El escritor fue galardonado por su primera novela The night, un retrato sobre el declive energético de Caracas en 2010
Rodrigo Blanco Calderón recibe el Premio de la Bienal Mario Vargas Llosa./EL PAIS.COM
El escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) ha sido galardonado este jueves con el premio de la tercera edición de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa por su novela The night (Alfaguara, 2016), un retrato de la ciudad de Caracas tras los cortes eléctricos ocurridos en 2010 y que muestra el declive de la capital venezolana durante el chavismo. El jurado ha decidido entregar el galardón a Blanco Calderón por desplegar su primera novela con diversas voces. “Novela polifónica, construida como un juego de muñecas rusas (...) un artefacto literario construido con maestría por un narrador que sabe apreciar la complejidad de su metrópoli natal y de la vida de sus habitantes”, según deliberó el jurado en el festival celebrado en Guadalajara (México).
Blanco Calderón recibió el galardón de manos del Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, y aprovechó su discurso para criticar la situación política de su país. “Esta novela sería imposible si no hubiese requerido el imposible sacrificio de ver un país arrasado por la dictadura que se vive actualmente”, dijo emocionado. El autor ha explicado que el retrato que ha logrado en su obra muestra “cómo ciertas sociedades inconscientemente se empujan a su propia aniquilación”. The night lleva también la historia del escritor venezolano de palíndromos Darío Lancini lo que, según el jurado, la ha destacado por su uso del lenguaje. “Tiene pasajes, personajes o espacios que hoy prácticamente no existen o que ya no existen de la misma manera, es como una memoria rencorosa, pero es también una memoria solidaria y tierna de lo que pasa a nivel de la historia”, explicó el ganador del premio.
Blanco Calderón lleva casi cuatro años viviendo en el exilio, primero viajó a París y recientemente se ha mudado a Málaga para continuar con su obra. “Es una desgracia sin precedentes lo que está ocurriendo en mi país”, expresó. Además, criticó a los intelectuales de Venezuela que no han alzado la voz contra el régimen de Nicolás Maduro: “Para mí ha sido particularmente doloroso ver que no ha sido la gente común la que ha salido a apoyar la dictadura, sino algunos académicos y literatos que se supone que tienen compromiso con el lenguaje y por motivos absurdos de ideología prefieren hacer la vista gorda". El escritor fue parte de un grupo de cinco finalistas entre los que se encontraban la nicaragüense Gioconda Belli, el español Manuel Vilas, el peruano Gustavo Faverón y el español Antonio Soler.
Unos minutos antes del anuncio sobre el ganador del premio, Vargas Llosa y el escritor nicaragüense Sergio Ramírez ––ganador del Premio Cervantes–– subieron al escenario para debatir sobre la importancia de publicar novelas. El Premio Nobel habló del papel que este género literario juega en sociedades donde se han instalado las dictaduras. “Cuando un país pierde la libertad, la cultura suele ser la primera víctima”, dijo. Mientras que Ramírez destacó que la novela se ha convertido en algunas ocasiones en un recurso para conocer cómo se vivió en otras épocas y que pone al alcance del lector un trozo de historia.
En febrero de 2018, el cohete de Elon Musk Falcon Heavy dejó la tierra con una inusual carga a bordo
La lectura puede transportarte a lugares lejanos donde el tiempo ya no importe./BBC/ALAMY.
En lugar de equipamiento o astronautas, el visionario empresario introdujo su auto, un Tesla Roadster color cereza. Un maniquí vestido con un traje espacial ocupaba el asiento del conductor.
Pero la verdadera sorpresa estaba en la guantera. Ahí, inmortalizada en vidrio grabado, había una copia de la serie Fundación del escritor Isaac Asimov.
Ambientada en un decadente imperio galáctico de un futuro muy lejano, la saga de ciencia-ficción despertó el interés de Musk por los viajes espaciales cuando era un adolescente.
Tal es el poder de los libros. La lectura ha plantado semillas en las mentes de innumerables innovadores.
Incluso si no tienes ambiciones tan elevadas, la lectura le puede dar un impulso a tu carrera: se sabe que este hábito reduce el estrés, estimula el funcionamiento del cerebro e incluso mejora la empatía.
Sin olvidar los evidentes beneficios de toda la información que contienen sus páginas.
Así que aquí está tu guía de las ventajas probadas de leer libros y algunos consejos para unirte al exclusivo club de personas que lo hacen al menos durante una hora al día.
Más empatía
Piensa en la empatía.
Aunque el mundo de los negocios tradicionalmente ha dejado de lado la inteligencia emocional a favor de otros factores como la seguridad y la capacidad de tomar decisiones importantes, en los últimos años se ha empezado a valorar más como un talento importante.
En 2013, el psicólogo social David Kidd se preguntaba qué actividades pueden llevar a tener más empatía.
"Y, como lector de toda la vida, se me ocurrió que la ficción es un lugar donde regularmente nos implicamos en las experiencias únicas de otras personas", dice.
Junto con un colega de la Nueva Escuela para la Investigación Social en Nueva York, Kidd investigó si la lectura puede mejorar la capacidad de entender que otras personas tienen pensamientos y deseos y que estos pueden diferir de los de uno mismo.
No es lo mismo que la empatía, pero las dos habilidades están estrechamente vinculadas.
"La mayoría de las personas, si saben cómo se sienten los demás, usarán esa información positivamente, de manera social".
Además de mejorar tu capacidad para entenderte con colegas y empleados, la empatía puede conducir a reuniones y colaboraciones más productivas.
"Hay investigaciones que demuestran que las personas tienden a ser más productivas en grupos en los que se sienten libres para expresar su desacuerdo, especialmente cuando se trata de tareas creativas", explica Kidd.
Consejos de ávidos lectores
Ahora que estás convencido de los beneficios de la lectura, considera esto: según un estudio de 2017 realizado con 1.875 personas por el regulador de medios británico Ofcom, el adulto británico medio pasa cerca de dos horas y 49 minutos en su teléfono cada día.
Para alcanzar el objetivo de una hora diaria de lectura, la mayoría de las personas tendrían que reducir en un tercio el tiempo que le dedican al teléfono.
Para ayudarte en el camino, ya seas un acaparador nato de libros o un petulante exagerado, te ofrecemos algunos consejos de personas que se llaman a sí mismos con orgullo "ávidos lectores".
1. Lee porque quieras hacerlo
Cristina Chipurici aprendió a leer sola cuando tenía 4 años. Devoró cada libro que había en la casa de sus padres. Pero entonces, algo sucedió.
"Una vez que empecé la primaria y la lectura se volvió obligatoria, desarrollé una especie de repulsión hacia la actividad, causada por el profesor de Lengua que teníamos, que me hizo no querer leer un libro nunca más", cuenta.
Esta aversión a los libros duró hasta que tenía veintitantos años, cuando Chipurici empezó a darse cuenta, poco a poco, de lo que se estaba perdiendo, de lo avanzados que estaban los que leían y la importante información que contenían los libros.
Aprendió a amar la lectura otra vez y terminó por establecer The CEO Library, una página web sobre los libros que han dado forma a las carreras de las personas más exitosas del mundo, desde autores a políticos pasando por magnates de las finanzas.
"Hubo muchos factores que explican este cambio, desde mentores, la decisión de invertir en un curso online donde descubrí un sistema educativo diferente, la lectura de los artículos del blog de Ryan Holiday, y probablemente muchos otros factores de los que no soy consciente".
La moraleja de esta historia es que lo recomendable es leer porque quieras hacerlo y no dejar nunca que se convierta en una tarea.
2. Encuentra el formato de lectura ideal para ti
Pese a que el bibliófilo típico es alguien que camina cargado de libros físicos y tiene una predilección por las primeras ediciones como si fueran preciosos artefactos de la antigüedad, no tiene por qué ser así para todos.
"Tengo dos horas de camino al trabajo y de vuelta a casa", señala Kidd. "No es ideal pero da mucho tiempo para leer".
En sus viajes no al volante, se ha dado cuenta de que es mucho más conveniente leer en una pantalla, como la de su teléfono, que cargar con un libro todo el tiempo. Cuando lee no ficción, recurre a los audiolibros.
3. No te pongas objetivos intimidantes
Mantener el ritmo de los hábitos de los grandes ejecutivos puede ser una tarea intimidante.
Dos destacados triunfadores entrevistados para The CEO Library son Fabrice Grinda, un emprendedor tecnológico que empezó con US$100.000 de deuda en tarjetas de crédito y ahora ha amasado una fortuna de más de US$300 millones al vender sus acciones en exitosas inversiones, y Naveen Jain, un empresario y filántropo que fundó Moon Express, una startup de Silicon Valley que aspira a minar la Luna para obtener recursos naturales.
El primero lee 100 libros al año, al segundo le gusta despertarse a las 4 de la madrugada para leer libros durante tres horas.
Pero no hace falta que sea así. Andra Zaharia experta freelance en marketing de contenido, tiene un podcast y es una apasionada lectora. Su consejo preferido es: evita expectativas poco realistas y objetivos intimidantes.
"Incorporar la lectura diaria, creo, es cuestión de empezar poco a poco", dice Zaharia.
"No tienes que fijarte un objetivo de 60 libros al año. Los libros en Kindle pueden ser más fáciles porque no puedes ver fácilmente cuántas páginas te quedan", explica.
4. Si realmente te cuesta trabajo, aplica la "regla de las 50"
Esta regla te ayudará a decidir cuándo debes dejar un libro. Si eres propenso a abandonar una lectura en la página cuatro de forma despiadada o tienes que hacer un gran esfuerzo con tomos que has empezado a odiar, la idea es leer 50 páginas y entonces decidir si, como diría Marie Kondo, el libro "te genera alegría". Si no lo hace, déjalo.
La estrategia la ideó la escritora, bibliotecaria y crítica literaria Nancy Pearl, que la explicó en su libro Book Lust.
Incluye una advertencia pensada para personas que tienen más de 50 años, a quienes les sugiere que resten su edad de 100: la cantidad resultante es el número de páginas que deben leer porque -apunta Pearl- según cumples años, la vida se hace realmente demasiado corta para leer libros malos.
Así que ahí lo tienes. Soltar el teléfono solo una hora al día y sustituirlo por un libro puede aumentar tus niveles de empatía y hacerte más productivo. Si las personas más ocupadas y exitosas pueden hacerlo, tú también.
Quién sabe qué harás con todo ese conocimiento e inspiración adicional. Quizá termines teniendo tu propio emprendimiento espacial.
Esteartículo fue elaboradopara la versión digital de Centroamérica Cuenta, un festival literario que se celebra en San José de Costa Rica entre el 13y el 17 de mayo.
El título de la novela se basa en una cita del escritor valenciano Rafael Chirbes en la que afirma: "Me dan mucho miedo esos muertos sin herederos en los que nos hemos convertido", y de los "dormidos" que permanecen impasibles a la violencia.
Gustavo López Ramirez, escritor colombiano, autor de Los dormidos y los muertos novela.
Portada
En los 217 días que transcurrieron entre la muerte del ex presidente conservador Laureano Gómez (1950-1951) y la del cura guerrillero Camilo Torres está condensado el hervidero que fue la violencia en Colombia, todavía inherente y que el escritor Gustavo López disecciona en su primera novela.
La intención de López (Caldas, 1958) al escribir "Los dormidos y los muertos" (Rey Naranjo) no era ejercer ningún juicio moral sobre aquella Colombia de los años 60, sino mostrar a las generaciones actuales "que hubo un pasado que todavía nos escuece, que todavía nos duele".
"La novela se escribe con la intención de mostrar la violencia en la provincia porque nuestras violencias sempiternas han sido unas violencias rurales, marginales, periféricas", explica López en una entrevista con Efe.
Para dibujar el retrato de aquella sociedad, López se vale de una familia ficticia de la ciudad de Manizales (centro), los Almanza, que está encabezada por un barbero conservador fanático de Laureano Gómez, Deogracias; un hijo mayor que sale del seminario para abrazar la lucha guerrillera, León, y un hijo menor, Eccehomo, que sigue los pasos de su hermano.
López admite que hay ciertos rasgos autobiográficos en la vida de los Almanza porque "un escritor escribe en cierta manera para exorcizar sus demonios, sus propios recuerdos, según la frase de (Mario) Vargas Llosa".
Por eso, Deogracias Almanza tiene la misma profesión que el padre de Gustavo López.
La novela, que fue presentada en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo), que terminó este lunes, transcurre en la ciudad de Manizales, capital de Caldas (centro), a la que López llegó cuando tenía cuatro años junto a sus 11 hermanos, provenientes de Aranzazu, un pueblo de los alrededores.
A diferencia de los López, los Almanza de la novela llegan a Manizales desde el departamento de Santander (noreste) huyendo de la violencia entre liberales y conservadores que vivió Colombia desde la década de los años 40.
"Los ojos del niño bien abiertos seguían fijos en el mazacote de coágulos y barro que salía de los ojos y las narinas de aquellos hombres que por fin traían hasta la casa de la familia Almanza en Manizales una imagen concreta de lo que todos llamaban la violencia", escribe el autor en las páginas del libro.
La historia está contada desde los ojos de Eccehomo, adolescente al inicio de la novela y que poco a poco va entrando en la madurez a medida que avanzan las páginas y entra en contacto con el mundo revolucionario de su hermano León.
Deogracias y León, padre e hijo, representan las dos almas de esa Colombia dividida: la "profunda, católica y ultramontana" y la que iba "emergiendo lentamente desde el caparazón", que intentaba "rectificar el camino".
"El problema es que la intención de esa generación se perdió en el abismo de la violencia. Si hubiera habido una forma distinta de acercarse al fenómeno de la ruptura con el padre, acercarse de otra manera a buscar un cambio no solo de estructuras sino de métodos hubiera sido otro el transcurrir de la Colombia de los 70", dice sobre la violencia guerrillera.
A lo que añade: "nosotros tenemos un afecto por lo fáctico, por el camino violento en vez de esperar y tener la suficiente solvencia intelectual de solucionar los problemas por otros medios".
El título de la novela se basa en una cita del escritor valenciano Rafael Chirbes en la que afirma: "Me dan mucho miedo esos muertos sin herederos en los que nos hemos convertido", y de los "dormidos" que permanecen impasibles a la violencia.
"Tenemos una realidad en la que los muertos nos hablan, nos indagan desde la historia violenta de este país. Y nos ha llevado a una situación en la cual la muerte se ha forjado como una cultura", sentencia.
Gustavo López afirma que no quiere convertirse en un autor de género y que escribió la novela "para aligerar el espíritu de todos esos recuerdos infantiles", por lo que añade: "A mí lo que me interesa es contar la historia pero ya dejar este capítulo cerrado y pasar a otros temas". EFE
El mexicano Rodrigo Moya revive una icónica sesión fotográfica que expone una de las facetas más íntimas del Nobel colombiano
Hoja de contactos de la sesión fotográfica de García Márquez en 1966.RODRIGO MOYA/ ELPAÍS.COM
Gabriel García Márquez tenía prisa. Se sentó en uno de los sofás y explicó que necesitaba tomarse una foto para un libro que le importaba mucho. "Cuando lo conocí, me cayó gordo", recuerda Rodrigo Moya (Medellín, 1934), el fotógrafo que asumió el encargo. La sesión fotográfica se realizó el 29 de noviembre de 1966, seis meses antes del lanzamiento de Cien años de soledad. Las imágenes fueron rechazadas en un inicio, pero eventualmente llegaron a la contraportada de las primeras ediciones internacionales de esta obra clásica de la Literatura latinoamericana y se convirtieron en uno de los testimonios gráficos más icónicos de García Márquez. "Cada fotografía tiene una historia", cuenta Moya antes de zambullirse en un océano de 40.000 fotografías, el mar de su legado. Esto es lo que pasó hace 52 años.
García Márquez llegó sobre las once de la mañana al apartamento de Moya en los edificios Condesa, en el centro de Ciudad de México. Estaba serio, la cámara lo ponía nervioso, cuenta Moya. "¿Cómo quieres la fotografía?", preguntó. El fotógrafo conoció a Gabo en casa de Alicia, su madre, una guapa inmigrante antioqueña que mató el hambre de García Márquez, así como de otros artistas y exiliados sudamericanos, a golpe de sobrebarriga, sopa de patacones y otras delicias de la gastronomía colombiana. "Hazme un retrato a tu manera", le contestó el escritor.
Moya sacó su cámara, una Mamiya de doble lente, y sin iluminación artificial empezó a disparar hasta agotar dos rollos de 12 imágenes cada uno tras una hora y media de trabajo. "Me costó mucho trabajo moverlo, se quedó sentado todo el tiempo", cuenta el fotógrafo entre risas. Gabo ya era reconocido, pero era austero. Traía el saco de pata de gallo que casi siempre usaba, prendía un cigarrillo y bebía un café tras otro, mientras platicaba con Guillermo Angulo, un amigo colombiano en común y el maestro que enseñó a Moya el arte de la fotografía. Angulo, de hecho, tomó la cámara y disparó en un par de ocasiones, pero como no sabía usar muy bien ese modelo, la cara de García Márquez salió cortada. Las imágenes no hubieran sobrevivido en la guillotina de las cámaras digitales, pero era otro mundo: sin el botón de borrar, ni pantalla para las previsualizaciones ni Photoshop.
Gabo tomó la hoja de contactos y empezó a elegir. Una foto en la que sale con los ojos cerrados mientras exhalaba el humo del tabaco quedó sentenciada para siempre con un "NO", en mayúsculas. "Hablaba poco, pero era preciso", dice Moya, mientras pasa el dedo índice sobre la impresión de plata sobre gelatina. Dos fotos fueron las preferidas de García Márquez y en las dos sale con una mirada icónica, casi cómplice, como la de un niño de 39 años que acababa de cometer una travesura. "Cuatro copias", apuntó con el bolígrafo.
La última palabra, sin embargo, era la del editor, el pintor hispanomexicano Vicente Rojo, que descartó todas las fotos. "Yo veía a Rojo como un enemigo de la fotografía", dice Moya, en un reclamo sin rencores. "Te cambiaba el encuadre, ponía pintura sobre las fotos, las ponía de cabeza, era una locura", recuerda el fotógrafo. Al final, Penguin eligió una de las imágenes, que había pasado desapercibida por Gabo, por Rojo y por Moya, para la carátula de la edición en inglés. "Nunca supe por qué, supongo que son cosas de editores, a la fecha esta foto no me gusta", reconoce Moya encogido de hombros. La garabateada hoja de contactos volverá a salir este 9 de mayo a la luz en un evento de la casa de subastas Morton en el que se espera que se paguen entre 5.000 y 8.000 dólares.
EL OJO MORADO DE GABO
Diez años después de la foto para Cien años de soledad, Gabriel García Márquez volvería a tocar la puerta de la casa de Rodrigo Moya. Mario Vargas Llosa le había reventado el ojo izquierdo durante el estreno de Supervivientes de los Andes, la película de 1976,y quería que lo retrataran así. “Le dije: ‘Oye te dieron un chingadazo de poca madre’, solo así pude sacarle una sonrisa, estaba muy deprimido”, cuenta Moya.
Elena Poniatowska, relata el fotógrafo, salió de la premier a conseguirle un corte de carne para bajar la inflamación, pero no tuvo éxito. Ninguno de los dos premios Nobel involucrados quiso dar detalles sobre el pleito. Ni en ese momento ni más de 40 años después. “Meche, la esposa de Gabo, nos dijo que él se había acercado a abrazarlo, pero que Vargas Llosa había sido un celoso imbécil, pero no supimos más”, cuenta Moya. Ocho fotos sirvieron de testimonio y aún guardan el secreto.
"El fotógrafo tiene que captar la esencia de una persona y para eso es imprescindible que el fotógrafo tenga carácter", explica Moya sobre su visión de la fotografía, que ha reflejado en decenas de ensayos y en un archivo fotográfico al que su esposa Susan y él han dedicado los últimos 21 años. En un mundo en el que los fotógrafos eran "entes de segunda categoría", el joven Moya de 23 años retaba a sus retratados, los miraba a los ojos y no dudaba en castigarlos con una mala foto. "Si detestaba al personaje buscaba joderlo un poco, no podía tomar una foto neutra que dejara de lado mis convicciones", resume sin empacho.
Moya, que nació en Colombia por un capricho del destino, ha marcado una época en la fotografía mexicana, pero rechaza la etiqueta de artista. Su mirada se curtió en una cruzada contra la indiferencia, desde el ángulo de un hombre de izquierdas, influido como el hijo de un reconocido fotógrafo y con la obsesión de un apasionado coleccionista de riquezas marinas. Por su lente pasaron los tripulantes del Granma; un encuentro inédito entre los acérrimos David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera; John F. Kennedy, Lázaro Cárdenas, Carlos Fuentes y María Félix; borrachos anónimos hundidos en una cantina, matones de ojos penetrantes y niñas que sueñan afuera de una juguetería. Miles y miles de historias, como la de su amigo: un novel escritor colombiano que se mordía los labios y sonreía tímidamente en vísperas de publicar su obra maestra.