Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik, escritoras argentinas./elespectador.com |
La menor de la familia Ocampo, Silvina, nació en 1903 en Buenos Aires. Alguna vez contaría que por ser la última de las hijas, sus padres fueron más laxos con ella. En su juventud se fue un tiempo a estudiar a París con el pintor Giorgio de Chirico. En su regreso y por la influencia de su hermana Victoria, fundadora de la revista Sur en 1931, Silvina Ocampo llegaría a escribir y compartir páginas con colaboradores como Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Alfonso Reyes, José Ortega y Gasset, Octavio Paz, entre otros.
Para 1933 conoció a Adolfo Bioy Casares, con quien se casó en 1940 y tendría su única hija.
Su primer libro publicado fue Viaje olvidado, que salió en 1937, al que cual le siguirían cantidades de cuentos, poemarios, novelas como La torre sin fin y La promesa, y teatro (Los traidores). Escribió junto a Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Juan Rodolfo Wilcok.
De Silvina Ocampo se publicó un compendio de reflexiones, relatos y recuerdos que escribió entre 1969 y 1970, con textos escritos entre 1950 y 1962 y otros entre 1980 y 1987. Titulado Ejércitos de la oscuridad, se lo dedicó a Alejandra Pizarnik, pues en una libreta que ella le regaló, escribió los primeros esbozos del libro.
Hija de inmigrantes rusos, Pizarnik nació en Avellaneda, Argentina, el 29 de abril de 1936. Gran lectora de la tradición literaria francesa, Pizarnik entró en 1954 a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. No acabó la carrera, se pasó a Periodismo y luego decidió abandonar la universidad para entregarse por completo a la literatura, escribiendo poemas, relatos y novela corta. Su primer libro fue La tierra más ajena, publicado en 1955; a este le seguirían Árbol de Diana y Nombres y figuras, entre muchos otros.
En 1960 se fue a vivir a París, donde trabajó como traductora. Para 1964 regresaría a Buenos Aires, donde unos años después, el 25 de septiembre de 1972, fallecería.
La amistad entre Ocampo y Pizarnik se sostuvo en reuniones en torno a la literatura, visitas, llamadas por teléfono y una correspondencia entre las autoras. Según Mariana Enríquez -autora de La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo- no hay “testimonio desde el campo Silvina (…). Quedan esas cartas terribles y ardientes de Alejandra”.
El vínculo que tejieron estas poetas estuvo marcado por búsquedas y reflexiones en torno a lo literario y su saberse autoras.
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“Vos sabés cuánto y sobre todo sufro. Acaso las dos sepamos que te estoy buscando. Sea como fuere, aquí hay un bosque musical para dos niñas fieles: S. y A. Escribime, la muy querida. Necesito de la bella certidumbre de tu estar aquí, ici-bas pourtant [aquí abajo, sin embargo]. Yo traduzco sin ganas, mi asma es impresionante (para festejarme descubrí que a Martha le molesta el ruido de mi respiración de enferma.) ¿Por qué, Silvina adorada, cualquier mierda respira bien y yo me quedo encerrada y soy Fedra y soy Ana Frank?”
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El lugar de la una en la vida de la otra era motivo de exploración poética. Alguna vez Pizarnik le escribiría:
«Tarjeta con dos tréboles, uno violeta y otro celeste, sobre fondo rectangular verde enmarcado en celeste. Escrito transversalmente en el borde izquierdo dice: Silvina Silvina Silvina Silvina
Silvina:
hoy me pregunté:
¿cómo sería el mundo si Silvina no hubiese nacido?
Gracias
Tuya
Alejandra»
Quizás más allá de especular sobre un romance entre ambas autoras, sobre una correspondencia o no de sus sentires, lo valioso de este vínculo y de las palabras que juntas pudieron llegar a crear es que, dejando a un lado señalamientos y aproximaciones psicológicas inútiles que incluso irrespetan la vida de las poetas, Pizarnik y Ocampo forjaron un vínculo que además de permitirles explorar su condición como humanas, les permitió repensar aquella de idea que Carlos Fuentes mencionó en La nueva novela hispanoamericana: una literatura que respondiera a las propias dinámicas del continente y no a la tradición literaria que se forjaba como espejo y sombra de Europa, aquello que Victoria Ocampo escribió en el primer número de la revista Sur: “En un sentido exacto, esta revista es su revista y la de todos los que me rodean y me rodearán en lo venidero. De los que han venido a América, de los que piensan en América y de los que son de América. De los que tienen la voluntad de comprendernos, y que nos ayudan tanto a comprendernos a nosotros mismos”.
En una de las últimas cartas a Silvina Ocampo, Alejandra Pizarnik escribiría:
“[…] Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves lo sexual es un “tercero” por añadidura. En fin, no sigo. Les mando los 2 librejos de poemas póstumos –cosa seria—. Te beso como yo sé, a la rusa (con variantes francesas y de Córcega) . O no te beso sino que te saludo, según tus gustos, como quieras.
Me someto. Siempre dije no para un día decir mejor sí.
Sylvette, sos la única. Pero es necesario decirlo: nunca encontrarás a nadie como yo. Y eso lo sabés (todo). Y ahora estoy llorando. Sylvette, curame, ayudame, no es posible ser tamaña supliciada, Sylvette, curame, no hagas que tenga que morir, ya...
Tuya:
Alejandra…”