La escritora canadiense, que completa la publicación en español de su trilogía Madd Addam, reflexiona sobre las reacciones que siguen a las conquistas sociales y su talento para la biología
La escritora canadiense Margaret Atwood, en julio de 2020. / ELPAIS.COM
Creció, dice, en el norte de Canadá, donde nunca se ha concebido a la mujer como un florero. “Si necesitaba un trozo de leña, salía y lo cortaba con mi propia hacha”, dice. Hoy, añade, tiene una sierra mecánica. No puede entenderse su literatura, asegura Margaret Atwood (Ottawa, 81 años), sin esa igualitaria, a la vez que alienante, percepción de mundo. Porque ella miraba alrededor y no era eso lo que veía. La obra de un escritor, decía Ray Bradbury, está hecha de aquello que teme cuando apaga la luz por las noches. Y lo que teme Atwood es lo que ocurre cuando alguien toma el mando y decide que las cosas serán mejor si se hacen a su manera. Pongamos que alguien decide que el planeta estará mejor sin el ser humano y provoca una pandemia que acaba con el 99% de la población mundial, como ocurre en su obra recién rescatada Oryx & Crake (Salamandra), punto de partida de una trilogía que este otoño será completada por fin en español. ¿Se siente una visionaria? “Oh, no, no creo que esta pandemia haya sido intencionada, aunque nunca se sabe, la vida siempre te da sorpresas”, responde, divertida.
Está en su casa, en Toronto. Ha recordado de milagro la videollamada. Estaba arrancando malas hierbas en el jardín. Está en una habitación repleta de libros a sus espaldas, y marcos con lo que parecen pequeños cuadros y fotografías. Se atusa su revuelta melena blanca y recuerda que “puede que no les prestase la atención que debía porque era una adolescente y las adolescentes solo piensan en lo que van a hacer el sábado por la noche, pero es cierto que mis padres eran científicos, biólogos, y que en casa se reunían con amigos y hablaban de lo mal que iba a acabar todo si seguíamos así, pero también de todo tipo de nuevos descubrimientos”. “Oh, y yo debería haber sido bióloga. Mi hermano no me lo perdonará nunca. Se me daba mejor la biología que el inglés. Tenía un montón de faltas de ortografía. Él también quería ser escritor, pero al final se hizo biólogo. Lee mis libros como un profesor leería un examen, ¡tengo que ser rigurosísima!”, explica.
De ahí que en la trilogía MaddAddam, la que abre Oryx & Crake, anticipase, por ejemplo, los conejos fluorescentes que se inventaron en 2013 y que aparecen una década antes en esa novela, que retrata de manera certera la velocidad del mundo de hoy y la explotación sin escrúpulos del medio ambiente —hasta el punto de crear animales para que simplemente contengan órganos humanos de repuesto— por no hablar de una vuelta a una especie de Edad Media, una desigualdad social que convierte a los propietarios de grandes corporaciones en señores feudales cuyos complejos están rodeados de plebillas, villas donde malviven los campesinos de ese futuro hasta que ese futuro también se acaba. “Crake cree que el mundo está mejor sin nosotros y nos sustituye por los crakers, seres que ni siquiera necesitan la agricultura porque comen hojas, que no sienten celos, pero que no pueden evitar querer saber de dónde vienen”, dice.
He aquí uno de los ejes de la narrativa de Atwood: la creación del mito. Sus primeros poemarios los dedicó a, como ella dice, “reexaminar mitos e historias de hadas”, algo que ha continuado haciendo —El cuento de la criada no deja de ser la creación de un mito, un pasado inconcebible desde el futuro de una sala de conferencias— y que MaddAddam completa en la tercera entrega, llamada precisamente MaddAddam, inédita en español hasta ahora, exponiendo de qué forma se construye la verdad histórica tras mostrar la realidad en las dos entregas anteriores, Oryx y Crake y El año de diluvio. “La única razón por la que me voy al futuro a contar mis historias es porque no quiero tener que irme del planeta Tierra y es en el futuro donde puedo controlar todo el relato, siempre que sea coherente y plausible”, dice. De adolescente leía las distopías de George Orwell y Aldous Huxley y se preguntó por qué no había mujeres escribiéndolas.
“Por supuesto, toda distopía habla del presente. Orwell hablaba de 1948 y Huxley hablaba de él mismo llegando a Hollywood en los años treinta después de haber pasado por la Gran Depresión, y topándose con el sexo libre y comidas exóticas. En el siglo XIX se escribieron miles de utopías. Es lógico. Se habían visto tantas mejoras materiales, tantos inventos, que solo podían imaginar un mundo mejor. El XX fue un siglo de distopías porque fue un siglo de guerras y totalitarismos. Quedó claro que esa idea de la sociedad perfecta implicaba una masacre. Tenías que matar a todo el que no estuviera de acuerdo contigo para instaurar tu utopía. Toda distopía contiene una utopía y al contrario”, apunta, y pese a todo, cree que, en este siglo XXI, “van a volver las utopías”. ¿Por qué? “Vamos a tener que descubrir de qué manera organizarnos para que el planeta siga siendo habitable. Las utopías van a volver porque tenemos que imaginar cómo salvar el mundo”, responde.
Los novelistas no son pensadores, puntualiza, aunque sí pueden escenografiar el mundo, “como un director de cine”. Dibujar un mapa. “Hay que ser cauto, siempre que se habla del futuro, porque toda historia puede acabar siendo creída. ¿O qué pasó con la utopía de Edward Bulwer-Lytton, Vril, El poder de la raza futura? Hasta Hitler se la creyó y mandó a un equipo de exploradores a Noruega a encontrar la cueva de la que Bulwer-Lytton hablaba, en la que se escondía una perfecta sociedad del futuro”, cuenta. Lo mismo ha ocurrido con El cuento de la criada. “Ha habido quien ha empezado a preguntarse cómo implantar esa locura. Por eso hay que ser cauto. Y tener presente que lo que para ti es una distopía, para otros puede ser una utopía”, añade. Y no olvidar. Como no se olvidó en la década de los cincuenta, “cuando se hizo un esfuerzo unitario —princesas Disney incluidas— por devolver a la mujer al hogar, que no era ahí adonde pertenecía”, dice.
¿Hay en esta cuarta ola del feminismo más esperanza que en ninguna de las anteriores? “Todo está en proceso. Cuando empujas, notas la resistencia del otro. La elección de Obama fue un impulso, la de Trump, una reacción en contra. Siempre que hay un cambio de paradigma, hay quien quiere que las cosas vuelvan a ser como antes. Siempre puedes esperar conseguir mejoras, y si hay una reacción contraria, aguantar hasta donde habías llegado, mantener el terreno, e incluso volver a presionar para conseguir lo que tenías, como ocurrió en los cincuenta”, responde. Hoy en día, en cualquier caso, añade, “no se trata únicamente de la igualdad de género, se trata también de la desigualdad en la riqueza, que ha alcanzado unas proporciones inauditas desde el antiguo régimen francés, desde Enrique VIII, y por supuesto, el cambio climático, algo que tendremos que resolver si queremos seguir siendo una especie de este planeta”.
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