El Nobel de Literatura de 2021 asegura que el Brexit es un error que mezcla la nostalgia y el autoengaño
Abdulrazak Gurnah, Premio Nobel de Literatura, 2021,/elpais.com
Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, 73 años) se deja llevar, entre despistado y molesto, por los fotógrafos de prensa. Le hacen caminar por el estrecho callejón londinense donde están las oficinas de su agente literario. Le obligan a posar como modelo profesional, y no entiende nada. Aunque su traje gris le siente como un guante, y los zapatos negros brillen como recién estrenados, hay un punto de dandismo íntimo en el escritor al que la publicidad desorienta.
Y la publicidad de un
premio como el Nobel de Literatura es desbordante. Convierte a quien toca en el
portavoz forzado de una causa justa, o de una porción olvidada de la humanidad.
“No estoy jugando ningún papel, digo lo que pienso. No me considero responsable
ni portavoz de ninguna causa”, intenta explicar Gurnah. Admite, sin embargo,
que su
experiencia de inmigrante está en el corazón de todo lo que escribe. Llegó a Reino
Unido con 19 años, en 1967, y huía de una revolución en Zanzíbar que derrocó el
sultanato árabe del archipiélago. “Soy de Zanzíbar. No hay ninguna duda al
respecto. Pero es la vida que he vivido, y las experiencias que he tenido, lo
que ha influido sobre mi escritura. Y la mayoría de mi vida he trabajado y
residido en Inglaterra. He enseñado literatura en inglés. Aunque no creo que tu
experiencia vital sea lo que construye por completo lo que podríamos llamar tu
vida imaginaria o imaginativa”, describe el autor.
Su lengua materna,
que aún habla, es el swahili, pero su educación literaria se construyó a partir
de los miles de libros en inglés a lo que tuvo acceso cuando llegó al Reino
Unido. No fue una decisión premeditada. La conversación y las respuestas que necesitaba
dar a los autores que le han precedido ―”la amplia red de voces que conversan
en la literatura”— le salían en inglés, donde lograba expresar con mayor
comodidad su voz propia. Que, como él mismo reconoce, se movió a la fuerza en
un terreno muy delimitado por la experiencia de la inmigración. “Es el fenómeno
de nuestro tiempo. Y creo que yo lo entiendo, en cierto sentido, por mi propia
experiencia. No es una materia escogida libremente, es un asunto recurrente en
tu pensamiento. Puedes incluso decirte a ti mismo que, en tu próximo libro, no
quieres mencionar ese asunto. Da lo mismo, tarde o temprano encontrará el modo
de entrar”, confiesa.
Gurnah ha sido
descubierto esta semana por el gran público universal de la literatura. Su voz
era minoritaria hasta ahora, a pesar de haber publicado ya más de una decena de
libros ensalzados por la crítica especializada. Se nota en él una madurez, no
solo profesional, sino vital. El autor tiene convicciones firmes, pero su
radicalidad exhibe un tono educado y comprensivo. “A veces parece que el debate
sobre la inmigración haya cambiado a mejor, pero de nuevo retrocedemos. Cada
nueva ola de inmigrantes que llega al Reino Unido —afrocaribeños, paquistaníes,
indios, rumanos…— deben sufrir el mismo clima de hostilidad, y una respuesta
autoritaria del Gobierno”, lamenta. “Es una respuesta falta de moral y de
compasión. Pero lo que es peor, no es racional. Esta gente no viene con las
manos vacías. Traen con ellos juventud, energía y un gran potencial. La idea de
que llegan para arrebatar parte de nuestra prosperidad es inhumana”.
Acabó adquiriendo la
nacionalidad británica. Enseña literatura inglesa desde hace décadas. Vive en
Canterbury. No se puede ser, en cierto modo, más británico. Quizá por eso, su
opinión sobre el gran debate de los últimos años en Reino Unido, refleja ya el
cansancio generalizado de sus compatriotas. Queda poco por decir respecto al
Brexit: “Ha sido un error, pero así lo ha querido la gente. Me despierta muchas
sospechas la fuerza que se esconde detrás de ese fenómeno, o de las aparentes
razones que han llevado a respaldarlo. Puede haber algo de nostalgia, pero creo
que también hay algo de autoengaño”, sugiere.
Gurnah esconde, bajo
una voz suave, casi tímida, una ironía a la que resulta fácil rendirse. “¿Quiere
usted que devuelva ya mi premio?”, le preguntaba al periodista que
prácticamente le exigía que fuera una voz contra el tono racista o xenófobo de
las instituciones. Compasivo y comprensivo con la gente, acusa sin embargo a
las instituciones de que perduren en el tiempo los comportamientos que muchas
de sus novelas han intentado reflejar con sutileza. “Cuando llegué al Reino
Unido, la gente podía dirigirse a ti y emplear determinadas palabras sin
ansiedad ni miedo, sin siquiera darse cuenta de que podía resultar ofensivo o
herirte. Y muchas veces responde más a una falta de consciencia que a malicia.
Creo que, sobre todo en las ciudades, donde los niños han ido juntos al colegio
o han jugado juntos al fútbol, hay ahora mucha más claridad a la hora de
entender lo que resulta o no correcto en público. Sin embargo, creo que las
instituciones son igual de malvadas y autoritarias. No creo que eso haya
cambiado. Y el maltrato a muchas personas no ha cambiado en absoluto”,
denuncia.
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