5.4.10

El amor, el sexo y sus máscaras

Una crítica literaria y un escritor plantean aquí sus argumentos para debatir en torno a La humillación, la última novela del escritor estadounidense Philip Roth. Son dos visiones donde se trenzan a partir del juego intertextual del autor, sus obsesiones, su decadencia y sus ideas románticas

EL VIEJO TIGRE. Roth, en su madurez, ha entrado en una etapa extraordinariamente prolífica.fOTO;fUENTE:Revista Ñ

"Había perdido su magia". Ese es el comienzo de La humillación y sin demasiada dificultad uno podría imaginarse las manos de Philip Roth sobre la mesa de su cocina en esa casa al noroeste de Connecticut, un cuaderno abierto y, otra vez, esa frase (perfecta, precisa, imbatible) escrita o soñada o imaginada por el autor de Pastoral americana una y otra vez como si fuera al mismo tiempo un fantasma y una amenaza. ¿Qué pasaría si Philip Roth perdiera la magia? Resulta casi imposible separar al autor estadounidense de los narradores o protagonistas de sus libros. Y como desarrolla en esta producción la crítica literaria Virginia Cosin, gran parte de la gracia de la literatura de Roth consiste en esa habilidad para superponer caras y caretas. Por su parte, el escritor Ernesto Mallo concuerda en que tal vez Roth esté perdiendo su voz, sin embargo entrega en esta nueva novela una visión cínica y brutal sobre las relaciones de poder que se tejen en torno al amor. Ambos coinciden en que La humillación es una novela menor en el marco de su obra, pero también que este libro todavía puede generar cierta incomodidad. La humillación es la historia de un reconocido actor en decadencia y su obsesiva relación con la hija lesbiana de unos amigos. Es la historia de un fracaso y una esperanza. Y eso es Roth.


EN CONTRA

Philip Roth haciendo de Philip Roth

Por Virginia Cosin


La humillación es un libro flaco. Y no porque contenga pocas páginas sino porque, en este caso, la historia expone mucha menos carne que piel y hueso. Hay una idea. Hay una estructura. Y hay un comienzo: "Había perdido su magia". Esto dice Simón Axler, último envoltorio nominal con el que Roth se disfraza esta vez. Por eso, aunque sea un poco obvio, no queda otra que preguntarse si esto es lo que nos dice ahora Roth de Roth.

Axler es un actor de 75 años que ha cosechado fama y dinero, principalmente como actor de teatro. Representó a todos los Shakeaspeares posibles, pero un día, arriba del escenario, deja de encontrarle un sentido a la actuación. Recién divorciado de su última esposa, se hunde en una depresión que lo deposita en un instituto psiquiátrico. Cuando vuelve a su casa, se enreda con una mujer más joven que él, más confundida, más frágil y, por lo tanto, más peligrosa que ninguna otra. Roth viene experimentando con el uso de las máscaras (este libro remite indisolublemente a Persona, de Ingmar Bergman) desde que el éxito y el escándalo que suscitó El lamento de Portnoy lo convirtió en una celebridad, en parte por la incógnita escabrosa acerca de quién era realmente Alexander Portnoy, cuya biografía tenía tantos puntos de contacto con la de su autor: los dos habían crecido en Newark, los dos eran hijos de una familia judía, los dos ostentaban cierta dificultad para vincularse afectivamente con las mujeres. A la pregunta sobre si Portnoy era Roth, Roth contraatacó con Zukerman desencadenado, donde un escritor se convierte en una celebridad gracias a su última y escandalosa novela, cuyo protagonista, Carnovsky, es sospechosamente parecido a su autor, Zukerman. La trama, que Martin Amis describió como "una novela autobiográfica sobre la experiencia de escribir novelas autobiográficas" se teje alrededor de un autor intentando desprenderse la malla adherente de su personaje, que se le pega a la piel. Pero Zukerman es sólo uno de los muchos "otros yoes" de Roth: está David Kepesh, (protagonista de la trilogía El pecho, El profesor del deseo y El animal moribundo), un profesor universitario, también escritor, al que lo seducen las mujeres más jóvenes que él. Y Mike Sabath –en El teatro de Sabbath–, un titiritero que ya no puede dedicarse a hacer lo único que sabe, porque sus manos se vuelven artríticas por culpa de la vejez (temido fantasma en su literatura, que en los últimos años ha recrudecido ya no como fantasía sino como experiencia real), pero cuyos impulsos sexuales siguen vibrantes; y Philip (a secas) –en Engaño– un escritor que dialoga con su amante sobre todos los tipos de farsas a los que son sometidos y se someten hombres y mujeres. Y es nada más y nada menos que Philip Roth en Operación Shylock, una delirante comedia de enredos en donde el escritor tropieza con un falso Philip Roth en la tierra prometida. Y vuelve a ser Philip Roth en Patrimonio, pero acá aclara que sí, se trata de una historia verdadera, y se sumerge en la vida –y la muerte– de su padre. Lo cierto es que gran parte de su gracia consiste en conjugar ficción con realidad y desnudar el centro nervioso alrededor del cual giran Eros y Tánatos. Es su desencanto y a la vez la fuerza con la que ruge de dolor lo que conmueve. Sucede que en La humillación, Roth ya no es el hábil constructor de entelequias que se mueven por el texto como en un cuarto repleto de espejos, en donde se hace difícil distinguir cuál es la real y cuál la copia, sino que parecería haberse convertido en un caricaturista de sí mismo. Por supuesto, hay pasajes brillantes: se trata del genio de Roth. Pero aquí es un genio cansado, en piloto automático. No es casual que este nuevo personaje sea precisamente un actor, alguien que se dedica a ser otro. Tampoco lo es que sea un hombre famoso. Allí están todos los ingredientes que suelen nutrir su literatura. Sólo que esta vez, el trazo es demasiado grueso. El comienzo de La humillación atrae al lector y lo mete de cabeza en la historia. Pero hacia el final el lazo se hace tan estrecho que obtura el interés. En este último libro estamos en presencia de un Philip Roth queriendo ser Philip Roth. La buena noticia es que él sigue estando ahí, entre la piel y el hueso.


A FAVOR
Por Ernesto Mallo

La traducción es la primera, aunque no la única, dificultad que opone la lectura de la novela número treinta de Philip Roth. En realidad se trata de un cuento hipertrofiado, generosamente editado para que parezca una novela. A Roth parece que últimamente le está sucediendo lo mismo que al protagonista de La humillación: está perdiendo la voz. Es posible que el ritmo furioso al que viene produciendo libros tenga su cuota de responsabilidad. Los personajes de la obra, especialmente los femeninos, depredadoras poco verosímiles, carecen de nervio; son como fotografías de cumpleaños de personas desconocidas. La trama es débil y produce pocas emociones, amarga, ninguna sonrisa. La humillación es una retractación pública de la muy erótica El teatro de Sabbath. La historia toca sus temas recurrentes: muerte, locura, suicidio y las miserias del envejecimiento. En esta ficción, el vehículo para tratar estas cuestiones es Simon Axler, un reconocido actor a quien se le muere el talento. Cayendo por la pendiente del fracaso, Axler se embarca en una relación con la hija lesbiana de unos amigos, veinticinco años menor que él. Axler quiere "redimir" de su homosexualidad a Pegeen. La narración de sus relaciones, que incluyen un menage a trois, falla. No hay erotismo, el recuento de las acciones y de los "juguetes" de que se valen los personajes para su performance es turístico, no produce excitación alguna, aparece como las fantasías sexuales de un anciano que mira postales pornográficas.

A pesar de sus debilidades, La humillación es un libro que vale la pena leer. Roth despliega un profundo conocimiento de la psicología de los actores: es un tour por su desvergonzado e imprescindible narcisismo. Lo que más interesa es la cuestión del poder en el amor. Acá es donde asoma la pluma fuerte de Roth. Quién tiene el poder en una relación amorosa y por qué lo tiene son las preguntas más inquietantes que la novela le plantea al lector. La respuesta no lo es menos: en el amor tiene el poder quien menos ama. La única manera de tener poder es ejerciéndolo, haciéndoselo sentir al otro. Contra toda fantasía romántica (el amor todo lo puede, el amor es más fuerte, el amor nos salvará), Roth opone una visión cínica (dicho esto en el mejor de los sentidos). Desde la vereda de enfrente de la idea romántica del amor (prístino, edulcorado, matrimonial y aséptico), Roth lo muestra pasional, violento, peligroso, oscuro, subterráneo, húmedo, mortal y amargo; carnal y gozoso. Con estas características construye el diálogo político entre Axler y Pegeen. El otrora gran actor que empequeñecía a los otros actores y cautivaba audiencias con su arte queda sometido a las veleidades de una mujer que no es casi nada, que no ha logrado nada, pero que tiene el poder de la juventud. Ser joven significa que siempre hay otra oportunidad. Cuanto más viejo se es, no importa cuántas medallas adornen el pecho, menos oportunidades nuevas habrá. Axler es consciente de la situación, sabe que lleva las de perder, quisiera alejarse, no está en condiciones de soportar otro abandono. Contra toda razón y buen juicio, contra toda certeza del fracaso inminente, sostiene la relación. La esperanza dota al personaje con su dimensión trágica. La esperanza de perpetuar el amor romántico lleva a Axler a fantasear con tener un hijo con ella, establecer un vínculo de sangre, el único que puede subsistir hasta que la muerte los separe. La esperanza lo conduce al laboratorio donde analizarán su esperma. Todo lo hace sin decirle una palabra a su amante porque sabe también que su esperanza transita el camino de su deseo. Si lo que esperamos se parece a lo que deseamos, lo más probable es que nos engañemos. Entonces Axler espera hasta último momento para proponerle un hijo a Pegeen, y espera porque no tiene más remedio, porque el poder lo tiene ella. Quien carece de poder está obligado a esperar, quien tiene el poder obliga a los otros a esperar. No lo matará la vejez, la locura, ni la enfermedad, sino la esperanza.

Roth Básico
Se dio a conocer con "Goodbye, Columbus" (National Book Award de 1960), retrato del éxodo interno de los jóvenes judíos en EE.UU. Diez años y dos novelas después publicó "El lamento de Portnoy", una grotesca comedia de educación sentimental que fue su primer gran éxito de público. Entre 1979 y 1983 lanzó "Zuckerman encadenado", trilogía protagonizada por un novelista neurótico, libidinoso y cínico. Otra novela de Zuckerman, "Pastoral Americana", ganó el Pulitzer en 1998. En varias de sus novelas revisita temas rothianos como la sexualidad vista como camino de liberación sin salida, el poder de la decadencia física y la idea de la identidad de las personas como una ficción caótica.

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