10.7.13

Lorna Shaughnessy: "Yo te puedo respetar aunque no te perdone"

Durante esta semana, sesenta poetas provenientes de 45 países se han reunido para celebrar el XXIII Festival Internacional de Poesía de Medellín. En el corazón de la utopía es el lema y el tema central del certamen

Lorna Shaughnessy, una de las invitadas al Festival de Poesía de Medellín que comenzó el fin de semana. / Ana Cristina Restrepo./elespectador.com

Desde su apertura oficial, el Festival de Poesía de Medellín manifestó su apoyo a los diálogos de paz. Dentro de ese contexto, hablamos con Lorna Shaughnessy, poeta, traductora y profesora de lengua española en la Universidad Nacional de Irlanda (Galway), autora de una obra con matices políticos y que revela experiencias como el dolor y la reconciliación.
Sus textos son una mirada a una sociedad que ya vivió la guerra y los diálogos, y conoce los sinsabores y satisfacciones del posconflicto.
Shaughnessy ha publicado dos libros de poemas, Torching the Brown River (2009) y Witness Trees (2011), y tres traducciones: Mother Tongue: Selected Poems by Pura López Colomé, If We Have Lost Our Oldest Tales, de María Baranda (2006), y The Disappearance of Snow, de Manuel Rivas (2012).
La poeta irlandesa, invitada especial al festival, fue educada en un colegio católico en Belfast, y desde la secundaria se entregó a la práctica del español, tan pronto “descubrió la sensualidad de sus sonidos y palabras”. Estudió lingüística inglesa y española en la Universidad de Belfast, realizó sus prácticas enseñando en un colegio en Galicia, España, y dedicó su tesis de grado al análisis de la obra del poeta Pedro Salinas.
Aunque sus primeros poemas son de carácter autobiográfico, el matiz político es una constante en la obra de Shaughnessy. Witness Trees (Árboles testigos, obra sin traducción al español) es su segunda colección: un testimonio propio y de Irlanda del Norte, de exilio y opresión. A través de esos poemas busca darle voz a la historia.
Evoquemos esa Irlanda del Norte, convulsionada, en la que usted se crió.
Los peores disturbios en Irlanda del Norte fueron en los años setenta y ochenta. Lo curioso es que somos capaces de normalizar las cosas: sí hubo coches bomba, sí hubo muchas manifestaciones con reacciones muy agresivas del Ejército Británico y la Policía de Irlanda del Norte. No era una vida normal: había barrios nacionalistas católicos atacados por pandillas de barrios protestantes unionistas que quemaban las casas de la gente. Por esos motivos, entre 1969 y 1971 hubo un desplazamiento de población muy significativo, el más grande de Europa desde la II Guerra Mundial. Pero lo normalizamos porque la gente tiene que sobrevivir, trabajar y ganarse la vida; los chicos teníamos que ir a la escuela. Mis padres no son de Irlanda del Norte —son de la República de Irlanda—; en ese sentido tuvimos mucha suerte, pues todos los veranos nos podíamos ir durante el mes de julio, el más tenso en Belfast por la conmemoración de una batalla del siglo XVII que ganó el rey Guillermo de Orange de Holanda. ¡Es muy complicado! (risas). Con la familia íbamos a la granja de mis tíos en la República de Irlanda, estaba con los primos, podía tener la vida social que no tenía como quinceañera en Belfast: salir por la noche, ir a bailar. Las posibilidades sociales eran muy limitadas en Belfast. Y una cosa que pensé hace muy poco: en tantos años que viví en Belfast, nunca había tomado un autobús a muchas zonas de la ciudad. Si no tenía nada que hacer al norte o al este nunca iba allí. De miedo. Es una cosa muy difícil de describir: vivir y criar con esas limitaciones en una ciudad.
¿Qué pasaba con el arte? ¿Cómo recuerda a los artistas locales durante la etapa más dura del conflicto?
Algo muy importante que tenía Belfast era un festival cultural cada otoño, organizado por la Universidad de Queens. Siempre venían artistas de nivel muy alto, no sólo de Gran Bretaña sino de toda Europa. Mucho teatro, música clásica. Siempre había esa oportunidad de huir y acceder a una riqueza cultural que no teníamos el resto del año. Lo que siempre ha habido en toda Irlanda es una cultura musical: es fundamental. En bares escondidos, en zonas oscuras, un poco siniestras, había barrios que tenían fama porque acogían la música tradicional y siempre había sessions en las cuales los músicos tradicionales se reunían para tocar juntos; nadie cobraba, y servía de taller para los músicos jóvenes. Era un ambiente muy bonito. Luego, en los setenta y principios de los ochenta, llegó el punk, que en Belfast era genial porque a esta gente le daba igual si eran católicos, protestantes, unionistas o nacionalistas. Había un par de bares y un centro cultural pequeño donde se reunían los punks y tocaban su música. Eran unos personajes bastante anárquicos que, hasta cierto punto, nos salvaban la vida psicológicamente. Terri Hooley, por ejemplo, era un hombre con un ojo de cristal que fue muy famoso porque montó una disquera y fue quien descubrió a The Undertones (banda punk de la ciudad de Derry). Hubo focos de luz en un ambiente bastante oscuro.
¿Podemos hablar de movimientos culturales en ese entonces?
No hubo movimientos culturales realmente. Hubo estallidos anárquicos.
Después de un conflicto debe quedar una fragmentación... del pensamiento, de los sentimientos. Eso está en sus poemas.
¿En mis poemas? Dos personas me han comentado desde la publicación de mi segunda colección que lo que ellas sacaban de algunos poemas es que yo estaba incómoda con el proceso de paz en Irlanda del Norte, lo cual no es cierto. No es que esté incómoda, pero hay que reconocer lo duro que es: estos conflictos nunca han sido fáciles ni simplistas. Quizá se haya comunicado de una manera incómoda, no sé, eso depende de la interpretación de cada lector. En Irlanda del Norte los excombatientes han jugado un papel muy importante: los incluyeron en las negociaciones y después en el trabajo de base a nivel comunitario. He escuchado a muchos de ellos hablar sobre la diferencia, muy importante, entre la reconciliación y el perdón. No es lo mismo. Es imposible pedir que todo el mundo perdone a los demás.
¿Y el olvido?
Tampoco es posible para algunas cosas. Pero yo creo que si damos bastante énfasis a la diferencia entre las dos cosas es más fácil construir una reconciliación. Lo que necesitamos para la reconciliación es respeto mutuo: yo te puedo respetar aunque no te perdone. Y debemos aprender a hacer eso. Yo lo aprendí escuchando a excombatientes que, claro, han tenido que luchar internamente para trabajar con excombatientes de la otra comunidad, pero lo han conseguido. Esas luchas internas son muy importantes, muy incómodas. Por eso en la inauguración del festival dije que la paz no representa una utopía, la paz es imperfecta y es muy importante que sea imperfecta... porque somos imperfectos. Que no tengamos la idea de que la paz nos va a traer una sociedad perfecta, porque esa es una aspiración irreal: no es posible.
¿Cuál fue el lugar del artista durante el proceso de paz en Irlanda del Norte?
Precisamente en Irlanda del Norte ha habido poetas muy grandes como nuestro Nobel, Seamus Heaney, Derek Mahon, Paul Muldoon y Michael Longley. Los grandes, aunque no hayan tomado una postura explícitamente política, siempre han hablado por la paz, la reconciliación, y han buscado nuevas maneras de expresar las posibilidades políticas. No creo que haya una relación de causa y efecto entre la cultura y la política. Se trata del poder de la imaginación, que es un poco como mantenerse físicamente: tenemos que hacer ejercicio. Practicando la cultura hacemos ejercicio, nos preparamos a nivel imaginativo para el mundo exterior, para el mundo político. Por eso es importante mantener en forma la imaginación. El arte, la cultura son expresiones de la posibilidad de la transformación. El poeta William Blake llamaba a la imaginación “la chispa divina”, la máxima prueba de que el hombre tenía alma, de que no era sólo cuerpo material.
¿Cómo es la poesía del posconflicto?
En la poesía de los jóvenes que yo he visto noto la ausencia de la política como tema, lo cual me parece muy sano y maravilloso, que no se sientan obligados a escribir de eso. Para ellos la vida es mucho más normal. Para ellos Belfast ha cambiado: la gente se siente libre para vivir en distintas zonas de la ciudad. Todavía hay límites, pero hay más movilidad. Y Derry, la segunda ciudad de Irlanda del Norte (capital cultural del Reino Unido para este año), ha tenido una renovación tremenda a nivel cultural.

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