8.12.12

La imaginación del fin

Informe Especial: El Fin del Mundo

Dime a qué le temes y te diré quién eres. Las profecías del fin del mundo, actualizadas en 2012 por la culminación de un ciclo del calendario maya, han dado pie a todo tipo de expectativas apocalípticas. Entre la racionalidad científica y la irracionalidad bélica, las fantasías de destrucción nos reflejan

EL NAUFRAGIO DE LOS HOMBRES. Salar de Uyuni, Bolivia, 2008. Charly Nijensohn en colaboración con Juan Pablo Ferlat, Teresa Pereda y Edgardo Rudnitzky. /Revista Ñ

Siempre hay una excusa para el miedo. En 1910 era el cometa Halley, que se acercaba a la Tierra más de lo prudente; a fines de 1999, el paso de un milenio a otro –los terrores estuvieron a tono con la época, recuérdese el Y2K–, y en diciembre de 2012, las especulaciones en torno al calendario maya.
Al mismo tiempo que hombres y mujeres se desesperan por prolongar la vida, transformar su cuerpo de acuerdo con sus deseos, volver la belleza resistente al paso del tiempo y encontrar las más variadas formas de perpetuación en la Tierra de la mano de científicos, cirujanos, gurúes o adeptos de la vida sana, alimentan con avidez toda clase de fantasías respecto del fin del mundo. Como si la desearan, convocan la idea de catástrofe –llámese estallido cósmico, designio divino, guerra bacteriológica o hecatombe ambiental– y le asignan un nombre a lo que no lo tiene. En el hecho de prefigurar lo venidero (y en esto Hollywood ha hecho su gran contribución), se gesta la ilusión de conjurarlo a través de prácticas diversas, buscando un reaseguro que se sabe inexistente o algún camino de salvación. No es difícil conjeturar que en ambas actitudes –intentar retrasar el fin e imaginarlo– acecha el mismo sentimiento: el terror frente a la aniquilación, sea individual o planetaria.
¿Por qué atrae tanto la idea del fin absoluto? ¿Por qué miles y miles de personas se suben al carro de las predicciones y profecías y las repiten como si se tratara de una verdad científica?
Una respuesta diría que el destino de una sociedad no se puede separar de su forma, por lo tanto es comprensible que una comunidad que se percibe a sí misma como enferma o corrompida, proyecte un final acorde con el alcance de su degradación. El morbo se lleva bien con la superstición; la culpa, con el castigo.
Otra afirmaría que allí donde existe un estado de opresión anida la esperanza de justicia y reparación. El deseo o la necesidad de un estallido que establezca un nuevo orden, ponga las cosas en su lugar y libere a los sometidos.
Lo cierto es que del fin de los tiempos nada sabemos y por eso nos empeñamos en imaginarlo.

La realidad de la fantasía
Cuando empezaron a circular las profecías del calendario maya, no fueron pocos los que entraron en sintonía con la cuestión. Un empresario chino presentó un modelo de refugio anticatástrofe: una esfera de cuatro metros de diámetro y seis toneladas de peso, diseñada para evitar la radiación y las altas temperaturas. De su invento, cuyo costo ronda los 800 mil dólares, recibió una veintena de pedidos.
Por estos días, se espera también una importante corrida hacia el pico de Bugarach (la versión europea de nuestro vernáculo Uritorco), una cumbre situada en el sur de Francia, de la que se cree que actuará no sólo como un refugio apocalíptico frente al cataclismo que supuestamente se avecina el próximo 21 de diciembre, sino que también servirá de pista de aterrizaje para una nave nodriza extraterrestre que salvará de la hecatombe a unos cuantos elegidos.
Mientras las profecías se tocan con la fabulación, mueven a risa. Pero cuando nos enteramos de que en la isla de Svalbard, en el Círculo Polar Ártico, se inauguró hace unos años con el apoyo unánime de la comunidad científica y muchos millones de dólares para su realización, la “Bóveda Global de Semillas”, una suerte de hielera gigante con capacidad para guardar cuatro millones y medio de muestras destinadas a responder a futuras necesidades alimentarias de la humanidad ante algún desastre –una lluvia radioactiva posterior a una guerra nuclear, por ejemplo–, las alarmas dejan de parecer infundadas y empiezan a tomar otro cariz. Es el momento en el que las creencias abren paso a las amenazas. O, invirtiendo la ecuación, de observar que la racionalidad científica también se asienta sobre nuestros miedos más ancestrales.

El hombre salvaje
“Quien hoy se pregunta por el futuro del humanitarismo y de los medios de humanización, quiere saber en el fondo si quedan esperanzas de dominar las tendencias actuales que apuntan a la caída en el salvajismo del hombre. Y aquí hay que tomar en consideración el hecho inquietante de que el salvajismo, hoy como siempre, suele aparecer precisamente en los momentos de mayor despliegue de poder, ya sea como tosquedad directamente guerrera e imperial, o como bestialización cotidiana de los seres humanos en los medios de entretenimiento desinhibitorio.” En estas palabras de Peter Sloterdijk ( Reglas para el parque humano ) parece condensarse el desasosiego que produce la amenaza de destrucción latente en el mundo contemporáneo, el lado oscuro del supuesto progreso que, como en una película continuada, exhibe aquí y allá su cara más salvaje, llámese Guantánamo, Abu Graib, 11-S o el aplauso de Obama ante el asesinato de Bin Laden. Contra esas fuerzas bárbaras que anidan en el ser humano se levantó en su momento el humanismo, allá lejos y hace tiempo. Al poderío militar de Roma y el show brutal del circo romano, se oponía la “resistencia de los libros contra el anfiteatro”, resistencia que, entrado el siglo XX, mostró sus mútiples grietas. “No existe documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”, sentenció Benjamin.
Hoy los libros no están en el centro de la escena y el humanismo ya no nos interpela. En palabras de Sloterdijk, pareciera que “no sólo los dioses, sino también los sabios se hubieran retraído, y nos hubieran dejado del todo solos con nuestra falta de sabiduría y nuestros conocimientos a medias”. El avance de la tecnociencia transforma en realidad las fantasías imaginadas por la ciencia ficción, sueños largamente acariciados por los seres humanos. “Autoproducirse y vivir eternamente son dos opciones que hoy se venden en el mercado”, señala la antropóloga Paula Sibilia en El hombre postorgánico . Un horizonte tecnológico ilimitado que, junto al vértigo narcisista, convoca los más profundos terrores.
Si vivimos en la era de lo poshumano, si el cyborg es una realidad tangible en el horizonte contemporáneo, ¿será esta nuestra versión del fin del mundo? ¿Es el fin del mundo el fin del hombre tal como nos hemos acostumbrado a pensarlo e imaginarlo, desde la novela al psicoanálisis, desde la filosofía a la antropología?
¿Existe un límite para el Fausto contemporáneo? Las ficciones literarias y cinematográficas que prefiguran la catástrofe son versiones de este pánico tecnocientífico, que cabalga sobre la más intensa desvalidez filosófica. Tanto científicos como pensadores acuerdan en que es propio del conocimiento tratar de trasponer sus fronteras. Si en la era atómica fue posible Hiroshima, ¿qué freno puede encontrar la tecnología globalizada para las más diversas y escalofriantes aplicaciones?
Algunas de las películas que se analizan en este número de Ñ , dan cuenta de esos terrores. Por otra parte, el arte contemporáneo, más enigmático, trasunta en sus imágenes una angustia más existencial –“El naufragio de los hombres” titula Charly Nijensohn la obra que es tapa de este especial– o conceptual, en la comprobación de un destino que está ineludiblemente asociado a la suerte del mundo. Si la misión del hombre, en clave heideggeriana, es ser custodio del Ser y, como tal, custodio del mundo, la tarea parece una asignatura pendiente, una culpa que aflora, una y otra vez, en las prefiguraciones del final.

Este número
El informe especial de este número de Ñ consta de tres partes y está dedicado a abordar los imaginarios y a ensayar algunas respuestas en relación con las ideas que el fin del mundo suscita. En la primera, un artículo del astrofísico Alejandro Gangui analiza las previsiones astronómicas para la fecha en relación con las supuestas “profecías” mayas; la acompaña una completa infografía sobre la simbología de su calendario y los cálculos que permiten establecer como un hito el 21 de diciembre próximo.
El antropólogo Alejandro Frigerio analiza las diferencias entre las cosmovisiones religiosas fundadas en un tiempo cíclico y las concepciones seculares occidentales que consideran que una vez que el tiempo se interrumpe sólo puede sobrevenir el fin, también explica los rasgos de los movimientos milenaristas que creen en la segunda venida del Mesías.
Pero, ¿cuál es la lectura actual que la Iglesia Católica hace del Apocalipsis bíblico? Las últimas tendencias interpretativas del Vaticano e incluso de movimientos disidentes como la Teología de la Liberación, son explicadas por el sociólogo e investigador del Conicet Fortunato Mallimaci.
La segunda parte de este informe aborda las amenazas reales de destrucción del mundo contemporáneo. Experto en política internacional, Andrés Criscaut reseña la escalada armamentista nuclear. La posibilidad de que se extinga la vida en la Tierra por el deterioro de la biodiversidad es el tema tratado por Alan Weisman, en una entrevista. Por su parte, el filósofo de la ciencia Miguel de Asúa se refiere a las motivaciones que llevaron a la construcción del depósito de muestras de semillas conocido como la Bóveda de Svalbard.
Por último, la tercera parte del informe recoge las ficciones apocalípticas del cine, la literatura y el arte que ponen en foco la catástrofe. El crítico y escritor Daniel Link revisita un conjunto de películas a partir de las cuales elabora la hipótesis de que “lo que distingue la imaginación del desastre de la imaginación milenarista (…) es la imposibilidad de pensar un futuro más allá de la (necesaria) desaparición del mundo, y de nosotros con él. No: no la imposibilidad de pensarlo, sino la no necesidad de hacerlo”. Eva Tabakian formula una lectura desde el psicoanálisis según la cual el desamparo al que nos arroja la catástrofe y el caos absoluto, sin ninguna ley ni orden, es un sentimiento esencial y constitutivo en el hombre. Invitada a imaginar escenas del fin del mundo, la escritora mexicana Margo Glantz escribió un texto exclusivo para Ñ.
Son infinitas e intensas las versiones del arte contemporáneo sobre la faz destructiva del mundo actual. Cuatro artistas argentinos reflexionan en torno a sus producciones, que buscan una experiencia de los límites en contacto con la naturaleza. Escenarios majestuosos donde el contacto con lo inefable parece posible.

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