocas: todos somos bien chilenos y ninguno se baja de las
ramas. Un boscaje para cagarse de miedo.
—Tú lo que eres es un pesimista.
—¿Y cómo quieres que no lo sea?
—Hasta en las peores horas se ve la luz. Eso creo que lo dijo Pezoa.
—Pezoa Véliz.
—Hasta en los momentos más negros hay un poco de esperanza.
—La esperanza se fue a la mierda.
—La esperanza es lo único que no se va a la mierda.
—Pezoa Véliz, ¿sabes de lo que me estoy acordando?
—¿Cómo voy a saberlo, compadre?
—De los primeros días en Investigaciones.
—¿De la comisaría en Concepción?
—De la comisaría de la calle del Temple.
—De esa comisaría sólo recuerdo a las putas.
—Yo nunca me acosté con una puta.
—¿Cómo puede decir eso, compadre?
—Me refiero a los primeros días, a los primeros meses, después ya me
fui maleando.
—Pero si además era gratis, cuando te acuestas con una puta sin pagar
es como si no te acostaras con una puta.
—Una puta es una puta siempre.
—A veces me parece que a ti no te gustan las mujeres.
—¿Cómo que no me gustan las mujeres?
—Lo digo por el desprecio con el que te referís a ellas.
—Es que al final las putas siempre me amargan la vida.
—Pero si son la cosa más dulce del mundo.
—Ya, por eso las violábamos.
—¿Te estái refiriendo a la comisaría de la calle del Temple?
—Justo en eso estoy pensando.
—Pero si no las violábamos, nos hacíamos un favor mutuo. Era una
manera de matar el tiempo. A la mañana siguiente ellas se iban tan contentas y
nosotros quedábamos aliviados. ¿No te acuerdas?
—Me acuerdo de muchas cosas.
—Peores eran los interrogatorios. Yo nunca quise participar.
—Pero si te lo hubieran pedido hubieras participado.
—No te digo ni que sí ni que no.
—¿Te acuerdas del compañero de liceo que tuvimos preso?
—Claro que me acuerdo. ¿Cómo se llamaba?
—Fui yo el que se dio cuenta que estaba entre los detenidos, aunque
todavía no lo había visto personalmente. Tú sí y no lo reconociste.
—Teníamos veinte años, compadre, y hacía por lo menos cinco que no
veíamos al loco ese. Arturo creo que se llamaba. Él tampoco me reconoció a mí.
—Sí, Arturo, a los quince se fue a México y a los veinte volvió a
Chile.
—Qué mala cueva.
—Qué buena cueva, caer justo en nuestra comisaría.
—Bueno, ésa es una historia muy vieja, ahora todos vivimos en paz.
—Cuando vi su nombre en la lista de los presos políticos, supe en el
acto que se trataba de él. No existen muchos apellidos como el suyo.
—Fíjate bien en lo que estái haciendo, si te parece cambiamos de
asiento.
—De inmediato me dije éste es nuestro viejo condiscípulo Arturo, el
loco Arturo, el huevón que se fue a México a los quince años.
—Bueno, creo que él también se alegró de que nosotros estuviéramos
allí.
—Cuando tú lo viste estaba incomunicado y lo alimentaban los otros
presos. ¿Cómo no se iba a alegrar?
—La verdad es que se alegró.
—Me parece que lo estoy viendo.
—Pero si tú no estabas allí.
—Pero tú me lo contaste. Le dijiste ¿tú eres Arturo Belano, de Los
Ángeles, provincia de Bío-Bío? Y él te contestó sí, señor, yo soy.
—Lo que son las cosas, a mí ya se me había olvidado.
—Y entonces tú le dijiste ¿no te acordái de mí, Arturo?, ¿no sabís
quién soy, huevón? Y él te miró como diciéndose ahora me torturan a mí o yo qué
le he hecho a este tira conchaesumadre.
—Me miró como con miedo, es verdad.
—Y te dijo no, señor, no tengo ni idea, pero ya comenzó a mirarte de
otra manera, separando las aguas fecales del pasado, como diría el poeta.
—Me miró como con miedo, eso es todo.
—Y entonces tú le dijiste soy yo, huevón, tu compañero de liceo, de
Los Ángeles, de hace cinco años, ¿no me reconoces?, ¡soy Arancibia! Y él hizo
como un esfuerzo muy grande porque habían pasado muchos años y en el extranjero
le habían pasado muchas cosas, más las que le estaban pasando en la patria, y
francamente no conseguía ubicar tu rostro, recordaba rostros que tenían quince
años, no veinte, y además tú nunca fuiste muy amigo suyo.
—Era amigo de todos, pero se codeaba con los más gallos.
—Tú nunca fuiste muy amigo suyo.
—Pero me hubiera encantado, ésa es la pura verdad.
—Y entonces él dijo Arancibia, claro, hombre, Arancibia, y aquí viene
lo más divertido, ¿verdad?
—Depende. Al compañero que iba conmigo no le hizo ninguna gracia.
—Te cogió de los hombros y te dio un golpe en el pecho que te hizo
recular por lo menos tres metros.
—Un metro y medio. Como en los viejos tiempos.
—Y tu compañero se le abalanzó, claro, pensando que el pobre huevón se
había vuelto loco.
—O que pretendía fugarse, en aquella época éramos tan sobrados que no
nos quitábamos las pistolas para pasar lista.
—O sea que tu compañero pensó que te quería quitar la pistola y se le
fue encima.
—Pero no le llegó a pegar, yo le avisé que era un amigo.
—Y entonces te pusiste tú también a darle palmaditas y le dijiste que
se tranquilizara y le contaste lo bien que nos lo estábamos pasando.
—Sólo le conté lo de las putas, qué jóvenes éramos entonces.
—Le dijiste cada noche me tiro a una puta en los calabozos.
—No, le dije que armábamos malones, que culiábamos hasta la amanecida.
Siempre que tocara guardia, claro.
—Y él seguro que te dijo fantástico, Arancibia, fantástico, no me
esperaba menos de ti.
—Algo por el estilo, cuidado con esa curva.
—Y tú le dijiste qué haces aquí, Belano, ¿no te habías ido a vivir a
México? Y él te dijo que había vuelto, y por supuesto que era inocente, como
cualquier ciudadano.
—Me pidió que le hiciera la gauchada de dejarlo telefonear.
—Y tú lo dejaste llamar por teléfono.
—Esa misma tarde.
—Y le hablaste de mí.
—Le dije: Contreras también está aquí y él creyó que tú estabas preso.
—Encerrado en un calabozo, dando alaridos a las tres de la mañana,
como el gordo Martinazzo.
—¿Quién era Martinazzo? Ya no me acuerdo.
—Uno que teníamos de paso. Si Belano era de sueño ligero escucharía
sus gritos cada noche.
—Pero yo le dije no, compadre, Contreras es detective también, y le
soplé al oído: pero de izquierdas, no se lo digas a nadie.
—Mala cosa haberle dicho eso.
—No te iba a dejar en la estacada.
—¿Y Belano qué dijo cuando se lo dijiste?
—Puso cara de no creerme. Puso cara de no saber quién carajos era
Contreras. Puso cara de pensar este tira reculiado está a punto de llevarme al
matadero.
—Y eso que era un cabro confiado.
—A los quince años todos somos confiados.
—Yo no confiaba ni en mi madre.
—¿Cómo que no confiabas ni en tu madre? Con la madre no se juega.
—Precisamente por eso.
—Y luego le dije: esta mañana verás a Contreras, cuando los saquen a
los cagaderos, fíjate bien, él te hará una señal. Y Belano me dijo okey, pero
que le solucionara lo del teléfono. Sólo se preocupaba por la llamada.
—Era para que le trajeran comida.
—En cualquier caso cuando nos despedimos se quedó contento. A veces
pienso que si nos hubiéramos visto en la calle tal vez no me hubiera ni
saludado. El mundo da muchas vueltas.
—No te hubiera reconocido. En el liceo no eras de sus amigos.
—Ni tú tampoco.
—Pero a mí sí me reconoció. Cuando los sacaron a eso de las once,
todos los presos políticos en fila india, yo me acerqué al corredor que daba a
los baños y lo saludé de lejos con un movimiento de cabeza. Él era el más joven
de los detenidos y no se le veía muy bien.
—¿Pero te reconoció o no te reconoció?
—Claro que me reconoció. Nos sonreímos a lo lejos y entonces él pensó
que todo lo que tú le habías dicho era verdad.
—¿Qué le dije yo a Belano, vamos a ver?
—Todo un montón de mentiras, me lo contó cuando lo fui a ver.
—¿Cuándo lo fuiste a ver?
—Esa misma noche, después de que trasladaran a casi todos los presos.
Belano se había quedado solo, todavía faltaban horas para la llegada de una
nueva remesa, y estaba con el ánimo por los suelos.
—Es que dentro flaquean hasta los más gallitos.
—Bueno, tampoco se había quebrado, si a eso vamos.
—Pero le faltaría poco.
—Poco le faltó, es verdad. Y encima le pasó una cosa bien curiosa. Yo
creo que por eso me he acordado de él.
—¿Qué cosa curiosa le pasó?
—Bueno, le pasó cuando estaba incomunicado, ya sabes cómo eran esas
cosas en la comisaría del Temple, para lo único que servían era para matarte de
hambre, porque si te lo proponías podías mandar a la calle cuantos mensajes
quisieras. Bueno, Belano estaba incomunicado, es decir nadie le traía comida de
fuera, no tenía jabón, ni cepillo de dientes, ni una manta para taparse por la
noche. Y con el paso de los días, por supuesto, estaba sucio, barbón, la ropa
le olía, en fin, lo de siempre. El caso es que una vez al día a todos los
presos los sacábamos al baño, ¿te acuerdas, no?
—Cómo no me voy a acordar.
—Y camino del baño había un espejo, no en el baño propiamente dicho
sino en el corredor que había entre el gimnasio en donde estaban los presos
políticos y el baño, un espejo pequeñito, cerca del archivo de la comisaría,
¿te acuerdas, no?
—De eso sí que no me acuerdo, compadre.
—Pues había un espejo y todos los presos políticos se miraban en él.
El espejo que había en el baño lo habíamos quitado por si a alguno se le
ocurría una tontería, así que el único espejo que tenían para comprobar qué tal
se habían afeitado o qué tal les había quedado la raya del pelo, pues era ése y
todos se miraban en él, sobre todo cuando los dejaban afeitarse o el día de la
semana en que había ducha.
—Ya, te sigo, y como Belano estaba incomunicado ni se podía afeitar ni
se podía duchar ni nada de nada.
—Exactamente. No tenía máquina de afeitar, no tenía toalla, no tenía
jabón, no tenía ropa limpia, nunca se duchó.
—Pues yo no recuerdo que oliera muy mal.
—Todo el mundo apestaba. Te podías bañar cada día y seguías apestando.
Tú también apestabas.
—No se meta conmigo, compadre, y vigile esos terraplenes.
—Bueno, el caso es que cuando Belano pasaba con la cola de los presos
nunca quiso mirarse al espejo. ¿Cachái? Lo evitaba. Del gimnasio al baño o del
baño al gimnasio, cuando llegaba al corredor del espejo miraba para otro lado.
—Le daba miedo mirarse.
—Hasta que un día, después de saber que nosotros sus compañeros de
liceo estábamos allí para sacarle los panes del horno, se animó a hacerlo. Lo
había pensado toda la noche y toda la mañana. Para él la suerte había cambiado
y entonces decidió mirarse al espejo, ver qué cara tenía.
—¿Y qué pasó?
—No se reconoció.
—¿Sólo eso?
—Sólo eso, no se reconoció. La noche que yo pude hablar con él me lo
dijo. Para serte franco, yo no esperaba que me saliera por ahí. Yo iba con
ganas de decirle que no se equivocara con respecto a mí, que yo era de
izquierdas, que yo no tenía nada que ver con toda la mierda que estaba pasando,
pero él me salió con lo del espejo y ya no supe qué decirle.
—¿Y de mí qué le dijiste?
—No dije nada de nada. Sólo habló él. Dijo que había sido muy suave,
nada chocante, a ver si me entiendes. Iba en la cola en dirección al baño y al
pasar junto al espejo se miró de golpe la cara y vio a otra persona. Pero no se
asustó ni le entraron temblores ni se puso histérico. A esas alturas, ya me
dirás, para qué ponerse histérico si nos tenía a nosotros en la comisaría. Y en
el baño hizo sus necesidades, tranquilo, pensando en la persona que había
visto, pensando todo el rato, pero como sin darle mucha importancia. Y cuando
volvieron al gimnasio otra vez se miró en el espejo y en efecto, me dijo, no
era él, era otra persona, y entonces yo le dije qué me estái diciendo, huevón,
cómo que otra persona.
—Eso le hubiera preguntado yo, cómo.
—Y él me dijo: otra. Y yo le dije: aclárame ese punto. Y él me dijo:
una persona distinta, no más.
—Entonces tú pensaste que se había vuelto loco.
—Yo no sé lo que pensé, pero con franqueza tuve miedo.
—¿Un chileno con miedo, compadre?
—¿No te parece apropiado?
—Muy propio de usted no me parece.
—Es igual, yo me di cuenta al tiro que no me embromaba. Lo había
sacado a la salita que estaba junto al gimnasio y él se largó a hablar del
espejo, del trayecto que tenía que recorrer cada mañana y de repente me di
cuenta que todo era de verdad, él, yo, nuestra conversación. Y ya que estábamos
fuera del gimnasio, pensé, y ya que él era un antiguo condiscípulo de nuestro
glorioso liceo, se me ocurrió que podía llevarlo al corredor donde estaba el
espejo y decirle mírate otra vez, pero conmigo a tu lado, con tranquilidad, y
dime si no eres el mismo loco de siempre.
—¿Y se lo dijiste?
—Claro que se lo dije, pero para serte franco, primero me vino la idea
y mucho después me vino la voz. Como si entre formularme la idea en el coco y
expresarla de forma razonable hubiera transcurrido una eternidad. Una eternidad
pequeña, para peor. Porque si hubiera sido una eternidad grande o una eternidad
a secas yo no me hubiera dado cuenta, no sé si me sigues, en cambio tal como
fue sí que me di cuenta y el miedo que tenía se acentuó.
—Pero seguiste adelante.
—Claro que seguí adelante, ya no era cosa de echarse atrás, le dije
vamos a hacer la prueba, a ver si conmigo a tu lado te pasa lo mismo, y él me
miró como si desconfiara de mí, pero dijo: bueno, si insistes, vamos a echar
una mirada, como si me hiciera un favor a mí, cuando en realidad era yo el que
le estaba haciendo un favor a él, igual que siempre.
—¿Y se fueron al espejo?
—Nos fuimos al espejo, con grave riesgo para mí porque ya sabes lo que
me hubiera pasado si me agarraban paseando a medianoche por la comisaría con un
preso político. Y para que se tranquilizara y fuera lo más objetivo posible
antes le di un pucho y estuvimos echando unas pitadas y sólo cuando apagamos
los puchos en el suelo nos encaminamos en dirección a los baños, él con
tranquilidad, total, peor no podía estar, pensaba (mentira, hubiera podido
estar infinitamente peor), yo más bien intranquilo, atento a cualquier ruido, a
cualquier puerta que se cerrara, pero por fuera como si no pasara nada, y
cuando llegamos al espejo le dije mírate y él se miró, asomó su cara y se miró,
incluso se pasó una mano por el pelo, echándoselo para atrás, lo llevaba bien
largo, bueno, a la moda del 73, supongo, y luego desvió los ojos, sacó la cara
del espejo y se estuvo un rato mirando el suelo.
—¿Y qué?
—Eso le dije yo, ¿y qué?, ¿eres tú o no eres tú? Y él entonces me miró
a los ojos y me dijo: es otro, compadre, no hay remedio. Y yo sentí dentro como
un músculo o un nervio, te juro que no lo sé, que me decía: sonríe, huevón,
sonríe, pero por más que el músculo se movió yo no pude sonreír, a lo más me
daría un tic, un tirón entre el ojo y la mejilla, en todo caso él lo notó y se
me quedó mirando y yo me pasé una mano por la cara y tragué saliva porque otra
vez tenía miedo.
—Ya estamos llegando.
—Y entonces se me ocurrió la idea. Le dije: mira, me voy a mirar yo en
el espejo, y cuando yo me mire tú me vas a mirar a mí, vas a mirar mi imagen en
el espejo, y te vas a dar cuenta de que soy el mismo, te vas a dar cuenta que
no pasa nada, que la culpa es de este espejo sucio y de esta comisaría sucia y
del corredor mal iluminado. Y él no dijo nada, pero yo me tomé su silencio por
una afirmación, el que calla otorga, y estiré el cuello y puse mi cara frente
al espejo y cerré los ojos.
—Ya se ven las luces, compadre, ya estamos llegando, conduzca con
calma.
—¿No me has oído o te estái haciendo el sordo?
—Claro que te he oído. Cerraste los ojos.
—Me planté delante del espejo y cerré los ojos. Y luego los abrí.
Supongo que a ti te parecerá normal mirarte a un espejo con los ojos cerrados.
—A mí ya nada me parece normal, compadre.
—Pero luego los abrí, de golpe, al máximo posible, y me miré y vi a
alguien con los ojos muy abiertos, como si estuviera cagado de miedo, y detrás
de esa persona vi a un tipo de unos veinte años pero que aparentaba por lo
menos diez más, barbudo, ojeroso, flaco, que nos miraba por encima de mi
hombro, la verdad es que no lo podría asegurar, vi un enjambre de jetas, como
si el espejo estuviera roto, aunque bien sabía que no estaba roto, y entonces
Belano dijo, pero lo dijo muy bajito, apenas más fuerte que un susurro, dijo:
oye, Contreras, ¿hay alguna habitación detrás de esa pared?
—¡Conchaesumadre! ¡Qué peliculero!
—Y yo al oír su voz fue como si me despertara, pero al revés, como si
en vez de salir para este lado saliera para el otro y hasta mi voz me
sorprendió. No, le dije, que yo sepa detrás sólo está el patio. ¿El patio donde
están los calabozos?, me preguntó. Sí, le dije, donde están los presos comunes.
Y entonces el muy hijo de puta dijo: ya lo entiendo. Y yo me quedé con los
cables sueltos, porque hazme el favor, ¿qué era lo que tenía que entender? Y
tal como se me vino a la cabeza se lo dije, qué chuchas es lo que ahora
entendís, pero bajito, sin gritar, tan bajito que él ni me oyó y yo ya no tuve
fuerzas para repetir la pregunta. Así que volví a mirar el espejo y vi a dos
antiguos condiscípulos, uno con el nudo de la corbata aflojado, un tira de
veinte años, y el otro sucio, con el pelo largo, barbudo, en los huesos, y me
dije: joder, ya la hemos cagado, Contreras, ya la hemos cagado. Después cogí a
Belano por los hombros y me lo llevé de vuelta al gimnasio. Cuando lo tuve en
la puerta me pasó por la cabeza la idea de sacar la pistola y pegarle un tiro
allí mismo, era fácil, sólo hubiera tenido que apuntar y meterle una bala en la
cabeza, incluso en la oscuridad siempre he tenido buena puntería. Después
hubiera podido explicar cualquier cosa. Pero por supuesto no lo hice.
—Claro que no lo hiciste. Nosotros no hacemos esas cosas, compadre.
—No, nosotros no hacemos esas cosas.
Roberto Bolaño Ávalos (Santiago, 28 de abril de 1953 – Barcelona, 15 de julio de 2003)1 fue un escritor y poeta chileno, autor de más de una veintena de libros, entre los cuales destacan sus novelas Los detectives salvajes, ganadora del premio Herralde en 1998 y Rómulo Gallegos en 1999, y la póstuma 2666.
Luego de su muerte se ha convertido en uno de los escritores más
influyentes en lengua española, como lo demuestran las numerosas
publicaciones consagradas a su obra y el hecho de que tres novelas
—además de las ya citadas Los detectives salvajes y 2666, la breve Estrella distante—
figuren en los 15 primeros lugares de la lista confeccionada en 2007
por 81 escritores y críticos latinoamericanos y españoles con los
mejores 100 libros en lengua castellana de los últimos 25 años.2 3
Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas, entre ellos el inglés, francés, alemán, italiano4
y holandés, teniendo al momento de su muerte contratos de publicación
con 37 países, y póstumamente extendiéndose a otros más, entre ellos
Estados Unidos. Además el autor goza de excelentes críticas tanto de
escritores como de críticos literarios contemporáneos, siendo comparado
con escritores de la talla de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.5
Hijo del camionero y boxeador6
León Bolaño y de la profesora Victoria Ávalos, así como nieto de un
militar (quien posiblemente despertó su posterior afición por los juegos de guerra)7 fue parte de una familia alejada del mundo de las letras, si bien su madre solía leer best sellers con relativa frecuencia.8 Roberto pasó parte de su infancia en Valparaíso y Viña del Mar, realizando sus primeros estudios en Quilpué y Cauquenes.9 10 Sin embargo, donde vivió la mayor parte de sus primeros años fue en Los Ángeles, Provincia de Biobío.11 En Quilpué realizó su primer trabajo a los diez años de edad, como boletero de una línea de autobuses en el trayecto Quilpué-Valparaíso.9 Fue un escolar con dislexia, si bien esto, en palabras del escritor, no significó un problema para su aprendizaje.12
A los 15 años, en 1968, se trasladó con su familia a México,9 donde continuó sus estudios secundarios que abandonó definitivamente a los 17. Durante su adolescencia fue un asiduo visitante de la biblioteca pública de México D.F., ciudad en la que se desenvolvió realizando distintos trabajos, tales como el de periodista,4 o incluso vendiendo lámparas de la Virgen de Guadalupe, al mismo tiempo que escribía poesía y algunas obras de teatro.13 Es en la capital mexicana donde se comenzó a gestar la carrera literaria de Bolaño. México D.F. y Ciudad Juárez son los escenarios de sus libros más afamados, Los detectives salvajes y 2666, respectivamente, adoptando en este último el nombre ficticio de Santa Teresa.13.
En 1973 regresó a Chile con el propósito de apoyar el proceso de reformas socialistas de Salvador Allende. Tras un largo viaje en autobús, a dedo12 y en barco (atravesando prácticamente toda América Latina) llegó a Chile pocos días antes del Golpe de Estado del 11 de septiembre; al poco tiempo fue detenido cerca de Concepción y liberado ocho días después gracias a la ayuda de un antiguo compañero de estudios en Cauquenes que se encontraba entre los policías que debían custodiarlo. Sobre esta experiencia se basa su cuento Detectives, publicado en Llamadas telefónicas y donde aparece bajo su álter ego literario Arturo Belano.14. Ya de regreso en México, junto a sus amigos poetas Mario Santiago Papasquiaro
y Bruno Montané (quienes Bolaño representaría, respectivamente,
mediante los personajes de Ulises Lima y Felipe Müller en su premiada
novela Los detectives salvajes)17 fundaron el movimiento infrarrealista que, surgido a partir de reuniones y tertulias bohemias en el Café La Habana de la calle Bucareli,13 se opuso radicalmente a los poderes dominantes en la poesía mexicana y al establishment literario de ese país, que tenía a Octavio Paz como su figura preponderante.
El infrarrealismo es un movimiento poético que surgió inicialmente de la mano del chileno Roberto Matta cuando André Breton lo expulsa del surrealismo.18 Posteriormente, hacia 1975 el infrarrealismo reaparece en México liderado por Roberto Bolaño y el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro.18 El movimiento se fundó como tal en casa del poeta Bruno Montané, en México, D. F., en 1976.19
Además de ellos tres, contó entre sus cofundadores con la presencia de
Cuauhtémoc Méndez, Juan Esteban Harrington, José Peguero y Guadalupe
Ochoa.20 Luego se sumaron otros escritores tales como Óscar Altamirano Carmona, José Rosas Ribeyro y Rubén Medina.5
El movimiento buscaba romper con lo oficial y establecerse como vanguardia, boicoteando actos literarios de distintos artistas, entre ellos Octavio Paz.18 La poeta y escritora Carmen Boullosa, en una ocasión, expresó su temor a Bolaño de que él con los «infras» boicotearan su lectura poética.5
A través del infrarrealismo, la poesía de Bolaño y Papasquiaro se
caracterizó por su cotidianidad, su disonancia y sus elementos dadaístas.
Santiago cultivó este género hasta el final de su vida pero Bolaño lo
fue abandonando poco a poco por la prosa, aunque él mismo nunca dejó de
considerarse un poeta.5
Respecto a su relación con este movimiento, comentó el escritor Juan Villoro:
«Se podría sostener que el infrarrealismo lo determinó como escritor de la misma forma que el alejamiento de la corriente le permitió iniciar su carrera como novelista. México para él fue central, porque lo determinó como escritor (...) el México nocturno, el México de las calles, del habla cotidiana, de un destino quebrado y a veces trágico y el humor lo cautivaron. No es casualidad que sus dos novelas más grandes las haya centrado en México, Los detectives salvajes y 2666.»
Juan Villorro21
El origen del término es francés, y el intelectual Emmanuel Berl lo atribuye a uno de los fundadores del surrealismo, el escritor y político Philippe Soupault (1897-1990), quien también fue uno de los impulsores del dadaísmo.5
Póstumamente, la prensa crítica estadounidense al infrarrealismo de
Bolaño le llamó en diversas ocasiones «modernismo visceral» y «realismo
visceral»,10 este último nombre con el que Bolaño se refiere al movimiento en su novela Los detectives salvajes.
El poeta Bolaño emigró a España en 1977, concretamente a Cataluña, donde ya vivía su madre. Allí y en otros países tales como Francia desempeñó diversos oficios, tales como lavaplatos, botones, camarero, encargado de la recolección de basura, vigilante nocturno de campamentos, descargador de barcos, vendimiador durante el verano o vendedor en un almacén de barrio.15 4 Sus tiempos libres los dedicaba a escribir, y en algunas ocasiones en que el dinero escaseaba, optó por robar libros.10 Ya en la década de 1980 puede sustentarse, aunque sólo en parte,7 ganando concursos literarios municipales,15 a los cuales es instado a participar gracias a los consejos del escritor argentino exiliado en España Antonio Di Benedetto, a quien por esto dedica su cuento «Sensini».5
Primero se instaló en Barcelona, donde vivió durante un año en la adoquinada calle Tallers, ubicada en el barrio de El Raval, Distrito de Ciutat Vella, a dos cuadras de la Plaza de Cataluña.
Su humilde apartamento, de 25 metros cuadrados, estaba en la cuarta
planta de un antiguo convento, con un baño compartido con los demás
vecinos, sin timbre eléctrico
y con dos ventanas exteriores que miraban hacia otro edificio, al otro
lado de la calle. Con sus amigos escritores y poetas, solían reunirse en
los futbolines
ubicados en la misma Tallers, frente al bar Cèntric y cercano al bar
Parisienne, en los cuales Bolaño se tomaba un café cuando tenía dinero.
El chileno solía dar largos paseos a pie por el barrio. Posteriormente
se traslada a vivir con su hermana, su madre y la pareja de esta a un
edificio modernista en la calle Gran Vía, cerca de la Plaza España. Es entonces cuando consigue el trabajo de vigilante nocturno en el camping La Estrella de Mar en Casteldefels, a 24 kilómetros de Barcelona y adonde Bolaño debe desplazarse diariamente.22
En 1980 deja la capital catalana, habiendo ya escrito una primera versión de su novela Amberes,22 y se muda a Gerona,
concretamente a la calle Capuchinos, en el casco antiguo, donde inicia
el contacto por correspondencia con uno de sus poetas chilenos
favoritos, Enrique Lihn.23
En 1981, conoce en esta ciudad a Carolina López, de 20 años de edad
(Bolaño tenía 28), catalana que trabaja en los servicios sociales y
quien sería su futura esposa. En el invierno de 1984 comienzan a vivir
juntos.7
En 1984 publica también su primera novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, escrita en colaboración con el catalán A. G. Porta y ganadora del Premio Ámbito Literario.9 El mismo año resulta ganador del Premio Félix Urabayen por su novela La senda de los elefantes,24
que ya había sido postulada anteriormente, con otro nombre, a otro
concurso literario. Esta novela sería más adelante, en 1999, reeditada
por la Editorial Anagrama bajo el nombre de Monsieur Pain.25
Durante estos primeros años en España, Bolaño creó también junto con Bruno Montané la revista de poesía RVAC (Rimbaud vuelve a casa), cuyo único número fue financiado por este último. A través de ella se despidieron formalmente del infrarrealismo. Luego intentaron convertirla en una mini editorial bajo el nombre Rimbaud vuelve a casa Press, y publicaron dos o tres números de una revista de escaso tiraje denominada Berthe Trépat, en la cual se incluyeron poemas de Enrique Lihn, Soledad Bianchi, Waldo Rojas, Claudio Bertoni y Diego Maquieira, entre otros. Finalmente, con Bolaño ya en Gerona, lanzaron en 1983 un único número de la revista Regreso a la Antárdida,
con tres poetas (entre ellos el mismo Bolaño) y tres dibujantes. Los
ejemplares fueron meras fotocopias y llegaron a escasas personas además
de los mismos participantes.26
La joven pareja se casa en 1985. Ese verano se trasladan a Blanes, un pequeño municipio ubicado en la Costa Brava de Cataluña, a 70 kilómetros de Barcelona, para que Roberto pueda trabajar en la tienda de bisutería de su madre Victoria. Carolina consigue allí un trabajo en el ayuntamiento ese mismo verano, y por esta razón, en 1986,24 se establecen allí definitivamente.7
Con Carolina tendrían dos hijos: Lautaro y Alexandra.23
Con el nacimiento de su primogénito en 1990, Bolaño, que hasta entonces
casi sólo escribía poesía, decide volcarse hacia la narrativa, como
forma de hacer su oficio más rentable y poder así sostener a su
creciente familia.5 En 1992 se entera de la enfermedad que lo aqueja, y con la que cargaría por poco más de una década.12
Al año siguiente publica lo que se conoce como su primera novela
(pese a que anteriormente aparecieron otras bajo otros nombres, tales
como la ya mencionada La senda de los elefantes), titulada La pista de hielo,24 y en 1994 Los perros románticos,
una recopilación de sus poemas escritos en España desde su llegada en
1977 hasta 1990, con el cual ganó en 1994 el Premio Literario Ciudad de Irún27 y el Premio Literarios Kutxa Ciudad de San Sebastián, a mejor libro de poesía en castellano.28
En 1996 publica las novelas La literatura nazi en América y Estrella distante, que les comenzará a dar un cierto prestigio, y al año siguiente su primer libro de cuentos, titulado Llamadas telefónicas,24 el cual obtiene el Premio Municipal de Santiago de Chile,9 el Premio Ámbito Literario de Narrativa y el Premio Literario Kutxa Ciudad de San Sebastián, este último por su cuento «Sensini».28
El reconocimiento de la crítica y la fama del escritor se consolidan
abruptamente en 1998, año en que se convierte en el primer escritor
chileno en obtener el Premio Herralde de Novela gracias a su obra Los detectives salvajes. El 2 de agosto del año siguiente, repite la novedad al obtener el Premio Rómulo Gallegos por la misma novela,29 sobre la cual Enrique Vila-Matas escribió:
«Los detectives salvajes —vista así— sería una grieta que abre brechas por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo milenio. Los detectives salvajes es, por otra parte, mi propia brecha; es una novela que me ha obligado a replantearme aspectos de mi propia narrativa. Y es también una novela que me ha infundido ánimos para continuar escribiendo, incluso para rescatar lo mejor que había en mí cuando empecé a escribir.»
En Los detectives salvajes Bolaño se retrata a sí mismo a través de su álter ego Arturo Belano, compartiendo con su mejor amigo de la vida real, el poeta Mario Santiago Papasquiaro,
para el cual utiliza el apodo de Ulises Lima. Papasquiaro falleció el
10 de enero de 1998, justo un día después de que Bolaño acabara de
corregir la novela, y por lo tanto no alcanzó a leerla.31
Luego de Los detectives salvajes, a Bolaño lo comienzan a
invitar de manera frecuente para asistir a entrevistas y conferencias,
así como para escribir publicaciones en revistas y medios de prensa. A
fines de 1998 acepta el compromiso de escribir una columna de frecuencia
aproximadamente semanal para el Diari de Girona, periódico en lengua catalana de la Provincia de Gerona (a la cual pertenece Blanes) donde también publicaba el escritor José María Gironella.
Su primera entrega (que eran escritas en castellano, y luego traducidas
por los editores al catalán) es publicada en enero de 1999, y estas se
extienden hasta la primera mitad de 2000, totalizando aproximadamente
medio centenar de columnas y reseñas literarias. Luego de suspendida su
colaboración regular con ese medio, Bolaño acepta la propuesta de su
amigo Andrés Braithwaite para colaborar en el periódico chileno Las Últimas Noticias (que por entonces aún no se había convertido en un medio de farándula) y publicar una columna similar a la que tenía en el Diari de Girona y que, por iniciativa de Braithwaite, se llamó Entre paréntesis. La gran mayoría de estas publicaciones, comprendidas entre mayo de 1999 y enero de 2003, así como las del Diari de Girona, más conferencias y entrevistas, se encuentran en su libro póstumo que lleva como título el de su columna chilena (2004).32
Paralelamente a lo anterior, en noviembre de 1998 viaja por primera
vez a Chile luego de 25 años de ausencia, invitado para hacer de jurado
en un concurso de cuentos organizado por la revista Paula.
El escritor, en compañía de su esposa y su hijo Lautaro, es recibido
por una comitiva que incluye a su abuela María Olga, Alexandra Edwards
(directora de la revista), y la periodista y escritora Totó Romero.33
Durante su estadía se presenta en programas de televisión y es
entrevistado por distintos medios nacionales, tales como los diarios Las Últimas Noticias,34 y La Nación,35 un periódico de La Serena, y las revistas Paula33 y Ercilla.36 Además aprovecha de saludar telefónicamente a Pedro Lemebel el día de su cumpleaños, así como de visitar a Nicanor Parra, para Bolaño «el mejor poeta vivo en lengua española».33
En 1999 publica Amuleto, que profundiza en una de las historias narradas en Los detectives salvajes, y en noviembre de ese año viaja nuevamente y por última vez a Chile, con motivo de la Feria del Libro.
En esta ocasión, sin embargo, el recibimiento de algunos de sus colegas
escritores es más hosco, debido a sus comentarios críticos sobre la
literatura chilena publicados en mayo de ese año en una entrevista para
la revista Ajoblanco en Barcelona. Visita, en compañía de su esposa Carolina López y su hijo Lautaro, además de la joven escritora Lina Meruane, a la escritora Diamela Eltit y su esposo, el político izquierdista Jorge Arrate, quienes a su vez invitan a Pablo Azócar.37 Ya de regreso en España, escribe un libro inspirado en este viaje, Nocturno de Chile, que aparecería en 2000, y al año siguiente publica su segundo libro de cuentos Putas asesinas.24
En 2001 el escritor español Javier Cercas lanza la novela Soldados de Salamina, en donde Bolaño aparece como uno de los personajes, mientras que el 2003 es homenajeado por el mexicano Jorge Volpi en su libro El fin de la locura.12
A mediados de 2003, unas pocas semanas antes de su fallecimiento, durante una reunión de escritores latinoamericanos en Sevilla, el escritor argentino Rodrigo Fresán se refirió a Bolaño como el líder indiscutible tanto de él como de otros escritores contemporáneos, tales como Jorge Volpi o Gamboa.5
El 1 de julio Carmen Pérez de Vega, su pareja desde hacía algún tiempo, lo llevó urgentemente desde Blanes al Hospital Universitario Valle de Hebrón de Barcelona, donde fue internado. Un día antes, en muy mal estado de salud, entregó a su amigo y editor Jorge Herralde una copia de su último libro de cuentos, El gaucho insufrible, que se convertiría poco después en su primera obra póstuma.38 Bolaño fallecía el martes 15, tras pasar diez días en coma como consecuencia de una insuficiencia hepática mientras esperaba en vano por un donante para realizarse un trasplante de hígado.10
Su hijo Lautaro tenía trece años, mientras que su hija Alexandra sólo
dos. Los derechos de toda su obra escrita los dejó en manos de su esposa
e hijos.7 Sus cenizas fueron arrojadas al Mar Mediterráneo.39
Su última entrevista llevó por título «Estrella distante», como su libro homónimo, y fue realizada por la periodista Mónica Maristain de la revista Playboy de México.12 Dejó inconclusas varias obras, y otras casi terminadas, como es el caso de su tercer libro de cuentos, la ya mencionada El gaucho insufrible, y la monumental novela 2666,
la cual dejó pensando en que fuese distribuida como cinco libros
independientes, de modo de asegurar así el sustento de su esposa e
hijos, a pesar de lo cual estos estuvieron de acuerdo en publicarla como
una sola unidad, como lo era en realidad.10 En esta última novela Bolaño llevó al extremo su capacidad fabuladora, esta vez en torno a un personaje, Benno von Archimboldi, mediante el que retoma la figura del escritor desaparecido en medio de Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez, en México, ciudad en la cual se suceden con horror múltiples feminicidios.10
El 23 de octubre de ese mismo año, durante la Feria del Libro realizada en Santiago de Chile, el escritor español Jorge Herralde, editor de Anagrama y amigo de Bolaño, pronunció un largo discurso en homenaje a Bolaño.5
En 2004, un año después de su muerte, Bolaño obtuvo el Premio Salambó a la mejor novela escrita en español, por 2666.
El jurado destacó el nivel y diversidad de los cinco finalistas, todos
ellos «libros nobles, respetables y muy notables», considerando sin
embargo a éste «el resumen de una obra de mucho peso, donde se decanta
lo mejor de la narrativa de Roberto Bolaño (...) que supone un gran
riesgo y lleva al extremo el lenguaje literario de su autor».40
El 4 de octubre de 2008, en la Biblioteca Comarcal de Blanes
se inauguró la Sala Roberto Bolaño, en homenaje al escritor que vivió
allí por más de quince años y hasta su muerte. La placa conmemorativa,
descubierta por sus hijos Alexandra y Lautaro, dice lo siguiente:41
«Yo sólo espero ser considerado un escritor sudamericano más o menos decente, que vivió en Blanes, y que quiso a este pueblo».
Roberto Bolaño
En el coloquio que siguió a la inauguración participaron sus amigos escritores Enrique Vila-Matas, A. G. Porta y Rodrigo Fresán.42
Tanto Porta como el chileno Jorge Morales, quien participó en la sesión
de preguntas, se cuestionaron el haberle dedicado a Bolaño sólo una
sala, y no la biblioteca completa.41 Victoria Ávalos, madre del homenajeado, falleció un día antes del evento, en el cual no fue mencionada.42
Tras su muerte, la obra de Bolaño ha conocido una mayor difusión en el mundo de habla hispana pero también en Francia y Estados Unidos, donde estuvo en la lista de los 10 mejores libros del año de algunos de los más prestigiosos medios, como el The New Yorker, Slate y Bookforum.43
En una entrevista del 25 de marzo de 2010, la cantante y poeta estadounidensa Patti Smith, a quien Bolaño admiraba,22 afirmó que «2666
es la primera obra maestra del siglo XXI» y que «leer a Bolaño ha sido
una revelación para mí». El domingo 28 de marzo de ese año, dedicó un
recital al escritor, cerrando el festival de Palabra y Música de Gijón, estrenando un poema-canción que habla sobre el chileno.44
Su esposa e hijos, al menos hasta fines de 2010, continuaban viviendo
en Blanes. Los libros póstumos del autor han sido publicados por la Editorial Anagrama bajo el estricto seguimiento de Carolina. La viuda de Bolaño, que poco después de la muerte de este contactó a la agencia de Carmen Balcells
para que administrara los derechos de la obra del chileno y quien a
mediados de 2009 optó por el famoso agente lieterario estadounidense
Andrew Wylie,38
a diciembre de 2010 había aceptado dar solo cuatro entrevistas de
prensa, con propósitos específicos: desmentir una supuesta adicción a la
heroína de Bolaño, expresar su desacuerdo por la aparición de Adolf Hitler en la portada del libro La literatura nazi en América, y desmentir la existencia de contratos cinematográficos para Los detectives salvajes.7
En noviembre de 2010, el director chileno residente en México Ricardo House estrenó en Madrid la primera parte de tres que conforman el documental Roberto Bolaño, la batalla futura, en el cual se profundiza sobre la vida del escritor durante su juventud en México.45
El 18 de junio de 2011, se inauguró una calle con su nombre en la ciudad española de Gerona, en Cataluña, en un evento al que asistieron el escritor mexicano Juan Villoro y el poeta Bruno Montané, el crítico literario catalán Ignacio Echevarría, y el editor de Anagrama Jorge Herralde,
todos amigos del escritor. Su esposa Carolina, así como sus hijos
Lautaro y Alexandra, no asistieron a la ceremonia, por enemistades entre
esta y parte de los asistentes.23
En enero de 2012 se estrenó, primero en Barcelona y luego en Gerona, la segunda parte de Roberto Bolaño, la batalla futura.
En ella se profundiza sobre su vida en Cataluña. Finalmente, la
trilogía se completó a fines del mismo año, concentrándose en su niñez
en Chile y su regreso al país desde México, justo antes del Golpe de Estado.45 El documental íntegro se estrenó el 23 de noviembre de 2012 en Barcelona, con la presencia de Ricardo House e Ignacio Echevarría.46
Uno de los rasgos más dominantes de su obra es la constante conexión
entre vida y literatura. En sus libros suelen aparecer reflexiones sobre
la escritura, el arte de la narración o los valores de la lectura. Sus
protagonistas son en su gran mayoría escritores tanto fracasados como
exitosos para los que la actividad literaria lo es todo.47
En diversas ocasiones afirmó que luego de terminar un libro, procuraba
olvidarlo de inmediato, de modo de no repetirse en la trama ni en los
personajes en sus trabajos siguientes.12
Otro tema frecuente en su narrativa es el nazismo, como puede verse en sus obras La literatura nazi en América, Estrella distante o El Tercer Reich, y en menor medida en otros de sus libros. Bolaño era un erudito acerca de la historia de la Alemania nazi, y aprovechó este conocimiento en su creación literaria.48
Bolaño siempre se reconoció un admirador de la literatura del argentino Jorge Luis Borges. Su segunda novela publicada, La literatura nazi en América, puede leerse como un homenaje a dicho escritor.4 Asimismo, suelen relacionarlo con Julio Cortázar, lo cual Bolaño no pone en duda:
Roberto Bolaño49
Su poeta favorito era el chileno Nicanor Parra,50 si bien poseía un vasto conocimiento e interés por la poesía francesa, tomando en ella un lugar destacado Arthur Rimbaud.5 Dentro de la literatura anglosajona, entre sus favoritos se encontraban James Ellroy, Philip K. Dick y Cormac McCarthy. En su novela 2666,
se desenvuelve en territorios geográficos similares a los aventurados
por McCarthy (la frontera entre México y Estados Unidos).4
Bolaño fue también un duro crítico a diversos escritores contemporáneos. Fue manifiesta la antipatía que sentía por el mexicano Octavio Paz en su juventud50 y tajantes sus críticas a la mexicana Ángeles Mastretta.12 También criticó duramente la literatura chilena de la década de 1990, incluyendo entre otros a Isabel Allende,4 Antonio Skármeta,10 Volodia Teitelboim51 o Marcela Serrano,12 si bien también celebró la obra, además de la de Nicanor Parra, la de los chilenos Enrique Lihn, Gonzalo Rojas, Jorge Edwards y a veces José Donoso, así como los argentinos Bioy Casares, Silvina Ocampo, Rodolfo Wilcock, Ricardo Piglia, Manuel Puig, Copi y Osvaldo Lamborghini, además de los anteriormente mencionados Cortázar y Borges, y la de los mexicanos Juan Rulfo, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis y otros escritores hispanoamericanos como Juan Marsé, Álvaro Pombo, Mario Vargas Llosa, Miguel Ángel Asturias y Augusto Monterroso.52 Bolaño destaca además a escritores de su generación, tales como Fernando Vallejo, César Aira, Alan Pauls, Rodrigo Fresán, Rodrigo Rey Rosa, Juan Villoro, Daniel Sada, Carmen Boullosa, Jorge Volpi, Enrique Vila-Matas, Javier Marías, Pedro Lemebel, Roberto Brodsky,5 Olvido García Valdés, Miguel Casado y Rodrigo Lira.53
Con respecto a escritores de lenguas no romances, Bolaño apreciaba particularmente a Witold Gombrowicz y Franz Kafka, entre varios otros.52
Bolaño, ateo desde su juventud,54 siempre se consideró de pensamientos de izquierda, haciéndose trotskista durante su juventud en México,15 y posteriormente anarquista. En sus propias palabras:
«(no me gusta) la unanimidad sacerdotal, clerical, de los comunistas. Siempre he sido de izquierda y no me iba a hacer de derechas porque no me gustaban los clérigos comunistas, entonces me hice trotskista. Lo que pasa que luego, cuando estuve entre los trotskistas, tampoco me gustaba la unanimidad clerical de los trotskistas, y terminé siendo anarquista [...]. Ya en España encontré muchos anarquistas y empecé a dejar de ser anarquista. La unanimidad me jode muchísimo.»
Roberto Bolaño55
Con respecto a los sentimientos patrióticos, opinaba que lo mejor era olvidarse de la patria, considerándose más que chileno, mexicano o incluso español, latinoamericano.12. Obra.
La obra de Roberto Bolaño incluye poesía, novelas, cuentos, ensayos y discursos literarios, publicados en su mayoría en Barcelona, España.
Varias de estas obras han sido publicadas póstumamente. La totalidad de
los libros de cuentos, y casi todas sus novelas (salvo La literatura nazi en América, publicada por la editorial Seix Barral, y Consejos de un discípulo..., reeditada por la Editorial Acantilado), fue publicada por Anagrama. La primera edición de La pista de hielo, su primera novela, fue publicada inicialmente por la Editorial Planeta, y Una novelita lumpen por la editorial Mondadori. Poesía.1976 - Reinventar el amor (Taller Martín Pescador, México).1992 - Fragmentos de la Universidad Desconocida (Colección Melibea, Talavera de la Reina)56.1993 - Los perros románticos. Poemas 1980-1998 (Fundación Social y Cultural Kutxa, reeditado por Lumen en 2000 y Acantilado en 2006).1995 - El último salvaje (Al Este del Paraíso, México, D. F.)56.2000 - Tres (Acantilado, Barcelona). Ediciones póstumas. 2007 - La Universidad Desconocida.
En antologías.1976 - Pájaro de calor (Asunción Sanchís, México-Lora del Río)57.1978 - Algunos poetas en Barcelona (La Cloaca, Barcelona)56.1978 - La novísima poesía Latinoamericana (México, D. F.).1979 - Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego (Extemporáneos, México)58.1992 - Viajes de ida y vuelta: Poetas chilenos en Europa (Documentas, Santiago de Chile)59 En revistas literarias561981 - Le Prosa, n.º 3 (México, D. F., febrero).1982 - Trilce, n.º 18 (Madrid, julio).1983 - Regreso a la Antártida (Gerona).1983 - Berthe Trépat, n.º 2 (Gerona, noviembre).1991 - Cambio 7, n.º 91 (México, D. F.).1994 - El Bosque, n.º 9 (Zaragoza, septiembre-diciembre).1995 - Berthe Trépat, n.º 3 (Gerona, febrero).1998 - Trilce, n.º 2 (Concepción).1999 - Renacimiento, n.º 23-24 (Sevilla).2000 - Hablar falar de poesía, n.º 3 (Lisboa).2000 - Hora Zero, n.º 39 (Los Teques).2000 - Ateneo, n.º 13 (Los Teques).sin fecha - Fosa Común.2005 - Cartelera Turia, n.º 75 (julio-octubre) Novelas.1984 - Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (con A. G. Porta; reeditada en 2006 junto al cuento Diario de bar).1984 - La senda de los elefantes (reeditada en 1999 como Monsieur Pain).1993 - La pista de hielo.1996 - La literatura nazi en América.1996 - Estrella distante.1998 - Los detectives salvajes.1999 - Amuleto.2000 - Nocturno de Chile. 2002 - Amberes. 2002 - Una novelita lumpen.Ediciones póstumas.2005 - 2666.2010 - El Tercer Reich.2011 - Los sinsabores del verdadero policía.Cuentos.1997 - Llamadas telefónicas.2001 - Putas asesinas.Ediciones póstumas.2003 - El gaucho insufrible.2006 - Diario de bar (con A. G. Porta; adjunto a reedición de Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce).2007 - El secreto del mal.Ensayos, artículos, discursos y entrevistas.2004 - Entre paréntesis.2011 - Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas. Selección y edición Andrés Braithwaite. Prólogo Juan Villoro. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago. Reedición ampliada y corregida de la publicación de 2006, pero esta vez sin Rodrigo Fresán60.2012 - Autobiografía y Manifiesto infrarrealista: La fracturas de la realidad. Revista Granta, n.º 13, México.61.
Semblanza biográfica: Wikipedia. Texto:libre. Foto: archivo.
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