La ficción criminal se encuentra en un momento dorado, con más variedad, presencia social y exposición comercial que nunca. De aventura marginal y esencialmente masculina a fenómeno global que celebra su gran fiesta en BCNegra. ¿Se ha traicionado para triunfar? ¿Qué hay más allá de los grandes éxitos de ventas? ¿Hacia dónde va?
Manuel Vásquez Montalbán, sus novelas de marcado carácter social, urbanas, transgresoras e incómodas,con su alter ego: Pepe Carvalho. |
Alicia Giménez Bartlett, Empezó en la novela negra “como un juego”. No podía imaginar dónde iba a
llevarla el personaje de Petra Delicado. |
Lorenzo Silva, español, autor de la saga de policiales puros protagonizados por dos guardias civiles: Bevilacqua y Chamorro. |
Claudia Piñeiro, escritora argentina. |
Carlos Zanón, ¿el mejor escritor español de novela negra actual? |
En 1980 el teórico
cultural Javier Coma publicó en El viejo topo un
ensayo titulado La novela negra. Historia de la
aplicación del realismo crítico a la novela policíaca norteamericana. El artefacto servía
al lector para entender lo que venía de fuera y lo que empezaba a florecer en
el raquítico panorama español. Hoy, el género más potente y diverso no necesita
contextualización. ¿O sí? Tras demostrar durante la pandemia que era el refugio
perfecto para el lector y una de las grandes
bazas de las editoriales para llegar hasta él, la novela negra vive en España un
momento prolífico y expansivo. Pasada hace tiempo la
moda nórdica, conjurados los temores de una burbuja, es una parte sólida del
negocio editorial, llegan decenas de novedades a las librerías todos los
trimestres, los festivales jalonan la geografía española y, sin ir más lejos,
desde el pasado jueves y hasta el domingo 13 se celebra en
Barcelona BCNegra, uno de los más potentes del panorama europeo.
Pero ¿se traslada
esta efervescencia a los autores en castellano? ¿Quiénes destacan? ¿Por qué
volvimos a llegar tarde, pero no mal? Las respuestas a esas y otras preguntas
pueden trazar los perfiles de un género inabordable y transversal, que invade y
se deja invadir, cómodo en el mestizaje literario. Dos aclaraciones antes de
analizar la escena del crimen. No busquen, en lo que sigue, una lista
exhaustiva de autores. Tampoco ha lugar a batalla terminológica alguna: novela
negra se aceptará como expresión que engloba todo lo demás: policial, thriller,
novela de espías, híbridos, etc.
De acuerdo, pero ¿cómo
empezó todo?
Asegura la tradición
que los totalitarismos no dan buenas novelas negras. Ahí están, por
ejemplo, el cubano Leonardo
Padura o
el chino Qiu Xiaolong para desmentirlo. Francisco García Pavón creó en 1965 el
primer policía español protagonista de una serie, “el único policía que nos
gustaba en el franquismo”, que diría el librero y agitador cultural Paco
Camarasa. Se llama Manuel González, pero se lo conoce como Plinio y va
acompañado de su Watson particular, el veterinario don Lotario. Es policía
local en Tomelloso, Ciudad Real. Aparece por primera vez en una novela corta
titulada Los carros vacíos y alcanza su plenitud en El
reinado de Witiza y Las hermanas coloradas, con la que
gana el Nadal. Son buenas novelas y buenas historias policiales que indagan con
inteligencia en las sombras del franquismo.
Resultado de una
apuesta durante una borrachera, Manuel Vázquez Montalbán publica en 1974 Tatuaje,
la primera historia del mítico Pepe Carvalho (si olvidamos
la experimental Yo maté a Kennedy), verdadero personaje fundacional
de la novela negra española, protagonista de 23 libros entre novelas y relatos,
un Philip Marlowe mediterráneo sin el que no se entiende lo que pasó después ni
en España ni en parte de Europa. Ahí tienen a
Montalbano, eje indispensable de la novela negra mediterránea y genial
homenaje de Camilleri al maestro barcelonés. Tatuaje, por cierto,
fue masacrada por la crítica y no vendió nada. Junto a Vázquez Montalbán dan el
salto al género Juan Madrid y Andreu Martín con novelas de
marcado carácter social, urbanas, transgresoras e incómodas, estilo en el que
se han mantenido hasta hoy. Los acompaña Jorge M. Reverte y su
periodista Julio Gálvez. Francisco González
Ledesma,
antes Silver Kane y otros pseudónimos, constituye el puente ideal entre la
literatura de quiosco —que mantuvo vivo el género con sus historias o las de
Guillermo López Hipkiss— y su época germinal a finales de los setenta y durante
la década de los ochenta.
Un momento, ¿aquí solo hay
señores?
En la novela negra
española, y en la universal y que Miss Marple nos perdone, tardó en llegar una
autora con protagonista femenina, pero cuando lo hizo fue con una fuerza
avasalladora. Existe algún precedente (las novelas de la detective Lònia Guiu
escritas por Maria Antònia Oliver) pero es en 1996 cuando Alicia Giménez
Bartlett crea a Petra Delicado, una agente de la Policía Nacional en Barcelona, divorciada
varias veces, a la que nos encontramos por primera vez, ya con Fermín Garzón de
escudero, en Ritos de muerte. Desde entonces, 11 novelas y un libro
de relatos, enorme éxito en Italia o Alemania y, sobre todo, un camino abierto
por el que pudieran transitar otras autoras.
Los barómetros de
lectura prueban cada año que las mujeres leen más que los hombres, bastante
más. Y van reduciendo también la distancia en libros publicados (alrededor del
60%- 40% según datos de 2020). ¿Cómo se refleja todo esto en el género? “Creo
que se está leyendo mucha más novela negra escrita por mujeres y ese es el
primer paso. Parece algo de la prehistoria, pero muchos lectores hombres
sintieron durante tantísimo tiempo que un libro escrito por una mujer no era
para ellos. Para llegar a festivales, a premios o crítica literaria en los
medios culturales, necesitábamos que nos leyeran. Eso de a poco va cambiando,
con gran esfuerzo de nuestra parte, y teniendo que soportar las quejas por
nuestras quejas”, reflexiona la argentina Claudia Piñeiro, autora de La
viuda de los jueves o Catedrales y premio Pepe Carvalho de
BCNegra 2018, una de las escritoras que mejor ha sabido andar ese camino. No
es la única y no ha sido fácil. Berna González Harbour y su comisaria
Ruiz ganaron en 2020 el
Dashiell Hammett, premio que concede la Semana Negra de Gijón y que solo había
recaído una vez en 32 años en una mujer (Cristina Fallarás en 2012). En 2021 lo ganó la
propia Piñeiro. Rosa Ribas desde la década de 2000 o Arantza Portabales desde
hace unos años siguen la tradición del policial sólido. Quienes busquen un
camino más canallesco tienen a Esther
García Llovet, siempre desde el margen, y quienes quieran una apuesta
literaria por probar los límites del género y alejarlo de lo lúdico la
encontrarán en la serie de Zarco de Marta Sanz, coronada con
excelencia por pequeñas mujeres rojas.
Esta historia
quedaría coja sin el fenómeno generado por Dolores Redondo con
la Trilogía del Baztán. Iniciada en 2013 con El guardián invisible, la
serie protagonizada por Amaia Salazar vendió cientos de miles de ejemplares, fue
multitraducida, se llevó al cine a todo trapo y
puso en el mapa global la pequeña localidad navarra de Elizondo. Si unas
frecuentaron el camino abierto por Giménez Bartlett, a su manera Eva García
Sáenz de Urturi o María Oruña han sabido
explotar la autopista abierta por Redondo.
De haber sido escrito
antes del 15 de octubre de 2021, este reportaje hablaría del éxito de Carmen Mola y las novelas
protagonizadas por la inspectora Elena Blanco, pero el Premio Planeta
destripó la trama y el misterio quedó reducido a un trío de guionistas,
hombres todos. ¿Y de la nueva hornada? Dejemos que la propia Giménez Bartlett
elija: “Personalmente, leo con mucho gusto a Susana Martín Gijón”.
¿Es el género más leído?
Es un género con
sólida presencia social —que no mediática, a pesar de esto que tienen ahora
entre manos— y cuenta con más festivales, clubes de lectura y más seguidores o,
al menos, mejor organizados, que cualquier otro. Es también un género popular,
algo que ha jugado muchas veces en contra de sus integrantes y de cómo eran
percibidos en el mundo literario. Pero, ¿es el más leído? Eso siempre va a
depender de a quién se pregunte. Los datos que manejan las
editoriales proporcionados por la consultora GFK no son públicos. Ahora bien, sabemos
que Juan Gómez-Jurado ha vendido más de dos millones de ejemplares de Reina
roja (entendida como trilogía junto a Loba negra y Rey
blanco). Entre los tres han pasado de las 160 ediciones y de las 155
semanas en las listas de los más vendidos. Estas y otras cifras relacionadas
con Gómez-Jurado son desconocidas para el resto del género y del panorama
literario español. Hay otros casos. Javier Castillo pasó de la autoedición a
superar el millón de ejemplares con sus cinco novelas publicadas por el grupo
Penguin Random House hasta la fecha. A eso se suma el ya citado éxito comercial
de Dolores Redondo o uno de más largo aliento, el del clásico contemporáneo Lorenzo
Silva, ya más de 20 años
contando las historias de su pareja de guardias civiles, Bevilacqua y Chamorro.
No todos, claro,
siguen esta suerte y la novela negra española, como la literatura española en
general, está llena de autores notables de tiradas mínimas que buscan el
sustento en otra parte y padece, para qué negarlo, de sobreproducción. Hay
muchos lectores, sí, más que de ningún otro género, puede, pero no tantos para
tanta novela.
¿Mi ciudad es la única de
España sin un festival de negra?
La proliferación de festivales en los últimos años es un síntoma de que algo se mueve en el género. “El cambio de paradigma lo ejemplifica, mejor que nada, el hecho de que hace 35 años hacíamos un encuentro de un género marginal en la literatura y hoy día el género negro está en la centralidad de la literatura”, comenta Ángel de la Calle, director de la Semana Negra, certamen decano en España. Los datos de BCNegra, que este año vuelve a modo presencial, son dignos de un gran evento cultural: 12.000 personas asistieron a los actos en la edición 2020. La de 2021, condicionada por la pandemia, fue vista por 35.000 espectadores vía telemática. Getafe Negro, Salamanca Negra, Tenerife Noir, Pamplona Negra, Valencia Negra, Granada Noir, Aragón Negro, Collbató… La lista sigue. ¿Demasiados? Lorenzo Silva, que dirige el de Getafe, suele subrayar el hecho de que no se cuestione que haya muchos estadios de fútbol u otras actividades pero sí festivales de novela negra. Lo cierto es que los lectores se movilizan. “El objetivo de la Semana Negra es la promoción de la lectura. Cuantos más encuentros haya con este objetivo mejor. Igual que ferias del libro, cuántas más mejor”, resume De la Calle
¿Y de verdad no nos va a
dar una lista de sospechosos habituales?
A veces podría parecer que hay un género para cada autor. Esto dificulta la elaboración de cualquier lista prescriptora, pero ahí van unas pistas de lectura, amén de lo ya citado. Si hablamos de novela negra urbana Carlos Zanón —que entra y sale del género como otros muchos compañeros— surge enseguida. Además, fue el encargado de seguir la estela de Carvalho, como comisario de BCNegra y en la novela que continuaba con las aventuras del personaje. Víctor del Árbol fue un mosso que ahora escribe novelas negras veneradas en Francia en las que los policías no juegan un papel relevante y Toni Hill, traductor, ocupó su lugar en el mapa negrocriminal con los libros del mosso Héctor Salgado. Si quieren novelas de crooks, de golfos de mal vivir en todos los estratos de la escala social, el maestro es Alexis Ravelo y si desean, en cambio, que el fuera de la ley sea el autor, pasen por los libros de argumentos imposibles del poeta Carlos Salem. La apuesta psicológica, lo turbio, lo domina como nadie la prosa medida de Marcelo Luján. Los dos autores son argentinos afincados en España desde hace tanto tiempo que cuesta saber dónde colocarlos. No son los únicos.
Alejado de las
grandes ciudades, el cacereño Eugenio Fuentes ha creado con Ricardo Cupido y a
lo largo de siete novelas un personaje esencial. Y, hablando de personajes, dos
que vuelan bajo el radar, pero con fuerza: el prolífico Jordi
Sierra i Fabra, que también tiene su sitio en el género negro con la serie del
inspector Mascarell, y el comisario Polo, de Justo Navarro, que mezcla con
acierto novela negra e histórica, híbrido que, por cierto, está por desarrollar
en España (a pesar de buenas incursiones como
las de Ignacio del Valle), con la intensidad que alcanza en otros lugares de Europa.
Algo parecido ocurre con el género del espionaje.
Podríamos seguir unas
cuantas páginas más, pero ya dijimos que esto no era de ninguna manera una
lista de la compra.
Ya, ¿y los otros casi 500
millones de hablantes de español?
Una tradición tan fecunda y una realidad tan vital requerirían de mucho más espacio, pero dejemos unas pinceladas. Traemos para empezar, a Borges y Bioy Casares. ¿Cómo? Se preguntarán. Pues es su calidad de editores, lectores y traductores que, desde 1945, permitieron que se pudieran leer los grandes clásicos británicos y estadounidenses en castellano en las buenas ediciones de El Séptimo Círculo. La editorial publicó su último libro, el 366, en 1983. No está mal como ejercicio de divulgación. Ricardo Piglia también amó el género, lo difundió y lo frecuentó con su genial comisario Croce.
Osvaldo Soriano
debutó con Triste, solitario y final, un curioso homenaje a
Marlowe, en 1973, pero sería después con Cuarteles de invierno o No
habrá más penas ni olvido cuando consolida las bases de una tradición,
seguida luego por Guillermo
Saccomanno y otros, tan americana, de novelas que descomponen los
males de las sociedades y los escupen en forma de trama novelesca. La también
argentina María Inés Krimer mira la misma realidad pero desde el lado femenino,
una veta que no ha dejado de crecer y que tiene en la mencionada Piñeiro o en
Fernanda Melchor escritoras soberbias que están probando los límites del género
y abriendo los ojos al lector. La novela negra latinoamericana es pujante y con
perspectiva global y el
premio Princesa de Asturias a Leonardo Padura, el éxito de la novela narco del
mexicano Élmer Mendoza y su Zurdo Mendieta o de las ficciones del peruano
Santiago Roncagliolo son tres pruebas de su vitalidad y alcance. No olvidamos
al chileno Luis Sepúlveda y sus excelentes historias llenas de nostalgia y estilo
que mostraron como pocas los estigmas de la dictadura.
¿Es la novela criminal un
gueto peligroso?
“No vamos a repetir
aquí el juicio por brujería contra la literatura negra en
contraposición a la blanca, entre otras cosas porque la frontera
que las separa dista de ser impermeable: hay trasvases en ambos sentidos…
aunque no tienen el mismo sentido”. El autor del certero análisis es Pierre
Lemaitre en su Diccionario apasionado de novela negra, de
reciente aparición en España. Sabe de lo que habla: orgulloso miembro del
gueto,
vio cómo tenía que abandonar la novela negra para ser reconocido y ganar el
Goncourt. En España siempre ha habido intercambio en dos direcciones. De
Eduardo Mendoza y La verdad sobre el caso Savolta a Javier
Cercas con las novelas de Melchor Marín pasando por Arturo Pérez-Reverte y su
serie de Falcó, no han faltado visitantes a una u otra modalidad del universo
criminal.
¿Y al revés? Pues
también, y mucho, a veces porque así lo marca el camino literario, otras por la
voracidad de ciertos premios que querían a un escritor y a sus lectores, no
tanto que este siguiera en el gueto. Tema delicado el de los premios, pero es
cierto que dos de los galardones comerciales con más dinero y resonancia (el
Nadal y el Planeta) tienen en su nómina no pocos autores de novela negra premiados
por una obra adscrita al género. La bestia, de Carmen Mola, último
Premio Planeta con polémica de regalo, es el perfecto paradigma de todos los
factores implicados.
¿Tiene que ser crítico con
el sistema? ¿Y si solo me quiero divertir?
Descartada la explicación terminológica (que atribuye unas cualidades y condiciones a la novela negra distintas de la policiaca, el thriller o la novela de espías) hablemos de tradiciones. La crítica social es un elemento a tener en cuenta, pero no indispensable si entendemos la novela negra como un campo amplio de creación literaria. Está presente en el hard boiled de la década de los treinta y cuarenta del siglo XX, en Chandler, Hammett u Horace McCoy, una etapa que supera la novela enigma, alérgica a cuitas sociales. Constituye también la esencia del neopolar que cambió el género en Francia en la década de los setenta de la mano de Jean-Patrick Manchette y del plan de 10 novelas de los fundadores del noir nórdico, Maj SjöwalL y Per Wahlöo, movimientos ambos de amplia influencia en Europa que a España llegaron con fuerza. “Hay que estar más pegados a la realidad y contar conflictos. Si no hay conflicto, ¿qué me estás contando?”, se pregunta Juan Madrid.
Y, sin embargo, el
género en España ha crecido tanto y en tantos sentidos que esa crítica social
ha dejado de ser un rasgo definitorio como pudo serlo en los ochenta. Existe,
quién puede negarlo, y ahí tenemos las novelas de Ravelo, de Piñeiro y Sanz, o
las aproximaciones de David Llorente como ejemplos, pero se ha diluido. Y eso
sin hablar de la vertiente más lúdica, el thiller, la novela
espectáculo, la hibridación con la crónica sentimental, todos ya abordados más
arriba y que son, en definitiva, los que arrastran en España una masa de
lectores. Y un último aspecto: género tan dado a no saber dónde empieza y dónde
acaba, muchas veces es en esas zonas fronterizas donde están las críticas más
punzantes. Lean, si no, y aquí volvemos a mirar al otro lado del océano, Le
viste la cara a dios, de Gabriela Cabezón Cámara o Cometierra, de Dolores Reyes.
Pero, ¿esta novela no la
había leído ya?
“Me carcajeo cuando
alguien me dice lo de best-seller: ‘Ya, muy bien, estupendo. Pues
hazlo tú”, comentaba Gómez- Jurado en una
entrevista con EL PAÍS en 2021. Y ahí está el problema: en un género saturado de
novelas se repite el molde en busca de los mismos lectores. “El género negro en
España está en plena ebullición aunque, buscando el éxito, ha tendido a la
uniformidad: sangre, vísceras, violencia, toques mágicos, regionalización de
los detectives... No sé, supongo que es una tendencia europea y no solo de
nuestro país”, resume Giménez Bartlett.
El efecto positivo de
esa sobreproducción es la posibilidad de encontrar autores y libros que se
salgan de esa rutina. En estas líneas encontrarán muchos y los que están por
venir. Hablando de éxito: no todos los días aterriza en el panorama una
escritora española que venga de recibir el beneplácito de la crítica y los
lectores en Estados Unidos y Reino Unido con una novela escrita en inglés. Se
llama Virginia Feito y ha publicado La señora March, un thriller psicológico
de altos vuelos. Como no podía ser de otra manera, la comparación con Patricia
Highsmith es exagerada, pero el éxito obtenido no.
Coda: dos malditos a los
que volver
No vinieron a la novela negra a hacer amigos. Sus personajes no están en la casilla de lo políticamente correcto. Sus historias, en primera persona, dejan el regusto amargo de las buenas historias tristes. Julián Ibáñez explora en las novelas de Bellón un mundo plagado de “fulanos”, gente de barrio, policías listillos, tipos violentos, oficinistas que “parece que esperan la hora del bocadillo para suicidarse”. Carlos Pérez Merinero llegó sin personaje fijo, si excluimos la amoralidad, pero con una idea: escribir novelas y relatos con personalidad, rápidas, de apariencia sencilla y recuerdo duradero. Pérez Merinero murió en 2012. Ibáñez sigue en activo. Busquen sus libros si quieren un poco de verdad..
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