2.12.16

Una novela de clases sociales en la Cuba castrista-leninista

Ronaldo Menéndez escribe en  La casa y la isla  una crónica de las desigualdades, el desencanto y la resistencia al individualismo en La Habana de su adolescencia
Rolando Menéndez, escritor cubano./Olmo Calvo/elmundo.es

No hay escritor cubano en el mundo que no está seguro de que su adolescencia, da igual si fue en los 60, en los 70, en los 80 o más acá, coincidió la pérdida de la inocencia revolucionaria. A Ronaldo Menéndez, la edad del pavo lo encontró en el año ochenta y tantos "y tengo datos objetivos para pensar que yo sí que viví ese momento histórico, ese derrotero de la felicidad colectiva que fue la pérdida de la inocencia. El derrumbe del campo socialista fue el desengaño definitivo". La casa y la isla, la nueva novela de Menéndez (editada por Alianza de Novelas) es, entre otras cosas, una crónica de aquella juventud rebelde que entró al instituto con el pañuelito de pionero al cuello y salió obsesionada por las canciones de Queen y el sabor de la Coca-Cola.
Atentos al instituto. La Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin (cuyas siglas son EVVIL, y suenan casi como evil, "mal" en inglés) es el principal escenario de La casa y la isla. Hoy, igual que en los años 80, la Lenin sigue siendo la escuela de élite de la Revolución, el equivalente cubano del Colegio Nacional de Buenos Aires. Allí se juntan los estudiantes excelentes con "los hijos de la jet set del régimen", que, claro que sí, existe. Soportan una disciplina militar pero se llevan a cambio una formación sobresaliente. "Yo fui a la Lenin y mentiría si dijese que la marca que dejó en mi vida adulta fue mala. Fue una muy buena educación. Pero no ignoro que aquella escuela era también una máquina de demoler personalidades", recuerda Menéndez.
la Lenin llegan tres de los cuatro protagonistas de su novela: el narrador, que también se llama Ronaldo, y sus guapísimas e inabordables compañeras de clase, Anabela y Rebeca. De momento, las que nos interesan son ellas. Sobre todo Anabela, que es pobre e ingenua, recita versos de José Martí de memoria, y cree que Fidel era un hombre puro como los ángeles que rodean al Señor. Aquello tiene que acabar mal, claro. "En mi época, todos en la Lenin éramos de lo más leninistas. Durante esos años, algunos empezamos a decantarnos hacia la disidencia. Ahora, sé de algunos compañeros de mi generación a través de las redes sociales y ninguno está en Cuba".
Anabela está llamada a ser una de esas primeras disidentes. Sobre todo porque, a través de sus nuevos compañeros de escuela, descubrirá que la Revolución tiene su clase alta, su 1% que vive en palacetes en Miramar con sus botellas de whisky, sus vídeos de betamax, sus discos de rock... Como para no volverse loca. Es gracioso pensarlo, pero La casa y la isla es, quizá, la primera novela cubana de clases sociales que cae en nuestras manos. "En los últimos años se empieza a percibir en Cuba que en la isla hay ricos y que hay desigualdad. Pero no existe una conciencia crítica todavía. A los cubanos les contaron que vivíamos todos igual y todavía les gusta creerlo".
Anabela tampoco es crítica con el nuevo mundo que descubre. Sólo que no sabe relacionarse con él con prudencia. Como, además, tiene las hormonas desatadas, acaba por acostarse con quien no debe y donde no debe. De modo que acabará que salir de la Lenin expulsada con oprobio. Conclusión: lo que más se parece a la Lenin en el mundo, ¿es un internado religioso de los duros? "Por supuesto. Tengo esa idea en la cabeza desde que vine a España".
En realidad, la herida que causa la expulsión de Anabela es el gran asunto de La casa y la isla. En torno a esa humillación (que también esconde una traición) se van encontrando, al cabo de los años, Ronaldo, Rebeca y Anabela, además de Julio César, un médico poeta e idealista, el penúltimo creyente en la revolución socialista. "Ésta no es una novela cubana. Es una novela existencial que ocurre en Cuba y que habla de la resistencia al individualismo. Es la misma resistencia al individualismo que está en el Brexit y en el éxito de Donald Trump", explica Menéndez.
Pero que nadie se asuste: su historia no es un dramón y, si acaso lo es, es un dramón cómico, al estilo de las novelas de Junot Díaz. El relato está bendecido por el lenguaje oral habanero. Y por ahí va la última pregunta: cuando uno es un escritor cubano y tiene en los oídos ese tesoro que es el habla popular de la isla, ¿no le da miedo dejarse llevar y dejar que toda la novela sea una sucesión de habanismos encantadores pero, en el fondo, anecdóticos? "Por completo. Un libro es un objeto perdurable y yo quisiera que alguien lea mis historias dentro de 60 años. Apropiarme de los giros del habla es una tentación, pero también puede ir en mi contra cuando esos giros desaparezcan".

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