El académico Guillermo Sheridan, mayor
biógrafo del Nobel de Literatura mexicano, reúne 84 cartas que el poeta le
escribió a la novelista entre el auge y el derrumbe de una relación obsesiva
Durante ese verano en el que todo parecía terminar, Octavio Paz probablemente leía a Wolfgang von Goethe, según anota Sheridan al pie del libro. La amenaza del suicidio se diluye en retórica cuando los Garro deciden no separar a los novios a cambio de que la joven Elena imponga una distancia. El Paz que tentaba a la muerte al estilo del joven Werther emulará también al personaje del escritor alemán fantaseando con un hijo, seguirá a su novia de lejos, en bailes y tardes con amigos, y la bautizará como Helena, con la ‘H’ como código secreto. Pero también compartirá versos, dará cátedra sobre Nietzsche, leerá a Stendhal junto a Garro o asimilará su relación en personajes de Dostoievski. El amor fugitivo se consolida como epistolar. “El joven Paz no es un buen poeta”, afirma el editor. “Pero en sus lecturas, y en su manera de organizar su intelecto, ya aparecen todos los elementos en los que desarrollará su poética”.
La correspondencia los acompañará nuevamente en 1937 mientras Paz viaja a la península de Yucatán con 24 años, lejos ya de la carrera judicial y con un puesto en la comitiva de maestros que busca “educar a los hijos del proletariado” en medio del fervor nacionalista del presidente Cárdenas. Garro incursionará en el teatro, y Paz escudará los celos a sus nuevas compañías achacándole frivolidad y falta de fervor revolucionario. Se casarán ese mismo año y las cartas volverán en 1944, cuando Garro retorna a México por problemas económicos después de que se fueran a vivir a California con la beca Guggenheim de Paz. Ella tiene 27 años y él está por cumplir los 30.
Sheridan lamenta la idea de que las respuestas de Elena Garro se hayan perdido para siempre. “No me consta, pero percibí señales de que la señora Marie José Paz [la tercera esposa del escritor, fallecida en 2018] decidió deshacerse de ellas”, zanja. “Haber tenido las respuestas habría hecho de este libro algo doblemente importante”, dice el académico, que en sus apuntes al pie señala reacciones, anhelos y dolores de un Octavio Paz que para 1945 dependía de un sueldo mínimo del consulado mexicano en San Francisco tras fallar en los plazos del libro que preparaba por la Guggenheim.
De vuelta en México, Garro cultiva su carrera en el periodismo. Había comenzado en 1941 con reportajes donde ingresó con la misma astucia de encubierta en un presidio femenil como a la casa de Frida Kahlo, como narra su biógrafa Patricia Rosas Lopétegui en un artículo. “Tiene trabajo, una vida interesante y está rodeada de amigos”, describe Sheridan. Mientras, Paz vagabundea por San Francisco, escribe versos sobre rostros y calles que, como recuerda el biógrafo, irían a dar en el poema Piedra de sol (1957). También celebra a su esposa. “Eso es lo que yo quería, lo que he querido siempre: que utilices en algo —y no en destruir o destruirte— tu talento, tu encanto y tu capacidad”, le escribe en una de las últimas cartas, el 16 de marzo de 1945.
Ese verano se encontrarán brevemente en Vermont, y luego Paz marchará a Nueva York, donde vivirá unos meses hasta que el Servicio Exterior Mexicano lo reclutará formalmente con destino en París. Entonces comienza el derrumbe. Garro comenzará a escribir Los recuerdos del porvenir en 1948, y Paz publicará El laberinto de la soledad en 1950. Ella se enamora del escritor argentino Adolfo Bioy Casares y mantendrá una relación con el mexicano Archibaldo Burns. Él conoce a la pintora Bona de Pisis. Entre distancias y a la vuelta tras una década fuera de México, el divorcio llegará en 1959.
Sheridan los describe como “mutuos cautivos”. “Como toda buena historia de amor, tiene sus éxtasis y tiene sus desastres”, dice. “Paz se enamoró de otra mujer e inició otra historia salvaje. Elena Garro prefirió convertir su odio en una religión”, escribe en su epílogo. La década de 1960 los enemistó en la política, con un Paz que renunció como embajador en la India como protesta a la matanza estudiantil de 1968 mientras Garro lo acusaba, junto a otros intelectuales, de “confundir” y “traicionar” a los estudiantes. La literatura, sin embargo, los encontró. Paz celebró la publicación de Los recuerdos del porvenir. “¡Cuánta vida, cuánta poesía, cómo todo parece una pirueta, un cohete, una flor mágica! Helena es una ilusionista”, le escribió al ensayista José Bianco. “Todo, todo, todo lo que soy es contra él. En la vida no tienes más que un enemigo, y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”, escribió Garro en una ampliamente citada carta a la crítica literaria Gabriela Mora, aunque celebró con su exmarido el Nobel de 1990. Ambos morirían en 1998, él en abril y ella en agosto.