31.5.11

China paga por su 'Cien Años de Soledad' legal

La Universidad de Pekín adquiere los derechos de la obra de García Márquez a la editora Carmen Balcells
Presentación de una nueva traducción al chino de 'Cien años de soledad' de Gabriel García Márquez, en la Universidad de Pekín.foto.fuente:elpais.com
Una nueva traducción al chino de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, la primera en pagar una cifra "elevada", pero no revelada de derechos de autor, se ha presentado en la Universidad de Pekín, de la que es profesor de español su traductor, Fan Yan. "Las negociaciones fueron difíciles y desde 1992 teníamos interés en adquirir los derechos para traducir al chino la novela. Lo importante no es el precio, sino haber demostrado que el cambio en China también lleva a respetar los derechos de autor", dijo a Efe el presidente de la editorial, Chen Mingjun.

La traducción ahora publicada (tras más de una decena "pirateadas") es de 300.000 ejemplares, "y aunque no será difícil ganar dinero con la venta, lo económico no es el principal objetivo. Estamos muy satisfechos", manifestó Chen. En 1990, el Nobel de Literatura colombiano llamó "piratas" a los chinos al descubrir que sus obras se traducían sin autorización, y la leyenda entre los hispanistas chinos dice que afirmó que "ni 150 años después de su muerte la daría". Con el protocolo de 1991 del Convenio de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, editoriales estatales chinas primero y privadas después (como Thinkingdom Media Group Ltd desde 2002) trataron de adquirir los derechos de la obra maestra del realismo mágico latinoamericano, pero consideraron demasiado alto el precio que puso Carmen Balcells, agente de Gabo.

El profesor Fan, codirector durante dos años del Instituto Confucio adscrito a la Universidad de Granada (España), se sintió sorprendido por el encargo, "pues mis favoritos habían sido la poesía mística del Siglo XVI y los cuentos del argentino Julio Cortázar, que traduje". "Fue simbólico. Estaba en la tierra de García Lorca (Granada) y me piden que traduzca a otro García. Un placer doloroso y masoquismo total hasta encontrar el tono de la obra de un narrador invisible. Leí a Kafka y a otros autores chinos y logré entrar en la interpretación de lo que el Nobel quería decir", ha dicho Fan a Efe.

Según el profesor de prosgrado y traducción de la Universidad de Pekín, de 33 años, quien también tradujo a poetas como Luis Cernuda o Vicente Huidrobo, todas las traducciones son una misión imposible "pues nunca se llega a la perfección". "A encontrar el tono de la narración me ayudó vivir en Granada. Utilicé la metáfora de recorrer el laberinto de la Alhambra y perderme, como en el laberinto del tiempo de la obra maestra de García Márquez. Experimenté dolor y alegría a medida que avanzaba en la traducción", ha añadido Fan.

Personalidades hispanistas han asistido al coloquio posterior sobre el pago de los derechos de autor y las traducciones al chino, entre ellos el famoso escritor chino Mo Yan que, según dijo, "tras leer 7 páginas de la novela, en la que entré atraído por su primera frase, encontré inspiración para la mía propia". Chen Zhongyi, investigador de Filología Hispánica de la Academia de Ciencias Sociales de China y quien tradujo a Gabo en los ochenta, destacó la dificultad de expresar en chino de forma permitida muchas de las expresiones y sentimientos del escritor colombiano.

"Cien Años de Soledad es el eslabón que abre el camino al conocimiento de la literatura hispanoamericana, refleja el subconsciente en grupo y la influencia occidental y oriental del continente, además de que el autor sigue el camino al revés y convierte a héroes en pequeños personajes", ha afirmado Chen. Para algunos hispanistas, la primera obra del realismo mágico fue El Quijote. "Si Cervantes creó la metaficción, en muchos lugares de 'Cien Años de Soledad' Gabo le rinde homenaje", destacaron Fan y Chen.

Además del mensaje de Balcells agradeciendo el acuerdo con la editorial, la directora del Instituto Cervantes de Pekín, Inma González, calificó la traducción legal de "hecho extraordinario y esperado desde hacía tiempo".

Por su parte, el primer secretario de la embajada de Colombia en China, Luis Roa, encargado de Asuntos Culturales, destacó el trabajo de la editorial y el traductor para acercar las dos culturas, "ya que no es nada fácil trasladar al chino desde el español el pensamiento imaginario del Premio Nobel".

Navarro:"Los escritores olvidamos a veces el enorme poder de las palabras"

El autor granadino presenta esta semana en Cádiz y Jerez su última novela, 'El espía', la historia del poeta fascista Ezra Pound
Justo Navarro Escritor, periodista y traductor español.foto.fuente:lavozdigital.es

La educación intelectual

La edición de sus cuadernos de notas, escritos entre 1947 y 1964, permite rastrear el desarrollo de una de las figuras del pensamiento occidental
Sontag. Este sería el primer tomo de los diarios de la escritora.foto.fuente: Revista Ñ

¿Quién era Susan Sontag antes de convertirse en Susan Sontag? "Una autodidacta heroica", afirma ella misma, repasando sus comienzos en una entrevista con The Paris Review. En el epílogo a Contra la interpretación, amplía la definición a "esteta beligerante y moralista apenas disimulada" y, también, a "combatiente de nuevo cuño en una batalla muy antigua: contra el filisteísmo, contra la superficialidad y la indiferencia estéticas". Más allá de cierto ronroneo de vanidad, esas declaraciones tienen un problema fundamental: son retrospectivas, por lo que no dicen gran cosa sobre la formación del carácter, ni documentan el día a día del aprendizaje. Pero la publicación de sus diarios invierte la perspectiva. Los lectores encontrarán en ellos una descripción de la lucha literaria contemporánea a los hechos.

Sontag llevó un diario toda su vida adulta, desde los doce años hasta el año de su muerte, 2004. Para entonces había llenado un centenar de cuadernos, que se alineaban en el vestidor de su habitación junto a otros objetos personales como fotografías y recuerdos de familia. No formaban exactamente un proyecto secreto, pero sólo unos pocos amigos tuvieron conocimiento (indirecto) de esos escritos. La autora nunca publicó un extracto, ni dejó tampoco instrucciones precisas sobre qué debía hacerse con la colección cuando ella ya no estuviese. Su hijo y editor, David Rieff, recuerda una solo conversación sobre el tema durante la enfermedad final de Sontag. Las palabras maternas: "Ya sabes dónde están los diarios".

Saber dónde están los diarios, por supuesto, no es lo mismo que saber qué hacer con ellos. Pero Rieff, como explica en el prólogo sobrio a Renacida, no tuvo muchas opciones, porque el soporte material de los cuadernos no le pertenecía. Sontag había vendido su archivo a la biblioteca de la Universidad de California en Los Angeles y, por contrato, correspondía entregarlos con el resto de sus papeles, como se hizo. Si el hijo no publicaba, otro lo haría. Aunque es muy consciente de que la divulgación viola "la intimidad" de la autora, Rieff no parece haber dudado del valor intrínseco de los papeles. "Afirmar que estos diarios son reveladores es un drástico eufemismo", escribe, con lo que yo llamaría una pequeña hipérbole.

Hay que ser claros, entretanto, en cuanto a qué tipo de textos tenemos. Rieff los llama " diaries " (diario íntimo), lo que es un poco más personal que "journal" (diario), pero por momentos se acercan a los "cuaderno de notas", como por ejemplo los carnets de Camus, que Sontag reseñó. Las anotaciones son mayormente parcas e inconexas. Abundan las listas de palabras, títulos y nombres de autores. Más aún, las anécdotas jugosas o los autoanálisis de fondo comúnmente asociados con la escritura íntima están ausentes. Comparadas con los inspirados diarios de una Hélène Berr, por mirar a otra joven intelectual en ciernes, estas notas echan en falta amplitud. Sontag escribe además con la razón siempre encendida; no hay desarreglos emocionales ni destellos lingüísticos como los que aparecen, por dar otro ejemplo juvenil, en los diarios de Sylvia Plath (Sontag evalúa desarreglos, lo que es muy distinto). Aunque sorprendentemente madura, la prosa es casi siempre instrumental, por lo que rara vez alcanza a grandes diaristas de la lengua inglesa como Katherine Mansfield o Virginia Woolf. El interés del diario hay que buscarlo, más bien, en la historia de un aprendizaje.

Primero de tres volúmenes planeados, Renacida. Diarios tempranos, 1947-1964 se extiende desde la adolescencia de la escritora hasta el año en que publica "Notas sobre lo camp", quizás su ensayo más famoso. Rieff tuvo el buen gusto de no poner "Continuará", pero calculó los cortes con la destreza de un folletinista. En el comienzo, Sontag es una chica de 14 años que desea escapar de las constricciones de la monótona vida de familia en compañía de su madre y su padre adoptivo, Nathan Sontag (su verdadero padre había muerto cuando ella tenía cinco años). Apenas si aparece la novela familiar; pero hay acotaciones elocuentes: "Malgasté la noche con Nat[han]. Me dio una lección de conducir y después lo acompañé y fingí que disfrutaba una película en Technicolor de sangre y truenos". Nada de compañía vulgar para esta quinceañera que ya está escuchando la grabación del director Fritz Bush de Don Giovanni y, al mismo tiempo, leyendo el diario de Gide: "Gide y yo hemos alcanzado tal perfecta comunión intelectual que siento los mismos dolores de parto de cada idea que alumbra".

Uno reconoce, por supuesto, la pretensión sin límites de frases como la anterior, pero la ambición intelectual de la diarista es tan urgente que enternece. Al mismo tiempo, su sensibilidad no está aún disociada en reacción emocional y evaluación razonada. La curiosidad de Sontag, que nunca la abandonaría, es por ahora impulsiva. Al anotar qué autores ha de leer, sinfonías de escuchar, u obras de teatro de ver, Sontag expone su deseo casi bulímico de consumir cultura, de apropiársela. En diciembre de 1948, por ejemplo, hace planes de lectura:

Los monederos falsos
–Gide
El inmoralista –"
Las aventuras de Lafcadio –"
Corydon –"
Tar – Sherwood Anderson
The Island Within –Ludwig Lewisohn
Santuario –William Faulkner
Esther Waters – George Moore
Diario de un escritor – Dostoievski
Al revés – Huysmans
El discípulo – Paul Bourget
Sanin – Mijail Artzybashev
Johnny cogió su fusil – Dalton Trumbo
La salvación de un Forsyte – Galsworthy
El egoísta – George Meredith
Diana de las encrucijadas –"
La ordalía de Ricardo Feverel –"

Hasta ahí, la prosa. Pero también le interesa la poesía: "Dante, Ariosto, Tasso, Tibulo, Heine, Pushkin, Rimbaud, Verlaine, Apollinaire". Y, naturalmente, el teatro: "Synge, O'Neill, Calderón, Shaw, Hellman..." Todavía no ha cumplido los dieciséis. Anota Rieff para dejar en claro la amplitud mental de su madre: "Esta lista prosigue otras cinco páginas y se mencionan más de un centenar de títulos". Quizás no es una impertinencia señalar que nadie sabe a cuántos de todos esos nombres ilustres Sontag leyó entonces. Pero aún así. ¡Mijail Artzybashev! A los dieciséis años, la lectora precoz parte a la Universidad de Berkeley, California. "Quiero escribir", anota a poco de llegar. Pero escribir no es un mero deseo profesional, sino que conlleva una reinvención de sí misma. De ahí el título elegido por Rieff, en alusión a una frase consignada en mayo de 1949: "RENAZCO EN LA EPOCA REFERIDA EN ESTE CUADERNO". De hecho, las listas como las anteriores son una afirmación de la personalidad, incluso de la voluntad. Por esa época despunta la convicción de Sontag de que un escritor no está atado a sus orígenes ni a una cultura en particular. Debe, antes bien, "interesarse por todo". Y cuando anota que va a concentrarse en "Aristóteles, Yeats, Hardy y Henry James", reconocemos el alba de la futura ensayista panóptica: he aquí a la joven Sontag frotando en la misma frase las connotaciones de un clásico y tres grandes modernizadores; sólo falta la mención de algún oscuro dramaturgo japonés para que lleguemos al mediodía de su método. Es también notable que, mientras se dedica a los escritores de la modernidad, sus opiniones sobre literatura empiezan a hacer eco de las vanguardias. "La técnica[...] la exuberancia verbal me atraen con gran intensidad" (01/03/49). Sontag no sólo quiere leer, oír y mirar; busca estar al día en sus apreciaciones.

La precocidad no siempre se vive felizmente. Sontag se refiere desde temprano a la "angustiosa dicotomía de cuerpo y mente", y no sorprende ver que, en su adolescencia, encuentra en el intelecto un refugio a sus "temores e inhibiciones". Anota con "renuencia" sus "tendencias lésbicas" (25/12/ 48), aunque en California descubre el sexo gozoso con una mujer a la que se refiere como H. Y exclama: "Ya conozco la verdad –sé cuán bueno y correcto es amar– se me ha dado, de algún modo, permiso para vivir". De pronto le parece "posible vivir a través del cuerpo y evitar todas esas horribles dicotomías". Hasta se permite exclamar: "Estoy viva... Soy hermosa... ¿hay algo más?" Y en la misma entrada: "Sé lo que quiero hacer con mi vida, todo esto es muy sencillo, pero en el pasado me era muy difícil saberlo. Quiero acostarme con muchas personas.Quiero vivir y aborrezco la muerte. No daré clases, ni obtendré un máster después de graduarme... ¡No tengo la intención de dejar que mi intelecto me domine, y lo único que no quiero es venerar el conocimiento o a la gente que lo posee!" Es uno de los pasajes más conmovedores del diario, precisamente porque ninguna de las autopromesas va a cumplirse. Sontag se embarcaría en relaciones largas y desgastantes, daría clases y obtendría no uno sino dos másteres (aunque nunca completaría su doctorado). Por supuesto, resulta de lo más irónico, en retrospectiva, que "la mujer más inteligente de Estados Unidos", como la llamó Jonathan Miller, se proponga no venerar a los poseedores de conocimientos. En 1949, Sontag se propone también "aceptar mi homosexualidad" y llevar una "vida desarraigada, frenética". Pero, una vez más, la historia le arruina los planes. En 1950, se cambia de la universidad de California a la de Chicago, donde se le ofrece "una maravillosa oportunidad–hacer algún trabajo de investigación para un profesor asociado de soc[iología] llamado Philip Rieff". En diciembre de ese año, con apenas 17 años, se casa con Rieff. Anota: "Me caso con Philip con plena conciencia + temor a mi voluntad de autodestrucción".

Fechada el 3 de enero, la frase anterior es la única entrada de 1951. David Rieff anota que no ha encontrado, salvo ella, "ningún cuaderno correspondiente a 1951 o 1952". Y el silencio habla del comienzo de un período difícil, que se extenderá por siete años. Para Sontag, el matrimonio llegará a ser "una institución comprometida con el embotamiento de los sentimientos" (4/9/56) y la "perdida de la personalidad". (14/2/57). Leemos constantes alusiones a peleas y discusiones, aunque ninguna descripción de una, ni asignaciones de culpas. Característicamente, Sontag empieza a proyectar por esta época unas "notas sobre el matrimonio", que nunca recopila. De las desavenencias matrimoniales no la salva la escritura, pero sí el estudio. En 1958 una beca le permite partir a la universidad de Oxford, Inglaterra, desde donde a su vez seguirá camino a París y a la Sorbona.

En París llega la apoteosis de Sontag, una eurófila declarada. Y los años 1958-59 son quizás los más ricos del diario. En lo personal, Sontag retoma su relación, profundamente infeliz, con H. y conoce a la dramaturga Maria Irene Fornes, con quien conviviría de regreso a Nueva York a principio de los sesenta (para complicar las cosas Fornes y H habían sido amantes), tras divorciarse de Philip Rieff. Pero lo más interesante es que se acelera su maduración intelectual. Ya no leemos meras listas, sino despiertas observaciones críticas, algunas plenamente sontaguianas, como la siguiente sobre artes autoreferenciaes: "Pirandello, Brecht, Genet –para los tres, de un modo ejemplar y contrastante, el tema del teatro– es el teatro. En cuanto a los action painters , el tema de la pintura es la acción de pintar. Compárese Esta noche se improvisa [de Pirandello], Las criadas [de Genet], El círculo de tiza caucasiano …" Sontag, en efecto, no puede dejar de comparar: "Racine es más ajeno que el teatro Kabuki [...] La obra consiste en una serie de enfrentamientos de dos o a lo sumo tres personajes (¡sin derroches shakespearianos!); el medio intelectual no es ni el diálogo ni el soliloquio, pero algo intermedio, que me pareció desagradable – la diatriba".

Uno vuelve, al leer estas entradas, a la idea de que el escritor tiene que interesarse "por todo". Ahora, ¿qué quiere decir interesarse por todo, como escritor? En el caso de Sontag, estudiar sin pausa las diversas manifestaciones del arte, la música, la política, la historia, la filosofía, la historia de la religión... Pero David Rieff, quizá sin darse cuenta, introduce una salvedad importante al contrastarla con el novelista John Updike: "Es imposible imaginar que [ella] afirmara que debía 'contar todo sobre Tucson' [...] del mismo modo en que Updike afirmó respecto de sus comienzos como escritor que tenía que 'contar todo sobre Shillington [...]', su pueblo natal." El problema es que, al escribir para definirse, "en diálogo conmigo misma, con los escritores vivos y muertos que admiro, con los lectores ideales..." (1962), Sontag desatiendía su relación con el mundo material. Demostraba las mejores cualidades de un novelista al escribir ensayos, considerando las ideas como personajes y retratándolas amorosamente; por desgracia, no demostraba el mismo grado de curiosidad al escribir novelas. Escribo, dice Sontag en 1957, "por egotismo. Porque quiero ser ese personaje, una escritora, y no porque haya algo que deba decir", lo cual es una afirmación bastante extraña. Difícilmente se le oiría a Updike, que tanto tuvo que decir sobre Sillington.

Que Sontag era consciente de esas limitaciones lo prueba una entrada crucial de diciembre de 1961: "El escritor debe ser cuatro personas:
1) El loco, el obsédé.
2) El tarado
3) El estilista
4) El crítico
1 suministra el material; 2 permite que aflore; 3 es el gusto; 4 es la inteligencia. Un gran escritor es los cuatro – pero puedes ser aún un buen escritor con 1) y 2) solamente; son muy importantes."

La intimación que flota por sobre esa lista es la de saberse mayormente 3) y 4). Y ahí reside quizá la tragedia privada de Sontag. Los diarios, como nota Rieff, fluctúan entre "el dolor y la ambición": dolor personal, ambición intelectual. Pero está también el dolor de la ambición. En Renacida aparece, contra los pronósticos de la autora, no una gran escritora de ficción, sino una ensayista ejemplar, que en la época en que termina esta selección puede escribir un diagnóstico como el siguiente: "Es tiempo de que la novela se convierta en lo que no es en Inglaterra y Estados Unidos: una forma seria de arte que las personas de gusto serio y refinado en otras ramas del arte puedan tomarse en serio" ("Nathalie Sarraute y la novela", 1962). A Sontag, cuya mejor novela sería un romance histórico, El amante del volcán, no le tocaría participar de esa revolución estética; pero nadie como ella para apreciar la seriedad del mandato

30.5.11

El ruido de las cosas al caer

"Hay un ruido que no logro, que nunca he logrado identificar: un ruido que no es humano o es más que humano, el ruido de las vidas que se extinguen pero también el ruido de los materiales que se rompen.Es el ruido de las cosas al caer desde la altura, un ruido interrumpido y por lo mismo eterno, un ruido que no termina nunca"
Portada de El ruido de las cosas al caer, novela de Juan Gabriel Vásquez.foto:editorial Alfaguara.

Precedida de los brillos y titulares del premio Alfaguara, y yo rompiendo mi conducta de avesado lector: no leer libros de premio, leí de una sentada; mejor, varias sentadas, porque el texto es tramador, y a uno no lo deja aburrirse. Así cumple su cometido, lo cual debe ser la esencial condición de toda novela: no aburrir al lector. Además, El ruido de las cosas al caer, hermoso y poético título cumple ya una vieja premisa básica que debe tener toda novela: hablarnos de las cosas que sólo la novela puede decirnos, y aquí se trata de la intimidad de las vidas de los personajes. Para más señas, que sufren las consecuencias de sus decisiones privadas que van a derivar en vidas que se frustran, donde nacen criaturas, y sus madres contaron una versión, lo más parecida a las historias de los cuentos infantiles que igualmente lo tiene.
El narrador nos cuenta el rollo de esas vidas atravesadas de mentiras. Frustraciones de una época signada por las bombas de lo que se llamó el narcoterrorismo y sus violencias. Tratándose de Colombia nunca se sabe qué grupo violento le dió por poner las bombas, así éstas también provengan de oscuros agentes del propio estado.Sobre todo miedo: el miedo de morir porque sí, al voltear cualquier esquina de una calle transitada como verdaderamente ocurrió en la ficción al narrador. Pero no nos relata un thriller en el mejor de los sentidos de una novela criminal.No. Antonio Yammara es un profesor universitario de derecho, ironia notable, por cierto;(la novela está llena de contrastes: Maya, es dueña de un apiario); que por ese gusto que muchos hombres comparten juegos, en este particular caso: el billar, se hace amigo de Ricardo Laverde, que está pintado muy bien como personaje eje de toda la trama novelesca. Y desarrolla la anécdota de este hombre enigmático, que con él, y en el pasado remoto de sus antepasados, se irá al principio de la aviación colombiana-la parte histórica muy sustancial, y bien contada del relato- y con ello nos va desgranando los episodios de cómo Colombia se fue por el despeñadero al poner a una generación y cruzarla en el ojo del huracán de un problema algido en los últimos treinta años: el inicio privado del narcotráfico y su contraparte:la guerra contra las drogas.
Y la presencia fantasmal, de Pablo Escobar Gaviria, tristemente célebre, por haber implementado el tráfico de cocaína en una escala industrial, y por consiguiente, ante su arrogancia criminal y sanguinaria ya por todos conocida y repudiada. Y de esa decadencia derivada en su hacienda en ruinas, es un hipopótamo cuya noticia de su sacrificio da la chispa para arrancar con el relato, donde el narrador hace vividos homenajes a la aviación: no son gratuitos los epígrafes de Saint- Exupéry y de la poesía de Aurelio Arturo. Con una prosa cuidada llena de aciertos literarios de singular belleza: "...quitó el forro de la mesa, no de un tirón, como lo hacen otros billaristas, sino doblándolo por partes, con meticulosidad, casi con afecto, como se dobla una bandera en un funeral de Estado"; de resonancias muy poéticas, en páginas tras páginas del relato, con un tono poético y poetizado que tiene mucho del tono de El otoño del patricarca, lo mismo el homenaje a esa otra novela que está equivocada en su portada con la letra e puesta adrede al reves, que es el portento bíblico de la narrativa latinoamericana titulada Cien años de soledad. Crítica elocuente a su ciudad, Bogotá: "ciudad de gente solapada y ladina".Las descripciones de los pisos térmicos de los climas de Colombia alcanzan una cierta poética de la humedad y el calor, ha propósito de la ola invernal que sufrimos recientemente.
Vásquez ha asumido con toda responsabilidad de novelista- si es que los novelistas tienen alguna responsabilidad social, que no es otra que escribir bien- la trama de una novela que inicia y sigue el hilo de contarnos los fragores íntimos que derivó el narcofráfico en muchísimas vidas, en una generación completa, en un país, que sufre el estigma como el lastre de ser una potencia universal en el tráfico de este alcaloide.
Pero aquí no se trata de una consabida trama detectivesca de una novela negra y criminal, sino en la investigación y puesta en escena de los episodios íntimos de unas vidas anónimas, que veían en los noticieros de televisión y oían en la radio el estallido de las bombas y los asesinatos de notables como una cosa ajena e indiferente; recoge, creo: algo así como nosotros de rumba mientras el país se derrumba, de allá afuera hasta que le toca en carne propia vivir y vivimos esta parte trágica y violenta en las vidas reflejadas desde la intimidad, que Vásquez lo hace con mano maestra.
Excelente novela para empezar a comprender este fenómeno, que aun sigue y seguirá siendo leitmotiv de análisis, en este caso de vidas humanas, como corresponde al territorio libre y extenso de una novela con mayúscula.

El ruido de las cosas al caer.Juan Gabriel Vásquez.Premio de Novela Alfaguara 2011. Editorial Alfaguara.259 páginas. 41.000 pesos

El ruido entusiasta de Vásquez llena de literatura la Feria del Libro

Ignacio Polanco destaca la acogida del Premio Alfaguara al autor colombiano
El colombiano Juan Gabriel Vásquez, durante la entrega del Premio Alfaguara y, a la derecha, Ignacio Polanco y Bernardo Atxaga.foto:Claudio Álvarez.fuente:elpais.com

Parte del murmullo de la gente dispersa por el parque se fue acercando a los jardines de Cecilio Rodríguez, del parque del Retiro, hasta concentrarse en su pabellón, y minutos después silenciarse para escuchar frases como "hemos recibido felicitaciones del mundo de la cultura española y latinoamericana", "un libro es bueno cuando crea una ensoñación y este crea una perfecta", "es mi novela más personal", "se ha hablado mucho del narcoterrorismo pero en ninguna parte constaban las emociones y su impacto en el alma"... Más pistas sobre el libro, risas por algunas anécdotas, más palabras, aplausos y otra vez el murmullo de la gente, esta vez sobre el mismo tema: la novela El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez, quien acababa de recibir el XIV Premio Alfaguara de Novela.

Este año el escenario de esa entrega cambió para convertirse en uno de los principales actos de la 70ª Feria del Libro de Madrid, en el Retiro. Aunque la Feria abrió el viernes con rayos y centellas de un aguacero, ayer el cielo era azul con pocas nubes extraviadas. Con voz afónica, Vásquez (Bogotá, 1973) agradeció el premio a Ignacio Polanco, presidente del Grupo PRISA, editor de EL PAÍS, y de la Fundación Santillana, y a Bernardo Atxaga, escritor y presidente del jurado. "No creo en las novelas como ejercicio de ombliguismo", reconoció el galardonado. "Creo en ellas como un canto sofisticado para llegar al lector, y este premio me permite contarles esta historia a más lectores de los que hubiera imaginado".

Minutos antes, Polanco había hablado de las muestras de afecto recibidas por este Alfaguara y contado cómo Vásquez había aprobado con éxito un reto: su paso por la Feria del Libro de Bogotá hace tres semanas. Luego, Atxaga citó a Rousseau con Ensoñaciones de un paseante solitario, y derivar su reflexión en la importancia que debe tener un libro a la hora de trasladar al lector a otro mundo.

En su turno, Juan Gabriel Vásquez recordó que hace dos meses, cuando Atxaga lo llamó por el anuncio del premio, lo que se le pasó por la cabeza fue aquella anécdota de Samuel Johnson, referida a un alumno que le envió una novela, y su respuesta fue: "Querido amigo, su novela es muy buena y muy original, pero la parte que es buena no es original y la parte original no es buena". Las risas rompieron el silencio... Vásquez aseguró que se trata de su novela más personal al contar lo que para su generación significó crecer con el miedo del narcoterrorismo en Bogotá. "Una novela que solo hubiera sido escrita ahora, después del 11-S y del 11-M, porque la gente se ha acostumbrado a vivir con el miedo. Como sociedad nos hemos acostumbrado a la vulnerabilidad".

Un lamento y una sensación que palpitan en El ruido de las cosas al caer, que narra la vida de dos hombres cuyos presentes y pasados trenzan 70 años de la historia de la penúltima Colombia. Combates de siempre, nacimiento del narcotráfico, su crecimiento y auge y su metamorfosis en narcoterrorismo en los años ochenta y primeros noventa. Pero todo eso es una presencia ausente porque la fuerza reside en las secuelas que ese estallido dejó en las personas. "Es una novela de personajes, de emociones, una historia de amor con el ruido de fondo del narcoterrorismo", resume Vásquez. Agrega que se habían registrado los muertos y todo tipo de daños físicos pero faltaba algo, y "es ahí donde entra el novelista como un notario de las emociones".

Una obra que trasciende su lugar geográfico y su tiempo en la medida en que aborda temas universales vividos a través de personajes que cobran vida en la novela con todo el arco de emociones, sentimientos, búsquedas, extravíos y sueños. Después de tantas pistas sobre El ruido de las cosas al caer, su autor cerró sus palabras dando las gracias a sus dos niñas "por no haber echado el edificio abajo mientras yo hablaba". Risas mezcladas con aplausos que precedieron al murmullo que luego salió al día luminoso del Retiro, de un premio de feria.

Una Feria del Libro (sin Corferias) en Corferias

Este artículo revisa a Corferias como sede de la Feria Internacional del Libro de Bogotá
Logosímbolo de la Feria Internacional de Bogotá.fuente:revistaarcadia.com
Vamos año tras año entendiendo la naturaleza de la Feria Internacional del libro de Bogotá: tiene algo de Feria de Buenos Aires (mucho público, compra al detal), algunas cosas de la de Guadalajara (algo de negocios y encuentros selectos) pero, por supuesto, aún está muy lejos de la madre, la Feria de Fráncfort (negocios, derechos y popstars). No obstante, para no empezar tan pesimista esta columna, la feria colombiana es potencia en el mundo andino. Con todo el respeto que merece esa integración soñada por el Libertador, nada más triste que las ferias de nuestros vecinos inmediatos: Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, países con ferias del libro que no consiguen mover un nivel mínimo de oferta editorial, que no son puntos de encuentro para el gremio y que cargan con una programación cultural desastrosa, con figurones como Walter Riso. La feria de Bogotá no es mala: pasan cosas, hay novedades, encontramos editoriales independientes, vienen figuritas no poco interesantes y, aunque sea un cliché, si uno hace la tarea, siempre se encuentra un buen libro. Claro, faltan más autores-estrella, pero la Feria ha hecho, de la mano de la Cámara, un buen trabajo para repotenciarla a nivel regional.

Sin embargo, creo que aún hay retos y que podríamos hacer escalar más peldaños al evento. Para ello hay que, entre muchas otras cosas, recomponer su forzoso matrimonio con Corferias, los dueños del galpón. Entre otras porque este monopolio ferial va por el camino desenfrenado del lucro y no entiende la especificidad de un evento de carácter cultural, cuya rentabilidad no puede medirse solo en millones pesos. Más que discutir en torno a los precios de alquiler de stands y a los de los tiquetes —ambos excesivos— debería preguntarse Corferias si son suficientes los auditorios, los puntos de información, los cafés y las plazoletas de comidas, esas que hoy en día siguen teniendo en los platicos desechables de lechona recalentada su más atractiva oferta.

Creo que no valen las amenazas de volver a pensar la feria fuera de Corferias. Es decir, pensar en una feria como la de Madrid: gratuita o volcada a la calle; o hacer una feria en una estructura de convenciones que no se sienta, como ocurre en Guadalajara, la primera feria del continente. Aquí, Corferias juega como monopolio y no hay qué más decir, salvo que no escucha, que es una empresa poco cooperativa, que solo se preocupa por vender hasta el agua del baño y que, para completar, es incapaz de leer un discurso aceptable de apertura, razón por la que año tras año debemos cabecear mientras rogamos que acabe rápido el ladrillazo del gerente corferial. ¿Por qué la Feria se inaugura con el discurso del arrendador? Es algo tan absurdo como si en una boda (una boda cara), el dueño de la casa de banquetes hablara antes y más largo que el notario, el cura y los padres de los novios. Quiero pedirle aquí un poco de discreción a Corferias, porque ellos no son el cura, ni el notario, ni los padres, ni los novios de esta boda, una boda que tiene como fin fortalecer los vínculos entre los distintos actores de la industria editorial: autores, editores, libreros y lectores. ¿Por qué más bien no se ocupa Corferias de racionalizar sus costos y de pensar, por ejemplo, en no cobrar a los estudiantes universitarios durante las jornadas profesionales? Que la empresa agite su manida responsabilidad social y que su director asista a la inauguración, pero en silencio.

Por supuesto, no todos los problemas son del banquetero. La Feria arranca, como lo señaló algún editorial recientemente, con un show político que sería un chiste en una feria como las de Bolonia o Nueva York que, comparativamente, son del mismo nivel que la nuestra. Una feria siempre debería arrancar con un escritor, lo que no es sencillo de entender en un país que venera las inauguraciones políticas; una feria debería tener menos eventos, dar relieve a los componentes académicos y literarios, intentar que los autores sean el centro del asunto. Este año, por ejemplo, el discurso del escritor ecuatoriano Abdón Ubidia fue estupendo, pues logró volvernos de nuevo lectores, que, a fin de cuentas, es lo que queremos ser en estas ferias.

Nota. Esta columna no compromete mi presencia en la junta de la Cámara del Libro, ni la presidencia de ASEUC, ni la dirección de la Editorial de la Pontificia Universidad Javeriana ni la vicepresidencia de la junta de administración de mi edificio Hojas de Acanto.

Trotski sigue dando que hablar

Dos biografías de más de 600 páginas sobre el líder político y teórico marxista permiten debatir sobre su obra y figura. Una de ellas, del británico Service, muy publicitada, oscila entre el examen poco sofisticado y el silencio interesado
Trotsky. Service detalla la vida del revolucionario, centrándose en cuestiones secundarias para la historiografía tradicional.foto.fuente:Revista Ñ

A los centenares de ensayos e investigaciones acerca de la vida, las ideas y la obra del líder político y teórico marxista revolucionario ruso León Trotski, se han sumado recientemente nuevos aportes, que plantean la posibilidad de volver sobre viejas cuestiones y promover nuevas reflexiones. Sólo entre 2009-2010 aparecieron tres extensos libros sobre este tema. Dos de ellos son biografías completas, de más de seiscientas páginas cada una: Trotski. Revolucionario sin fronteras , del francés Jean-Jacques Marie; y Trotski. Una biografía , del británico Robert Service. Asimismo, El caso León Trotsky. Informe de las audiencias sobre los cargos hechos en su contra en los Procesos de Moscú , hasta entonces inexistente en idioma español, fue publicado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones "León Trotsky" y el Instituto de Pensamiento Socialista de Buenos Aires, como parte de su ambiciosa empresa de reedición de las obras de dicha figura.

El libro de Service, el más promocionado de todos, viene siendo respaldado en ciertos ámbitos periodísticos y académicos, por representar una corriente historiográfica hoy muy en boga, básicamente hostil a la revolución rusa, entre cuyos representantes se cuentan Orlando Figes, Richard Pipes, Geoffrey Swain e Ian Thatcher. Conviene pues detenerse en un examen específico y riguroso de dicha obra.

Como miembro de la British Academy y catedrático de Historia Rusa en la Universidad de Oxford, Service viene dedicándose al pasado soviético y, en menor medida, al despliegue de la experiencia comunista a nivel internacional, desde hace más de treinta años. En la última década se han traducido al castellano algunos de sus más importantes y voluminosos libros, como Historia de Rusia en el siglo XX (2000), Rusia: experimento con un pueblo (2004) y Camaradas: breve historia del comunismo (2009), y su trilogía biográfica, formada por Lenin (2001), Stalin (2006) y el texto en cuestión, Trotski (2010). La principal novedad de esta obra es la consulta de las cartas, informes y documentos depositados en los archivos de la Hoover Institution (Universidad de Stanford), vinculados al propio Trotski, a sus seguidores o a los procesos en los que estuvo involucrado; a ello, se le suma la revisión de los papeles, mayoritariamente ya explorados por otros investigadores, guardados en la Universidad de Harvard y en el Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política.

Service ofrece un relato detallado de la vida del revolucionario ruso, que se centra en algunas cuestiones consideradas secundarias por la historiografía tradicional. Lo distintivo es el peso que el autor le confiere a los rasgos más íntimos del personaje, intentando desbrozar sus rasgos psicológicos, carácter, hábitos y la relación con sus familiares, amigos y colaboradores.

La imagen personal de Trotski que se desprende del libro de Service, más allá de conceder que era fascinante y excepcional, es básicamente condenada. En el retrato se señalan su enorme cultura e inteligencia, su extraordinario talento como orador y escritor, su energía y capacidad de trabajo, así como su valentía y compromiso con su causa. Pero la lista de defectos es abrumadora: vanidad, autocomplacencia, arrogancia, soberbia, hipocresía, demagogia, cinismo, doble moral, torpeza en las tácticas políticas, brutalidad en el trato a sus enemigos de clase. Se plantea que fue ingrato con su padre, abandonó fríamente a su primera mujer, fue desaprensivo frente a la precaria situación de su hija Zina antes de su suicidio y hasta irresponsable frente a su hijo Lev (en cuya muerte participaron los dispositivos criminales de Stalin).

En algunos tramos, el libro asume un sesgo psicológico superficial que dificulta el estudio de la complejidad de los dramas históricos en los que Trotski participó. La dimensión social pasa a segundo plano ante la descripción superficial de una serie de intrigas políticas. Los colectivos "masas", "proletariado", "burguesía" o "burocracia" (casi siempre puestos así, entre comillas, pues parece que al autor no le consta su existencia), no cobran vida en los grandes eventos, sino como invocación de los propios individuos bajo análisis.

Todo tiende a quedar subordinado a la reconstrucción de trifulcas por el prestigio y el control de aparatos de poder o a la enumeración de disputas de palacio entre elites e individuos. Por ejemplo, con gran esmero, Service logró convertir la breve descripción de las apasionantes convulsiones históricas en las que el biografiado intervino (revoluciones de 1905 y 1917, guerra civil, luchas con la naciente burocracia soviética), en relatos apocados y monótonos.

Esta apatía se complementa con un examen poco sofisticado acerca del complejo mundo de las ideologías en juego. El libro no ofrece los aportes que puede brindar una biografía político-intelectual, lo cual es una paradoja, pues el personaje que debía estudiarse descolló políticamente en el plano de las ideas. Más aún, Service ostenta una mezcla de incomprensión y desinterés por el universo conceptual del socialismo marxista. Cuando alude a éste como filosofía, teoría e ideología en su versión rusa y en boca de sus actores, tiende a presentárselos al lector como un compendio de dogmas esotéricos.

Trotski realizó varios aportes al pensamiento socialista: desde análisis políticos en sus múltiples temporalidades y dimensiones hasta incursiones en el ensayo historiográfico, económico, sociológico, filosófico y la crítica literaria. No obstante, casi ninguno de sus textos es valorado por Service objetivamente en cualquiera de los sentidos posibles, más allá del conocido juicio de su versatilidad y belleza estética (que reconoce en Mi vida e Historia de la Revolución Rusa ). En general, se sirve de pocas palabras para condenarlos, ya sea por su insubstancialidad, o por su falta de rigor o de basamento empírico, o por su tergiversación de la realidad.

Un puñado de oraciones ramplonas le alcanzan para referirse a una de las principales contribuciones de Trotski al pensamiento marxista: su concepción de la revolución permanente y el papel conductor de la clase obrera en el proceso histórico de los países económicamente atrasados (sintetizada en la obra homónima de 1930, pero ya esbozada un cuarto de siglo antes).

Hay negligencia por desentrañar tanto los orígenes de dicha teoría (anclados en una discusión dentro de la socialdemocracia alemana y rusa, que parece ignorarse, pues va mucho más allá de la conocida influencia de Parvus y conducen a los propios Marx, Engels, Kautsky, Mehring, Riazanov y Luxemburgo), como sus implicaciones para la reconstrucción del pensamiento estratégico de Trotski. Por otra parte, son de una liviandad exasperante las escasas referencias respecto a la naturaleza del "gran debate", desplegado en 1924-1926 entre éste último y los partidarios del "socialismo en un solo país" (Stalin y Bujarin). Lo mismo ocurre con los análisis y pronósticos que Trotski hizo sobre los problemas de la revolución china, los peligros del triunfo del nazismo, el exterminio de los judíos, el estallido de una nueva guerra mundial, los frentes populares (particularmente en la guerra civil española) o, más importante aún, la burocratización del estado soviético.

En el libro se articula una caracterización global que es indispensable discutir. El autor ya la había presentado en sus obras anteriores, ubicándolo, en un tronco común con la historiografía sobre la experiencia de la Revolución de Octubre antes aludida. Según Service, el bolchevismo fue una peculiar y quizás distorsionada interpretación y aplicación de las ideas marxistas al suelo ruso. Su resultado fue una revolución-conquista del poder, entendido como un acontecimiento más bien vacío de toda legitimidad popular y democrática, pues habría derrocado a un gobierno provisional que, si el lector se deja llevar por las bucólicas pinceladas de Service, bien hubiera merecido una mayor oportunidad histórica, dadas sus aparentes credenciales republicanas.

El autor advierte que lo que acabó moldeándose fue un despotismo totalitario, que no debió esperar al ascenso de Stalin para su desenvolvimiento, pues ya estaba inscrito en las raíces mismas del diagrama político pergeñado por Lenin (hay una manía casi infantil de siempre encontrar "terror" allí donde se planteaba la ineluctabilidad de la "dictadura del proletariado"). Se nos informa que Trotski compartía puntos comunes con aquella perversa matriz, sólo que disponía de libreto propio hasta 1917.

Desde ese entonces, fue un convencido aplicador de aquel sueño inevitablemente mutado en pesadilla, del que sólo comenzó a esbozar planteos críticos cinco o seis años después, al ser marginado de la toma de decisiones. Pero ya no pudo impedir que el sistema dictatorial en manos del más astuto Stalin lo derrotara, arrojándolo a la marginalidad y exterminándolo, con el beneficio, entonces, de otorgarle una imagen heroica que lo liberara de su responsabilidad en la creación del monstruoso experimento autoritario.

Service quiere justificar esta explicación y, en particular, ayudar a desmontar todo "falso retrato", rompiendo el halo de simpatía que rodea a Trotski en la memoria colectiva. Asegura que antes de ser reprimidos, él y sus seguidores fueron parte del terrorismo de estado soviético. En definitiva: Trotski no fue una alternativa, sino una variante de un fallido y trágico experimento histórico; el estalinismo fue la continuación, realista y natural, del proceso iniciado en 1917, y no su negación burocrática, contrarrevolucionaria y antisocialista, como afirma el trotskismo.

Desde Service, la lucha de esta corriente (presentada como un itinerario de ilusiones, insensateces y necedades) y el intento de aniquilación por el estalinismo devienen en accidentes históricos inexplicables. Se acaban borrando y confundiendo los límites entre víctimas y verdugos. Aquí no hay ingenuidad: el objetivo es el de pulverizar la posibilidad de toda crítica de izquierda marxista al estalinismo.

Lo notable es que la mayor parte de las afirmaciones de Service acerca de las supuestas concepciones de Trotski a favor del terror de estado como política estratégica (y no de autodefensa) se hacen sólo con frases de ocasión de éste y con datos imprecisos sobre los hechos. Quedan desestimadas las tendencias históricamente violentas de la sociedad rusa y europea en el contexto de la gran guerra de 1914-1918 (también de todos los grandes procesos de revolución, contrarrevolución y guerra en la historia mundial) y empequeñecida la brutalidad de las acciones clasistas de los ejércitos blancos y extranjeros. De este modo, este elemento nodal en la argumentación de Service, queda neutralizado por esa anemia empírica e indolencia interpretativa.

Esta operación, antes que impulsar, obstaculiza el legítimo ejercicio de reflexión que le presenta a la propia tradición teórica y política generada por la revolución y por el mismo Trotski para dar cuenta de los fenómenos ocurridos desde los momentos posteriores a la toma del poder: la tendencia al cercenamiento de la democracia obrera y la vitalidad de los soviets , la uniformización política o la creciente sustitución de la clase por el partido, que los bolcheviques pusieron provisoriamente en práctica a fin de asegurar la existencia del régimen y sostener un inminente proceso revolucionario mundial (que finalmente no triunfó), y que de medidas de excepción devinieron en permanentes.

En cambio, el volumen de Service termina gobernado por el juego de corroborar, y de sancionar, cuán lejos se hallaba Trotski del universo liberal-republicano y del orden capitalista. Se asombra e inquieta al comprobar "hasta qué punto (Trotski) era hostil a las ideas e instituciones de la democracia liberal" y tenía "la aguja del compás fija en la perspectiva del comunismo revolucionario".

Es obvio: el personaje histórico en cuestión, precisamente, era marxista. No había que esperar a leer más de 600 páginas para enterarse de ello. ¿Para qué juzgar exclusivamente al biografiado según convicciones extrañas a él, en vez de contrastar la eventual correspondencia o distancia entre sus ideas y las de la tradición ideológico-política en la que se inspiraba o entre aquellas y sus efectivos comportamientos y conductas? Como puede advertirse, el libro no se caracteriza por su originalidad conceptual ni por la proposición de planteos disruptivos. El uso de nuevas fuentes primarias y el exhaustivo relato condujo al autor al mismo lugar al que ya habían llegado hace mucho decenas de historiadores anticomunistas, liberales y conservadores (y ex estalinistas).

La finalidad parece ser la de interpelar a un lector no muy especializado en la materia, el cual no debería estar desprevenido de las intenciones ideológicas del investigador británico, convenientemente revestidas de desapasionada "objetividad histórica".

El joven Camus A los 29 años, publica El extranjero, su primera novela

Con el éxito del libro, comienza a dejar atrás la pobreza y los sufrimientos de su infancia y adolescencia
Albert Camus, autor de El extranjero.ilustración.fuente:adncultura.com


Meursault dice que estuvo una vez en París y la sintió muy ruidosa, que cuando vivía con su madre no tenían de qué hablar y después, cuando la visitaba en el asilo, se aburrían en silencio. Muy poco más informa Albert Camus sobre quién era el protagonista de El extranjero antes de recibir el célebre telegrama que abre la novela. Cuando Gallimard la publica, en octubre de 1942, Camus tiene 29 años. Hace tres que va y viene de París. Resulta imposible leer la novela desvinculada del pasado de su autor: transcurre en el mismo Argel donde él nació y se crió. Meursault desciende de europeos, como él, y bien puede tener su edad.

Meursault es y no es Camus. Las voces de ambos se fusionan en la descarnada sinceridad de la primera persona del singular. Imposible no imaginar el propio cuerpo (¡y rostro!) del autor. Si no fuera porque, al aparecer la novela, la madre de Camus todavía vive y porque Meursault termina en la guillotina, todo parece seguir la vida real del escritor. Locaciones, personajes, escenas y en especial la desidia existencial que irradia el personaje. Su condición de pied- noir en el París de principios de los años 40 y el título de la novela contribuyen a ese entrecruzamiento. A pesar de (o a causa de) que en ninguna oración aparece la palabra "absurdo", todas las acciones y razonamientos de Meursault responden al sentido que Camus le da al término.

A partir de su gran debut literario también se olvidan los años previos de Camus: de dónde viene, su familia, su formación y, gran incógnita, cómo logra, entre los 25 y 28 años, escribir desde esa madurez intelectual. Cómo puede ver la vida con tanta profundidad, tener esa prosa tan embriagadora.

La espina recién puede ser retirada en 1997, treinta y siete años después de su muerte, al conocerse El primer hombre . Autoconfesión biográfica en tercera persona, y bajo el álter ego de un joven llamado Jacques Cormery, en ella Camus radiografía sus orígenes, infancia, influencias. Esos borradores que el accidente fatal que sufrió en enero de 1960 le impidió terminar muestran la materia prima que lo convirtió en El extranjero .

Argelia de entreguerras: más de cien años de ocupación francesa, sangre europea en más del 10% de la población, en su mayoría, colonos asentados en la cuenca del Mediterráneo. Al sur de esa franja costera, el bled , extenso desierto sahariano: otro país. En las ciudades del norte, los lazos económicos y culturales con la metrópolis crecen a la par que el encono racial y las desigualdades sociales. Pied- noir no significa doble nacionalidad sino doble identidad: no ser de aquí ni de allí. Camus es hijo de ese abismo.

Y del que marca su familia Lucien Auguste Camus, el padre, de ascendencia alsaciana, compra y vende vinos en la provincia de Annaba. Durante la Primera Guerra Mundial sirve en el Primer Regimiento de zuavos, que pelea por Francia. Muere en la batalla del Marne (1914). Albert tiene dos años: del padre sólo recordará las cenizas que les envía el gobierno francés y que guardan dentro de una lata de galletitas. Su foto y su Cruz de Guerra lo miran desde un cuadrito en el comedor. Algo que le contó su abuela lo perseguirá en sueños toda la vida: su padre levantándose a la madrugada para asistir a la ejecución de un criminal famoso. La pesadilla siempre concluye con que vienen a buscarlo a él.

La rama materna desciende de españoles de las Baleares. Catherine Hélène Sintès, su madre, es una mujer parcialmente sorda y casi muda. Viven en Mondovi (hoy Dréan), un " petit Paris " a 800 km al este de Argel, en la provincia de El-Taref. Durante la guerra trabaja en una fábrica. Al enviudar, ella y sus dos hijos se mudan a Argel y se instalan en la casa de la abuela. Albert comparte el dormitorio con su hermano mayor, Lucien, y un tío soltero, Etienne. No hay baño, electricidad ni agua corriente. El toilette , un agujero en el piso, está en el patio. La cocina no tiene horno. A menudo él o su hermano deben cruzar la calle con la comida cruda para que un carnicero la cocine. El departamento queda en Belcourt, un barrio a metros de la casba.

Catherine limpia departamentos de vecinos. Casi no conoce el centro de Argel. La abuela, implacable, maneja la casa y controla la vida de los cinco, sobre todo la de su hija. En la calle, entre los bocinazos de los ómnibus y los chirridos del tranvía, se escucha hablar en francés, árabe, italiano, español, ladino... El olor a ajo, anís, pescado y frutas fermentadas se funde con el de las madreselvas y los jazmines. Para Albert, lo mejor del departamento es un estrecho balcón sobre la calle Lyon, desde donde se ve el café.

Lo mandan a una escuela cercana que recibe a todos, hijos de pequeñoburgueses, de familias sin recursos, pieds- noirs y musulmanes. Pobre entre los pobres, le toca un maestro de grado a la antigua, Louis Germain, mezcla de padre postizo y guía riguroso, que no tarda en descubrir en él a un "estudiante modelo, serio, reservado, responsable, de una sabiduría ejemplar".

Albert se diferencia del resto de la clase porque observa y recuerda hasta los mínimos detalles. Entiende todo, de todo rescata algo interesante, incluso el aburrimiento le parece un juego. También, como cualquier chico, tiene una barra de amigos, tira piedras, trepa a los árboles, juega a la pelota, come semillas secas de lupines.

El mar es el lado norte del barrio. El sol quema todos los días del año. Nadar en la bahía es una necesidad convertida en placer. En Camus, a romance , escribe Elizabeth Hawes:

Ninguno de sus compañeros de juegos en las calles de Belcourt vincula la felicidad con la seguridad material ni con un presunto estatus social. La felicidad no es otra cosa que esa inocencia infantil asociada al sol. Camus nunca dejará de idealizar ese estado.

Abuela y madre, en ese orden, quieren que al terminar la primaria, Albert siga el camino del hermano mayor y trabaje en la fábrica de barriles de Etienne. Germain va a verlas a la casa y las disuade. A regañadientes, sin entender para qué, Catherine inscribe a su hijo en el liceo. El maestro lo prepara para el ingreso. El liceo está en el centro de Argel, es un secundario exclusivo, sólo para alumnos destinados a entrar en la universidad. Lo espera otra clase de compañeros. En un formulario que debe llenar para la beca, Albert escribe que la profesión de su madre es ama de casa. Corrige: "mujer de limpieza". Un compañero le susurra: "Poné criada". Siente vergüenza y, en seguida, vergüenza de tener vergüenza. "[Jacques Cormery] nunca se recuperó de esa infancia feliz, del secreto de la luz, de esa cálida pobreza que le permitió sobrevivir y sobreponerse a todo", apunta Camus en El primer hombre .

Cada día puede ser el último

Hasta entonces pensaba que todo el mundo era como él. En el liceo descubre su singularidad. Aprende a hacer comparaciones. Es uno de esos alumnos denominados " de la Nation ", categoría reservada a hijos de colonos ricos, los que visten mejores ropas y viven en casas más grandes, sobre las colinas.

Al entrar en el liceo, Camus abandona a sus amigos y deja el lenguaje de la calle. El destino le pone por delante a otro ser generoso, Jean Grenier, un profesor de 31 años nacido en el mismo pueblo de Francia en el que había muerto su padre. Bajo su ala, descubre a Dostoievski, Tolstoi, los filósofos griegos, André Malraux? y al mismo Grenier, autor de Las islas , una exaltación de las bellezas y fuerzas feéricas del Mediterráneo.

Grenier le presta libros recién llegados de París, le cuenta anécdotas de la Primera Guerra Mundial y lo introduce en los temas filosóficos y literarios del momento: soledad, muerte, desesperación. Las lecturas lo ponen en contacto con la gravedad de la vida y reafirman en él, por sobre todo, una naciente determinación de escribir. El cuerpo se lo pide, como antes le pedía nadar.

Sólo otra pasión se equipara a la que tiene por los libros: el fútbol. En su diario, admite que cuanto sabe de moral se lo debe a ese deporte: "En la cancha nadie te pregunta si tu madre trabaja o si tienes hambre, si juegas bien o juegas mal". Moustique (Mosquito), como lo llaman los compañeros, juega en el Racing local. Atiende el juego desde el arco, solo y al mismo tiempo solidario con el equipo, una actitud que mantendrá en otros campos el resto de su vida.

En verdad, Albert encuentra su lugar en cualquier lugar. Se siente separado, no inferior. Para sobrevivir, camufla su vulnerabilidad con ironía, charme y cierta arrogancia que lo hace más simpático.

Encuentra un parecido entre la embriaguez que le produce bañarse en el mar y el anhelo de cultura que le despiertan las clases de filosofía de Jean Grenier. En Camus, una vida , Oliver Todd recoge una frase de Camus para su mentor: "Sin la mano afectuosa que le tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto".

Empieza a ver su sufrimiento como si fuera el de otro. Se considera bendecido por los dioses cuando, a los 17 años, el cuerpo le pasa un aviso. Durante un partido de fútbol pierde el aire y debe abandonar la cancha. Tose y escupe sangre. Le diagnostican tuberculosis pulmonar, ulcerocancerosa, hemotisis. "Cuatro meses de sobrevida si no te tratas." Ningún antibiótico puede curarlo, sólo el neumotórax. O sale bien o sale mal. Camus asume que puede morir. "¿Por qué me ataca esta enfermedad, a mí, que he nacido para el placer y la felicidad?", se pregunta. Por ser hijo de soldado muerto en guerra, consigue que lo atiendan gratis en el Hospital Mustapha, que posee los mejores equipos. Todos los días recibe inyecciones de aire en la pleura. Su rabia por vivir se impone sobre el pánico a morir. "Lo absurdo -escribirá- no es más que este enfrentamiento."

Se recupera en la casa, más confortable, de su tío Gustave Acault, un próspero carnicero anarcovolteriano que le suministra abundante carne roja. Acault es una figura popular en el Argel cultural, muy conocido por su amor a la política, los libros y la buena ropa. No tiene hijos e imagina a su sobrino al frente de su negocio. "Te ocupará poco tiempo y podrás escribir", le dice. En su biblioteca, Albert descubre a Anatole France, Emile Zola, Paul Valéry, James Joyce, André Gide. "Ahí comence a leer realmente", admitió muchas veces. Grenier le regala El dolor , de André de Richard. Lo devora en una noche. Al día siguiente se da cuenta de que conoce ese territorio que, además, puede ser contado.

Por culpa de la tuberculosis, no puede presentarse a la prueba de oposición para ser profesor. Además, los médicos le recomiendan estar al aire libre lo menos posible. Es el primer velo de lo trágico que se interpone entre el joven y el sol. Sus diarios registran esa etapa como "la escuela de la enfermedad". En los primeros ensayos, que escribe a los 19 años y publica a los 25 bajo el título El revés y el derecho , recoge este tipo de pensamientos: "El mal llega rápido y demora en irse", "Hay situaciones que empujan a ver la vida con ojos de un adulto", "No hay amor de vivir sin desesperación de vivir". También cuenta que su madre responde con indiferencia a su enfermedad. Forma de cubrir el sufrimiento o estrategia para seguir adelante con la vida, lo cierto es que Meursault hereda esa idiosincrasia familiar basada en "aclarar toda situación no hablando sobre ella".

Albert empieza a cuidar su aspecto, se peina como en los films negros de la época, anda por los cafés de la rue Michelet con su sombrero Borsalino, traje y medias blancas. Sus amigos son intelectuales, poetas, editores, arquitectos, escultores. Bebe anisette . Los fines de semana va a la playa y a los bailes de sábado por la noche. No muchas petites amies resisten su mirada oscura, introspectiva; él tampoco a ellas. A los 21 se casa con la hija de un medico oftalmólogo de clase alta y se van a vivir a una casa en las colinas. Simone Hié tiene 19 años y una belleza diabólica. Es adicta a la heroína. Al segundo año, Camus descubre que Simone mantiene relaciones sexuales con su médico a cambio de drogas y se separa.

Como reacción al mundo de Simone, se afilia al Partido Comunista. Los postulados de Marx y Engels lo tienen sin cuidado: pide coordinar la liga de militantes árabes. Dos años después, cuando el PC rompe con el Partido Popular Argelino, del líder independentista Messali Hadj, renuncia. Algunos dicen que "lo purgan".

Camus termina la Facultad de Filosofía, pasa una breve temporada de recuperación en una clínica del sur de Francia y, al volver, ingresa en el Argel Républicain, un diario de Pascal Pia, parisino, 10 años mayor que él, también huérfano de guerra. Hace periodismo como trabajo y como militante político. Sus columnas defienden a los proletarios, a los republicanos españoles y, sobre todo, a los musulmanes. Denuncian el abandono, los salarios de entre 6 y 10 francos por doce horas de trabajo. La geografía de esa esclavitud. Niños y perros peleándose por la misma basura. La miseria que hay en el interior de la miseria. "El sol no proporciona a todos la misma luz", escribe. Es el primero en hablar de justicia y dignidad para los kabylians (argelinos berberiscos).

Su serie de notas sobre un trabajador encarcelado por robar trigo se vuelve una causa célebre. La primera es una carta abierta al gobernador general escrita en primera persona. En las siguientes usa el nous para desenmascarar la mala conciencia de los ocupantes. Algunas de sus notas aparecen firmadas como Jean Meursault.

Pasa muchas horas en blanco en los tribunales. Las aprovecha para escribir en sus anotadores. Una entrada significativa, registrada ahí un día de 1938, dice: "Hoy murió mamá. O quizás fue ayer. No sé". Otra, días después: "Hay un solo caso en que la desesperación es pura, la de un hombre sentenciado a muerte".

En la segunda parte de El extranjero , durante el juicio, Meursault ve que uno de los periodistas presentes deja la lapicera y lo observa: "No veía más que los dos ojos, muy claros, que me examinaban atentamente, sin expresar nada definible. Y tuve la singular sensación de ser mirado por mí mismo". Un cameo del propio Camus. Del humanista que pedirá a todos los hombres ser abogados del hombre, no sus fiscales.

Con amigos, funda el Théâtre du Travail en unas barracas de Bab-El-Oued. El objetivo es concientizar y reunir fondos para los desocupados. Dirige El tiempo del desprecio , de André Malraux, uno de los primeros testimonios contra el nazismo. En el teatro, Camus descubre un espacio donde la vida reencuentra una dimensión encubierta. "El periodismo me sirve para decir en voz alta y sonora lo que mi obra, embrionaria, cuenta en profundidad para unos pocos."

De una ocupación a otra

La escalada de los hechos radicaliza lo que Camus escribe sobre ellos. Cuando las autoridades clausuran el Argel Républicain, pasa a escribir para el Soir Républicain. Al poco tiempo el gobernador francés también cierra ese diario y le prohíbe trabajar en cualquier otro medio. El Teatro del Trabajo ha sido disuelto por su puesta de una obra incendiaria, La revuelta de los mineros asturianos .

Trabaja de meteorólogo, entra como personal civil de la Prefectura de Argel, viaja por el interior como actor de radio, vende repuestos de automóviles, considera la posibilidad de suicidarse. En 1938 conoce a una muchacha de andar felino, oriunda de Orán, que enseña matemáticas y toca el piano: Francine Faure. Va a París y ahí se da cuenta de que quiere "amarla sin mesura". Regresa a Orán y se instala en casa de los padres de Francine. Da clases particulares, sobrevive, pero añora las calles de Argel, las playas de Sidi-Ferruch (donde Masson, el amigo de Meursault, pelea con los árabes), las ruinas romanas del litoral argelino, Tipassa y Djemila (donde el cielo, el mar, el silencio, manifiestan "lucidez e indiferencia, los auténticos signos de la desesperación y la belleza"), el cine continuado de la calle Lyon al que Meursault lleva a María Cardona a ver una de película de Fernandel?

Francia entra en guerra en septiembre de 1939. Intenta alistarse pero lo declaran inepto: otra vez la tuberculosis. De todos modos, siente que ha llegado la hora de decirle adiós a su madre, al sabor salitre de su piel, a su juventud. En marzo, cuando llega a París, el ejército alemán ya está ahí y el desmoralizado ejército francés no sabe qué hacer. Apunta en su cuaderno:

París está muerta. El peligro ronda por todas partes. Uno corre hacia su casa a laespera de la señal de alerta o algo así. Me detienen constantemente en la calle para pedirme mis documentos: ¡qué atmósfera encantadora!

Duerme en un hotelucho de Montmartre, entre chulos y prostitutas. No le importa comer mal, pasar frío, vivir sans un sou (sin un centavo). Lo sostiene un instinto de felicidad mediterránea, mezcla de luz, calor y sensualidad: "Siempre podré volver a tocar la felicidad [en Argel]. Quizás viaje por el mundo, pero lejos de mi ciudad refugio siempre estaré exiliado". Y un secreto: en 1937, al separarse de Simone, se casó de por vida con una decisión: trabajar en ciclos de tres proyectos literarios simultáneos. Tiene muy avanzados una novela, un ensayo y una obra de teatro.

Sentado en el café Les Deux Magots, cigarrillo entre los dedos, ojos casi cerrados, dientes apretados, recorta algunos tramos de un borrador que nació llamándose La muerte feliz , en el que un árabe suicida le pide a un tal Meursault ayuda para morir y éste se convierte en su asesino. Reescribe escenas dentro de una nueva estructura, que gira en torno a un hombre que mata por azar. Busca expresar un estilo de neutralidad y distanciamiento, más allá del bien y del mal, sin dejar en claro qué es justo, qué es falso. Lo obsesiona despojar el relato de toda hipocresía, especialmente la desarrollada para sobrevivir en la civilización burguesa.

¿Cuántos ejemplares pueden haber llegado a París de El revés y el derecho , un librito del que Les Vrai Richesses, una librería de Argel, tiró 350 en 1937? ¿O de las 120 brochures que imprimió de Bodas ? Quienes lo observan desde otras mesas no lo reconocen. Su piel morena y su acento lo delatan como pied -noir. Los nazis lo creen otro parisino: otro sospechoso. París, de todos modos, le permite escribir con continuidad.

Es lo único por encima de mí por lo cual le perdono todo a París, por haberme permitido vivir totalmente enclaustrado en lo que estoy escribiendo.

Antes de terminar el año ya se ha casado con Francine, reencontrado con Pascual Pia, que lo lleva consigo al vespertino Paris-Soir y lo introduce en la Resistencia. En marzo de 1941, los alemanes identifican numerosas células en las cuales operan intelectuales y periodistas. Pia traslada la redacción a Bordeaux. Camus sólo lleva una valija con camisas blancas, corbatas, el cepillo de dientes y varios manuscritos y cuadernos. Por milagro, el automóvil en el que viaja se salva de una bomba alemana. El folio con la novela va en su portafolios. Francine le envía dinero desde Orán. En un departamento desde donde ve el puerto, pule, reescribe, agrega párrafos en los márgenes. Días antes de darla por terminada, reaparece su tuberculosis.

Se recupera en Saint-Etienne, en el centro de Francia, cuando el original de El extranjero que ha hecho llegar a Pia, y éste a André Malraux, y éste a Michel Gallimard, se publica en París. Dos mil ejemplares se agotan en cinco meses. En octubre de 1942, cuando Gallimard reimprime otros 4000, también lanza El mito de Sísifo .

"Abril rojo", de Santiago Roncagliolo, gana el Independent Foreign Fiction

Reconoce a la mejor novela traducida publicada en el Reino Unido en el 2010, informó la editorial Alfaguara
Santiago Roncagliolo, autor de Abril rojo.foto:archivo.fuente:revistaarcadia.com

"Abril rojo", del escritor peruano Santiago Roncagliolo, ha ganado el Independent Foreign Fiction Prize (Premio Independiente de Ficción Extranjera) que se falla en Londres y reconoce a la mejor novela traducida publicada en el Reino Unido en el 2010, informó hoy la editorial Alfaguara.

"Abril rojo", ganadora del Premio Alfaguara 2006, se ha impuesto a otras obras destacadas como "El museo de la inocencia", de Orhan Pamuk, y "Yo maldigo el río del tiempo", de Per Petterson.

El Independent Foreign Fiction Prize es uno de los galardones británicos más prestigiosos que concede el diario "The Independent" y el Consejo de las Artes del Reino Unido.

En "Abril rojo", Santiago Roncagliolo hace una radiografía inmisericorde de Perú, contando la historia de un asesino en serie y ofreciendo el brutal, pero divertido, contraste entre la inocencia y la corrupción.

En 2009,este prestigioso galardón fue otorgado al escritor colombiano Evelio Rosero por su novela "Los ejércitos.

29.5.11

El cuento del domingo


Augusto Monterroso

Míster Taylor


-Menos rara, aunque sin duda más ejemplar -dijo entonces el otro-, es la historia de Mr. Percy Taylor, cazador de cabezas en la selva amazónica.

Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massachusetts, en donde había pulido su espíritu hasta el extremo de no tener un centavo. En 1944 aparece por primera vez en América del Sur, en la región del Amazonas, conviviendo con los indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar.

Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto llegó a ser conocido allí como "el gringo pobre", y los niños de la escuela hasta lo señalaban con el dedo y le tiraban piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el dorado sol tropical. Pero esto no afligía la humilde condición de Mr. Taylor porque había leído en el primer tomo de las Obras Completas de William G. Knight que si no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra.

En pocas semanas los naturales se acostumbraron a él y a su ropa extravagante. Además, como tenía los ojos azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular respeto, temerosos de provocar incidentes internacionales.

Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la selva en busca de hierbas para alimentarse. Había caminado cosa de varios metros sin atreverse a volver el rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la maleza dos ojos indígenas que lo observaban decididamente. Un largo estremecimiento recorrió la sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido, arrostró el peligro y siguió su camino silbando como si nada hubiera pasado.

De un salto (que no hay para qué llamar felino) el nativo se le puso enfrente y exclamó:

-Buy head? Money, money.

A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Taylor, algo indispuesto, sacó en claro que el indígena le ofrecía en venta una cabeza de hombre, curiosamente reducida, que traía en la mano.

Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en capacidad de comprarla; pero como aparentó no comprender, el indio se sintió terriblemente disminuido por no hablar bien el inglés, y se la regaló pidiéndole disculpas.

Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regresó a su choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria estera de palma que le servía de lecho, interrumpido tan solo por el zumbar de las moscas acaloradas que revoloteaban en torno haciéndose obscenamente el amor, Mr. Taylor contempló con deleite durante un buen rato su curiosa adquisición. El mayor goce estético lo extraía de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irónicos que parecían sonreírle agradecidos por aquella deferencia.

Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor solía entregarse a la contemplación; pero esta vez en seguida se aburrió de sus reflexiones filosóficas y dispuso obsequiar la cabeza a un tío suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York, quien desde la más tierna infancia había revelado una fuerte inclinación por las manifestaciones culturales de los pueblos hispanoamericanos.

Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió -previa indagación sobre el estado de su importante salud- que por favor lo complaciera con cinco más. Mr. Taylor accedió gustoso al capricho de Mr. Rolston y -no se sabe de qué modo- a vuelta de correo "tenía mucho agrado en satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le solicitó otras diez. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de poder servirlo". Pero cuando pasado un mes aquél le rogó el envío de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y barbado pero de refinada sensibilidad artística, tuvo el presentimiento de que el hermano de su madre estaba haciendo negocio con ellas.

Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda franqueza, Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta cuyos términos resueltamente comerciales hicieron vibrar como nunca las cuerdas del sensible espíritu de Mr. Taylor.

De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr. Taylor se comprometía a obtener y remitir cabezas humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr. Rolston las vendería lo mejor que pudiera en su país.

Los primeros días hubo algunas molestas dificultades con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston había logrado las mejores notas con un ensayo sobre Joseph Henry Silliman, se reveló como político y obtuvo de las autoridades no sólo el permiso necesario para exportar, sino, además, una concesión exclusiva por noventa y nueve años. Escaso trabajo le costó convencer al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que aquel paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la comunidad, y de que luego luego estarían todos los sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada vez que hicieran una pausa en la recolección de cabezas) de beber un refresco bien frío, cuya fórmula mágica él mismo proporcionaría.

Cuando los miembros de la Cámara, después de un breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se dieron cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la patria y en tres días promulgaron un decreto exigiendo al pueblo que acelerara la producción de cabezas reducidas.

Contados meses más tarde, en el país de Mr. Taylor las cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos recordamos. Al principio eran privilegio de las familias más pudientes; pero la democracia es la democracia y, nadie lo va a negar, en cuestión de semanas pudieron adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela.

Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase por un hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas y, con ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas llegó a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos elegantes fueron perdiendo interés y ya sólo por excepción adquirían alguna, si presentaba cualquier particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un general bastante condecorado, fue obsequiada al Instituto Danfeller, el que a su vez donó, como de rayo, tres y medio millones de dólares para impulsar el desenvolvimiento de aquella manifestación cultural, tan excitante, de los pueblos hispanoamericanos.

Mientras tanto, la tribu había progresado en tal forma que ya contaba con una veredita alrededor del Palacio Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los domingos y el Día de la Independencia los miembros del Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy serios, riéndose, en las bicicletas que les había obsequiado la Compañía.

Pero, ¿que quieren? No todos los tiempos son buenos. Cuando menos lo esperaban se presentó la primera escasez de cabezas.

Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta.

Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El Ministro de Salud Pública se sintió sincero, y una noche caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un ratito el pecho como por no dejar, le confesó a su mujer que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un nivel grato a los intereses de la Compañía, a lo que ella le contestó que no se preocupara, que ya vería cómo todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran.

Para compensar esa deficiencia administrativa fue indispensable tomar medidas heroicas y se estableció la pena de muerte en forma rigurosa.

Los juristas se consultaron unos a otros y elevaron a la categoría de delito, penado con la horca o el fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta más nimia.

Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal, alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho calor", y posteriormente podía comprobársele, termómetro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequeño impuesto y era pasado ahí mismo por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compañía y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes.

La legislación sobre las enfermedades ganó inmediata resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo Diplomático y por las Cancillerías de potencias amigas.

De acuerdo con esa memorable legislación, a los enfermos graves se les concedían veinticuatro horas para poner en orden sus papeles y morirse; pero si en este tiempo tenían suerte y lograban contagiar a la familia, obtenían tantos plazos de un mes como parientes fueran contaminados. Las víctimas de enfermedades leves y los simplemente indispuestos merecían el desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera podía escupirle el rostro. Por primera vez en la historia fue reconocida la importancia de los médicos (hubo varios candidatos al premio Nóbel) que no curaban a nadie. Fallecer se convirtió en ejemplo del más exaltado patriotismo, no sólo en el orden nacional, sino en el más glorioso, en el continental.

Con el empuje que alcanzaron otras industrias subsidiarias (la de ataúdes, en primer término, que floreció con la asistencia técnica de la Compañía) el país entró, como se dice, en un periodo de gran auge económico. Este impulso fue particularmente comprobable en una nueva veredita florida, por la que paseaban, envueltas en la melancolía de las doradas tardes de otoño, las señoras de los diputados, cuyas lindas cabecitas decían que sí, que sí, que todo estaba bien, cuando algún periodista solícito, desde el otro lado, las saludaba sonriente sacándose el sombrero.

Al margen recordaré que uno de estos periodistas, quien en cierta ocasión emitió un lluvioso estornudo que no pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al paredón de fusilamiento. Sólo después de su abnegado fin los académicos de la lengua reconocieron que ese periodista era una de las más grandes cabezas del país; pero una vez reducida quedó tan bien que ni siquiera se notaba la diferencia.

¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido designado consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora, y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual, contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el sueño porque había leído en el último tomo de las Obras completas de William G. Knight que ser millonario no deshonra si no se desprecia a los pobres.

Creo que con ésta será la segunda vez que diga que no todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del negocio llegó un momento en que del vecindario sólo iban quedando ya las autoridades y sus señoras y los periodistas y sus señoras. Sin mucho esfuerzo, el cerebro de Mr. Taylor discurrió que el único remedio posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas. ¿Por qué no? El progreso.

Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera tribu fue limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr. Taylor saboreó la gloria de extender sus dominios. Luego vino la segunda; después la tercera y la cuarta y la quinta. El progreso se extendió con tanta rapidez que llegó la hora en que, por más esfuerzos que realizaron los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a quienes hacer la guerra.

Fue el principio del fin.

Las vereditas empezaron a languidecer. Sólo de vez en cuando se veía transitar por ellas a alguna señora, a algún poeta laureado con su libro bajo el brazo. La maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, haciendo difícil y espinoso el delicado paso de las damas. Con las cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron del todo los alegres saludos optimistas.

El fabricante de ataúdes estaba más triste y fúnebre que nunca. Y todos sentían como si acabaran de recordar de un grato sueño, de ese sueño formidable en que tú te encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al día siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te hallas con el vacío.

Sin embargo, penosamente, el negocio seguía sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por el temor a amanecer exportado.

En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la demanda era cada vez mayor. Diariamente aparecían nuevos inventos, pero en el fondo nadie creía en ellos y todos exigían las cabecitas hispanoamericanas.


Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desesperado, pedía y pedía más cabezas. A pesar de que las acciones de la Compañía sufrieron un brusco descenso, Mr. Rolston estaba convencido de que su sobrino haría algo que lo sacara de aquella situación.

Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de niño, de señoras, de diputados.

De repente cesaron del todo.

Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido aún por la gritería y por el lamentable espectáculo de pánico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidió a saltar por la ventana (en vez de usar el revólver, cuyo ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un paquete del correo se encontró con la cabecita de Mr. Taylor, que le sonreía desde lejos, desde el fiero Amazonas, con una sonrisa falsa de niño que parecía decir: "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer."

Augusto Monterroso nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, capital de Honduras. Sin embargo, a los 15 años su familia se estableció en Guatemala y desde 1944 fijó su residencia en México, al que se trasladó por motivos políticos.

Narrador y ensayista, empezó a publicar sus textos a partir de 1959, año en que se publica la primera edición de Obras completas (y otros cuentos), conjunto de incisivas narraciones donde comienzan a notarse los rasgos fundamentales de su narrativa: una prosa concisa, breve, aparentemente sencilla que sin embargo está llena de referencias cultas, así como un magistral manejo de la parodia, la caricatura y el humor negro. Tito, como lo llamaban sus allegados, el gran hacedor de cuentos y fábulas breves, falleció el 6 de febrero de 2003.

Es considerado como uno de los maestros de la mini-ficción y, de forma breve, aborda temáticas complejas y fascinantes, con una provocadora visión del mundo en el universo y una narrativa que deleita a los lectores más exigentes, haciendo habitual la sustitución del nombre por el apócope.[cita requerida] Entre sus libros destacan además: La oveja negra y demás fábulas (1969), Movimiento perpetuo (1972), la novela Lo demás es silencio (1978); Viaje al centro de la fábula (conversaciones, 1981); La palabra mágica (1983) y La letra e: fragmentos de un diario (1987). En 1998 publicó su colección de ensayos La vaca.

Su composición Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, está considerada como el correveidile más breve de la literatura universal. En 1970 ganó el premio Magda Donato, en 1975 el Premio Xavier Villaurrutia por Antología personal,1 y en 1988 le fue entregada la condecoración del Águila Azteca, por su aporte a la cultura de México. En 1997 el Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala le otorgó el Premio Nacional de Literatura "Miguel Ángel Asturias". En 2000 le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en reconocimiento a toda su carrera.2

Obras

Ver también:
foto:internet.Semblanza biográfica:Wikipedia.Texto:ciudadseva.com