La autora mexicana ha logrado mucho más que un libro: una reconstrucción de la vida y asesinato de su hermana pequeña cuando apenas tenía 20 años
La escritora mexicana Cristina Rivera
Garza. |
El amor como amenaza. No como disfrute, como apoyo, como
acompañamiento, como catalizador del deseo y los proyectos o formas más
fructíferas de vida, sino como una amenaza constante a la seguridad física, a
la estabilidad mental y al propio transcurso de la vida y la libertad. Es la
propuesta de Cristina Rivera Garza en El invencible verano de Liliana (Literatura
Random House), mucho más que una novela. La autora mexicana (Heroica Matamoros,
1964) ha logrado llevar a término un parto con dolor, con retraso, con heridas
y deudas comprensibles, porque el bebé es la reconstrucción de la vida y
asesinato de su propia hermana pequeña, muerta a los 20 años a manos de quien
fue su novio en edad adolescente y no pudo soportar su salto al mundo
universitario en la capital, su crecimiento, su cambio. Un desafío literario y
personal de enorme altura.
“A veces uno tiene que esperar muchos años para sentir las
transformaciones personales y sociales en cada uno de sus huesos. Los duelos
tienen su propio reloj. Su propio ritmo”, cuenta Rivera Garza por correo
electrónico. “Los movimientos de mujeres —feministas y no— han producido un
lenguaje que ahora nos permite demandar justicia juntas”.
La autora explica este libro, que nos sirve para viajar a una de
las noticias más dolorosas que han sido portada en este curso, y es la
imparable secuencia de feminicidios. Si viajamos al racismo y la inmigración de la mano de Abdelá Taia, a la pérdida y el duelo con Ali Smith y a
la globalización y el calentamiento con Doug Bock Clark, hoy caminaremos por la realidad de la violencia de género
de la mano de este libro. En España, estos crímenes se dispararon tras el fin
del estado de alarma. En México, la violencia contra las mujeres creció más de un 7% en los primeros meses del año. Una realidad que sigue en
aumento a pesar de que la concienciación ha crecido y el silencio ha quedado
sepultado.
Cristina Rivera estaba en Chiapas hace un par de años
participando en un evento organizado por zapatistas cuando le surgió la
necesidad de abordar al fin el crimen de su hermana. “Estábamos compartiendo
palabras y esperanza con compas de la región y de todo el país”, cuenta. “Y
creí, con todos ellos, que otro mundo era posible. En ese otro mundo posible,
esta historia de mi hermana podría, finalmente, ser recibida con la dignidad y
el respeto que su vida merece”.
Así surgió este libro, cuyo título y sentido parten de
una cita de Albert Camus que era referencial para su hermana: “En lo más
profundo del invierno aprendí al fin que había en mí un invencible verano”. La
autora lo encontró en montón de apuntes de su hermana, diarios, cartas y notas
que habían guardado en cajas 30 años atrás, después del crimen, y que al fin se
animó a abrir, a enfrentar, a asumir. Así se volvió a acercar a Liliana, que
detallaba las ilusiones de su incipiente carrera universitaria a la vez que
reflejaba sombras de ese amor de adolescencia que de vez en cuando irrumpía en
su nueva vida con afán posesivo y sin ninguna simpatía por su aprendizaje o sus
nuevos amigos. Por todo ello es un libro, pero también un parto.
“La escritura es una bisagra que conecta lo profundamente
personal con lo irremediablemente social: somos en conexión con otros y, de la
misma forma, imaginamos y contamos nuestras historias”, afirma Rivera Garza.
“Puesto que los libros han cambiado mi vida de múltiples maneras, estoy
convencida del poder que tiene la palabra escrita para convocar apariciones,
crear espacios de escucha a través del tiempo y restituir vidas enteras”.
Igual que la vida es un comienzo, como todos sabemos, la
muerte es otro comienzo para quienes quedan, para los que aprenderán a vivir
con el duelo como una compañía necesaria, demandante, que pide su tiempo y su
dedicación. Las navidades que siguen a la muerte, los veranos, las vacaciones,
las conversaciones que tienen lugar entre Cristina Rivera Garza, sus padres,
familiares y amigos concernidos no serán nunca las mismas, porque la ausencia
estará presente como sigue en este libro y en sus vidas. A través de ellos ha
compuesto la autora un mosaico de impresiones y testimonios que enhebran la
vida truncada de Liliana.
En un momento de su corta vida, Liliana compra un gorrión
para que su novio maltratador tuviera “el honor” de liberarlo. Pero él no llega
a tiempo y fueron ella y una amiga quienes lo pusieron en libertad.
“Esperábamos que el gorrión tomara aire y saliera volando, pero no fue así. Dio
unos pasos sobre el pasto y, luego, cayó. Tratamos de reanimarlo, pero pronto
entendimos que ya no podíamos hacer nada. Su muerte nos destrozó el corazón”,
narra la amiga en la pluma de Rivera Garza. “Liliana se había quedado inmóvil,
muy consternada, como si algo se le hubiera quebrado adentro”.
Ese gorrión anticipó su propia suerte, como este libro
sella el amor como amenaza en lo que Cristina Rivera Garza no quiere clasificar
como literatura testimonial, sino documental. A partir de ahí: ¿la esperanza de
atraparlo? ¿el fin de la impunidad?
“La violencia continúa porque la impunidad sigue
adelante, pero hay diferencias”, quiere ver Cristina Rivera. “Desde 2019 existe
una Fiscalía de feminicidios en Ciudad de México, atinadamente dirigida por la
abogada Sayuri Herrera. Este tipo de instituciones necesitan, sin embargo,
presupuesto y personal. La esperanza muere lo último, dicen, y es cierto. Sigo
empecinada en que la justicia se siente a nuestra mesa, como bien decía la
poeta mexicana Rosario Castellanos”.
Pero el asesino de su hermana, Ángel González Ramos, de quien la autora ofrece incluso la fotografía, sigue en paradero desconocido. Si la justicia llega a sentarse a la mesa, habrá sido también gracias a la literatura.
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