En la literatura argentina, uno de los primeros en explorar el universo de la comunicación electrónica fue el escritor y catedrático Daniel Link. En su novela La ansiedad (El Cuenco de Plata), los personajes comunican sus miedos y deseos a través de e-mails, chats y videoconferencias. Faltos de amor, ofrecen con sus vínculos mediatizados un retrato del modo en que la tecnología opera sobre la conducta y el habla.
Esa mediación tiene, para el propio Link, un "carácter paradójico", pues es, "en contra de sí, totalmente inmediata". "La escritura había sido entendida siempre como una 'mediación' (una tecnología intermediaria entre el habla y el pensamiento, subsidiaria de la memoria). Ahora empieza a aparecer como un flujo inmediato: la escritura no es secundaria o parásita en relación con el habla". Detrás del efecto, concede, se esconde un síntoma, cierta carencia que impulsa a las relaciones desde la red. Retratarlas llevó a innovar en el registro de la escritura, a través de la reproducción del rasgo hipertextual –citas con aspecto de correo electrónico, lenguaje y ortografía propios del chat– y la fusión de las fronteras de género –en el sentido de forma o molde de escritura– con aquello que en apariencia es un procedimiento.
Esa experimentación fue retomada por Alejandro López en Keres coger=guan tu fak (Interzona), novela de trama policial que rompe el formato tradicional de texto y condensa un conjunto de conversaciones por msn, e-mail y artículos de diarios, junto a la referencia de videos que los personajes visitan.
El mismo recurso de reproducción de chat fue empleado por Florencia Abbate en "Atardece", cuento de la antología En Celo (Mondadori), donde dos amantes –él sin compromisos, ella por casarse– rellenan los huecos en sus vidas a través del Messenger. En la misma antología, Pedro Mairal relata en "Coger en castellano" el pasado y el presente sentimental de un hombre cuyo tedio y fantasías encuentran alimento en fotos de chicas desnudas en Internet. Acción y descripción están al servicio de narrar la soledad, la que sólo parece ceder cuando el personaje mira esos cuerpos; la mente se evade y refugia en recuerdos. "Compartir crónicas de la vida cotidiana" es lo que lleva a la escritora Marina Mariasch a escribir en @purasensacion, su dirección en Twitter. Ello, aunque la red tenga un límite de hasta ciento cuarenta caracteres por entrada. Esa acotación del espacio para contar, según la poeta, lleva a "la obligación de generar sentido." Con una ventaja inspiradora para su oficio: en el soporte –la pequeñez del campo– encuentra el tono. Y le despreocupa el hecho de que sus ideas y su producción estén ahí, para ser vistas y consumidas, aunque no se concrete el feedback. "Hay algo de voyeurismo, un costado exhibicionista que no me preocupa", dice.
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