El autor mexicano ratifica su prestigio con La transmigración de los cuerpos A su paso por Madrid dio sus claves: "Creo más en la precisión de las palabras que en la originalidad"
El escritor mexicano Yuri Herrera. / Carlos Rosillo/elpais.com |
No cree en la página en blanco. No cree en el bloqueo del escritor.
No cree en la angustia a la hora de escribir. No cree en la
experimentación por la experimentación.
¿En qué cree, entonces, Yuri Herrera?
Cree en la concentración, la dedicación y el trabajo constante. Cree
en aprender de los errores propios. Cree en la lectura y en la cultura.
Cree en la intuición del autor.
Pero, sobre todo, cree en las palabras.
Ellas son su dios. Su reino a conquistar, a rescatar para él y la literatura. Eso es en lo que cree el escritor mexicano Yuri Herrera
(Actopan, 1970), en las palabras, en su significado, en la biografía
que las moldea y vivifica en las diferentes bocas, en su sonido y en los
ecos que llegan hasta sus lectores. Y las suyas para referirse a ellas,
en un rincón de una librería madrileña, son meditadas y hacen énfasis
en lo esencial de recuperar el patrimonio lingüístico —“debemos asumir
ese derecho”—, reclama un autor que cuando empieza a escribir tiene
claro algunas de las palabras que formarán parte de su libro.
La transmigración de los cuerpos (Periférica), su última
novela, da fe de sus creencias creativas, personales y sociales. En ella
laten, cuenta, “Dashiell Hammett, algo de la Divina Comedia, el Éxodo y algunos contemporáneos, en especial Jorge Cuesta, a quien estuve releyendo mientras escribía el libro”.
Yuri Herrera está contento. Apenas se le nota. Es discreto. Tenía
confianza en que con su proyecto literario iniciado hace una década
ganaría lectores, poco a poco. Es su tercera novela editada en España.
Con ella ha aumentado su prestigio inaugurado con Trabajos del reino y ratificado con Señales que precederán al fin del mundo (ambas en Periférica).
"He ido descubriendo mis obsesiones y uno saca cosas que tiene dentro y no sabe que tiene allí. Esa es una de las maneras que tiene el arte. No creo que el arte consista solo en sacar emociones; para mí es importante la intuición."
En sus novelas sus protagonistas son formas distintas de la fuerza de
la palabra. Tres personajes que con su habla van despejando el mundo,
contando el mundo y creándolo, también, a medida que lo verbalizan. Si
en Trabajos del reino, el Lobo es un compositor y cantante de corridos (poder y narcotráfico, Arte y poder); y en Señales que precederán al fin del mundo, Makina es una traductora de lenguas que conecta el presente con leyendas y mitos precolombinos, en La transmigración de los cuerpos,
el Alfaqueque es un hombre cuyo verbo busca amansar la violencia entre
los bandos. La palabra frente a las violencias. Aquí en una ciudad sin
nombre cercada por una epidemia que obliga a la gente a recluirse en sus
casas.
Herrera acaba de llegar de Lyon, donde fue invitado por la Ecole Normale Supérieure, porque este año han incluido Trabajos del reino
en las listas de la Aggregation, un examen para obtener posición
docente. Pero antes de que su nombre empezara en 2004 a ir de boca en
boca, había escrito una novela que está enterrada, pero no olvidada.
“Era muy mala”, reconoce con pudor, “aprendes mucho más de los errores”.
Y entre medias algún libro infantil.
Cuando en 2009 publicó Señales que precederán al fin del mundo
acogida fue tal que en 2011 quedó finalista del Rómulo Gallegos.
“Entonces aprendí que a veces se dedica mucho tiempo al mundillo
literario en lugar de dárselo a la literatura”.
Era la época en que le rondaba la idea de su nueva novela y llegaba a
México la epidemia de la fiebre porcina. Durante días la capital fue
una ciudad fantasma. Pensó que no iba a poder escribir sobre una
epidemia, pero luego se dijo: “La epidemia va a ser parte de la
historia”. Y siguió adelante, y no con una epidemia cualquiera, con esta
novela de resonancias shakesperianas y bíblicas, con aires fabuladores y
alegóricos despojados de adornos. “Creo más en la precisión de las
palabras que en la originalidad”.
"Los medios tienen que aprender a respirar de nuevo, parece que están hiperventilando todo el tiempo. Incluso los temas más urgentes merecen una reflexión, eso implica respeto a los hechos y a la lengua."
Si en la anterior el núcleo era el viaje de Makina, en esta es la
atmósfera. “Tenía cierta preocupación por la palabra justa, por la
precisión para reconstruir la realidad”.
Una constante en sus libros es lo fronterizo y el viaje. El viaje
como rescate, búsqueda del personaje tanto hacia fuera, en su misión,
como hacía sí mismo. Se sorprende ante esta idea: “No es casual, pero
tampoco programada. He ido descubriendo mis obsesiones y uno saca cosas
que tiene dentro y no sabe que tiene allí. Esa es una de las maneras que
tiene el arte. No creo que el arte consista solo en sacar emociones;
para mí es importante la intuición. Uno escribe siguiendo intuiciones,
pero no es suficiente y necesita un continente, y eso es la cultura que
todos tenemos, los valores, la ética… La cultura es el continente de la
intuición”.
"No solo es importante la evolución física del personaje, sino lo que
sucede dentro de él, su epifanía o cambio. Supongo que tiene que ver
con que para mí ha sido un aprendizaje salir de mí mismo porque soy
tímido, temeroso…".
Un amante de las palabras crítico con los políticos: “No tenemos que
permitir que nos expropien la lengua”. Y preocupado por los medios de
comunicación: “Deben dejar de ser rehenes de las tecnologías emergentes.
Tienen que aprender a respirar de nuevo, parece que están
hiperventilando todo el tiempo. Incluso los temas más urgentes merecen
una reflexión, eso implica respeto a los hechos y a la lengua. Si
recuperamos la manera de respirar será posible asumir una mejor manera
de ver el mundo”.
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