El autor que se atribuyó una falsa carta aprobatoria de Borges murió sin saber que éste la hizo suya cuando se enteró
Ninots de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en el café
La Biela. |
Jorge Luis Borges, siendo
maestro de tantas cosas, lo fue de los textos falsos presentados como
verdaderos, y hoy en día su posteridad parece ser perseguida por lo apócrifo,
si tomamos en cuenta los numerosos escritos, en poesía y en prosa, y aún los
textos de autoayuda, que le son atribuidos en las redes sociales. El que le
endilguen constantemente lo que no es suyo, es una forma de popularidad, aunque
un tanto espuria, y por qué no, una manifestación muy palpable de su
inmortalidad literaria.
En 1963, el escritor salvadoreño Álvaro Menen Desleal ganó un
segundo lugar en el Certamen Nacional de Cultura con su libro Cuentos
Breves y Maravillosos, título que recordaba demasiado el de Cuentos
Breves y extraordinarios de Borges, aparecido diez años atrás. Pero
eso no fue todo. Cuando el libro se publicó, traía a manera de prólogo una
carta con la firma de Borges, que comenzaba:
“Mi querido amigo: Al conocer sus Cuentos breves y
maravillosos, pienso que no fue meramente accidental que Kafka escribiera La
Muralla China: se repite en usted la nota de lo que con Bioy Casares
llamamos las antiguas y generosas fuentes orientales. Se repite y se prueba mi
idea de que el número de fábulas o de metáforas de que es capaz la imaginación
de los hombres es limitado…limitado o no, lo cierto es que usted prueba a su
vez que ese número no está en manera alguna agotado...”
Las dudas envidiosas no tardaron en estallar en el mundillo
literario centroamericano, y sobraron las acusaciones de plagio borgiano de los
propios textos del libro, y las de falsificación de la carta de presentación.
Pero nadie reparó en la nota con que, en la última página, el autor completaba
su ardid:
“Querido maestro Borges: Mi vanidad y mi nostalgia –me digo con
sus palabras– han armado una escena imposible. De pronto despierto de un sueño
y tengo su carta en las manos, como la flor de Coleridge…”.
En septiembre de 1999, cuando se celebró el centenario del nacimiento de Borges, se organizó en Buenos Aires un seminario al que concurrimos escritores, investigadores y académicos. Allí me encontré, después de décadas sin vernos, a Álvaro, quien llegaba desde El Salvador. Cuando tomó la palabra, hizo una detallada confesión acerca del prólogo apócrifo, a manera de un renovado homenaje a Borges y a sus formas de inventar, donde la distancia entre los documentos reales y los ficticios no existe.
En uno de los descansos de las sesiones, me dijo que algo iba
siempre a inquietarlo hasta la muerte, y es que ya nunca alcanzaría a saber si
Borges se habría enterado del affaire centroamericano
alrededor del prólogo, y si alguna vez habría llegado a tener entre sus manos
sus Cuentos Breves y Maravillosos. Lo más probable, me dijo, abatido,
es que no. Murió menos de un año después en San Salvador.
Y ya no pudo enterarse que Borges sí supo del affaire, y
que leyó sus cuentos. Así consta en Borges, el libro publicado en 2006, que reúne las entradas de los
diarios de Adolfo Bioy Casares donde
este reseña las conversaciones con su amigo por cerca de sesenta años. Es un
impresionante volumen de 1663 páginas, preparado por Daniel Martino, y que,
aunque parezca mentira, uno puedo leerse de una sola sentada, sin dormir ni
comer, si se es lo suficientemente vicioso.
En la entrada correspondiente al miércoles 11 de septiembre de
1963, cuenta Bioy que Borges le dice: “tengo que consultarte sobre algo” …; y
“trae un libro Cuentos Breves y Maravillosos, de un tal Menen
Desleal, y una carta, de otra persona, guatemalteca, según creo, que le ha
enviado el libro...”. Luego ambos hablan de la carta elogiosa que sirve de
prólogo, y Borges expresa el temor de que su madre, doña Leonor Acevedo, su
constante y terrible ángel tutelar, sin consultárselo, la hubiera escrito y
enviado; pero descartan la posibilidad, porque la señora nunca escribe tan
largo, ni hubiera imitado el estilo de Borges. Leen algunos de los cuentos, y
uno de ellos, Los Cerdos, les parece muy gracioso.
Borges, cuenta Bioy, no sabe qué hacer. Considera que el autor
del libro es más inteligente que quien lo denuncia, pero que alguna razón tiene
el denunciante… los generosos elogios que prodiga a sus propios cuentos,
invalidan su carácter de obra desinteresada. Bioy lo contradice: “no podés
ponerte en contra de un pobre individuo bastante inteligente, que no tiene
libertad ni posibilidad de escribir sino como imagina que vos escribís...”. Y
entonces, Borges, sin dar más importancia al asunto, termina elogiando el
libro, y aún la carta apócrifa.
Por fin Borges contesta ese mismo mes al denunciante, que es el
escritor guatemalteco Alfonso Orantes, y le dice: “Ya que el volumen consta de
una serie de juegos sobre la vigilia y los sueños, queda la posibilidad de que
mi carta sea uno de tales juegos y travesuras…”
Dice “mi carta”. Y con eso pasa a ser auténtica. Y aparece
incluida en El círculo secreto, el libro que contiene los prólogos
y notas escritos por Borges, (Emecé, Buenos Aires, 2003). Más auténtica aún.
Borges nunca escribió esa carta, pero ahora la ha escrito. Es su
carta.
Sergio Ramírez es
escritor.
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