31.1.13

Voces y ojos del conflicto armado colombiano

Stephan Ferry y su libro de fotografías sobre la historia oral de los desplazados, Throwing stones at the moon y Violentología

Portada del libro de fotografías Violentología, de Stephen Ferry./elpais.com

Una Comisión Parlamentaria encargó un análisis de la violencia en Colombia en los años setenta, y aquello dio lugar a la escuela de sociólogos conocidos como violentólogos. El fotógrafo estadounidense Stephen Ferry decidió recurrir a aquel término cuando compiló su particular estudio fotográfico, Violentología. Manual del conflicto colombiano. “Un poco presuntuosamente, me quise colocar en la misma tradición de documentación de aquel grupo liderado por monseñor Guzmán”, explicó Ferry, afincado en Colombia desde 1999. “También quería destacar la importancia de un archivo y el libro recoge imágenes procedentes de uno de ellos y de otros fotógrafos también. Deseo que este libro sea útil y que ayude a comprender qué ocurre en este país”, aseguró. Violentología cuenta con una edición en español y otra en inglés y fue presentado el fin de semana pasado en Cartagena de Indias, en el marco del Festival Hay.
Para desentrañar la madeja violenta en la que se ha visto envuelta Colombia, el fotógrafo decidió abrir el foco e incluir una extensa cronología que se remonta al siglo XIX y dos textos del historiador Gonzalo Sánchez y de la periodista María Teresa Ronderos. “Simplemente la imagen de un hombre armado no explica su ideología, o quién lo armó”, dijo Ferry, que mencionó la obra de Sontag Sobre fotografía (Alfaguara) para explicar su decisión de ahondar en el contexto. Quiso, sin embargo, prescindir de las interpretaciones culturales sobre las razones de la guerra. “Cualquier país, sea Colombia o Estados Unidos, cae en la tentación de recurrir a la cultura de esa determinada nación para explicar la violencia”.
Con su libro ha tratado de acercarse formalmente a la prensa escrita, tanto en el diseño (las páginas tienen exactamente el mismo tamaño que una doble de la revista Time) como en la impresión, que fue realizada en las rotativas del diario El Espectador. “La prensa colombiana es muy valiente y quería que Violentología tuviera una relación lo más estrecha posible con los periódicos”, aseguró. Consciente del estereotipo que desde el auge del narcotráfico pesa sobre Colombia, y que relaciona este país con cocaína y terrorismo, Ferry declara en las primeras páginas del libro que la violencia es sólo un aspecto de esta nación. “Hay dos visiones contrapuestas: una que afirma que sólo existe esta dimensión violenta y otra que defiende que aquí no pasa nada. Me parece importante mostrar la crisis humanitaria y de derechos humanos que ha sido poco explicada. La guerra es cruel, pero en este país hay gente creativa, pacífica y valiente, de la que el resto del mundo podría aprender mucho”, explicó.
Exponer al mundo un conjunto de las voces atrozmente castigadas por la violencia, fue uno de los objetivos que guía la historia oral Throwing stones at the moon, compilada por la Sibylla Brodzinsky y Max Schoening y publicada por el sello Voice of Witness, de la editorial estadounidense McSweeneys. De las cerca de 70 entrevistas realizadas, 23 entraron en este libro prologado por Ingrid Betancourt. “Hay personas a quienes contar su historia les ayuda porque de alguna manera les hace sentir que a alguien les importa lo que les ha ocurrido y que alguien en algún lugar del mundo lo podrá leer”, señaló Brodzinsky durante la presentación del volumen en el Hay Festival.
Se calcula que hay cerca de cuatro millones de desplazados, lo que convierte a Colombia en el segundo país con mayor número de refugiados internos después de Sudán. “Los desplazamientos no han terminado, ahora se producen gota a gota, y según cifras del gobierno hay cerca de 100.000 al año”, apuntó la periodista María Teresa Ronderos que acompañó a los autores.
El libro cubre un amplio espectro geográfico, temporal y social. “Quisimos mostrar que esto afecta a todos, a personas con profesiones y edades distintas, de muy distinto extracto social”, señaló Brodzinsky. “El libro está pensado para una público internacional. Queremos hacerles despertar ante este drama”. El formato de historia oral aporta según la autora, otra manera de ver las cosas, incluyendo aspectos que quedan fuera de la historia oficial, gran parte de la cual está siendo escrito por un Grupo de Memoria Histórica, una de las iniciativas puestas en marcha en los últimos años. Además, estos testimonios han permitido destacar un rasgo netamente colombiano; su prodigiosa capacidad para narrar. “Tienen una forma de contar increíble, son cuentistas innatos en la forma que tienen de narrar sus historias aunque sean terriblemente dolorosas”, destacó Brodzinsky. Baste recoger unas líneas de las palabras Emilia González, una campesina de 59 años que sufrió la masacre de El Salado, para comprender a qué se refiere: “La gente de la oficina del Fiscal General vino el día 20 para hacer recuento de los muertos. Desenterraron los cuerpos para proceder a su reconocimiento. No podíamos soportar el hedor. Cuando los volvieron a enterrar, muchos de los nichos del cementerio no fueron sellados bien y los perros entraron y se comieron los cuerpos. Podíamos ver los huesos. Luego llovió y los burros que habían sido sacrificados se hincharon, y el olor era horrible”.

¿Qué haces con ese libro aquí?

El francés Charles Danzig dice en su libro ¿Por qué leer?: "Más de un parquímetro de París se ha conmovido al oír que le pedía educadamente perdón después de haberme chocado con él, leyendo algún libro"

La soledad del lector./Rupert Ganzer./elpais.com
 
- ¿Qué haces con ese libro aquí?
No era la primera vez que oía esa pregunta, pero sí la primera que me percaté de una conducta compulsiva: simplemente no podía dejar de leer. Tampoco podía dejar de llevar un libro a donde quiera que fuese. Era la boda de una prima mía, yo aún era un adolescente universitario y como el libro que estaba leyendo en ese momento no entraba en el bolsillo de mi saco, lo llevaba en la mano. Lo traía conmigo para leerlo en el taxi o microbús que me llevó hasta la iglesia. Pero no descartaba abrirlo en algún momento de la ceremonia o de la fiesta y avanzar una o dos páginas. El francés Charles Danzig dice en su libro ¿Por qué leer?: "Más de un parquímetro de París se ha conmovido al oír que le pedía educadamente perdón después de haberme chocado con él, leyendo algún libro". En Lima no hay parquímetros, pero sí me he disculpado con algunos postes.
El origen fue la biblioteca de mi padre. Mi padre no fue un gran lector, era ingeniero y economista y prefería ver televisión o películas en vhs, pero sí fue un coleccionista. No podía evitar coleccionar todo aquello que estuviese numerado y lo vendiesen en supermercados o kioskos. Antes de que yo naciera, logró hacerse de una colección de libros de Ariel, una editorial ecuatoriana, que se dividía en dos: libros serios para adultos y libros clásicos condensados para jóvenes, con ilustraciones. Esas colecciones de Ariel me convirtieron en un lector compulsivo: leía, en estricto orden, las resumidas aventuras del Capitán Nemo, Robinson Crusoe o el Quijote y disfrutaba de los dibujos. Tenía 8 años.
Una noche, descubrí que mi abuela, que vivía con nosotros, todas las noches sacaba uno de los libros y al dia siguiente lo dejaba en su sitio. Sentí envidia de que pudiese leer en una noche lo que yo demoraba semanas. Me dediqué entonces a competir con ella silenciosamente, como libraba todas mis batallas en esos años. Al principio, por más que insistía en quedarme largas horas por la noche despierto, no podía alcanzar la velocidad lectora de mi abuela. Nunca le mencioné a ella, ni a nadie, esa competencia, pero sí celebré cuando conseguí leer un libro al día: una biografía de Napoleón que tenía exactamente cien páginas. Hace unos años comenté esta anécdota por primera vez en público. Mi madre se rió y me dijo que mi abuela, fallecida hace años, solo leía las ilustraciones y pasaba las páginas. Es probable, pero de todos modos le debo a ella mi oficio y los momentos más extraordinarios de mi vida.
Por cierto, la página 100 de cualquier libro se ha convertido en un mito. Cuando llego a ella, por más páginas que tenga el libro, me detengo un rato a descansar y siento que he conquistado un Everest; lo demás es coser y cantar.
Cuando entré a la secundaria empecé a leer las colecciones de la editorial colombiana Oveja Negra, que incluía Obras Maestras del siglo XX (con la seriedad de sus tapas marrones que imitaban el cuero) y Grandes Bestsellers en las que podía aparecer cualquier libro que hubiese sido llevado al cine, por lo tanto una semana tocaba Graham Green, Herman Melville o Lampedusa y la otra Margaret Mitchel o León Uris. No discriminaba. De esas colecciones, el único libro que confieso que no pude pasar de la página 100 (y siento aún hoy algo de culpa) es la investigación Todos los hombres del presidente, enfangado en detalles de la política norteamericana tan específicos y una lista de funcionarios del gobierno de Nixon que me hizo sufrir más que la genealogía de los Buendía.  
Después de leer un extraordinario post en el blog The Million de Michael Bourne, titulado "My New Year’s Resolution: Read Fewer Books", me pregunté cuánto habían cambiado mis hábitos de lector en estas décadas. La respuesta fue dura. A diferencia de mis años universitarios, ahora puedo comprar más libros pero tengo menos tiempo para leerlos. Calculo que entre los 20 y 30 años leía un promedio de tres libros a la semana. Esa medida bajó muchísimo, como le sucedió a Bourne, cuando tuve un hijo y un empleo a tiempo completo (además de mi afición a ver series de TV). Actualmente, algo más de un libro por semana es mi promedio y también creo, como dice el artículo, que una meta de sesenta libros al año es realista.
Con esa convicción, empecé 2013 en una casa de playa y pude leer tres libros en cuatro días. Me sentí feliz, radiante, rejuvenecido. Fue una ilusión, pues en la ciudad mi ritmo ha vuelto a ser el de los últimos años pero confío que llegaré a los sesenta libros, incluso proponiéndome algunas lecturas largas (la biografía de John Cheever me espera en el próximo feriado largo, y quisiera releer este año los dos tomos de la biografía de Nabokov). Desde luego, sé que la velocidad no implica una mejor lectura, y probablemente alguien pueda argumentar sólidamente que leer un solo libro durante todo el año puede ser una experiencia más enriquecedora que mi meta de sesenta libros en un año. Da igual. Existen muchas maneras de leer y muchos tipos de lectores. Yo soy de los que leen en el ascensor y se golpean con los postes. Repasando mi vida, veo que han sido realmente pocas las ocasiones en las que he salido de mi casa sin un libro en la mano. Y la sola posibilidad de encontrarme atrapado en un sitio sin nada que leer me crea una angustia anticipada. 
¿Por qué llevé un libro a un matrimonio? Pues porque soy un lector compulsivo, porque siento que cuando no leo estoy perdiendo el tiempo, porque desde niño los libros son parte importantísima de mi vida, porque aprovecho cualquier ocasión que estoy a solas para leer y sobre todo porque, como dice Dantzig, "Leer es mucho más interesante que entretenerse".

Leer a Newton y poner los cuernos

En Voltaire enamorado la escritora británica Nacy Mitford hace un agudo retrato de los personajes y tiempos de la Ilustración Francesa

La escritora británica Nancy Mitford, retratada por William Acton./elpais.com

Me estoy preguntando si de este libro no se ha hecho ya una película. Lo tiene todo: desde los diálogos y los ambientes a los personajes secundarios. Con Voltaire enamorado (Duomo), que se editó por primera vez en 1957, casi todos hemos sido injustos. Probablemente es que ha tenido que caer otro siglo (el XX) para que entendamos “El Gran Siglo” (el XVIII) de una manera a la vez más relajada y objetiva. La biógrafa, ensayista y novelista Nancy Mitford (Londres, 1904 – Versalles, 1973) lo vio desde su sofisticada postura (fue modelo ocasional de Dior y Lanvin además de coleccionar tocados de Elsa Schiaparelli), un poco antes, diríase que le experimentó a través de su cultura y sus lecturas, de su casi pasional empatía con todo lo que sonara a francés, al punto que se despegó de esa generación de escritores ingleses a la que pertenece, con muchos apellidos, elaborados jardines, abundante porcelana Wedgwood y vidas desdichadas. Evelyn Waugh y Anthony Powell, por citar dos de ellos, son sus exactos contemporáneos.
En los últimos años, ha sido la editorial barcelonesa Libros del Asteroide quien ha ofrecido hasta cinco novelas de Nancy Mitford en cuidadas traducciones, la más reciente Trifulca a la vista (en noviembre de 2011), a la que precedieron en orden inverso, No se lo digas a Alfred (junio, 2009); La bendición (abril, 2008); Amor en clima frío (mayo, 2006) y A la caza del amor (abril, 2005). Es obvio que la recuperada novelista eclipsa a la “historiadora social” como algún crítico británico, no del todo bien intencionado, la llamó en su momento, pero esta recuperación por la editorial Duomo de Voltaire enamorado puede poner las cosas en su justo sitio.
Ya la vida de Nancy Mitford ha dado materia para dos biografías, la de Harold Acton en 1976 y diez años después la de Selena Hastings. Ambos biógrafos coinciden en la descripción de su rutinario matrimonio de cartón piedra con Peter Rodd (una hermana de Nancy describió a Rodd así: “le escandalizaba trabajar y no entendía por qué había que gastar las energías en algo específicamente productivo”) y en el hecho crucial de cuando la escritora conoce en Londres, en plena guerra mundial, al coronel Gaston Palowski, muy cercano al General De Gaulle. Rodd pasó a ser enseguida un cornudo tranquilo y Nancy siguió a París a su coronel. La pasión duró unos años hasta que el coronel encontró a otra condesa.
Esta historia está elípticamente dentro de Voltaire enamorado, que cuenta los amores entre el pensador francés y la Marquesa de Châtelet, conocida como Émile, sobre todo en su castillo de Cirey, “con su paciente y cornudo marido instalado en el cuarto de invitados”.
Mucho se ha denostado a esta zona de “no ficción” de la escritura de Mitford, sobre todo por el hecho de tenerla encasillada en las “fuentes secundarias”. A su favor ha decirse, y de este libro en especial, que no es justo ni exacto. Para Voltaire enamorado Nancy se quemó las pestañas con libros antiguos y con todo papel original que se le puso por delante, entre ellos, las famosas cartas manuscritas de Voltaire, un hallazgo tan accidental como feliz donde estén quizás muchas de las claves de este libro y su razón de ser última. Siendo este el mejor, Milford dejó otros tres libro “franceses”: Luis XIV, Madame de Pompadour y Federico el Grande. El rey flautista de Prusia también adoraba todo lo francés.
Pero si fascinante es la escritura (por elegante y afilada y de la que se puede disfrutar a plenitud por la traducción de Miguel de Hernani, atento e ese humor fino donde transparenta la intención), de Mitford en Voltaire enamorado, el prólogo de Adam Gopnik que recoge esta edición no le va a la zaga, siendo también una joya modélica que pone muchas cosas en su justo sitio. Gopnik escribió este prólogo para la edición norteamericana y vuelve sobre una serie de argumentos vigentes.
Gopnik adora el libro desde lo inteligente y señala cómo Nancy Mitford coloca estratégicamente a la Marquesa “como el principio activo intelectual de la pareja” y hasta esos dos consiguieron “que Newton pareciera fascinante”. Es verdad que el libro está lleno de chismes y de habladurías al estilo “ancien regime”, pero a la vez, las descripciones de ambiente son impagables, respiran todavía algo del aliento rococó, sabiendo dónde estaba un cuadro de Watteau. La palabrería de dardo resulta hilarante, pues “el torrente de palabras amargas resulta cómico porque nadie va a morir a causa de ellas”. También es verdad que Voltaire enamorado es una obra maestra a pequeña escala sobre la historia antiheroica, la que con toda probabilidad el gran historiador desecharía. En los agradecimientos. Nancy cita a Cipriani (que le dio de comer y sobre todo de beber en el Harry’s Bar de Valaresso, Venecia) y a la condesa Carl Costa de Beauregard, donde, en su castillo de Fontaines, acabó el libro. No eran malos sitios para imaginar las cuitas de un Voltaire a veces iracundo y otras simplemente, vencido por la pasión.
Una vez leído Voltaire enamorado la sugerencia es una: ir a las cartas de Nancy, pues Mitford cultivó el género epistolar y allí es donde se sabrá de verdad lo que pensaba sobre un montón de cosas y hasta dónde era capaz de llegar.
*Voltaire enamorado. Nancy Mitford. Traducción Miguel de Hernani. Prólogo de Adam Gopnik. Ediciones Duomo, Barcelona 2012. 274 páginas. 

Pioneras de la aventura literaria

La Biblioteca Nacional de España evoca a las escritoras que rompieron barreras en su época

Sor Juana de la Cruz. Poeta de la mística./elpais.com

Teresa de Ávila también tenía fe en la franqueza. En el arranque del libro Camino de perfección, que escribió para sus monjas, las carmelitas a las que había descalzado y embridado por la senda de la austeridad (a Angela Merkel le gustaría: una mujer del sur con espíritu del norte), confiesa su profundo cansancio: “Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración”.
La religiosa tenía la cabeza colonizada por un ruido tormentoso desde hacía tres meses y sentía “flaqueza”. Aquella confesión dirigida a sus monjas puede leerla cualquiera que acuda a la exposición El despertar de la escritura femenina en lengua castellana, que la Biblioteca Nacional (BNE) dedica a las aventureras de la pluma en siglos poco propicios para las incursiones literarias si no nacías hombre y que estará abierta hasta el 21 de abril.
Las cosas han cambiado. Aunque no demasiado rápido. La propia institución que acoge a las autoras fue un prolongado coto vedado a las mujeres. “La Biblioteca tiene una tradición muy machista. Felipe V solo dejaba entrar a varones y hasta 1837 no se abrió a las visitas femeninas y limitada a los sábados”, contó ayer a modo de contricción histórica la directora de la BNE, Glòria Pérez-Salmerón. Para remachar la exclusión femenina aportó un último dato: hasta 1990 (casi tres siglos después de su fundación) no hubo una directora, Alicia Girón, y no por falta de candidatas (hay tantas bibliotecarias que le dicen “la cuerpa” de archivos y bibliotecas).
Algún remordimiento se disipará con la muestra. Unos 40 libros, pertenecientes a la propia institución y seleccionados por la comisaria, la poetisa Clara Janés, demuestran que las adversidades no son infranqueables. Ir a la contra siempre fue posible. Cristobalina Fernández de Alarcón despertaba a menudo las iras de Quevedo y Góngora, cuyas soberbias estaban a la altura de sus talentos, porque se imponía en todos los certámenes poéticos a los que concurría. A Lope le encantaba. A Lope le gustaban las mujeres. En sentido concreto, y en sentido general. En un discurso en Madrid mostró su alegría “de ver que una mujer pudiese tanto / que haya dado en la iglesia militante / descalza una carrera de gigante”, en referencia a Teresa de Jesús. En sus obras, recuerda Janés, homenajea a numerosas autoras coetáneas.
Su propia hija tiene un protagonismo destacado en la exposición: Sor Marcela de San Félix tomó los hábitos en el convento de las trinitarias, a un paso de la casa familiar. “Se cuenta que Lope iba a visitarla cada día”, explica la comisaria. La monja fue de las pocas autoras que eligió el teatro como vehículo de expresión (tenía a su favor la genética y el ambiente) y representaba sus obras (de tema religioso) intramuros.

Obra de Santa Teresa de Jesús.
La poesía fue el género predilecto de la mayoría, pero tocaron a casi todas las puertas. El ensayo, la novela y la ciencia. De María de Zayas y Sotomayor se sabe poco aunque escribió mucho. Sus Novelas amorosas y ejemplares, que fueron editadas y traducidas en 14 ocasiones entre los siglos XVII y XVIII, se conocen como “el Decameron español”. En una ocasión afirmó: “Las almas ni son hombres ni mujeres”. Se insinuó que era varón, pero Clara Janés rechaza esa hipótesis: “Se escondía muy bien, probablemente porque era una mujer noble y se sentía en peligro si se conocía su identidad”.

Obra de María de Zayas.
Fue una feminista cuando aún no había feminismo sino osadas que iban contra la norma. La más insigne fue Sor Juana Inés de la Cruz, mexicana que nació en el XVII y pensaba como en el XX. Seguramente superdotada: aprendió a leer y escribir con tres años siguiendo a escondidas las lecciones de su hermana mayor y se zampó todos los libros de la biblioteca de su abuelo.
Fantaseó con ir a la universidad disfrazada de hombre hasta que su familia puso tierra entre ella y su sueño y la introdujo en la corte de la virreina, la marquesa de Mancera. Tenía talento, inteligencia, belleza y alergia al matrimonio. Le recomendaron el único camino alternativo: entrar en un convento. Las Jerónimas le dieron libertad: conservó sus instrumentos científicos, sus libros, sus ropas y sus criadas. Reivindicó para las mujeres el derecho a la educación. Avivó tanto el debate intelectual que tras la escritura de la Carta Atenagórica fue perseguida y castigada por los responsables eclesiásticos, que la sometieron a juicio y le obligaron a renunciar a todo lo que había sido (“soy la peor de todas”, diría). La Inquisición hizo de las suyas con todas ellas, empezando por Teresa de Jesús y siguiendo por sus discípulas, Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé, que se refugiaron en Bélgica.
Incluso para alguien como Clara Janés, que lleva años explorando en la historia de las escritoras, la BNE escondía sorpresas como la sevillana Sor María de la Antigua, que dejó más de 1.300 cuadernos escritos. Es la única religiosa que aparece dibujada junto a la disciplina —el instrumento de cáñamo usado para azotarse— en la colección de ilustraciones que se incluye en la exposición.
Entre las seglares, Janés destaca la historia de Olivia Sabuco, la descubridora del líquido raquídeo a la que su propio padre trató de robar el logro (finalmente lo lograron unos británicos).
¿Solo escribían las religiosas?, le preguntaron a Clara Janés durante la presentación. No, dijo, pero los conventos fueron los únicos refugios que encontraron aquellas mentes inquietas nacidas en un ambiente opresor y los lugares que a la postre preservarían el material de sus escritoras.

El último minuto de vida de Virginia Woolf

Una biografía en cómic nos adentra en la vida de la autora de Las Olas, desde su poco conocida infancia hasta el último minuto de vida previo a su suicidio

La tormentosa vida de Virginia Woolf se publica en versión cómic./aviondepapel.tv

El desenlace de una novela es una expectativa. El final de una biografía siempre es el mismo, y no por conocido es menos estremecedor. En el caso de Virginia Stephen Woolf, ese desenlace biográfico asfixia.
La autora de novelas como Las olas u Orlando estuvo toda su vida asediada por la depresión y la compulsión creativa, tormentos que le llevarían al suicidio.
“Todos quieren ayudarme. ¿Ayudarme a qué? ¿A no volver a experimentar el deseo y la angustia de escribir? (…) ¡Antes morir!”
Virginia Woolf tenía 59 años y la enfermedad mental mermaba sus ganas de vivir. La escritora estaba a un paso de ponerse el abrigo, llenarlo de piedras y adentrarse en el río Ouse. Aquellas aguas le restarían su último aliento.
Era el 28 de marzo de 1941. No encontrarían su cadáver hasta mediados de abril.
Este último minuto de la vida de Woolf, lo recrea en apenas cinco viñetas una biografía –Virginia Woolf (Impedimenta, 2013)- en versión cómic, con las ilustraciones de Bernard Ciccolini y guion de Michèle Gazier.
La secuencia final de este cómic conduce al trágico desenlace. Vemos las manos blanquecinas de la ya envejecida escritora bordando y, en primera persona, leemos sus palabras.
La autora nos confiesa que el dolor que siente por no poder culminar una novela. Mientras tanto, el refugio de lo cotidiano no la calma. Cocina, cose, pasea, friega de rodillas el suelo de su cocina...
“Leonard vuelva a hablar de la casa de reposo. Me lleva a la clínica. Siempre la misma historia. ¿Aún existo?”.
La siguiente viñeta nos enseña la carta que escribiría a su marido Leonard, unos días antes.
“Si alguien hubiera podido salvarme, hubieras sido tú”, leemos en las líneas de la misiva.
Esa parte del texto está tachada, con rayas que acuchillan el párrafo. Después, las páginas finales del cómic biográfico se abren hacia planos generales del río Ouse.
Poco a poco, el tiempo narrativo de las viñetas se detiene, con extraordinaria lentitud. La mano derecha de Virginia Woolf intenta coger varias piedras, sus pies ya están cerca del río.
Luego, el bastón de la escritora enferma queda abandonado en aquella orilla. Imaginamos la tragedia bajo aquellas aguas.
Fin de una biografía que nos devuelve a la vida a una de las autoras anglosajonas más universales.
“Sin embargo, esta biografía en cómic cuenta con un aliciente poco conocido. Aborda la infancia de Virginia Woolf, también los abusos que sufrió por parte de su hermano George y su relación con su madre. Y de ahí parte hacia la enfermedad mental, las obsesiones y depresiones que atormentaron su vida”, explica Enrique Redel, editor de Impedimenta.
Regresemos entonces al principio. Conozcamos entonces a la niña Virginia, aquella que luego maduró en ese convulso periodo de entreguerras como escritora y feminista, miembro del grupo de Bloomsbury y creadora de la ya mítica señora Dalloway.
Observemos sus ojos brillantes de las primeras viñetas.
Escuchemos sus palabras.
“Tengo siete años. Estoy en el tren con mamá. Vamos a Saint Ivés. He posado mi mejilla en su regazo. Regreso a las flores rojas y violetas de su falda estampada”

30.1.13

Fernando Vallejo y William Ospina encabezan la toma cultural de Colombia en Buenos Aires

Más de ciento cincuenta  artistas colombianos se presentarán, del 1 al 16 de febrero, en diferentes escenarios en el evento Colombia Cultural en Buenos Aires

Fernando Vallejo, el Iconoclasta; y William Ospina, El Poeta: la avanzada literaria en Buenos Aires./revistaarcadia.com

Del 1 al 16 de febrero en el maro del evento Colombia Cultural en Buenos Aires, viaja a la Argentina la delegación cultural más grande de los últimos tiempos, para una muestra cultural que incluirá música, teatro, danza, cine, literatura y artes plásticas.
Por dos semanas, distintas expresiones culturales del país se mostrarán en escenarios y espacios públicos de Buenos Aires como el Museo MALBA, el Centro cultural San Martín, el Complejo teatral San Martín y el Teatro Usina de las Artes.
El tamaño de la delegación supera incluso a la que el país llevó a la FIL de Guadalajara en 2007, cuando Colombia fue el país invitado de honor. 
Dos de los escritores colombianos más reconocidos, William Ospina y Fernando Vallejo, hablarán sobre el estado de la narrativa colombiana. También viajará Miguel Torres, quien presentará su obra de teatro La siempreviva, sobre los desaparecidos de la toma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985.
Además de La siempreviva, se presentarán las obras Mujeres de la Guerra (de Carlota Llano), y la trilogía de la Maldita Vanidad, Autor intelectual, Autores materiales y Cómo quieres que te quiera.
Por otra parte y en el marco de los treinta años del fin de la dictadura en Argentina, el Ministerio de Cultura presentará Luchando contra el olvido que explora las manifestaciones del conflicto colombiano en las artes.
Como parte del evento se presentarán 17 películas de la más reciente producción cinematográfica colombiana, en una selección que incluye largometrajes, documentales y cortometrajes. Además de las proyecciones, se realizará un conversatorio sobre el Cine colombiano hoy a cargo de Sandro Romero Rey.
La delegación contará con los 110 músicos, cantantes y bailarines del ensamble Caribe, salsa y Pacífico. El ensamble hará dos presentaciones que tendrán como protagonistas los distintos ritmos musicales de las costas colombianas. Como actividad complementaria, realizarán talleres de percusión y realizarán presentaciones de bailes tradicionales en diferentes espacios abiertos de Buenos Aires.
La primera gran retrospectiva de la obra de Oscar Muñoz en América Latina, la exposición Potografías, que actualmente se presenta en el Museo MALBA, organizada por el Museo de Arte del Banco de la República, también hará parte de esta programación.
Universidad de Colombia
Argentina tiene una conexión cultural sólida con Colombia, en gran parte debido a que es uno de los detinos predilectos de los estudiantes colombianos. De hecho, Argentina es el principal centro educativo de los colombianos en el exterior: actualmente hay más de 47.000 estudiantes colombianos en Argentina.
“Buenos Aires es un epicentro de actividades intelectuales y artísticas de los dos países, una razón más por la que queremos llevar esta muestra cultural a esta ciudad. Además, buscamos fomentar la percepción positiva de Colombia en Argentina a través del arte”, dijo Manuel José Álvarez, Asesor de Teatro del Ministerio de Cultura.
Colombia cultural en Argentina hace parte una serie de actividades e intercambios artísticos, culturales y académicos que se realizarán entre los dos países, en el marco del convenio de Cooperación entre el Ministerio de Cultura de Colombia y el de Buenos Aires. Así, Colombia se convierte en el segundo país, después de Francia, al que Buenos Aires invita a trabajar en una agenda cultural conjunta. Este hecho permitirá la circulación de artistas, la realización de residencias artísticas, procesos de formación y la participación en eventos entre ambos países.
Eventos destacados

Miercoles 6 de febrero 2 p.m.
Conversatorio sobre el cine que se hace en Colombia, a cargo de Sandro Romero, Adelfa Martínez y Luis Ospina. Centro Cultural San Martin
Jueves 7 de febrero 8 p.m. La Siempreviva, de Miguel Torres (Teatro El Local), Sala Cunill Cabanellas

Jueves 7 de febrero 7 p.m.
Presentación del libro Luchando contra el olvido. Hall Carlos Morell del Teatro San Martín
Viernes 8 de febrero 7 p.m.
Fernando Vallejo
, en conversación con William Ospina. Estado de la Literatura Colombiana. Salón Dorado de la Casa de la Cultura, Av. de Mayo 575 Piso 1, CABA.

Entre la tradición y el ‘underground’

El grupo de Bogotá La 33 combina la actitud rock con la tradición de la salsa y los sonidos de estilos como el boogaloo y la descarga

El grupo salsero colombiano La 33./elpais.com

A comienzos de enero, poco antes de que su nombre nuevamente estremeciera a toda América Latina, aunque esta vez por la polvareda que levantaron sus polémicos tuits sobre la actual situación política de Venezuela y la salud del presidente Chávez, el legendario salsero Willie Colón empleó su cuenta de la red social del pajarito azul para recomendarle a sus seguidores a Bacalao Men. “Está chévere. Nice!”, expresó el artífice nuyorican, al que se le debe el protagonismo del trombón en el género, y que formó célebres tándems junto a Héctor Lavoe y Rubén Blades a lo largo de su prolífica trayectoria, acerca de la agrupación caraqueña que fijó recientemente residencia en Miami. Y es que el combinado creado en 1999 promueve una manera diferente de comprender y redimir la salsa, primordialmente la llamada brava, a partir de la impronta ecléctica de sus integrantes. Casi todos tienen un pasado importante en el rock, especialmente su líder, el bajista y cantante Pablo Estacio –referente en los ochenta del post punk de la cuna de Bolívar–, lo que ha permitido la elucubración de un sonido híbrido en el que también fluyen el funk afrodisíaco, el lado oscuro de la electrónica, el hip hop y la psicodelia.
Mientras Bacalao Men prepara su cuarto álbum de estudio, el sucesor de Sabaneando (2011), los países de la región en los que la salsa se arraigó como un estilo de vida han sido testigos, al menos en la última década, del auge de proyectos abocados al género erigidos por músicos formados en la cultura rock. No obstante, este fenómeno, que sucede en simultáneo con la aparición de orquestas y grupos de la escena salsera conformados por jóvenes que dieron rienda suelta a un modesto repertorio original –antes que resignarse a la reproducción de esos clásicos imposibles de superar–, ofrece dos variantes: la que apela a la fusión o la que apuesta por la recreación del estilo. En ese sentido, el grupo colombiano La 33 comanda el conglomerado de agrupaciones que rescataron el espíritu proletario del sonido engendrado en las calles de Nueva York y de las metrópolis caribeñas, que alcanzó su época dorada en la década de los sesenta y setenta, pero que, gracias al flirteo de sus integrantes con el pop, el heavy metal, el punk o la electrónica, caló hondo en las nuevas generaciones de público de su país, sobre todo en una audiencia ajena al circuito musical tropical.
“Si bien un rockero es muy diferente a un salsero, en su forma de vida o en la manera de moverse sobre el escenario, respetamos la salsa e intentamos hacerla lo más pura posible. A partir de esa base, y de nuestras ganas de encontrar una identidad y un sonido propio, el grupo se destacó por tener un tinte diferente”, argumenta Sergio Mejía, director y bajista del conjunto establecido hace 12 años en Bogotá, en parte, como respuesta a la dictadura del reguetón en la noche capitalina, antes de su debut en Buenos Aires, a comienzos de enero, en la discoteca Niceto Club. “Tras estudiar la salsa de los sesenta y setenta, que era ese sonido neoyorquino y caribeño que nos gusta, rescatamos la agresividad que se perdió en los ochenta, década en la que ese sabor callejero tomó rumbo para otro lado y fue reemplazado por una onda muy pop. Retomamos, entonces, esa impronta más antigua, fundamentada en el boogaloo, la descarga y otros estilos, y la volvimos a posicionar, aunque con elementos diferentes, un poco por el background de cada músico. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido, seguimos aprendiendo”.
La 33 irrumpió en una época en la que el fascinante underground bogotano se preparaba para el recambio no sólo generacional, sino musical, con el indie y la música dance entre sus principales bastiones sonoros. Por eso, substancialmente en sus primero años, fue considerado, por esa misma condición contextual e insular, una agrupación de culto. “Creo que eso se debió a dos cosas: a ese rescate del sonido que en algún momento se perdió, pero que un montón de gente, tanto en Colombia como en el resto del mundo, continuó consumiendo y consultando, a manera de referencia esencial, porque muchos coleccionistas de salsa siguieron comprando esos discos y escuchando música vieja. Así que una generación de público se quedó prendada a ese tipo de salsa, y no me refiero sólo a los intelectuales, sino a todas las clases sociales”, describe Simón, cuyo liderazgo en la banda lo comparte con su hermano Santiago, pianista y coordinador de la orquesta que tomó su nombre de la calle en la que se encuentra su sala de ensayo. “Al mismo tiempo, la juventud que tiene el grupo, esa apariencia rockera, atrajo también a una audiencia más joven”.
Ahora que se encuentra en proceso de realización la adaptación cinematográfica, puesta en marcha por el director Carlos Moreno, de la venerada novela ¡Qué viva la música! (1977), de la hoy estrella de pop de la literatura colombiana, el desaparecido Andrés Caicedo (se suicidó a los 25 años, tras recibir una copia del libro), en la que la salsa y los Rolling Stones confeccionan la banda de sonido del argumento, La 33 podría suponerse como el insólito arrebato de la imaginería del escritor caleño. Lo cierto es que el grupo bogotano es el conjunto de cabecera de un sector de estudiantes universitarios que sigue con devoción el rico heraldo salsero local, que tiene en el célebre Joe Arroyo a su figura universal. A pesar del respeto por esa iconografía, el conjunto del barrio de Teusaquillo salió adelante con un repertorio en el que paulatinamente predominaron las canciones propias. “Las discotecas siempre nos exigían que tocáramos versiones porque la gente baila lo que conoce. Si nadie sabe quién eres, mover la pista no es tan sencillo”, afirma el bajista y director. “De forma que, aparte de nuestros temas, incluimos música que ya existía para que nos ayudara a lidiar con el público”.
Así que además de La pantera mambo, una adaptación del tema de La Pantera Rosa, de Henry Mancini, o de atreverse a improvisar un intro inspirado en Something About Us, de Daft Punk, La 33 ha consolidado un repertorio original fundamentado en la salsa brava, llamada asimismo salsa dura. No obstante, el revestimiento de ésta por un brío desprendido del rock y sus variantes, del disco o del jazz evoca los experimentos que consumó el colectivo Fania All Stars en los setenta, patentado en álbumes como Latin Soul Rock (1974), Rhythm Machine (1977) o Spanish Fever (1978), camino que han seguido otras formaciones colombianas, de las que destacan los antioqueños Banda La República. “Nosotros no fusionamos directamente, pero, a partir del surgimiento de La 33, hubo un par de propuestas que mezclaron salsa y rock. No tuvo un desarrollo significativo aún, aunque de a poco están dando sus frutos”, apunta Mejía. “Sin embargo, hay una influencia que nos antecede, que no se dio tanto hacia la salsa, sino por la música afrocolombiana, que fusionó con el rock los ritmos de nuestras costas. Desde ese momento, hubo un interés muy grande por estudiar el folclore local”.
A pesar del éxito que ha tenido esta nueva avanzada de artistas de la nación cafetera, que han mixturado la tradición con la modernidad musical y cultural, grupos como Bomba Estéreo, Los Piraña y hasta La 33 no pudieron calar en el dial nacional, por lo que han tenido mayor proyección en los medios extranjeros que en los de su país. “Este underground es un movimiento nuevo, que en Colombia tiene cierta fuerza, pero sigue siendo muy desconocido”, se lamenta el mandamás de La 33. “Lo que mejoró muchísimo es la manera de mover a las bandas hacia el exterior, pues todo el mundo está pendiente. En Colombia, la música folclórica o de fusión no tiene espacio en la radio, y es complicado llegar a eso, a que la música trascienda dentro del país. Y me parece que esto ocurre más fuera que dentro. Igualmente, los problemas políticos que han estado permanentemente entre nosotros, influyeron en el desarrollo de la cultura. Por ahí leí una frase que decía que en los sitios donde hay crisis, el arte crece mucho más en comparación a los no los tienen. Digamos que si es verdad, buena parte de nuestra música ha estado marcado por esa circunstancia”.
Tras quemar un sinfín de cartuchos de soul, jazz y electrónica, el productor y músico británico Quantic se instaló en Cali, el gran salsódromo colombiano, hechizado por el estilo. Y su decisión fue atinada, pues, desde que llegó a la urbe enclavada en la cordillera de los Andes, no hizo más que poner a bailar a públicos de todo el mundo a través de sus laboratorios tropicales Quantic Presenta Flowering Inferno, Combo Bárbaro y Ondatrópica (los dos últimos abocados a los sones populares de la nación sudamericana). No obstante, pese a la propuesta revitalizadora de La 33, discos como Fania DJs Series (2007), en el que el productor radial y musical inglés Gilles Peterson remezcla a la Fania All-Stars, o proyectos del temperamento de Sidestepper, donde la electrónica le da la mano a los ritmos afrocolombianos y, por supuesto, a la salsa, han demostrado una apertura contemporánea del género hacia la renovación. “Claro que se puede”, señala Simón, mientras prepara el cuarto álbum de su grupo. “Uno tiene que ser cuidadoso y aprender a hacer las cosas. No es que La 33 vaya a empezar a hacer salsa electrónica, pero si un DJ nos llama para pedirnos un tema nuestro para remixarlo, se lo damos”.

La mujer que llevó a Bolaño al cine

La escritora chilena Alicia Scherson adapta Una novelita lumpen

Un fotograma de la película  Il futuro con Rutger Hauer y Manuela Martelli./elpais.com

A veces la osadía tiene sus gratificaciones. Y en la vida de Alicia Scherson, cineasta chilena de 38 años, esa osadía ha sido una constante que le ha permitido arriesgarse y ganar, convirtiendo una novela de Roberto Bolaño en película, algo que nadie había hecho hasta ahora y que, con toda probabilidad, no volverá a ser posible para ningún cineasta independiente. Scherson acaba de estrenar en los festivales de cine de Sundance y Rotterdam la película Il futuro, una coproducción chileno-italiana-española-alemana basada en Una novelita lumpen,un relato de Bolaño (la última que vio publicar en vida), cuyos derechos adquirió Scherson en 2006.
Por aquel entonces, Carmen Balcells aún era la representante de la obra del escritor fallecido tres años antes y que no conocería la fama internacional hasta 2008, cuando su novela 2666 fue publicada en Estados Unidos y se convirtió en bestseller, ganó el Premio Nacional de la Crítica de ese país y estalló la bolañomanía, que hoy es ya una enfermedad intelectual comparable a la que provocó en su momento la llamada nueva literatura latinoamericana. Andrew Wylie, conocido en la industria del libro como El Chacal (un hueso mucho más duro de roer que Balcells), es ahora quien dirige el destino de la obra del autor chileno, que vivió gran parte de su vida en Cataluña.
Scherson, lectora y admiradora de Bolaño, descubrió Una novelita lumpen en 2004 y con una sola película en su maleta, Play (ganadora del Festival de Tribeca en 2005), se acercó a Balcells a título personal y le pidió los derechos para llevarla al cine. “Tuve suerte de que aún no hubiera estallado ‘la fiebre’. Era un libro poco conocido, encargado para una serie titulada Año 0 de Mondadori sobre el nuevo milenio desde la perspectiva de diferentes ciudades y firmadas por diferentes autores latinoamericanos. No tenía una productora detrás que me apoyara pero Balcells y la viuda del escritor aceptaron”, cuenta Scherson a través de Skype desde el Festival de Cine de Rotterdam, donde también estrenó su segunda película, Turistas, en 2009. “Adquirí los derechos y los guardé. Necesitaba hacer otra película antes de enfrentarme a Bolaño y comencé a trabajar en la adaptación, algo que nunca había hecho porque yo siempre he trabajado con material propio”.
Pero Una novelita lumpen no es uno de esos libros complejos de Bolaño sobre la literatura dentro de la literatura. “Tiene una trama muy sencilla, la de Bianca, una adolescente que nos habla desde el futuro de la historia que ella y su hermano viven tras la muerte de sus padres con un tono como de fin de mundo y ese humor tan duro de Bolaño. El mayor desafío no fue tanto adaptar la trama sino llevar a la pantalla la atmósfera del libro”.
Il futuro (le cambió el nombre porque lumpen tenía muchas dificultades de traducción), como sus anteriores filmes, está impregnado precisamente de una extraña pátina de sensaciones visuales que a veces rozan lo onírico y a la que contribuye una imagen atípica de los barrios periféricos de Roma, donde se mezclan las ruinas de la ciudad con imágenes que sugieren la inexorable decadencia de la civilización europea. “Creo que Bolaño fue un poco visionario y entendió hacia dónde se precipitaba Europa mucho antes de que comenzara la crisis”, afirma Scherson. En ese ambiente que a veces se percibe entre opresivo e irreal, la adolescente Bianca (la chilena Manuela Martelli) trata de encontrarle un sentido a su vida tras la muerte repentina de sus padres. Maciste, un actor ciego y de músculos flácidos que antaño protagonizaba películas de héroes hercúleos de serie B (interpretado por Rutger Hauer, el líder replicante rebelde de Blade Runner), será el inesperado salvador de la protagonista.
“Una de las cosas que me hizo conectar con el libro es que Bianca tiene que encontrar estrategias de supervivencia, y ese tipo de personajes siempre me interesan. La necesidad que tenemos muchos seres humanos de colocarnos un disfraz para superar determinadas situaciones cuando nos encontramos a la deriva”. Y en cierto modo, eso quizá también resuene en la propia vida de Scherson: siendo estudiante de biología un día vio en un periódico una convocatoria para estudiar en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba y se presentó. “Conseguí una beca y anuncié en casa que me iba a estudiar cine para ser directora, algo que las niñas de mi generación nunca pensamos que pudiéramos ser. Fue un impulso pero ya no hubo marcha atrás”.

Martín Sánchez: "Los detalles son los que dan vida al personaje"

A estas alturas sabrán ustedes del germen de El anarquista que se llamaba como yo, novela que apareció publicada en Acantilado a finales de 2012


Pablo Martín Sánchez./Teresa López/revistadeletras.net
Pablo Martín Sánchez hay más de uno y éste, el autor, se encontró con su tocayo en internet buscándose a sí mismo mediante el uso de Google. Una vez superada la anécdota iniciamos una lectura que nos conducirá por la vida del otro Pablo, cajista de imprenta en Baracaldo, y a los sucesos que le llevaron a participar en la intentona de Bera, la noche del 6 al 7 de noviembre de 1924, ataque ideado por Durruti en Francia y en la que un grupo de anarquistas pretendía unirse a la supuesta Revolución que se fraguaba en España contra la dictadura de Miguel Primo de Rivera, invadiendo la frontera con el país vecino. Pero ese no será más que el penúltimo episodio de una vida repleta de vicisitudes en las que interviene, a veces como simple espectador, el protagonista del libro. Leer, a través del narrador, de su fascinación por el cine -que comenzaba a dar sus primeros giros de bobina-, o de los intelectuales españoles de la época exiliados en París nos invita a reflexionar, entre otras cosas, sobre la memoria olvidada por el anonimato y las vidas de las que apenas quedan recuerdos.

Ya has explicado en repetidas ocasiones, incluso en el mismo libro, cómo surgió la idea para adentrarte en la historia de este otro Pablo Martín Sánchez. Lo que me interesa del hallazgo es que se trata de un proyecto que te llegó de repente y te pones a trabajar en él, fuera de tu cronograma y desplazando otras opciones que, quizás, ya estabas desarrollando.
La verdad es que el año anterior había empezado una novela distinta, pero como estaba trabajando de librero no tenía mucho tiempo para dedicarme a ella. Una cosa que no he contado es que el elemento que me impulsó a escribir lo tenía en la cabeza desde hacía una año, dándole vueltas, pero no lo dejé escrito en ningún sitio. Ya sabes, todos tenemos nuestras libretitas donde vamos apuntando cosas. Esa idea, buscando ahora las notas de la época, no existe, no quedó registrada, lo que significa que era tan buena que no me hizo falta anotarla. Creo que las buenas ideas, para algunos libros, son las que no quedan registradas, son las que mantienes en la mente.
Y una vez te metiste en harina, ¿le tenías tomadas las medidas al libro?
Sí. Empece sabiendo que la novela sería de, al menos, quinientas páginas, porque era ese el aliento que necesitaba para contar la historia. Venía de publicar un libro de relatos, FrICCIONES, y quería hacer algo que me permitiese trabajar a un ritmo distinto, tanto de escritura como de narración.
Desde que leí la novela de Binet, HHhH… ¿la conoces?
La leí cuando ya había acabado de escribir el libro. Me hizo pensar que, de haberla leído antes, igual hubiera escrito El anarquista de manera diferente.
Desde su lectura, cada vez que leo una novela con elementos históricos pienso más en cómo se ha realizado el trabajo de documentación. En tu caso, sobre Pablo Martín Sánchez no debiste encontrar mucha cosa…
Del personaje histórico no, y ahí es donde entra también el trabajo del novelista. Por supuesto, de los hechos importantes sí hay mucho material. Lo que hace Binet, que me parece estupendo, es escribir y en la página siguiente explicar que lo anterior es mentira.
Bueno, de alguna manera tú juegas a eso.
Sí, pero en vez de hacerlo en cada capítulo lo hago al final. Y con otro discurso, él pone todo en duda constantemente.
Y se autocorrige.
Me parece una postura narrativa genial. Yo lo que hago es escribir la historia, con toda la verosimilitud que puedo aportar, aunque me esté inventando muchas cosas, y al final hago el apunte.
¿Es cierto que has tomado como base La vida: instrucciones de uso, de Perec?
Como base no, pero sí utilizo una serie de reglas que me he impuesto para escribir, como hacía Perec. Sobre todo los capítulos más ficcionales están escritos teniéndolas en cuenta. Son reglas estilísticas pero también de contenido.
Tu anarquista es un personaje muy potente, sin tener referencias reales salvo las que te pudiera dar su sobrina Teresa, si es que existe, algo que ya pongo en duda…
Y haces bien (ríe). Lo del personaje potente resulta curioso porque mi intención no era esa, quizás te refieres a su medianía…
Más bien me refiero a esa presencia constante y arrastrado por las circunstancias. No es un superhéroe, evidentemente, pero a pesar de que ni siquiera ofreces una descripción física y de que le tenemos presente de manera borrosa, ES el personaje.
Lo que me interesaba era mostrar cómo todos podemos acabar haciendo algo así si las circunstancias son las adecuadas. La fuerza del personaje es esa, la de alguien que se ve arrastrado por el curso de la historia. Si fuera dueño de sus acciones y de sus sentimientos quizás sería interesante conocerlo en la vida real, no a través de una novela.
La ruta que hace Pablo, de Baracaldo a Madrid, París, Barcelona, Argentina… ¿está documentada, fue así?
Esto no te lo respondo (ríe). Es plausible, dejémoslo ahí. Como te decía hay poca información de su vida, por lo tanto yo me he podido inventar muchas cosas.
Pero es cierto que escogiste determinados acontecimientos para que Pablo se viera involucrado de una manera testimonial. ¿Eran momentos de la Historia que querías plasmar, que te interesaban por algún motivo especial?
Tenía una cronología y quería mostrar algunos elementos históricos y otros no los contemplé para incluirlos en el libro. Pero tampoco me propuse hacer como la tortuga de Darwin, el personaje teatral creado por Juan Mayorga, que va rectificando a un profesor de Historia los eventos que él enseña. Mi idea no era narrar una sucesión de hechos conocidos. La época me permitió plasmar algunos pasajes fascinantes, en especial la Primera Guerra Mundial, que me parece fundamental para entender incluso una dictadura como la de Primo de Rivera en el contexto europeo, o la Semana Trágica, que fue decisiva para el cambio que supuso la Barcelona de los primeros años veinte. Estos son acontecimientos que conducen al desencadenante que es la Revolución de 1924.
Robinsón, Leandro… incluso las mujeres que pasan por la vida de Pablo, forman parte de ese coro de voces imprescindibles en una novela y que, aun teniendo un protagonista perfectamente identificado, adquieren mucha importancia.
Para este tipo de novela los secundarios son muy necesarios. No quería hacer un ejercicio de un único personaje. Robinsón está en la novela de Pío Baroja La familia de Errotacho, Leandro existió pero le he ficcionado, al igual que al resto. La obra de Baroja sobre los sucesos de Vera de Bidasoa es muy completa y para mí resultó todo un descubrimiento porque al leerla tuve claro que con Pablo Martín Sánchez había una novela. Hasta entonces lo que tenía era información muy deslavazada conseguida a través de internet, de los periódicos… Ver que Baroja le había dedicado doscientas páginas a los hechos y que lo hizo mezclando realidad y ficción, en forma de crónica -lo que resulta más sibilino-, me acabó de convencer.
 
En cierta manera reflejas algunas cuestiones muy actuales. Sin ir más lejos, nada más comenzar la lectura, nos encontramos con un párrafo de Vicente Blasco Ibáñez extraído de Una nación secuestrada en el que nos pinta España como un país que ha dejado de ser el de Don Quijote para convertirse en el de Sancho Panza. Es algo similar a lo que ocurre en estos momentos, con la nación de nuevo secuestrada y sin ánimos para armar la de Dios. Hay manifestaciones, protestas, pero no podemos hablar de Revolución.
Me lo ha comentado mucha gente. Algunas cosas, descontextualizadas, podrían entenderse como actuales.  Precisamente hoy me han enviado un artículo de 1978 sobre el caso Scala. A lo largo del siglo XX han surgido movimientos anarquistas a los que han intentado eliminar con estrategias muy parecidas, policiales, de infiltración… La función de Joaquín Gambrín, el policía infiltrado en el caso Scala, es la misma que la de Max, el señorito que interviene en la novela. Los movimientos de rebeldía dan miedo al poder, lo vimos con el del 15M, el de los antisistemas…, porque ponen en cuestión la existencia misma del poder. También es cierto que no estamos en una dictadura política, al menos declarada. ¿Que por qué no hay ahora una Revolución? Creo que aún estamos demasiado aburguesados. En el momento en el que ya no podamos ir de vacaciones ni siquiera a un hostal a lo mejor sí se produce.
Y será con violencia, porque de palabra ya vemos que no se consigue nada.
No se habla mucho de esto pero la violencia del poder es enorme. La violencia de los recortes no se puede combatir con las mismas armas. ¿Con qué se responde? Esta pregunta es delicada. Y peligrosa.
Escribes: “Existen diversos mecanismos para desarrollar la memoria pero aún no se conocen técnicas para cultivar el olvido”. ¿Crees que la literatura es una buena aliada de la memoria, incluso de la Historia?
Puede serlo. Pero también la tergiversa.
Al igual que los libros de Historia.
Desde luego. Pero los libros de Historia procuran aparentar lo contrario. La literatura sirve para muchas cosas. Puede servirle a la Historia, a la Política, a cualquier ideología. Depende de cómo se la use. Ahí tenemos a Hitler, un gran lector. Soy partidario de entender la literatura como algo inútil per se. Los que le damos utilidad somos los lectores.
El pasaje del juicio contra Pablo y sus compañeros me ha parecido muy certero. No recuerdo si estaba reproducido en el libro de Baroja.
No. Utilicé material sacado de periódicos de la época. Y decidí resumirlo en un único capítulo. Hice mucha labor de condensación pero en muchos casos las frases de los jueces son literales. El juicio estaba bastante bien documentado, en el ABC, en el Diario de Navarra… Es fascinante. No sólo la historia y el acto de injusticia que se comete, sino también cómo se escribía en los periódicos, algo que he querido reflejar. El gacetillero que aparece en la novela es un homenaje a todos aquellos periodistas de la época, que hacían un trabajo ímprobo y escribían con unas venas poéticas más propias de literatos. Incluso los más discretos cronistas que iban a cubrir cualquier evento se soltaban con frases de un lirismo asombroso.
Cuidas mucho el detalle, y no me refiero únicamente a la recreación de la época, también a la rutina de Pablo, lo que lo hace más creíble.
Los detalles son los que le dan la vida, lo que Perec llamaba “lo infraordinario”. Cómo lías un cigarrillo, qué llevas en la mochila… Pero es peligroso, has de sopesarlos y manejarlos muy bien. No pasarte y que la novela no quede en mero detalle o en exotismo histórico. Si se usan en su justa medida dan la verdad del personaje. Lo que decía Flaubert: “Le bon Dieu est dans le detail”. Dios está en los detalles y la verdad está en los detalles, si existe una verdad. Recuerdo que un amigo que leyó el primer borrador me preguntó si realmente los hombres cargaron con tantas cosas en los petates cuando cruzaron los Pirineos. Pues aún me quedé corto. Le pasé el archivo policial donde se detallaba el contenido y se quedó alucinado. Me insistió en que incluyera una relación completa pero le expliqué que, siendo una novela, no es posible dedicar tres páginas a enumerar todo lo que cargaban los veinte hombres a los que detuvieron.
¿Literariamente querías reproducir cierto tipo de escritura, cercana a la de la época?
El lenguaje que uso es el del narrador, el actual, pero tiene ese toque de época porque siempre he tendido a utilizar términos que no suenen muy de ahora. Este libro no lo podría haber escrito sin el Corpus diacrónico de la Real Academia. Sobre todo cuando hablan los personajes, porque no quiero poner un anacronismo en boca de alguien. Hay un pasaje en el que se dice “No te pongas estupendo”. En la revisión de pruebas me preguntaron si no era una expresión muy moderna. Les mostré que la escribió Valle Inclán en Luces de Bohemia.
Ahora que lo dices, utilizas mucho el “chaval”.
Cuando habla el narrador. Y sí, también hay algún fragmento representando la época en el que incluyo lo de “chaval”, pero ya se utilizaba en el siglo XIX y Galdós o Blasco Ibáñez lo escribieron. En cualquier caso, incluso tratándose del narrador he intentado evitar giros que puedan despistar, en especial en la parte escrita en presente, la de 1924, en la que éste se sitúa hablando desde el ahora.

Pablo Martín Sánchez durante la entrevista (foto: José A. Muñoz)
Tengo una curiosidad respecto a algo que, supongo, afecta a tu literatura, que es lo de tu vinculación con la patafísica. No he leído FrICCIONES, pero por lo que he visto creo que ibas por ese camino. Con El anarquista te sales de la vía, no tiene nada que ver. ¿O sí?
Sí, porque todo tiene que ver con la patafísica. Por ejemplo lo que decías de los detalles. La patafísica es la ciencia de los detalles, no de lo general sino de lo particular, por lo que cualquier afición por el detalle es eminentemente patafísica. El mismo acto de escribir lo es, porque escribir es la excepción, lo normal es leer. Y ni siquiera eso. El acto de rebeldía que significa leer, escribir y publicar es patafísico. Se trata de la ciencia de las soluciones imaginarias, de ver las cosas desde otro punto de vista. Esta novela, al ser de corte clásico, no tiene ese punto transgresor porque la patafísica no estudia lo que ya está estudiado. Como dices, cada relato de FrICCIONES intenta ser un ejercicio de estilo distinto, dar una prueba más de la capacidad de la literatura para regenerarse, y en ese sentido sí sería más patafísico. Y más oulipiano, del OuLIPo de Perec, Queneau y compañía. El anarquista es también un ejercicio de estilo. Alguien me dijo que pensaba que iba a ser experimental, pero es que para mí lo es. ¡Es la primera que escribo, cómo no lo va a ser! En este caso quería experimentar cómo era escribir una novela de quinientas páginas, de corte histórico, con una serie de personajes, de peripecias que pudiesen atrapar al lector, incluso en tono folletinesco pero utilizando estrategias que no son las clásicas, sino más propias de la patafísica, para conseguir ese mismo efecto.
¿Incluso la estrategia del humor?
Eso decía Màrius Serra en la radio comentando el libro. ¿Cómo lo has visto tú?
Tienes que meterte mucho en la novela para captarlo, lo utilizas de manera muy discreta, pero está, es evidente en el tono de algunos pasajes.
Hay una cierta ironía desde la propia narración. Si lees el libro con el espíritu de creértelo todo quizás se te escape, pero si estás acostumbrado a ciertas estrategias narrativas y te lo tomas con distancia tal vez aprecies algunos guiños.
Depende del tono con el que la leas. Es una novela que no tiene varias capas de lectura, sino diferentes tonos de lectura. Puedes leerla como un gran drama, como una novela de aventuras, como una comedia, como novela histórica…
Eso es bonito, me lo apunto.
Hay pasajes muy dramáticos, pero las comedias parten, en su mayoría, de eventos trágicos.
Pienso ahora en la escena del duelo, que permite ser leída de manera dramática o en tono de comedia. O la de Pablo y Ángela, después de haber pasado la primera noche juntos y entra en escena el padre. Recuerdo habérsela leído a mi padre muriéndome de risa. Beckett decía que Esperando a Godot le parecía una obra desternillante. De Beckett puedes leer desde la tragedia más clásica hasta lo absurdo más risueño. Y no me estoy comparando con Beckett, Godot me libre.
Si llega… ¿Cuánto tiempo empleaste en darla por acabada?
Tres años y medio. Con algún parón para escribir una tesina del máster y hacer otras cosas, pero también con rachas de varios meses dedicados exclusivamente a la novela. Tuve esa suerte porque obtuve un préstamo que me dieron para el máster y con él conseguí tiempo para trabajar en el libro.
¿Cómo se te ocurrió enviar el manuscrito a Acantilado?
Primero se la envié a Paco Torres, el editor del anterior libro, casi por deber moral, aunque yo mismo pensé que esta novela necesitaba otra plataforma, con todos los respetos para Paco, al que quiero mucho. Luego le llegó a Jaume Vallcorba. Y se lo envié porque soy fan de Acantilado. Pero es que además, hace cuatro años contacté con él como lector y seguidor de sus publicaciones. Le propuse una traducción de un libro de Antoine Compagnon que al final no se llevó a cabo. Pasó el tiempo y al terminar la novela le envié un email, recordándole aquella propuesta y comentándole que tenía una obra acabada que quizás le podría interesar. Se la envié y un mes y dos días después me escribió diciéndome que quería el libro en su catálogo. A partir de ahí ya no hubo más que hablar, claro. Entonces fue cuando pensé “¿Por qué se lo he enviado? Qué irreflexión, hacerlo porque me gusta la editorial sin tener en cuenta que quizás no encaja”. Me puse a mirar uno a uno los títulos del catálogo de Acantilado y, la verdad, no hay libros de este tipo, escritos por un joven autor español, de corte histórico… Como incorporación más reciente tienen a David Monteagudo, por supuesto, pero si te paras a pensar hablamos de excepciones que se han dado muy esporádicamente. Pero bueno, creo que para escribir y publicar hay que ser un poco inconsciente. Esta es la demostración.
¿Te estás llamando inconsciente a ti mismo?
Totalmente (se ríe). Hay que tener ese punto, si no yo no publicaría nunca. Como decía Paul Valéry, “un poema no se acaba, se abandona”. Pues un libro lo publicas. Hace poco Mercedes Abad me contaba una anécdota muy graciosa de Manet. El pintor se iba con un amigo al Museo de Orsay, donde estaban expuestos sus cuadros, le decía al amigo que entretuviera al vigilante, sacaba sus pinturas y los iba retocando. Me parece una analogía magnífica de esa obsesión del escritor por seguir corrigiendo su propia obra.
Y parece que el editing está desapareciendo.
Se hace más de lo que parece. Y no está mal que los escritores pasen por ese proceso con el editor. Es necesario tener humildad, y más cuando empiezas, para saber escuchar a los lectores profesionales. Es algo muy bonito. En Acantilado he trabajado la novela con Jaume Vallcorba y con Sandra, la encargada del departamento de edición, y resulta gratificante estudiar todas las propuestas de corrección de estilo que me hicieron. La mitad no las aceptaba pero muchas me parecieron que mejoraban la obra. Cuando se llevan tres años escribiendo un libro ya no ves algunas cosas. No se trata de corregir, sino de proponer mejoras. El libro pasó previamente por mi, como les suelo llamar, “comité de lectura”, amigos, algunos de ellos escritores, que se lo leyeron en un verano. Luego estuve dos meses revisando sus anotaciones. Aprendí muchísimo de esa lectura múltiple. Así que ¿cómo no iba a tener en cuenta las apreciaciones de mi editor?
Sabiendo que cada uno de tus libros es experimental, tus próximas entregas literarias pueden ir por cualquier camino imaginable…
Eso me gustaría. Ir creando una obra muy distinta en cada uno de sus capítulos, pero con una línea en común. Mi referente sigue siendo Perec, que tiene libros muy diferentes entre sí. Si comienzas a leer cualquiera de ellos no puedes identificarlo, pero si buceas un poco te das cuenta de la coherencia en el conjunto de sus textos. Desde una novela policiaca sin la letra e, o un libro de poemas heterogramáticos, hasta una obra de teatro sobre un tipo que va a pedir un aumento de sueldo. En su conjunto fue muy ecléctico pero existe esa coherencia. Mi próximo trabajo podría ser una obra de teatro, una novela corta… Estoy con varias cosas y me tendré que decidir por alguna de ellas dentro de unos meses.
José A. Muñoz

Los ojos de la fragilidad

Virginia Woolf. La vida por escrito es una monumental biografía de la autora inglesa realizada por la periodista argentina Irene Chikiar Bauer en la que, a través de un trabajo minucioso, se descubre la intimidad de una escritora inigualable

WOOLF. Fue una de las inteligencias más delicadas de su época/Revista Ñ

La biografía que ha elaborado la escritora, periodista y socióloga argentina Irene Chikiar Bauer en torno a la figura de Virginia Woolf es monumental en, por lo menos, dos sentidos: el volumen físico y objetivo del libro (poco más de novecientas páginas que incluyen un prolijo y necesario índice onomástico, un minucioso cuerpo de notas y un exquisito álbum de fotografías), y el notabilísimo trabajo de investigación que termina ofreciéndole al lector una Virginia Woolf de cuerpo entero: con sus cumbres, sus caídas y sus vacilaciones, su sempiterna fragilidad anímica, su genuina búsqueda de trascendencia y la inimitable filigrana de su escritura.

El libro de Chikiar Bauer está estructurado en dos partes: la primera cubre la infancia y adolescencia de Woolf, y la segunda, año por año de su madurez hasta el suicidio en 1941; es un trabajo que se puede parangonar sin mengua con las mejores y envidiables biografías anglosajonas en las cuales el biógrafo parece haber vivido día tras día junto al biografiado, y, en este sentido, la labor de Chikiar Bauer resulta un hito fundante e imprescindible en el campo de las biografías en idioma castellano. Dicho de otra manera, al finalizar el libro, que se lee gozosa y morosamente, el lector puede delinear una respuesta propia a la pregunta quién fue Virginia Woolf.

Las relaciones difíciles


Hay, entre tantos, cuatro temas espinosos que Chikiar Bauer aborda con particular sensibilidad: las controvertidas relaciones de Virginia con su padre, Leslie Stephen; con su hermana, Vanessa; con su marido, Leonard Woolf; y el tan zarandeado y polémico tópico de su sexualidad.

Leslie Stephen es un victoriano paradigmático con un carácter tramado por requerimientos: requiere cuidados, requiere obediencia, requiere respeto; Virginia vive su muerte, a principios del siglo XX, con la ambigua sensación con la que se asiste a la desaparición de un tirano próximo y querido: experimentando un duelo liberador. Virginia construye a Vanessa como si fuera el personaje de alguno de sus libros: una mujer en la que confluyen la sensualidad, la belleza y la fecundidad. Virginia la envidia, la admira, la combate y no deja de buscar su incondicional apoyo y, hacia el final de su vida, concluye de modo impecable: Vanessa ha tenido hijos; ella, libros. De manera un tanto asombrosa aún para la época, Virginia y Leonard, en el momento de casarse, no consideran que la mutua atracción física, o la carencia de ella, sea esencial para cimentar un decoroso matrimonio; y es este dato, precisamente, el que más contribuye a elucidar el restante tema: Virginia tiene, en efecto, tendencias claramente bisexuales (los ejemplos de ello son numerosos, en especial su tórrida y tormentosa relación con Vita Sackville-West), lo que no tiene es cuerpo, o bien su cuerpo está tan hurtado a su propia mirada que acaba deshilachándose en la disolución.

Virginia Woolf escribió tres novelas que, a despecho de los vientos de la moda y los caprichos academicistas, quedarán en la historia grande de la literatura: La señora Dalloway, Al faro y Las olas. Como alguna vez escribió Mario Vargas Llosa de la primera: “El huidizo, ubicuo y protoplasmático narrador de La señora Dalloway es el gran éxito de Virginia Woolf en este libro, la razón de ser de la eficacia de su magia, del irresistible poder de persuasión que emana de la historia.” Chikiar Bauer se aboca con éxito a la tarea de ilustrar el proceso creativo de Virginia Woolf en cada uno de sus libros: lento, trabajoso y tan intenso que inevitablemente la conduce al borde del desequilibrio, del cual emerge para volver a escribir. Ella misma es tan consciente del camino que está inaugurando con su escritura que llega a plantearse: “Tengo la idea de inventar un nuevo nombre para mis libros que suplante a ‘novela’. Una nueva ____ de Virginia Woolf. Pero ¿qué? ¿Elegía?” Como bien advierte Chikiar Bauer, aquello que intenta la narrativa de Woolf –y de allí la imposibilidad de definirla de modo unívoco– es un borramiento de fronteras al estilo de la filosofía bergsoniana, que plantea la posibilidad de un modo de percepción que trascienda la división entre sujeto y objeto (¿hará falta añadir que también es la filosofía bergsoniana una de las piedras de toque de la narrativa de Marcel Proust?).

El infinito esfuerzo


Por eso sería recomendable también abocarse al Diario de Virgina Woolf, que es uno de esos libros (junto a algunos otros: la correspondencia de Flaubert; Contra Saint-Beuve, de Proust; Un arte espectral, de Norman Mailer; todos ellos infinitamente más fecundos que cualquier taller literario) que todo aspirante a escritor debería leer como si fuera la Biblia. El Diario consta de veintisiete tomos en los cuales queda claro el infinito esfuerzo que le suponía estar a la altura de su anhelo; vale decir, lograr en la escritura una forma tan fluida y abierta que pueda contener la vida expurgando lo superfluo. Del Diario dimana, entre penalidades, frustraciones y sueños rotos, una misma y reiterada conclusión: no hay más remedio que escribir, siempre.

29.1.13

Müller: "Alemania está llena de hombres-perro. Les encanta dar órdenes, mandar"

Este martes Herta Müller estará en Bogotá.El encuentro se realizará a las 7 de la noche en el Centro Cultural Gabriel García Márquez

La Nobel Herta Müller en el hotel Santa Clara, de Cartagena./Daniel Mordzinski./elpais.com 
 
Cartagena convierte al más gringo en un personaje caribeño. El HayFestival, además, lo acentúa. En el vestíbulo del hotel Santa Clara una fila de escritores vestidos de blanco impoluto –guayabera y pantalón de lino, ellos; vestidos vaporosos, ellas- espera la llegada del autobús que les llevará a la fiesta de la ministra de Cultura de Colombia. La escritora Herta Müller (Nytzkydorf, Rumania, 1953) deambula por el patio interior del hotel, a contracorriente. Con camisa y pantalones negro, mochila negra y zapatos de tacón bajo, también negros, escudriña su alrededor con esa mirada gélida que parece haberse detenido en la Rumania de su juventud.
En una esquina del patio se encuentra con Philipp Boehm, su traductor al inglés, y otro amigo y, entonces sí, la Nobel de Literatura concede una sonrisa que resulta casi una exclamación en su rostro cristalino enmarcado por una melena corta que se dispara en las puntas hacia su interlocutor. Escoltada, Müller entra a formar parte del teatrillo. Su presencia en esta cita cultural que se celebra hasta hoy en Cartagena, se convierte en un recuerdo constante al pasado que aparece en sus libros. Hija de un miembro del servicio secreto rumano durante la dictadura comunista de Ceausescu -“que ha llegado a la tierra cantando canciones militares y ha dejado cementerios en el mundo”-; y una madre, alienada en la represión tras cinco años en un campo de concentración en Ucrania durante el régimen de Stalin, a principios del siglo XX. Su vida en tránsito está marcada por el azar de la historia de Europa Central en Rumania.
Müller no reconoce ningún manual o proceso creativo al enfrentar una obra, aunque encuentra en el lenguaje la realidad, que en el cara a cara es incapaz de desentrañar. “Mi niñera era el jardín de mi casa”, cuenta. Con sus padres todo el día en el trabajo y la inseguridad en el carácter, la escritora conversaba y se comía -literalmente- sus plantas en busca de aceptación social. “Esto es la soledad, soy como una hormiguita, me falta tiempo para adaptarme a la eternidad”. En la botánica y los animales construyó el universo dictatorial que le rodeaba. “Los grandes árboles de los edificios oficiales eran crueles, las flores de los funerales de funcionarios, traidoras por marchitarse tan rápido, solo me gustaban las populares, las de la gente”.   
Algo similar le sucedía con los animales. “Alemania está llena de hombres-perro”, explica. “Hombres a los que les encanta mandar, dar órdenes”. Los hombres-gato, por el contrario, representan la independencia para Müller. “Dudo mucho que Hitler tuviera un gato”, ríe en una extraña mueca.
Miembro de una minoría germana de suabos, el lenguaje que usaban sus vecinos campesinos se convirtió en su particular objeto de resistencia cuando dejó el colegio para trasladarse a la ciudad a cursar bachillerato. “El dialecto era algo sospechoso que provocaba escepticismo en la sociedad”, recordó la autora de Todo lo que tengo lo llevo conmigo (2010). “Pronto me di cuenta de que la lengua que rechazaba tenía una melodía, una parte poética muy interesante desde el punto de vista metafórico, aunque en ocasiones suene dura y vulgar”.
La ciudad también le deparó el descubrimiento de las relaciones sociales.Yo siempre aprendí que el silencio es una buena forma de comunicación, con los gestos y los movimientos”, cuenta una escritora que requiere de 45 minutos para liberar sus brazos y así acompañar sus palabras. Una mujer tan reticente al contacto que ni siquiera el protocolo social que impone un festival en pleno Caribe, le redime del resoplido y la queja cuando un fotógrafo, un periodista o un fan se acercan a conversar con ella. “En nuestra casa nos comunicábamos así, sabíamos qué nos pasaba aunque no habláramos de lo que nos ocurría”, continúa. “El silencio es una gran dimensión, esencial en las dictaduras, muy importante al escribir”.
Desde que a finales de los ochenta se trasladara a Alemania, Müller escribe, habla y calla en alemán, aunque sea la lengua que durante mucho tiempo compartió por imposición con sus carceleros. “La Securitate me robó la vida durante mi juventud y me la sigue quitando en la actualidad acaparando mi tiempo con mis libros”. Tal es el afán de aquellos que intentaron acallar su voz y escritura que cuando Müller recibió el Nobel en 2010 recordó que “algunos exmiembros bromearon al decir que merecían la mitad del premio por haber contribuido a crear las obsesiones de mi mundo literario...”