Un volumen recoge por vez primera todas las ilustraciones del autor de La transformación, que permanecieron 63 años en la caja fuerte de un banco de Zúrich
Uno
de los dibujos inéditos de Kafka, en una hoja suelta, fechado entre 1901 y 1907.ARDON BAR-HAMA/elpais.com |
Es escritor, pero le
cuesta encontrar las palabras. “¡Cómo describir la manera en que íbamos en el
sueño! (…) Espera, que te lo dibujo. Ir cogidos del brazo es así [dibujo].
Nosotros, en cambio, íbamos así [dibujo]”. Es Franz Kafka en una carta de 1913
a su novia, Felice Bauer. “Debes
saber que tiempo atrás era un gran dibujante (…) En aquella época, ya han
pasado muchos años, esos dibujos me satisfacían más que cualquier otra cosa”,
le confiesa pocas líneas después. El autor de La transformación dibujaba
ya antes de escribir, en 1901, y lo hizo muchísimo, hasta casi el último día de
su vida, en 1924; en cualquier espacio (hojas sueltas, manuscritos
ornamentados, un cuaderno, postales, márgenes de libros jurídicos…) y con un
estilo peculiar, pero acorde a su obra literaria. Casi dos terceras partes de
esos dibujos eran el último gran inédito de Kafka que quedaba, 63 años
reposando en una caja fuerte de un banco de Zúrich que ahora, junto a los 41
que ya se conocían, salen a la luz para sumar los 163 que conforman Los
dibujos, coedición internacional de siete países que en España
publica Galaxia Gutenberg.
Sorprende cómo el
autor cultivó esa faceta porque sostenía que los judíos no eran pintores: “No
sabemos representar las cosas de manera estática. Las vemos siempre fluyendo,
en movimiento, como cambio”. Pero lo cierto es que Kafka se pone a dibujar al
mismo tiempo que a escribir: entre 1901 y 1907 lo hace intensamente y con
ambición artística, sobre todo en su etapa en la Universidad Alemana de Praga,
donde tomó clases de dibujo y era asiduo a los cursos de Historia del Arte.
Pero si fue duro con su escritura, aún más inflexible lo fue con sus ilustraciones. La faceta artística de este otro Kafka tiene tintes, claro, kafkianos. Distintos, en sus dibujos mayormente las figuras humanas se antojan frágiles, enigmáticas, inquietantes, hijas de pocos trazos, donde a veces asoma algún rasgo animal. Están en “una suspensión y un movimiento insólitos, liberados de la fuerza de la gravedad; desafían la coordinación cinestésica de las partes del cuerpo”: parecen desorientados y carecen de coordinación, o de movimiento intencionado, sostiene la filósofa Judith Butler en uno de los textos que incluye el libro. No es inusual que las cabezas (o los círculos que las representan) estén separadas de un cuerpo a menudo de extremidades larguísimas.
“Igual que su escritura,
su dibujo está muy ligado a su tiempo, es expresionista y aborda así el cuerpo:
la situación corporal, la postura ya es muy importante en sus novelas; eso se
ve, en el cuaderno de dibujo inédito, en las variantes que hace sobre un
luchador, inspirado quizá en El guerrero Borghese”, cita Joan
Tarrida, director de Galaxia Gutenberg. Siguiendo la estela del estudio del
suizo Andreas Kilcher que también incorpora el volumen, que alcanza las 356
páginas, en las ilustraciones de Kafka puede reseguirse a su vez la influencia
del arte japonés y su caligrafía: trazos muy negros y anchos, realizados como
si fuera con pincel.
Como en su producción
escrita, asoma asimismo el humor, pero “lo grotesco viene de la diferencia
corporal… Todo parece indicar que dibujaba en arrebatos”, indica Tarrida,
señalando un dibujo cabeza abajo, reproducido tal como estaba en el cuaderno:
“No se fijaba si estaba del derecho o del revés o de lado…”, hace notar ante
unas ilustraciones que se han reproducido acercándose lo máximo posible al
tamaño real y sin recortar.
Recoger de las
papeleras
La supervivencia de
los dibujos también merece la adjetivación del apellido del autor. Kafka
especificó en su famoso testamento de 1921 en el que pide a su albacea y amigo
Max Brod que destruyera tanto sus textos… como sus dibujos. Tampoco le hizo
caso en eso. Es más, Brod se había dedicado a recoger de las papeleras los que
Kafka tiraba, mientras le pedía que le regalara los folios emborronados con sus
dibujos. E incluso se puso a recortar de los libros de leyes del autor de El
castillo los márgenes que el escritor sembraba con sus dibujos, “en
una especie de contraposición carnavalesca a los contenidos jurídicos”, apunta
Kilcher.
Brod, en un durísimo
periplo huyendo de los nazis desde Praga en 1939, llevó hasta Palestina todo el
legado de su amigo, fallecido en 1924. Ahí dejó la parte de las dos sobrinas
del escritor que habían sobrevivido al Holocausto y que éstas con los años
acabarían, en 1961, depositando en la biblioteca Bodleiana de
Oxford. De ahí proceden buena parte de los 41 dibujos que se
conocían hasta ahora de Kafka. El albacea guardó su parte en un banco de Tel Aviv.
Pero al estallar en 1956 la crisis del Canal de Suez, temiendo la desaparición
del Estado de Israel, trasladó todo a cuatro cajas fuertes de un banco de
Zúrich, el hoy UBS. Brod, luego, acabó legando su parte a su secretaria, Ilse
Ester Hoffe.
Tanto Hoffe como Brod
pusieron siempre trabas a su exhibición y publicación. “Brod los había cortado
y manipulado y, en parte, al cederlos a su secretaria en vida, ya no eran
suyos”, lanza como hipótesis Tarrida para justificar la actitud esquiva del
albacea en este ámbito. Hoffe llegó incluso a pedir en los años 80 a un editor
alemán 100.000 marcos sólo para verlos. A la muerte de Hoffe en 2007 se inició
una disputa legal entre sus herederos y la Biblioteca Nacional de Israel porque
la cláusula 11ª del testamento de Brod decía que lo custodiado en el banco de
Zúrich debía ser depositado en el centro israelí. La victoria de la biblioteca, que
culminó en 2019, acabó con los 63 años de ostracismo del
centenar de dibujos inéditos que tenía el amigo de Kafka.
“Sólo quedan unos
apuntes de cuando era estudiante de hebreo”, señala como único inédito que
resta de Kafka el editor Tarrida, que publica la obra completa del autor checo
en España y que anuncia para 2022 el segundo volumen de la correspondencia del escritor,
la comprendida entre 1914 y 1918, la Primera Guerra Mundial, siguiendo el
patrón del sello alemán Fischer. “Al editarlas cronológicamente sale un Kafka
más real, menos obsesivo de lo que dibujan las correspondencias agrupadas por
corresponsales como se ha hecho hasta ahora”, apunta. Quedan, a lo sumo, un par
de volúmenes más, pero el proceso es lento porque “se cree que puede haber
alguna carta más inédita y eso lo frena y remueve todo”, admite Tarrida. Pura
labor kafkiana.