30.11.10

Vericuetos que tiene el amor

El escritor Roberto Burgos Cantor publica su nueva novela, Ese silencio

Roberto Burgos Cantor, autor colombiano que presenta su nueva novela. Ese silencio.foto.fuente:vive.in

La última novela del escritor cartagenero no es la excepción a su regla: primero la estética y después lo demás. Con Ese silencio Roberto confirma que no es lícita la distinción entre poesía y prosa, pues cuenta su historia al amparo de lo poético; bástenos esa primera imagen de María de los Ángeles oteando el horizonte desde un muro de piedra, para comprobarlo: "... mira el mar o la lejanía que para ella son lo mismo. Siente que nunca se embarcará en las lanchas que van, vienen y alguna vez no vuelven. Esto le pone a brincar el corazón. Sapo enjaulado, infla y encoge la piel gruesa del lomo y se brota de puntos lechosos".

Una vez que el hombre a quien espera manda por ella, ingresará a su extenso catálogo de conquistas ("Decían que tenía setenta y tres hijos de vientres distintos y en ningún momento los dejó en el desamparo") El Seductor es un médico ya viejo, que, como don Giovanni, no hace distingos de pieles ni edades a la hora de sembrar semilla en cada vientre, y la colegiala se le entrega sin remilgos. Encarnación, la criada de aquél, apenas atinó a decir cuando la recibió "pero si es una creatura", y le preparó la comida como si nada. Y, también como si nada, Escolástica, la madre de María de los Ángeles, viaja para asistirla en su maternidad casi infantil y a reconocer a su nieto. Todo lo que a ojos de un lector desprevenido podría parecer escandaloso, sucede en la novela de Burgos como si nada, porque su lenguaje poético y su escritura cargada de ritmo y sonoridad, todo lo atempera, lo vuelve literatura.

Así como en su anterior entrega, Roberto examina la soledad y el desamor en mujeres que sobreviven como pueden en Bogotá, en esta novela muestra los vericuetos del amor a través de un 'lolitero' que, cuando reconoce a su nuevo hijo, le regala unos botines que le quedan grandes. Puerto escondido - San Luis - Cartagena, es la ruta de la nueva aventura literaria de Burgos, pespunteada de costumbrismos, bailes y canciones, café en agua de toronjil; brisa y calor, y "ese silencio" de quien otea a la orilla de mar.

Sobre el autor

Roberto Burgos Cantor nació en Cartagena de Indias en 1948. Su primer cuento, "La lechuza dijo el réquiem, apareció en la revista Letras Nacionales en 1965. Fiel a la tradición colombiana, fue publicando cuentos en periódicos y revistas hasta 1981, año en que salió Lo Amador (cuentos), libro que tiene tres ediciones y cuyo misterio consiste en que se sigue leyendo y comentando.

Desde entonces ha construido un universo propio, en el cual sobresalen lo experimental como renovación del relato y una conciencia del lenguaje que logra volverlo personaje y construir emblemas con la palabra. Todo ello en medio de la tensión entre una naturaleza sensual, luminosa y rebosante de vida, y un mundo desesperanzador donde impera la radicalidad de las verdades últimas.

Su obra está formada por cinco libros de cuentos: 'Lo Amador', 'De gozos y desvelos', 'Quiero es cantar', 'Juegos de niños', 'Con las mujeres no te metas o macho abrázame otra vez' y 'Una siempre es la misma'; un libro de testimonio: 'Señas particulares', y cuatro novelas: 'El patio de los vientos perdidos', 'El vuelo de la paloma', 'Pavana del ángel' y 'La ceiba de la memoria', que resultó finalista del Premio Rómulo Gallegos y ganadora del Premio de Narrativa Casa de las Américas 2009


(La presentación de Ese silencio será este miércoles, primero de diciembre, a las 7 p.m., en la Biblioteca Fundadores del Gimnasio Moderno de Bogotá, Carrera 9 No. 74-99. Entrada gratuita. Acompañarán al autor los profesores Jorge Iván Parra, Patricia Trujillo y la cantante Toto la Momposina).

Se suicida el cineasta italiano Mario Monicelli

Era considerado el padre de la llamada comedia all'italiana, que se especializó en contar historias agridulces. Padecía un cáncer de próstata en fase terminal

Mario Monicelli, padre de la Comedia a la italiana.foto:Wikipedia.fuente:lavanguardia.es

El cineasta italiano Mario Monicelli se suicidó, a los 95 años, lanzándose desde el quinto piso del Hospital San Juan de Roma, donde permanecía ingresado aquejado de un cáncer de próstata en fase terminal, según informaron fuentes del centro médico.

El cadáver de Monicelli (Viareggio, 1915) fue encontrado cerca de la entrada de urgencias del hospital, en el que el cineasta, considerado uno de los maestros de la comedia italiana, permanecía ingresado desde ayer en la planta de Urología.Unos trabajadores del Hospital San Juan de Roma fueron los que encontraron el cadáver de Monicelli, cuyo padre, Tomaso, conocido escritor y periodista, también se quitó la vida en 1946.

Poco después de conocerse la noticia, la presidenta de la región del Lacio (cuya capital es Roma), Renata Polverini, se dirigió hasta el hospital, donde manifestó el "profundo dolor" que le producía la "trágica muerte" del cineasta.

"Monicelli deja un gran vacío. Perdemos a un extraordinario director, autor de inolvidables filmes de la comedia a la italiana. Su suicidio nos deja a todos atónitos. A su familia transmito mis profundas condolencias y las de la región del Lacio", comentó a los medios de comunicación italianos Polverini.

La dedicación de Monicelli al cine empezó cuando aún iba a la universidad. A los veinte años presentó en la Exposición de Arte Cinematográfico de Venecia una adaptación suya de Los chicos de la calle Paal.

Al año siguiente consiguió entrar, aunque tímidamente, en el cine profesional, trabajando con Gustav Machaty en Bailarinas. Monicelli tuvo primero cometidos de escasa importancia, pero pronto pasó a secretario de edición y más tarde asistente de dirección.

Como tal, siguió a Augusto Genina a Africa para la realización de Escuadrón Blanco. Luego trabajó con otros directores, al tiempo que destacaba como guionista, colaborando en películas importantes como La hija del capitán",
Juventud perdida, En nombre de la ley, La brigada Musolino, y Arroz amargo.

Después de este largo periodo de formación, Monicelli debutó como director en colaboración con Steno, en 1949.A mbos realizaron ocho películas, casi todas cómicas e interpretadas por Totó. Estas obras se caracterizan por un humorismo rico en escenas originales, aunque mecánico.

La más destacada es Guardias y ladrones, de 1951. Concluida su colaboración con Steno, Monicelli dejó a un lado el género cómico. La primera película que dirigió solo fue también interpretada por Totó en 1954. Se tituló Totó y Carolina, pero era una obra de abierta polémica social.

El mismo año hizo Prohibido. Un héroe de nuestro tiempo" de 1955, posee una vena cómica que desemboca en la sátira costumbrista; y Donatella" de 1956, que abordaba con éxito la comedia romántica, fue premiado en el Festival de Berlín.

En 1956 dirigió también Padres e hijos y en 1957 El médico y el curandero. En estas obras, Monicelli consigue un perfecto equilibrio entre lo cómico, lo polémico y lo patético. Los desconocidos de siempre supuso el descubrimiento de Vittorio Gassman como actor cómico.

Rufufú
, de 1958, tuvo gran éxito, así como La gran guerra" de 1959, hecha en clave cómico-patética que cuenta la historia de dos soldados cobardes que acabaron muriendo como héroes.

La película ganó el León de Oro del Festival de Venecia y fue candidata al Oscar. Después de Risas de Alegría (1960), Monicelli volvió al film popular con Los compañeros, ganadora del Festival de Mar del Plata en 1963.

En 1965 dirigió Casanova 70 y al año siguiente, La armada Brancaleone" que fue un éxito de taquilla. La chica de la pistola, de 1968, tiene un carácter humorístico y amargo al mismo tiempo.

Es una cinta cómica y costumbrista que se sitúa al margen de los esquemas preexistentes.En 1971 dirigió a Sofía Loren en La Mortadela, una sátira sobre la burocracia aduanera. En los años siguientes dirigió varias películas en colaboración con otros directores.

De esta etapa son Habitación para cuatro (1974), Caro Michele (1975), La goduria (1976), Un pequeño burgués (1978), Que viva Italia (1978). En 1979 dirigió Viaje con Anita, en 1980 Rosy, el huracán; y en 1981, Habitación de hotel.

En 1987 fue homenajeado en la Mostra de Cinema del Mediterrani, celebrada en Valencia.Mario Monicelli, que cuenta con una carrera de más de cuarenta películas, es considerado uno de los padres de la llamada comedia a la italiana. En 1988, sufrió un accidente de coche mientras rodaba en Roma El oscuro Mal.

Matute:"Me encantaría escribir novela negra pero no me sale"

Jamás ha sido capaz de escribir una novela negra

Ana María Matute, ganadora del Premio Cervantes de Literatura. foto:AFP.fuente:elmundo.es
Escribe desde los cinco años y, aunque ha jugado con la fantasía y el terror (lo suyo siempre han sido las leyendas, los monstruos, las princesas olvidadas), jamás ha sido capaz de escribir una novela negra. "Me encantaría, pero no me sale", admite Ana María Matute, distinguida esta semana con su adorado Premio Cervantes y sillón K de la Real Academia Española. A sus 84 años mantiene intacta su pasión por el misterio y confiesa que lee más novela negra "que otra cosa".

Entre sus favoritos figura Henning Mankell, el creador del mítico Kurt Wallander, el detective sueco que más corazones (de amantes del género) ha robado en la última década. Inspector al borde de la jubilación, Wallander es una especie de álter ego del propio Mankell: tiene su misma edad, comparte su afición por la naturaleza y la ópera y no lleva nada bien que el mundo se esté convirtiendo en un lugar horrible.

Y si tiene que señalar a una dama del crimen, Ana María Matute elige entre todas a Elizabeth George, una norteamericana que sitúa sus historias en Gran Bretaña (admiradora como es de Agatha Christie), y a la que la crítica maltrata a menudo. Es responsable de las aventuras del detective Thomas Lynley (un aristócrata metido a agente de Scotland Yard), que no se lleva nada bien con su jefa, la sargento Barbara Havers, todo un carácter.

"Aún no he tenido la oportunidad de leer a Larsson, asegura Matute, que sin embargo conoce muy bien la obra de Michael Connelly, otro de sus escritores 'negros' favoritos. Fan de Raymond Chandler, Connelly rinde tributo a El Bosco con su detective Harry Bosch (cuyo nombre completo es el mismo que el del pintor neerlandés: Hieronymus Bosch). Autor de más de una veintena de novelas, la carrera de Connelly arrancó en 1992 con la publicación de 'El Eco Negro'.

"Me gusta la novela negra porque también es crónica social", asegura Matute, para quien las bases del género las acabó de asentar Georges Simenon. "Creo que está todo ahí, pero considero exagerado que lo comparen con los rusos, con Dostoievski y los demás, porque los rusos son mucho mejores", añade la escritora, que no piensa dejar de escribir. Y mucho menos, de leer novela negra.

Lo que hay que saber del español

El valor económico de nuestra lengua, el número de los que la hablan, las palabras que la componen, su presencia en Internet. Expertos analizan la potencia y vitalidad de este idioma

Contemporáneos, instalación de la artista Alicia Martín, incluida en la exposición La fuerza de la palabra.foto.fuente:elpais.com

Amistosa y receptiva. Esa es quizá la principal característica del ADN de la lengua castellana, ser muy amigable a otros sonidos y lenguas. Y eso es, precisamente, lo que le ha servido para crearse, evolucionar y expandirse. Un idioma de mil años, cuyo embrión procede del siglo III antes de Cristo con el latín vulgar del Imperio Romano, propagado y decantado por la península Ibérica durante 12 o 13 siglos, hasta que entre finales del siglo X y comienzos del XI se escriben las Glosas Emilianenses, textos bautismales, escritos en lengua romance guardados en el monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla, en La Rioja (España). Luego, Alfonso X el Sabio (1252-1284) lo afianzaría al aceptar la escritura de obras importantes en esa lengua. Hasta que llega el descubrimiento de América, en 1492, y con él una segunda vida donde la clave es el mestizaje interminable. Varios expertos trazan el mapa genético del idioma y su futuro.

JOSÉ ANTONIO PASCUAL

Vicedirector de la RAE y catedrático de Lengua Española en la Universidad Carlos III de Madrid, además de director del Nuevo diccionario histórico de la lengua española.

P. ¿Cuántas palabras tiene el castellano? ¿Qué posición ocupa el español en número de palabras respecto a otros idiomas?

R. El diccionario de la RAE contiene 88.000 palabras. El de americanismos 70.000; pero en este último aparecen muchas variantes que en el diccionario académico ocuparían una sola entrada, como guaira, huaira, huayra, waira, wayra, guayra. Se suele estimar el léxico de una lengua añadiendo un 30% al de los diccionarios. En cuanto a la posición del español en número de palabras, solo puede responderse con respecto a las que aparecen en los diccionarios y para ello basta con comparar las 150.000 de nuestro Diccionario histórico con las 350.000 del Oxford.

P. ¿Se distorsiona el español con la influencia del inglés por temas como la informática?

R. No me parece que haya "distorsión" cuando se adopta intencionadamente un término técnico o científico, compartiéndolo con otras lenguas. Ciertamente, en la incorporación de palabras extranjeras pueden presentarse problemas, pero no es menos cierto que a las lenguas no les viene mal la convergencia entre ellas: sobre todo si es buscada. ¿Qué ganaríamos con rechazar un término científico que se emplee en inglés, francés, catalán e italiano aislándonos con una creación exclusiva nuestra?

P. ¿Cuáles son los principales vehículos dinamizadores de divulgación y potenciación de nuestra lengua?

R. Ante todo influye la idea que los hablantes de otras lenguas se hacen de la nuestra. Para ello sirven de muy poco las campañas de imagen y mucho la fuerza de nuestra cultura, a la que pertenece una literatura que cuenta con varios premios Nobel. Serviría aún más que en los distintos países de habla española tuviéramos varios premios Nobel de química, física o medicina, que nuestras economías fueran competitivas y que aumentara de año en año la calidad de nuestros sistemas políticos.

CARMEN CAFFAREL

Directora del Instituto Cervantes.

P. ¿Cuál es la proyección del español en el mundo? ¿Número de hablantes y proyección para el año 2030? ¿Y cuál es su posición global?

R. Todas las fuentes demolingüísticas clasifican la lengua española como la segunda más hablada del mundo, con alrededor de 400 millones de hablantes nativos, detrás del chino mandarín y por delante del inglés y del hindi/urdu. El alemán y el francés se incluirían en el grupo de las que tienen entre 50 y 100 millones de hablantes. Y los estudios de prospectiva están de acuerdo en que el inglés, el español y el chino serán las tres lenguas de comunicación internacional durante el siglo XXI.

P. ¿Ha cambiado la imagen del español en los últimos años?

R. De manera profunda, y esa es una de las razones esenciales de su crecimiento como lengua de comunicación internacional. Ahora mismo se ve como un idioma práctico y útil, gracias a su poderío demográfico, a que es la lengua de más de 20 países y a su fuerte implantación en lugares clave como Estados Unidos. La gente lo aprende porque le resulta rentable y es una buena inversión para su futuro profesional, sobre todo en el caso de los jóvenes.

P. ¿Cuánto cuesta divulgar y enseñar el español en el mundo?

R. El Cervantes tendrá el próximo año 103 millones de euros, pero también desarrollan una gran labor los ministerios de Educación y de Exteriores, así como las universidades. A ellos hay que sumar los gobiernos de países como Brasil, Filipinas, Francia o Italia, que invierten para que sus ciudadanos más jóvenes tengan un aprendizaje de calidad de la lengua española.

P. ¿En qué países crece más?

R. El desarrollo del español en Estados Unidos es espectacular. Se trata del segundo país -será el primero en 2050- en número de hispanohablantes tras México, y donde el crecimiento como segunda lengua resulta más significativo: cada año se incorpora más de un millón y medio de nuevos hablantes. Ahora bien, si pensamos en el español como lengua extranjera, hay que dirigir la mirada a Brasil. Con la entrada en vigor de la ley del español se ha pasado de un millón a cinco millones de estudiantes en apenas un lustro.

EDUARDO LAGO

Director del Cervantes de Nueva York.

P. ¿Cuál es la realidad del español en Estados Unidos y cuál su proyección?

R. La realidad es que no es una lengua extranjera en Estados Unidos, sino una lengua materna que llegó a este territorio antes que el inglés y que, históricamente, nunca ha estado fuera del mapa. En 1848, con la firma del tratado de Guadalupe-Hidalgo, en virtud del cual México cede la mitad de su territorio al vecino del norte, una inmensa masa de hispanohablantes queda circunscrita en Estados Unidos, y con ella toda la topografía que conocemos: San Francisco, Nevada, Colorado... Dando un salto en el tiempo, las últimas décadas del siglo XX se caracterizan por una expansión del español por todo el territorio hasta los enclaves más remotos. El país se hispaniza en una proporción que oscila entre un 10% y un 50% en Florida, por ejemplo. El fenómeno último del siglo es el inicio de una cualificación de los hispanohablantes. A mediados del siglo XXI Estados Unidos será el primer país del mundo en cuanto a número de hispanohablantes, lo cual lo convertirá en la última frontera del idioma: el país más potente del mundo será el más potente también entre los países hispánicos. Hablo de fuerza cultural además de económica.

P. ¿Cómo es la relación de fuerzas entre el español y el inglés?

R. Se trata de una coexistencia pacífica y fructífera. El panorama acabará siendo: Estados Unidos país bilingüe, con una proporción de 3 a 1 a favor del inglés. Lo que pasa es que el español, lengua americana por excelencia, primera lengua de América, está empujando por el Norte y por el Sur: por el Norte está abriéndose paso en Estados Unidos como lengua materna (y extranjera) y por el Sur como lengua extranjera, en Brasil, donde hay avidez (léase necesidad) por dominar el español. Resulta un poco absurdo hacer proyecciones, salvo una: la potencia del español está en sus primeros pasos en cuanto a lo que va a ocurrir en el futuro. El español hará realidad el sueño imposible de Bolívar de unir a toda América.

JOSÉ LUIS GARCÍA DELGADO

Director de la investigación Valor económico del español (Fundación Telefónica)

P. ¿Cuál es el valor económico del castellano y cómo se obtiene ese valor?

R. El español, como cualquier otra lengua, es un activo inmaterial cuyo valor aumenta al crecer el número de quienes lo hablan y su capacidad para servir de medio de comunicación internacional. En esta última faceta se centra el estudio que está realizando Fundación Telefónica. Si se considera solo el "componente" de lengua de cada actividad económica, comenzando por las industrias culturales, el español supone cerca del 16% del PIB de España; pero su valor diferencial como gran lengua internacional exige el análisis de sus efectos multiplicadores sobre los flujos migratorios, comerciales y financieros.

P. ¿Cómo influye el idioma en las transacciones comerciales?

R. Una lengua común es como una moneda común: reduce los costes de casi cualquier tipo de intercambio económico; además, facilita una familiaridad cultural que acorta la distancia psicológica. Es, en suma, un factor de dinamización mercantil, cuya potencia crece -al ser la lengua un "bien de club"- con el tamaño del mercado común que vertebra la lengua compartida. Los profesores Jiménez y Narbona han calculado que la lengua supone un factor multiplicativo del comercio entre los países que la comparten en torno al 190%, porcentaje que alcanza casi el 290% en el caso del español.

P. ¿Y cómo influye en la determinación de la emigración?

R. Los profesores Alonso y Gutiérrez (Fundación Telefónica) han estudiado el efecto positivo de la lengua común en la determinación del país elegido como destino del emigrante. El flujo de inmigrantes iberoamericanos a España ha sido casi tres veces superior (2,7) al que sería si no compartiéramos la lengua. Y el dominio del español por parte de los inmigrantes, además de generar ahorro de costes en los servicios sanitarios y educativos prestados en España, facilita el acceso al empleo y mayor movilidad laboral ascendente, generando diferencias positivas de salarios de hasta el 30%.

P. ¿Cuál es la situación en Internet?

R. El español es la segunda de comunicación internacional en la Red, a distancia del inglés, pero por delante del francés, el alemán, el ruso, el árabe o el italiano, que son también lenguas de alcance multinacional. De los 1.750 millones de usuarios de Internet, en español lo hacen 136 millones, lejos de los 480 en inglés, pero muy por delante de los 80 en francés, 65 en alemán, 50 en árabe o 45 en ruso. En chino lo hacen 390 millones, pero es lengua solo nacional. Las páginas web guardan proporciones equivalentes.

ANTONIO MARÍA ÁVILA

Director ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España.

P. ¿Qué lugar ocupa la industria editorial española en el ámbito internacional?

R. España es la cuarta potencia editorial del mundo, solo superada por el Reino Unido, Alemania y Estados Unidos y es la más importante de las industrias culturales de nuestro país que en su conjunto suponen el 4% del PIB español y, de este porcentaje, el 42% corresponde a la industria editorial.

P. ¿Cuáles son las cifras del sector editorial español?

R. La industria editorial mueve anualmente algo más de 4.000 millones de euros, un 0,7% del PIB y da empleo, directo e indirecto, a más de 30.000 personas. Las 900 empresas editoriales que agrupa la FGEE representan cerca del 95% del sector y a lo largo de 2009 se editaron más de 330 millones de libros y 76.000 títulos, con una tirada media por título de 4.328 ejemplares. Los libros suponen el 1% de la exportación de mercancías españolas.

Kafka, otra vez revisitado

El crítico Álvaro de la Rica impartirá en diciembre dos conferencias sobre la vida y tiempo y la obra literaria del escritor checo

Franz Kafka, el escritor del siglo XX.foto:Wikipedia.fuente:lavanguardia.es

De familia de comerciantes judíos, nacido en Praga en 1883, Franz Kafka murió con tan sólo cuarenta años. Poco antes, había pedido a su amigo y albacea Max Brod que destruyera todos sus manuscritos. Éste no le hizo caso, y con tres novelas, varios relatos y dos docenas de cuentos conocidos, el autor de 'La metamorfosis' pasó a la historia de la literatura universal.
Tal ha sido su influencia posterior, que incluso la RAE incluye una acepción para el adjetivo "Kafkiano", en referencia a aquella situación "absurda o angustiosa". Sin embargo, su figura, y su legado, no dejan de provocar debates dentro del mundo literario. Aún hoy parece que no se comprende su ruptura de la linealidad ni su revolucionaria concepción del "tempo" del relato. Sin ir más lejos, el flamante Premio Planeta Eduardo Mendoza, que se ha reconocido muchas veces como "un escritor clásico", el año pasado llegó a decir, durante una conferencia sobre la teoría general de la novela, que "Kafka era un mal escritor" al que los lectores quieren porque "era muy fotogénico".

Fotogénico o no, la fuerza de su obra va mucho más allá de la estructura que utilice en sus narraciones, que contienen personajes complejos, y que suelen reflejar los miedos y la incomunicación del hombre moderno.

Para entender mejor la herencia que nos deja el autor checo, y su contexto histórico, la Fundación March ha invitado al doctor Álvaro de la Rica, autor de 'Kafka y el Holocausto', a impartir dos conferencias. Así, de la Rica hablará el próximo jueves 2 de diciembre de la "vida y tiempo" del escritor y, una semana después, el jueves 9 de diciembre, profundizará en la "La obra literaria de Franz Kafka" en una ponencia de poco más de una hora.

Por ello, de la Rica, que también ejerce como crítico literario, abordará el realismo y el simbolismo en la narración kafkiana, repasará el bestiario aparecido en su literatura y se enfrentará al problema que supone la interpretación de sus textos. Para quien no pueda acudir a Madrid, la Fundación publicará el audio de ambas conferencias una vez finalizadas.

Preguntarse por Franz Kafka es preguntarse por nuestro tiempo, y nuestra forma de encararnos a la lectura. Y, como todos los grandes autores, aún tiene mucho que decirnos, sobre todo porque se sospecha que su compañera final, Dora Diamant, guardó en secreto la mayoría de sus últimos escritos, que luego fueron confiscados por la Gestapo, en 1933. La búsqueda, aún, continúa.

29.11.10

'Granta' y sus indomables

Se lanza en Latinoamérica la selección de los mejores narradores jóvenes en español. ¿Cuáles son los efectos de esta lista en el mundo editorial?

Este número de la revista Granta en español incluye textos inéditos de los 22 escritores elegidos como los mejores en su lengua.foto.fuente:elespectador.com

La Feria del Libro de Guadalajara se convertirá este martes 30 de noviembre en el lugar en donde se lanzará para Latinoamérica la primera lista que realizó la revista Granta de los mejores narradores jóvenes en español. Esta afamada publicación, fundada por estudiantes de la Universidad de Cambridge en 1889, ha tenido como objetivo visibilizar nuevos escritores y darle fuerza a las narraciones de ficción y no ficción de las letras anglosajonas.

Este número de la revista en su versión en español incluirá extractos inéditos de novelas y cuentos nunca antes publicados de los 22 escritores menores de 35 años escogidos por seis jurados. La selección, como se supo hace algunas semanas, además de mencionar a Andrés Neuman, Santiago Roncagliolo, Elvira Navarro y Carlos Yushimito, incluye al escritor colombiano Andrés Felipe Solano, quien eligió publicar un fragmento de su próxima novela, aún en construcción.

Un lector desprevenido se preguntará por qué tanto alboroto por una lista. Habría que poner en perspectiva entonces lo que han significado para el mundo de la literatura inglesa, y luego para la norteamericana, las selecciones de la revista Granta. En la primera, publicada en 1983, se expusieron por ejemplo escritores como Salman Rushdie, A. N. Wilson, Adam Mars-Jones, Martin Amis, Ian McEwan y Julian Barnes, creadores que se convertirían luego en la insignia de toda una nueva generación de las letras inglesas.

Después de otras dos ediciones de "los mejores", publicadas en 1993 y en 2003, apareció en 1996 la primera selección que incluiría escritores norteamericanos como Sherman Alexie, Madison Smart Bell, Jonathan Frazen y Lorrie Moore. "Los editores internacionales siempre miramos las selecciones de Granta para posibles traducciones. Entonces la importancia de esta nueva selección no es sólo hacer una escogencia para visibilizar algunas voces en el mundo español, nosotros vemos esto como un caballo de Troya para exportar nuestros escritores a otros idiomas, para avanzar en esa larga batalla de que también se traduzca literatura del español al inglés", explica Valery Miles, editora, junto a Aurelio Major, de Granta en español.

Pero además de estos importantes propósitos que buscan que lectores asiduos y especializados de la revista descubran un mundo que está contando la vida y la fantasía en español, éste se convirtió también en un interesante ejercicio para echarle un vistazo a las letras jóvenes que se crean por estos lados del mundo. "Diría que algo que atraviesa fuertemente los textos que leímos es su internacionalización. La mayoría de los autores han viajado, vivido experiencias en otros países, ya no como exiliados, sino como estudiantes o turistas. Es entonces una literatura altamente cosmopolita. También notamos que aunque apenas hay cinco mujeres en la selección, son fuertes narradoras y no sólo están buscando tópicos femeninos. Por su parte, en los hombres vimos a muchos desarrollando protagonistas mujeres, hay un deshielo entre los temas masculinos y femeninos, es una generación que ha cambiado en ese sentido, no hay estereotipos", explica Aurelio Major.

Valery Miles añade al respecto: "Ha resultado muy sorprendente para los editores de lengua inglesa que han estado en contacto con esta edición, ver que casi ninguno de los escritores elegidos han pasado por los sistemas de adiestramiento o domesticación de los talleres de escritura tan comunes en Estados Unidos. Son escritores en estado salvaje —dicen—, absolutamente indomables. Esto ha hecho que la diversidad sea otro punto en común".

Las coincidencias entre las letras de los ocho argentinos, los seis españoles, el boliviano, el colombiano y los otros más que fueron seleccionados no significan, sin embargo, que esta sea una antología programática. "Aquí no hay una idea ni política ni literaria que sea el centro de las decisiones —dice Major—. Pensábamos más bien en quiénes, en diez años, van a ser esos escritores que perviven".

La revista, editada por el sello italiano Duomo Ediciones —que está pronto a aterrizar en Colombia—, parece no estar haciendo la proclama del nacimiento de una nueva generación, sino está más bien esparciendo por el mundo anglosajón una nueva idea: "Sean testigos del talento que hay en la literatura en español, es mejor que se apuren y empiecen a conocer mejor lo que está pasando en este idioma".

De Cervantes a Calle 13

Escritores, editores, académicos y expertos analizan los avances, retrocesos, dudas, deudas y paradojas del castellano, un idioma en plena evolución

Libros, de la serie Listados (1997-2005), del artista español Ignasi Aballí. Esta obra estará en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara dentro de la exposición La fuerza de la palabra.foto.fuente:elpais.com

Su influencia como lengua de comunicación global no deja de crecer. La 24ª Feria Internacional del Libro de Guadalajara (hasta el 5 de diciembre), dedicada a Castilla y León, cuna del español, es la mejor muestra.

Están los números y los números dicen que el 96% de los habitantes del planeta se entiende en sólo el 4% de las lenguas existentes y que una de todas, la segunda lengua nativa después del chino mandarín, reúne a 450 millones de personas que la tienen como lengua madre, como primera lengua: que 450 millones de personas llaman a la luna "luna", al sol "sol", a la tierra "tierra", a la muerte "muerte". Los números son optimistas y dicen que, en el año 2050, 550 entenderán, sin necesidad de diccionarios, el significado de la palabra "círculo", de la palabra "espejo", de la palabra "hijo". Están los números. Y está lo que dice un hombre al otro lado del teléfono desde su oficina en la Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, donde trabaja:

-Muchos son optimistas porque lo están viendo en sus términos. Va a haber más personas que lo hablen y eso significa una serie de ganancias con la enseñanza del idioma.

El teléfono hace un ruido distante. El hombre parece hablar agachado, buscando papeles en el piso o mirando sin ver algún rincón oscuro.

-Pero yo pienso que no es tanto cuántos hablan un idioma, sino de qué hablan en ese idioma.

Raúl Zurita es chileno, poeta prestigioso en un país sembrado de poetas, y habla en una lengua que comparte con personas de 21 países a lo largo y ancho de un imperio en el que no se pone el sol.

-Y de eso, de qué se habla, nadie está diciendo nada.

Cuando se realizó el Congreso de la Lengua en Cartagena, en 2007, el español era la tercera lengua del planeta, hablada por 400 millones de personas, 35 millones de las cuales vivían en Estados Unidos. Apenas tres años más tarde es la segunda lengua, hablada por 450 millones de personas, 50 millones de las cuales viven en Estados Unidos. La superstición de la cantidad ya dio su primer síntoma: en octubre de 2008 Barack Obama, actual presidente de Estados Unidos y por entonces en campaña, grabó un discurso breve llamado Compartimos un sueño en el que, en rígido español, decía cosas como "compartimos un sueño: que trabajando duro tu familia puede (sic) triunfar" para hablar, al fin, del mismo sueño americano de toda la vida pero en castizo: tú puedes. La maniobra se entiende a la luz de las cifras: para el año 2050, el 25% de la población del país que gobierna pertenecerá a la comunidad hispana y eso transformará Estados Unidos en la mayor nación hispanohablante del globo. Si la lengua es la forma en que un país hace negocios, establece relaciones y dibuja su mapa de afinidades y rechazos, que en cuarenta años más la primera potencia económica del mundo sea (casi) en español modificará, probablemente, algunas cosas.

En julio de este año Carmen Caffarel, directora del Instituto Cervantes, dijo que el español "está de moda" y, para apoyar la afirmación, aclaró que "es el tercer idioma internacional en Internet y el segundo más estudiado del mundo". Los números parecen cantar en sintonía con esa idea de pujanza: para el periodo 2009-2010 el Instituto Cervantes ha superado las 210.000 matrículas de alumnos interesados en aprender español, lo que supone un incremento de un 12% con respecto al periodo anterior. La red de centros de examen ha crecido más de un 18%, las sedes del instituto se multiplican y la demanda es tal que podrían abrirse treinta mañana mismo si no fuera porque ése, precisamente, será el único capítulo de esta institución en verse afectado por la crisis económica mundial: el de apertura de nuevas sedes.

-En Estados Unidos, con la introducción del español en la enseñanza pública secundaria, se ha pasado de un 60% de alumnos que elegían esa lengua a un 80% -dice Francisco Moreno Fernández, director académico del Instituto Cervantes-. En Brasil, donde sucede lo mismo, se ha pasado de un millón de estudiantes que elegían el español en 2006 a cinco millones que lo eligen hoy día.

A pesar del optimismo, el inglés sigue siendo la lengua franca de la que no todos vienen pero a la que casi todos van: 400 millones de personas nacieron en ese idioma, 300 millones lo hablan como segunda lengua y entre 500 y 750 millones tienen rudimentos: 1.400 millones contra los 450 millones del español. "¿Acaso el optimismo que resulta de la esplendorosa salud del español -se preguntaba el catedrático Ángel López García en el Congreso de la Lengua de Valladolid, en 2001- no debería atemperarse por el hecho de que nuestra lengua crece hacia dentro, pero apenas hacia fuera? (...) ¿Cuántos alemanes, turcos, indonesios, japoneses o rusos aprenden español? Sólo los que necesitan hacer negocios en los países hispánicos (...) El español no es una lengua puente, vehicular, sólo llega a ser una lengua internacional".

¿Qué es una lengua? ¿Una patria, una bandera, una herramienta de conquista? ¿La forma en que un grupo de personas habla del miedo o dice "ten piedad"? ¿Una oportunidad de hacer negocios, una estrategia de expansión, un capital, un curso de dos meses en el extranjero? ¿Un puñado de canciones? ¿Las frases de todas sus novelas, los versos de toda su poesía, los párrafos de todos sus ensayos? ¿Un clich

Un Mundial de fútbol ganado por España y una tragedia con final feliz transmitida en tiempo real a todo el globo -el rescate, en Chile, de los 33 mineros- pusieron, en 2010, al mundo hispano en el corazón del morbo global. Si a eso se suman tres situaciones, una de impacto y dos discretas, todas puramente literarias -el Premio Nobel a Vargas Llosa; la Argentina como país invitado en la Feria de Fráncfort; la revista Granta difundiendo su lista de las mejores voces de narradores jóvenes en español-, podría pensarse en un presente optimista para el idioma y, en particular, para su literatura.

-Lo que tenemos que hacer es apoyarnos en Vargas Llosa y aprovechar esta expansión. Tendríamos que hacer, con Vargas Llosa, lo que hacían los aztecas cuando mataban a una víctima: lo arrojaban por una escalera y abajo lo despedazaban y todos comían un pedacito de él. Tenemos que descuartizar a Vargas Llosa, para difundirlo y tuapacamarearlo, y que se conozca mejor -dice Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras.

-Creo que nadie se imaginó que el español conquistaría Estados Unidos y que el inglés y el español se llevarían tan bien -dice el escritor chileno Alberto Fuguet, autor de la reciente Missing (Alfaguara), en un avión entre Cali y Santiago de Chile-. Quizás el comité del Nobel pensó en eso al premiar a un peruano, pero me gustaría pensar que Vargas Llosa lo merece aunque hubiera escrito sus libros en, digamos, celta.

-Querer "calentar" la literatura con booms y derivados es una estrategia comercial de las editoriales que los críticos literarios debemos rechazar. El Nobel a Vargas Llosa ratifica que desde hace muchos años ya la literatura en español es una de las grandes literaturas modernas y como tal debe concebirse, sin exigir atención especial alguna, ocupando con humildad y con trabajo nuestro lugar. Por desgracia los primeros en creerse lo de las literaturas nacionales son los profesores anglosajones. Por allá persiste la ignorancia y cierto racismo basado en nuestro monopolio de producir buenos salvajes y novelistas tropicales -dice el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael.

-Hay un interés y un respeto por la ficción hecha en español, sin que eso signifique que es mejor que las literaturas hechas en otras lenguas. El Premio Nobel a Mario Vargas Llosa es un premio a su literatura, a su mundo narrativo. Aunque no dudo de que este premio para algunos españoles tenga más importancia por el idioma que por la literatura misma de Vargas Llosa. Allá ellos si quieren sacar pecho por eso. Por orden de prioridades, yo me alegro por la ficción, luego por Vargas Llosa y en último lugar por el español -dice el crítico español J. Ernesto Ayala-Dip.

¿Qué es una lengua? ¿Las letras del bolero, del tango, de la salsa? ¿La multiplicación de sus normas, los cofres sagrados donde se guardan las reglas que la doman? ¿Su prestigio? ¿La legitimación de sí misma después de haberse vuelto, paradójicamente, otra, otras?

En 2007 la traducción al inglés de Los detectives salvajes, la novela del chileno Roberto Bolaño, terminó en éxito comercial. The New York Times lo eligió libro del año e hizo lo propio con 2666, además de proclamarlo uno de los diez mejores de 2008. Desde entonces hay una grieta por la que se desliza algo de literatura hispana en el esquivo corazón del mercado norteamericano, que sólo traduce de otras lenguas el 3% de los 300.000 títulos que publica cada año. Por dar un ejemplo, la editorial estadounidense New Direction, que tiene en su catálogo a Roberto Bolaño y Javier Marías, acaba de contratar varias novelas del argentino César Aira, un autor de culto en su propio país.

-La literatura tiene ciclos y modas, como las faldas, el pelo o las corbatas -dice el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, autor de El olvido que seremos-. A veces se usa el minimalismo japonés, a veces la exuberancia árabe, otras veces el barroquismo que fue el Boom. Durante muchos años América Latina perdió su sex appeal literario, político, social, turístico. Pero una vez agotadas todas las otras novelerías, es posible que una parte del péndulo haya vuelto hacia acá: hay interés. Durante quince años yo esperé a que tradujeran algún libro mío al francés. Imposible. De repente, este año, tres: Angosta, Tratado de culinaria, El olvido que seremos. A los ingleses nunca les ha interesado traducir nada: pues bien, ellos también, este año, tradujeron El olvido que seremos, y traducirán Tratado de culinaria. No hablaría de boom, pero sí hay un evidente paso del ninguneo a una mínima existencia.

-La decisión por parte de la revista angloamericana Granta de dedicar por primera vez en su historia un número a los "mejores narradores en español" y el número de traducciones recientes de autores hispanohablantes al inglés señalan un aumento del interés de ciertos lectores, particularmente estadounidenses, por la cultura hispanohablante y, de forma marginal, por su literatura. Las razones me parece que deben buscarse en los cambios demográficos de las últimas décadas en ese país y la creciente aceptación de la comunidad hispanohablante como parte importante de esa sociedad -dice el escritor argentino Patricio Pron, residente en Madrid y uno de los integrantes de la lista de Granta.

-En los últimos cinco o seis años ha habido movimientos de curiosidad que antes no existían. La falta de interés por los libros de acá era escalofriante. A veces tenías que favorecer algún malentendido, como que la novela transcurría en la Patagonia, o poner en la tercera página la palabra Gardel, para que mostraran interés -dice Luis Chitarroni, argentino, editor de La Bestia Equilátera, cuya novela Peripecias del no será próximamente traducida al inglés.

La voz del escritor boliviano Edmundo Paz Soldán llega desde la ciudad de Ithaca, sede de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, donde enseña Literatura Latinoamericana desde hace trece años. Dice que dos décadas atrás conseguir un libro en español en una librería norteamericana era imposible, pero que en noviembre pasado, cuando salió a la venta El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa, lo encontró, dos días después de su lanzamiento en España, en un Barnes & Noble cerca de su casa.

-En el interés de Estados Unidos por la literatura en español, hay flujos y reflujos. Creo que después del 11 de septiembre ha habido un mea culpa de los editores, al darse cuenta de que Estados Unidos era este imperio aislado que solamente leía a escritores que escribían en inglés, y se está traduciendo más. Eso no significa que haya una aceptación del público. Al público norteamericano no le da para tener más de un escritor extranjero importante por vez. Hubo un fenómeno Sebald, un fenómeno Murakami y ahora un fenómeno Bolaño. Y creo que esto sí ha producido un efecto en las editoriales, que quieren ver qué más hay detrás de Bolaño.

-Acabo de pasar dos meses y medio en Iowa -dice el escritor argentino radicado en Chile Gonzalo Garcés-. Bolaño cambió la percepción de la literatura latinoamericana. Un crítico norteamericano dijo que los escritores del boom, respecto de Bolaño, parecían antiguos.

Guillermo Schavelzon es argentino y vive desde principios de este siglo en Barcelona, donde dirige una de las agencias literarias más importantes de la lengua.

-Hay un interés mayor en la literatura española y latinoamericana, pero, como siempre, es difícil separar entre el interés literario y el interés comercial. En cuanto a escritores latinoamericanos, hay una atención mayor que la de los últimos diez años, pero no podría asegurar a qué se debe. En Estados Unidos, por ejemplo, el Nobel no tiene tanta influencia como Oprah Winfrey, la conductora líder de la tevé que fue quien produjo el fenómeno Bolaño en ese país dedicándole un programa de una hora y recomendando su lectura. De todos modos, cada año el número de contratos de traducción de los escritores españoles y latinoamericanos de la agencia aumenta. Este año ha sido un récord. Pienso que cerraremos el año con más de 150 traducciones.

-Las traducciones de las obras de los autores que publicamos y representamos -dice Beatriz de Moura, directora de Tusquets- no sólo han ido aumentando rápidamente en los últimos años sino que han ido diversificándose a nuevos idiomas.

Jorge Herralde, director de Anagrama, dice que a pesar de que la crisis ha afectado la traducción, "hay un interés reciente y creciente en países como Rusia, Rumanía, Serbia, República Checa, Eslovenia, Turquía y también en China, Japón y Corea del Sur".

-Subrayaría los casos de Alan Pauls, con 24 contratos, o de Alejandro Zambra, con 15. O el reciente fenómeno del mexicano Juan Pablo Villalobos, tan desconocido en su país como en España, cuya primera novela, Fiesta en la madriguera, se ha contratado en seis países. Entre los autores españoles destacaría a Rafael Chirbes con su opera omnia publicada en Alemania, y a Belén Gopegui y Andrés Barba.

Julián Rodríguez Marcos es editor de Periférica, que ha publicado en España a latinoamericanos como el argentino Fogwill, el chileno Carlos Labbé, el mexicano Yuri Herrera, el venezolano Israel Centeno.

-Han obtenido críticas apabullantes y se han convertido en eso que suele llamarse autores de culto: gran respeto y pocas ventas. Pero hemos vendido los derechos de Yuri Herrera a Fischer en Alemania, a Faber en Inglaterra, a Gallimard en Francia. Los grandes editores europeos les prestan atención y las tiradas que lanzan en sus países son mayores que las ventas de estos mismos autores en el nuestro.

¿Qué es una lengua? ¿Una convención para llamar tibio a lo tibio, caliente a lo caliente? ¿Una patria múltiple, caótica? ¿Una patria única que debe luchar por mantenerse así? ¿El vasco, el gallego, el catalán, la vasta Iberoamérica? ¿Su unidad o su diversidad o las dos cosas?

En un ensayo llamado El futuro del español, el cubano Humberto López Morales, ganador este año del Premio Isabel Polanco por su ensayo La andadura del español por el mundo, señala que esta lengua, a pesar de diversidad, tiene una unidad monstruosa: el 80% de los términos utilizados son comunes a todos los países que lo hablan. En un artículo escrito para el Congreso de la Lengua de Cartagena en 2007, el escritor colombiano Daniel Samper Pizano, que ha armado su vida entre Colombia y España, se permite pensar con el maestro puertorriqueño Salvador Tió que "cualquier hispanohablante puede entrar por Nuevo México, cruzar Centroamérica, seguir por la costa del Pacífico, entrar a las cordilleras y a las selvas, cruzar la pampa argentina, subir por el Uruguay y seguir a las Antillas y de ahí a España, y puede entenderse no solamente con la gente culta: puede entenderse con cualquier campesino".

-El milagro -dice Héctor Abad Faciolince- es que después de 500 años todavía nos entendamos y no tengamos que hacer, como hacen los brasileños y los portugueses, ediciones y traducciones distintas para Europa o América.

¿Y qué es el español, esa lengua que decantó durante más de mil años y llegó a la América nueva donde se cruzó con el aimara, el guaraní, el mapudungún, el maya, el quechua, el taino; la lengua de Cervantes y de Calle 13 que hablan 450 millones de personas, apenas 40 millones de las cuales viven en el sitio del que la lengua vino

-Sólo el 10% de la población hispanohablante vive en España -dice Álex Grijelmo, director de la agencia Efe y autor de La gramática descomplicada-. Esta lengua es cada vez más americana, y la Academia va adoptando soluciones que tienen que ver con los americanos como, por ejemplo, llamar a la i griega ye. Creo que en España, hasta hace poco, se sentía que de acá se dictaban las reglas y que lo que había en América eran desviaciones. Ahora la actitud es pensar que la lengua se ha enriquecido en América. Creo que lo que caracteriza al español es que hay una relación sentimental con el idioma. Apenas se encuentran dos hispanohablantes, el primer tema de conversación es la lengua: cómo se dice automóvil en tu país, esas cosas. En India se habla inglés, pero yo no me imagino una vinculación tan fuerte entre India y Washington como entre Guatemala y Santiago de Chile.

Alejandro Zambra, crítico y escritor chileno, autor de la novela Bonsái e integrante de la lista de Granta, responde desde la ciudad de México.

-En la lengua española hay tantos centros como países o regiones. Eso la hace interesantísima, más allá de que haya siempre unos cientos de escritores absurdamente empeñados en conseguir un español estándar. Bueno, es cierto que justamente esos son los únicos que ganan dinero.

¿Qué es una lengua? ¿Sus diccionarios, su gramática? ¿Las mamacitas de los mercados que vocean los fríjoles, los frijoles, los fréjoles? ¿Los mensajes de texto? ¿Las tres palabras necesarias para decir "esto me importa" o "no te vayas"?

Hay ensayos, presentaciones, discursos, congresos, ponencias en las que se habla del futuro del español, del español como empresa, del español en convivencia con otras lenguas hispánicas. Ahora, al otro lado del teléfono, desde su oficina en Santiago de Chile, Raúl Zurita, poeta, dice:

-Los latinoamericanos tenemos con esta lengua una relación de gratitud, pero al mismo tiempo de rencor. Los idiomas guardan la memoria de su historia y el español es un idioma que en cada una de sus partículas está haciendo presente su historia. Su imposición significó la tragedia de tantos, el exterminio de tantas cosas. Pero más allá de eso, en esta época se percibe el triunfo del idioma de la publicidad. Ninguna frase nombra lo que nombra. Ninguna frase está diciendo lo que dice.

Hay una descarga eléctrica y, al otro lado de un velo de estática, la voz de Zurita dice algo que suena así:

-Yo percibo un discurso que trata, como sea, de sacar a la muerte del escenario. El supermercado es ese lugar donde todos somos inmortales.

"Un Rulfo contra un Nobel"

Comenzó la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con el premio a Margo Glantz y el homenaje a Le Clezio

Margo Glantz fue la estrella de la primera jornada.foto:EFE.fuente:elpais.com

Cuando Margo Glantz se encontró ayer en la zona de protocolo de la FIL (Feria Internacional del Libro de Guadalajara) a su colega J. M. G. Le Clezio le dijo, levantando los ojos hasta la estatura del francés: "¡Un Rulfo contra un Nobel!".

Los dos rieron.

La mexicana Glantz, que ya tiene 80 años, iba a recibir de inmediato el premio de la Feria (que antes se llamaba Premio Juan Rulfo, y ahora se llama premio de Literaturas Romances, porque la familia del escritor no quiso que continuara llevando el nombre del autor de Pedro Páramo).

Y Le Clezio, premio Nobel de Literatura de 2008, estaba allí para recibir estos días el homenaje que le debe la feria, por su literatura, que pasa por México, entre otros países a los que el autor de Desierto ha ido para nutrir de experiencia su escritura.

No era el Rulfo contra el Nobel, claro, esa era una broma de Margo Glantz. De hecho, a Margo Glantz le entraron ganas de bromas, de las que hay tantas en los libros por los que gana este año el vigésimo galardón de la feria (el primero para una escritora mexicana). Cuando se subió al atril para agradecer que el jurado se lo haya otorgado dijo: "Aquí arriba me siento la Julia Roberts de la literatura".

Y para empezar los agradecimientos, la autora de Saña rememoró unos versos de Nicanor Parra, el poeta chileno, de cuando éste obtuvo el primer galardón (aún Premio Juan Rulfo). Parra decía que los premios literarios eran en realidad "para los espíritus libres y para los miembros del jurado".

Estas ceremonias inaugurales, que este año tienen el sello de Castilla y León, a la que está dedicada esta edición, tienen un alto componente protocolario. Pero esa intervención de Margo Glantz, que incluyó descripciones magistrales de Juan Rulfo y de Juan José Arreola, la invocación del rector de la Universidad tapatía, poniendo de manifiesto el poco apoyo estatal a este evento de gran importancia cultural aquí y fuera de aquí, y la intervención de la ministra española de Cultura, Ángeles González Sinde, contribuyeron a hacerlo más ligero, casi un espectáculo.

La ministra española se escribe sus propios discursos; lo tiene a gala y es verdad. En este de la inauguración de la FIL contó que la sociedad sabe que los políticos (como ella ahora) pasan, pero que los libros quedan. Y lo ilustró con una anécdota: ayer viajaba desde España, en avión, unas filas más atrás que un escritor muy apreciado y muy leído; y ella observó que, con razón, el servicio del avión se fijaba mucho más en el escritor, a quien atendían con mucha solicitud, que en los políticos. "Y está muy bien que sea así. Los políticos pasamos; y los autores y sus libros quedan. Y los ciudadanos lo saben".

Para referirse a la premiada, Sinde recogió "las propuestas para el próximo milenio" (que ya es este milenio) del italiano Italo Calvino: ligereza, rapidez, exactitud, visibilidad, consistencia..., todas ellas aplicables a la literatura de Margo Glantz. Y para hablar de lo que pasa en la sociedad actual, atribulada por la crisis en todo el mundo y, cómo no, en España, ofreció esta reflexión: hay tres opciones, una es no moverse, esperar que pase el temporal; otra, dedicar la energía a defenderse; y una tercera opción es la de transformar este mundo hostil. Ella opta por transformar, y los creadores de lenguaje están ahí para modificar la realidad. A partir de ahí contó aquella anécdota que marca primero el paso de la literatura y después el paso de la política. No citó al autor que viajó en su avión; era Arturo Pérez-Reverte, novelista y académico.

Castilla y León es la invitada de honor. Su consejera de Cultura, María José Salgueiro, trae consigo a 119 escritores, numerosas iniciativas literarias y otras de carácter gastronómico, "y me hubiera encantado traer algunas de nuestras catedrales medievales". Claro, no es posible. Pero trae el milenio de la lengua, el peso de la historia de una literatura que va desde el Mío Cid a Miguel Delibes... Delibes dijo, y ella lo citó, que "un pueblo sin literatura es un pueblo mudo". La enorme afluencia de escritores, comandadados por el Cervantes Antonio Gamoneda, y, entre otros, el homenaje a Delibes, van a poner en evidencia que lo que no es Castilla y León es una región muda de España...

Es una feria muy diversa, como siempre. Raúl Padilla, su presidente, desgranó una impresionante panoplia de actividades, además de las más de sesenta que protagonizarán los castellano-leoneses. Aquí hay representadas 1.900 editoriales, se dispone en las estanterías y en las mesas de 120.000 títulos, participan 17.000 profesionales del sector editorial, 180 agentes literarios, y el total de actividades es de 620 en una semana. A las que asisten fácilmente cuatro millones de gentes, como se dice acá en México. Las Academias presentarán sus nuevas versiones de la Gramática y de los diccionarios, se rendirán homenajes a Octavio Paz y a Lezama Lima, a Tomás Eloy Martínez, a José Saramago y a Carlos Monsiváis, se entregará el premio Isabel de Polanco, se rendirá gratitud editorial a Jaume Vallcorba, Claudia Piñeiro recibirá su premio Sor Juana Inés de la Cruz...., y Le Clezio hablará de su obra, escuchado seguramente por la Margo Glantz que ayer le espetó, nada más verlo:

¡Un Rulfo contra un Nobel!

Como un perro

Un hombre alienado que quiere ser perro en un mundo que, por cierto, alimenta la paranoia. Este es el punto de partida de Dóberman

Gustavo Ferreyra, autor de Dóberman, novela ganadora del Premio Emecé.foto.fuente:pagina12.com.ar


Por Esther Cross

El showman se llama Joaquín Riste, está en el escenario, frente al público, y de pronto no puede hablar. En medio del bloqueo se abren las compuertas del recuerdo. El yo público se cierra, pero en la cabeza del showman aparece el desfile de su vida privada: una madre vergonzante y pedigüeña, la pobreza, la hermana cruel de tan ingenua y los sueños, mortales al no cumplirse. El flashback une el pánico escénico con el resto de su vida. No es un viaje de ida. El showman mira al público, se da cuenta de lo que pasa, recuerda y cuando vuelve a mirar la platea nota los cambios que amenazan con vaciar la sala. El tiempo se congela en ese instante de parálisis mientras se echa a rodar la película de la infancia, que lo proyecta hacia adelante. En este momento preciso, el momento de la falla, cuando se corta la comunicación y se abre el túnel del tiempo, empieza la novela, la historia, la escritura de Dóberman.

Joaquín Riste está a punto de caer en picada. Pero estamos en un mundo de oraciones que siguen su cauce aun después de terminarse. Riste cae en un mundo en que –descubre al tiempo– siempre hay "un pantano en cualquier dirección, en lo alto y en lo bajo".

De chico quería ser un perro. Un perro especial y un showman conocido. Ahora es un hombre doberman y lee la vida en esos términos. De a ratos tiene ganas de morder, a veces "en las carnes de algo que representara la vida". Quiere ladrarle al mundo entero y en algunos momentos ladra literalmente. Es un "doberman pervertido que desea a los humanos" y trata de vivir en una época en que se puede ser "perfectamente feroz y elegante", como le dice su jefe, un funcionario menemista para el que empieza a trabajar de chofer en Cancillería. Pero Dóberman no es sólo la historia de un hombre que se cree perro.

Tampoco es sólo la historia de un showman fracasado que pasa de chofer de Cancillería a peón político de un funcionario acomodado. Hay una misión, una "operación" de inteligencia y espionaje en Varsovia. Hay una cama de hospital donde Riste convalece después de una operación, literal y terrible y, sobre todo, hay un viaje al mundo de Riste, el hombre que piensa en su vida con un lenguaje colmado de dilemas y sentidos.

Dóberman. Gustavo Ferreyra Emecé 317 páginas

Riste, el perro, sigue a un perro por la calle. Lo sigue cuadras enteras, lo sigue por un barrio hasta que cruza la línea fina que separa el seguimiento de la persecución. Son las vueltas implacables que tiene esta historia, donde todo llega al límite. Riste es un servidor obsecuente pero también será un amo pendiente de sus servidores. Ve las dos caras de todo con una lucidez de doble filo. La crudeza no impide la ironía, las contradicciones reveladoras, las paradojas brillantes. Riste "se figura" que tiene "un cierto plazo para hacerse de un amor", le gustan las mujeres de los años '40 y '50, pero también –nos damos cuenta– las de cuarenta y cincuenta. Trata de adivinar lo que los otros quieren de él y adivinen lo que pasa.

La cabeza de Riste marcha a un ritmo que no para y hace que todo –lector incluso– empiece a moverse. Entrar en la historia de Dóberman es entrar en un lenguaje. Es entrar también, entonces, en un mundo con sus especificaciones. Las oraciones se abren paso, avanzan con fuerza, exploran las zonas de silencio y las zonas minadas donde hablar parece imposible o peligroso, como si el lenguaje fuera una forma de conocimiento, un método que cuestiona. Al mismo tiempo, Riste escribe sus memorias "de showman y héroe inválido".

Situada en una época en que "el capital embellece" y "la belleza triunfa en el mundo", en la era menemista del éxito a toda costa, Dóberman puede leerse, también, como una toma de posición respecto de la escritura. El artista tiene que meter los pies en el barro, como un minero. "Debe mostrar que se mancha los pies con los charcos y el barro, y que no es renuente a las pequeñas bajezas dobermanianas."

La cabeza de Riste se hace entender porque habla el lenguaje de la rabia, común a la cordura y la locura. La rabia es el puente y es, además, una fuente inagotable de lenguaje. "Nunca lo que en verdad importa se expresa claramente", piensa Riste. Será por eso que a veces ladra y que quizá en sus ladridos se exprese claramente lo que importa de verdad.

Los buenos libros cambian algo en el lector porque reclaman un lector diferente. El escritor pone en palabras lo que estaba callado y el lector se descubre capaz de escucharlo. En Dóberman, el lector se descubre capaz de entender la rabia y el dolor, el silencio de Riste y su voz, que habla con la fuerza del ladrido y la furia.

Guadalajara, Guadalajara

Castilla y León, líder de las letras

Salgueiro, en la Feria Internacional de Libro de Guadalajara.foto.fuente:elmundo.es

Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra, pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras (Confieso que he vivido). La voz de Pablo Neruda cobró este sábado un nuevo sentido en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).

Esta vez los expedicionarios que llegaban a México no eran los Francisco Hernández de Córdoba, Hernán Cortés, Fray Bartolomé de las Casas y compañía, sino un grupo de 350 escritores, editores, investigadores, músicos, artistas, cómicos y bailarines de Castilla y León dispuestos a mostrar, en la cita más importante del mundo en lengua hispana, la riqueza de su obra.

La consejera de Cultura, María José Salgueiro, inauguró este sábado en la FIL el pabellón con el que la Comunidad pretende dar a conocer sus excelencias y, con él, el programa de actividades para los próximos ocho días, que se desarrollarán bajo el lema de 'Castilla y León, cuna del castellano'. "Aquí hay algo del ser y del sentir de nuestra tierra. Aquí está reflejada el alma y el espíritu de nuestras gentes", resumió. México se presenta como un escaparate único para exhibir el universo literario de los autores consagrados de la tierra, el de quienes buscan con denuedo un lugar entre los ilustres, y el de aquellos que una vez les precedieron y guiaron con su maestría y a los que el tiempo no ha podido quebrar la fuerza de su palabra escrita. Y bajo un lema que es bandera y que, por fuerza, ya remite a los códices de Santa María de Valpuesta (Burgos) –con las anotaciones en castellano más antiguas conocidas–, Castilla y León mostrará el vigor de sus letras, tan variadas como el propio paisaje que vio nacer al medio centenar de autores que han 'desembarcado' en el Estado de Jalisco.

"No sé si tuvo la culpa el filandón, o la nieve que cubre estas tierras cada año, o sus vinos, o sus alimentos� Hay algo en Castilla y León que propicia más la literatura que en ninguna otra Comunidad", reflexionó por su parte la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde. "Hay quien habla de magia, de la magia de los fabuladores", concluyó. Una idea en la que abundó el director general del Libro, Archivos y Bibliotecas, Rogelio Blanco, en declaraciones a este diario: "Castilla y León no es de las más ricas en industria cultural, que se concentra fundamentalmente en Madrid y Barclona (el 66%), pero sí puede ser la que más contribuye a la creación literaria en este país gracias a sus autores".

Autores que con su pluma han construido territorios míticos y desdibujado los límites de la realidad y la fantasía, como Luis Mateo Díez (Celama), José María Merino (El centro del aire) o Gustavo Martín Garzo (El lenguaje de la fuentes). Narradores que, de forma alegórica, han abordado capítulos oscuros de la historia reciente, como Juan Pedro Aparicio (Lo que es del César).

Escritores que han hecho de la escritura un ejercicio de recuperación de la memoria íntima, como Elena Santiago (La oscuridad somos nosotros), o han decidido volver a la historia para novelarla, como Luciano González Egido (El cuarzo rojo de Salamanca), Juan Manuel de Prada (Las máscaras del héroe) y Luis García Jambrina (El manuscrito de piedra). Cronistas de la actualidad que han querido dar testimonio del absurdo nacionalista, como José Ángel González Sainz (Ojos que no ven) o Raúl Guerra Garrido (Tantos inocentes), o del desencanto ante una sociedad que parece abocada a su ruina cultural, como Alejandro Cuevas (La peste bucólica).

En este desembarco cultural en México no faltan dramaturgos, como José Luis Alonso de Santos y Fernando Arrabal. Tampoco poetas, desde los que han tratado de encontrar en la palabra simbólica los secretos para entender la vida en su plenitud, como Antonio Colinas (Noche más allá de la noche) o José Luís Puerto (Paisaje de invierno), hasta los que la han usado para enumerar, los restos del naufragio, como Antonio Gamoneda (Libro del frío).

Precisamente la Feria del Libro de Guadalajara prestará especial atención a los ganadores del Premio Cervantes, a los desaparecidos Miguel Delibes, Francisco Umbral, Jorge Guillén y Gonzalo Torrente Ballester, junto con José Jiménez Lozano y el propio Gamoneda.

Ellos serán los grandes protagonistas en una Feria Internacional del Libro de Guadalajara dispuesta a ir más allá de lo puramente literario, que no por nada Castilla y León regará su pabellón, diseñado por Ángel Marcos, con los mejores caldos de la tierra. Ni Hernán Cortés contó con tantos medios, que en sus carabelas no había expertos en fitness como aquí hay con Rafael Santonja. Ya se sabe, no hay músculo más importante que el cerebro.

Finalmente, el vicepresidente de la Real Academia Española, el salmantino José Antonio Pascual, destacó en declaraciones a este diario la grandeza de las letras castellanas y leonesas: "Su belleza reside en que son capaces de hacernos volar por el español universal, como lo hacía a partir de su realidad concreta Miguel Delibes, un autor que nos enseñó a adorar nuestro léxico".

28.11.10

El cuento del domingo


Dino Buzzati (1906-1972)

Siete plantas

Después de un día de viaje en tren, Giuseppe Corte llegó, una mañana de marzo, a la ciudad donde se hallaba el famoso sanatorio. Tenía un poco de fiebre, pero aun así quiso hacer a pie el camino entre la estación y el hospital, llevando su pequeña maleta de viaje.
Si bien no tenía más que una manifestación incipiente sumamente leve, le habían aconsejado dirigirse a aquel célebre sanatorio, en el que se trataba exclusivamente aquella enfermedad. Eso garantizaba una competencia excepcional en los médicos y la más racional sistematización de las instalaciones.
Cuando lo divisó desde lejos –lo reconoció por haberlo visto ya en fotografía en un folleto publicitario– Giuseppe Corte tuvo una inmejorable impresión. El blanco edificio de siete plantas estaba surcado por entrantes regulares que le daban una vaga fisonomía de hotel. Estaba rodeado completamente de altos árboles.
Después de un breve reconocimiento a la espera de un examen más detenido y completo, Giuseppe Corte fue instalado en una alegre habitación de la séptima y última planta. Los muebles eran claros y limpios, como el tapizado, los sillones eran de madera, los cojines estaban forrados de tela estampada. La vista se extendía sobre uno de los barrios más bonitos de la ciudad. Todo era plácido, hospitalario y tranquilizador.
Giuseppe Corte se metió sin dilación en la cama y, encendiendo la luz que tenía a la cabecera, comenzó a leer un libro que había llevado. Poco después entró una enfermera para preguntarle si quería algo.
Giuseppe Corte no quería nada pero se puso de buena gana a conversar con la joven, pidiendo información acerca del sanatorio. Se enteró así de la extraña peculiaridad de aquel hospital. Los enfermos eran distribuidos planta por planta según su gravedad. En la séptima, es decir en la última, se acogían las manifestaciones sumamente leves. La sexta estaba destinada a los enfermos no graves, pero tampoco susceptibles de descuido. En la quinta se trataban ya afecciones serias, y así sucesivamente de planta en planta. En la segunda estaban los enfermos gravísimos. En la primera, aquellos para los que no había esperanza.
Este singular sistema, además de agilizar mucho el servicio, impedía que un enfermo leve pudiera verse turbado por la vecindad de un compañero agonizante y garantizaba en cada planta un ambiente homogéneo. Por otra parte, de este modo el tratamiento podía graduarse de forma perfecta y con mejores resultados.
De ello se derivaba que los enfermos se dividían en siete castas progresivas. Cada planta era como un pequeño mundo autónomo, con sus reglas particulares, con especiales tradiciones que en las otras plantas carecían de cualquier valor. Y como cada sector se confiaba a la dirección de un médico distinto, se habían creado, siquiera fueran nimias, netas diferencias en los métodos de tratamiento, pese a que el director general hubiera imprimido a la institución una única orientación fundamental.
Cuando la enfermera hubo salido, Giuseppe Corte, padeciéndole que la fiebre había desaparecido, se llegó a la ventana y miró hacia fuera, no para observar el panorama de la ciudad, que también era nueva para él, sino con la esperanza de divisar a través de aquélla a otros enfermos de las plantas inferiores. La estructura del edificio, con grandes entrantes, permitía este género de observaciones. Giuseppe Corte concentró su atención sobre todo en las ventanas de la primera planta, que parecían muy lejanas y no alcanzaban a distinguirse más que de forma sesgada. Sin embargo, no pudo ver nada interesante. En su mayoría estaban herméticamente cerradas por grises persianas.
Corte advirtió que en una ventana vecina a la suya estaba asomado un hombre. Ambos se miraron largamente con creciente simpatía, pero no sabían cómo romper aquel silencio. Finalmente, Giuseppe Corte se animó y dijo:
–¿Usted también está aquí desde hace poco?
–Oh, no –dijo el otro–, yo ya hace dos meses que estoy aquí... –calló por un instante y después, no sabiendo cómo continuar la conversación, añadió–: miraba ahí abajo, a mi hermano.
–¿Su hermano?
–Sí –explicó el desconocido–. Ingresamos juntos, un caso realmente curioso, pero él ha ido empeorando; piense que ahora está ya en la cuarta.
–¿Qué cuarta?
–La cuarta planta –explicó el individuo, y pronunció las dos palabras con tanto sentimiento y horror que Giuseppe Corte se quedó casi sobrecogido de espanto.
–¿Tan graves están los de la planta cuarta?
–Oh –dijo el otro meneando con lentitud la cabeza–, todavía no son casos desesperados, pero tampoco es como para estar muy alegre.
–Y entonces –siguió preguntando Corte con la festiva desenvoltura de quien hace referencia a cosas trágicas que no le atañen–, si en la cuarta están ya tan graves, ¿a la primera quiénes van a parar?
–Oh –dijo el otro–, en la primera están los moribundos sin más. Allá abajo los médicos ya no tienen nada que hacer. Sólo trabaja el sacerdote. Y naturalmente...
–Pero hay poca gente en la primera planta –interrumpió Giuseppe Corte, como si le urgiese tener una confirmación, ahí abajo casi todas las habitaciones están cerradas.
–Hay poca gente ahora, pero esta mañana había bastante –respondió el desconocido con una sonrisa sutil. Allí donde las persianas están bajadas, es que alguien se ha muerto hace poco. ¿No ve usted, por otra parte, que en las otras plantas todas las contraventanas están abiertas? Pero perdone –añadió retirándose lentamente, me parece que comienza a refrescar. Me vuelvo a la cama. Que le vaya bien...
El hombre desapareció del antepecho y la ventana se cerró con energía; luego se vio encenderse dentro una luz. Giuseppe Corte permaneció inmóvil en la ventana, mirando fijamente las persianas bajadas de la primera planta. Las miraba con una intensidad morbosa, tratando de imaginar los fúnebres secretos de aquella terrible primera planta donde los enfermos se veían confinados para morir; y se sentía aliviado de saberse tan alejado. Descendían entre tanto sobre la ciudad las sombras de la noche. Una a una, las mil ventanas del sanatorio se iluminaban; de lejos podría haberse dicho un palacio en que se celebrara una fiesta. Sólo en la primera planta, allí abajo, en el fondo del precipicio, decenas y decenas de ventanas permanecían ciegas y oscuras.
El resultado del reconocimiento general tranquilizó a Giuseppe Corte. Inclinado habitualmente a prever lo peor, en su interior se había preparado ya para un veredicto severo y no se habría sorprendido si el médico le hubiese declarado que debía asignarle a la planta inferior. De hecho, la fiebre no daba señas de desaparecer, pese a que el estado general siguiera siendo bueno. El facultativo, sin embargo, le dirigió palabras cordiales y alentadoras. Principio de enfermedad, lo había, le dijo, pero muy ligero; probablemente en dos o tres semanas todo habría pasado.
–Entonces ¿me quedo en la séptima planta? –había preguntado en ese momento Giuseppe Corte con ansiedad.
–¡Pues claro! –había respondido el médico palmeándole amistosamente la espalda–. ¿Dónde pensaba que había de ir? ¿A la cuarta quizá? –preguntó riendo, como para hacer alusión a la hipótesis más absurda.
–Mejor así, mejor así –dijo Corte–. ¿Sabe usted? Cuando uno está enfermo se imagina siempre lo peor...
De hecho, Giuseppe Corte se quedó en la habitación que se le había asignado originalmente. En las raras tardes en que se le permitía levantarse intimó con algunos de sus compañeros de hospital. Siguió escrupulosamente el tratamiento y puso todo su empeño en sanar con rapidez; su estado, con todo, parecía seguir estacionario.

Habían pasado unos diez días cuando se le presentó el supervisor de la séptima planta. Tenía que pedirle un favor a título meramente personal: al día siguiente tenía que ingresar en el hospital una señora con dos niños; había dos habitaciones libres, justamente al lado de la suya, pero faltaba la tercera; ¿consentiría el señor Corte en trasladarse a otra habitación igual de confortable?
Giuseppe Corte no opuso, naturalmente, ningún inconveniente; para él, una u otra habitación era lo mismo; quizá incluso le tocara una enfermera nueva y más mona.
–Se lo agradezco de corazón –dijo el supervisor con una ligera inclinación–; de una persona como usted, confieso que no me asombra semejante acto de caballerosidad. Dentro de una hora, si no tiene inconveniente, procederemos al traslado. Tenga en cuenta que es necesario que baje a la planta de abajo –añadió con voz atenuada, como si se tratase de un detalle completamente intrascendente–. Desgraciadamente, en esta planta no quedan habitaciones libres. Pero es un arreglo provisional –se apresuró a especificar al ver que Corte, que se había incorporado de golpe, estaba a punto de abrir la boca para protestar–, un arreglo absolutamente provisional. En cuanto quede libre una habitación, y creo que será dentro de dos o tres días, podrá volver aquí arriba
–Le confieso –dijo Giuseppe Corte sonriendo para demostrar que no era ningún niño– que un traslado de esta clase no me agrada en absoluto.
–Pero es un traslado que no obedece a ningún motivo médico; entiendo perfectamente lo que quiere decir; se trata únicamente de una gentileza con esta señora, que prefiere no estar separada de sus niños... Un favor –añadió riendo abiertamente, ¡ni se le ocurra que pueda haber otras razones!
–Puede ser –dijo Giuseppe Corte–, pero me parece de mal agüero.

De este modo Corte pasó a la sexta planta, y si bien convencido de que este traslado no correspondía en absoluto a un empeoramiento de la enfermedad, se sentía incómodo al pensar que entre él y el mundo normal, de la gente sana, se interponía ya un obstáculo preciso. En la séptima planta, puerto de llegada, se estaba en cierto modo todavía en contacto con la sociedad de los hombres; podía considerarse más bien casi una prolongación del mundo habitual. En la sexta, en cambio, se entraba en el auténtico interior del hospital; la mentalidad de los médicos, de los enfermeros y de los propios enfermos era ya ligeramente distinta. Se admitía ya que en esa planta se albergaba a los enfermos auténticos, por más que fuera en estado no grave. Las primeras conversaciones con sus vecinos de habitación, con el personal y los médicos, hicieron advertir a Giuseppe Corte de hecho que en aquella sección la séptima planta se consideraba una farsa reservada a los enfermos por afición, padecedores más que nada de imaginaciones; sólo en la sexta, por decirlo así, se empezaba de verdad.
De todos modos, Giuseppe Corte comprendió que para volver arriba, al lugar que le correspondía por las características de su enfermedad, hallaría sin duda cierta dificultad; aunque fuera tan sólo para un esfuerzo mínimo, para regresar a la séptima planta debía poner en marcha un complejo mecanismo; no cabía duda de que si él no chistaba, nadie tomaría en consideración trasladarlo nuevamente a la planta superior de los "casi sanos".
Por ello, Giuseppe Corte se propuso no transigir con sus derechos y no dejarse atrapar por la costumbre. Cuidaba mucho de puntualizar a sus compañeros de sección que se hallaba con ellos sólo por unos pocos días, que había sido él quien había accedido a descender una planta para hacer un favor a una señora y que en cuanto quedara libre una habitación volvería arriba. Los otros asentían con escaso convencimiento.
La convicción de Giuseppe Corte halló plena confirmación en el dictamen del nuevo médico. Incluso éste admitía que podía asignarse perfectamente a Giuseppe Corte a la séptima planta; su manifestación era ab-so-lu-ta-men-te le-ve –y fragmentaba esta definición para darle importancia–, pero en el fondo estimaba que acaso en la sexta planta Giuseppe Corte pudiera ser mejor tratado.
–No empecemos –intervenía en este punto el enfermo con decisión–, me ha dicho que la séptima planta es la que me corresponde; y quiero volver a ella.
–Nadie dice lo contrario –replicaba el doctor–, ¡yo no le daba más que un simple consejo, no de mé-di-co, sino de au-tén-ti-co a-mi-go! Su manifestación, le repito, es levísima (no sería exagerado decir que ni siquiera está enfermo), pero en mi opinión se diferencia de manifestaciones análogas en una cierta mayor extensión. Me explico: la intensidad de la enfermedad es mínima, pero su amplitud es considerable; el proceso destructivo de las células –era la primera vez que Giuseppe Corte oía allí dentro aquella siniestra expresión–, el proceso destructivo de las células no ha hecho más que comenzar, quizá ni siquiera haya comenzado, pero tiende, y digo sólo tiende, a atacar simultáneamente respetables proporciones del organismo. Sólo por esto, en mi opinión, puede ser tratado más eficazmente aquí, en la sexta planta, donde los métodos terapéuticos son más específicos e intensos.
Un día le contaron que, después de haber consultado largamente con sus colaboradores, el director general del establecimiento había decidido cambiar la subdivisión de los enfermos. El grado de cada uno de éstos, por decirlo así, se veía acrecentado en medio punto. Suponiendo que en cada planta los enfermos se dividieran, según su gravedad, en dos categorías (de hecho los respectivos médicos hacían esta subdivisión, si bien a efectos meramente internos), la inferior de estas dos mitades se veía trasladada de oficio una planta más abajo. Por ejemplo, la mitad de los enfermos de la sexta planta, aquellos con manifestaciones ligeramente más avanzadas, debían pasar a la quinta; y los menos leves de la séptima pasar a la sexta. La noticia alegró a Giuseppe Corte porque, en un cuadro de traslados de tal complejidad, su regreso a la séptima planta podría llevarse a cabo más fácilmente.
Cuando mencionó esta su esperanza a la enfermera, se llevó, sin embargo, una amarga sorpresa. Supo entonces que sería trasladado, pero no a la séptima, sino a la planta de abajo. Por motivos que la enfermera no sabía explicarle, estaba incluido en la mitad más "grave" de los que se alojaban en la sexta planta y por esta razón debía descender a la quinta.
Pasados los primeros instantes de sorpresa, Giuseppe Corte montó en cólera; dijo a gritos que lo estafaban vilmente, que no quería oír hablar de ningún traslado abajo, que se volvería a casa, que los derechos eran derechos y que la administración del hospital no podía ignorar de forma tan abierta los diagnósticos de los facultativos.
Todavía estaba gritando cuando el médico llegó sin resuello para tranquilizarlo. Aconsejó a Corte que se calmara si no quería que le subiera la fiebre, le explicó que se había producido un malentendido, cuando menos parcial. Llegó a admitir, incluso, que lo más propio habría sido que hubieran enviado a Giuseppe Corte a la séptima planta, pero añadió que tenía acerca de su caso una idea ligeramente diferente, si bien muy personal. En el fondo su enfermedad podía, en cierto sentido, naturalmente, considerarse de sexto grado, dada la amplitud de las manifestaciones morbosas. Sin embargo, ni siquiera él lograba explicarse cómo Corte había sido catalogado en la mitad inferior de la sexta planta. Probablemente el secretario de la dirección, que había llamado aquella misma mañana preguntando por la ubicación clínica exacta de Giuseppe Corte, se había equivocado al transcribirla. Por mejor decir, la dirección había "empeorado" ligeramente su dictamen a propósito, ya que se le consideraba un médico experto pero demasiado indulgente. El doctor aconsejaba a Corte, en fin, no inquietarse, sufrir sin protestas el traslado; lo que contaba era la enfermedad, no el lugar donde se situaba a un enfermo.
Por lo que se refería al tratamiento –añadió aún el facultativo–, Giuseppe Corte no habría de lamentarlo; el médico de la planta de abajo tenía sin duda más experiencia; era casi un dogma que la pericia de los doctores aumentaba, cuando menos a juicio de la dirección, a medida que se descendía. La habitación era igual de cómoda y elegante. Las vistas, igualmente amplias: sólo de la tercera planta para abajo la visión se veía estorbada por los árboles del perímetro.
Presa de la fiebre vespertina, Giuseppe Corte escuchaba las minuciosas justificaciones del doctor con progresivo cansancio. Finalmente, se dio cuenta de que no tenía fuerzas ni, sobre todo, ganas de seguir oponiéndose al injusto traslado. Y se dejó llevar a la planta de abajo.
El único, si bien magro, consuelo de Giuseppe Corte una vez se halló en la quinta planta, fue saber que era común opinión de los médicos, los enfermeros y enfermos que en aquella sección él era el menos grave de todos. En el ámbito de aquella planta, en suma, podía considerarse con diferencia el más afortunado. Sin embargo, por otra parte lo atormentaba el pensamiento de que ahora eran ya dos las barreras que se interponían entre él y el mundo de la gente normal.
A medida que avanzaba la primavera, el aire se hacía más tibio, pero Giuseppe Corte no gustaba ya, como en los primeros días, de asomarse a la ventana; aunque semejante temor fuese una verdadera tontería, cuando veía las ventanas de la primera planta, siempre cerradas en su mayoría, que tanto se habían acercado, sentía recorrerle un extraño escalofrío.
Su enfermedad se mostraba estacionaria. Con todo, pasados tres días de estancia en la quinta planta, se manifestó en su pierna derecha una erupción cutánea que en los días siguientes no dio señas de reabsorberse. Era una afección, le dijo el médico, absolutamente independiente de la enfermedad principal; un trastorno que le podía ocurrir a la persona más sana del mundo. Para eliminarlo en pocos días, sería deseable un tratamiento intensivo de rayos digamma.
–¿Y me los pueden dar aquí, esos rayos digamma? –preguntó Giuseppe Corte.
–Nuestro hospital –respondió complacido el médico– desde luego dispone de todo. Sólo hay un inconveniente...
–¿De qué se trata? –preguntó Corte con un vago presentimiento.
–Inconveniente por decirlo así –se corrigió el doctor–; me refiero a que sólo hay instalación de rayos en la cuarta planta, y yo le desaconsejaría hacer semejante trayecto tres veces al día.
–Entonces ¿nada?
–Entonces lo mejor sería que hasta que le desaparezca la erupción hiciera el favor de bajarse a la cuarta.
–¡Basta! –aulló Giuseppe Corte–. ¡Ya he bajado bastante! A la cuarta no voy, así reviente.
–Como a usted le parezca –dijo, conciliador, el otro para no irritarle–, pero, como médico encargado de su tratamiento, tenga en cuenta que le prohíbo bajar tres veces al día.
Lo malo fue que el eccema, en vez de ir a menos, se fue extendiendo lentamente. Giuseppe Corte no conseguía hallar reposo y no cesaba de revolverse en la cama. Aguantó así, furioso, tres días, hasta que se vio obligado a ceder. Espontáneamente, rogó al médico que ordenara que le hicieran el tratamiento de los rayos y, por consiguiente, que lo trasladaran a la planta inferior.
Allí abajo Corte advirtió con inconfesado placer que representaba una excepción. Los otros enfermos de la sección estaban sin lugar a dudas en estado muy grave y no podían abandonar la cama siquiera por un minuto. Sin embargo él podía permitirse el lujo de ir a pie desde su habitación a la sala de rayos entre los parabienes y la admiración de las propias enfermeras.
Al nuevo médico le precisó con insistencia su especialísima situación. Un enfermo que en el fondo tenía derecho a la séptima planta había ido a parar a la cuarta. En cuanto la erupción desapareciese, pretendía regresar arriba. No admitiría en absoluto ninguna nueva excusa. ¡Él, que legítimamente habría podido estar todavía en la séptima!
–¡La séptima, la séptima! –exclamó sonriendo el médico, que acababa justamente de pasar visita–. ¡Ustedes, los enfermos, siempre exageran! Soy el primero en decir que puede estar contento de su estado; por lo que veo en su cuadro clínico, no ha habido grandes empeoramientos. ¡Pero de ahí a hablar de la séptima planta, y disculpe mi brutal sinceridad, hay sin duda cierta diferencia! Es usted uno de los casos menos preocupantes, lo admito, pero no deja de ser un enfermo.
–Entonces usted –dijo Giuseppe Corte con el rostro encendido, ¿a qué planta me asignaría?
–Bueno, no es fácil decirlo, no le hecho más que un breve reconocimiento, y para poder pronunciarme debería seguirle por lo menos una semana.
–Está bien –insistió Corte–, pero más o menos sí sabrá.
Para tranquilizarlo, el médico simuló concentrarse un momento; luego asintió con la cabeza y dijo con lentitud:
–Bueno, aunque sólo sea para contentarle, podríamos en el fondo asignarle a la sexta. Sí, sí –añadió como para convencerse a sí mismo–. La sexta podría estar bien.
Creía así el doctor contentar al enfermo. Por el rostro de Giuseppe Corte, en cambio, se extendió una expresión de zozobra: el enfermo se daba cuenta de que los médicos de las últimas plantas lo habían engañado; ¡y hete aquí que este nuevo doctor, a todas luces más competente y más sincero, en su fuero interno –era evidente– lo asignaba, no a la séptima, sino a la sexta planta, y quizá a la quinta, la inferior! La inesperada desilusión postró a Corte. Aquella noche la fiebre le subió de forma apreciable.

Su estancia en la cuarta planta señaló para Giuseppe Corte el período más tranquilo desde que ingresara en el hospital. El médico era una persona sumamente simpática, atenta y cordial; a menudo se paraba, incluso durante horas enteras, a charlar de los temas más diversos. Y también Giuseppe Corte hablaba de buena gana, buscando temas relacionados con su vida habitual de abogado y hombre de sociedad. Intentaba convencerse de que pertenecía aún a la sociedad de los hombres sanos, de estar vinculado todavía al mundo de los negocios, de interesarse por los acontecimientos públicos. Lo intentaba, pero sin conseguirlo. De forma invariable, la conversación acababa siempre yendo a parar a la enfermedad.
Entre tanto, el deseo de una mejoría cualquiera se había convertido para él en una obsesión. Los rayos digamma, aunque habían conseguido detener la extensión de la erupción cutánea, no habían bastado a eliminarla. Todos los días Giuseppe Corte hablaba de ello largamente con el médico y se esforzaba por mostrarse fuerte, incluso irónico, sin conseguirlo.
–Dígame, doctor –preguntó un día–, ¿cómo va el proceso destructivo de mis células?
–¿Pero qué expresiones son esas? –le reconvino jovialmente el doctor–. ¿De dónde las ha sacado? ¡Eso no está bien, no está bien, y menos en un enfermo! No quiero oírle nunca más cosas semejantes.
–Está bien –objetó Corte–, pero así no me ha contestado.
–Oh, ahora mismo lo hago –dijo el doctor, amable–. El proceso destructivo de las células, por emplear su siniestra expresión, es, en su caso, mínimo, absolutamente mínimo. Pero me siento tentado de definirlo como obstinado.
–¿Obstinado? ¿Quiere decir crónico?
–No me haga decir lo que no he dicho. Quiero decir solamente rebelde. Por lo demás, así son la mayoría de los casos. Afecciones incluso muy leves necesitan a menudo tratamientos enérgicos y prolongados.
–Pero dígame, doctor, ¿para cuándo puedo esperar una mejoría?
–¿Para cuándo? En estos casos, las predicciones son más bien difíciles... Pero escuche –añadió después de una pausa meditativa–, según veo, tiene auténtica obsesión por sanar... si no tuviera miedo de que se me enfade, le daría un consejo...
–Pues diga, diga, doctor...
–Pues bien, le plantearé la cuestión en términos muy claros. Si yo, atacado por esta enfermedad aunque fuera de forma levísima, viniera a parar a este sanatorio, que posiblemente es el mejor que existe, espontáneamente haría que me asignaran, y desde el primer día, desde el primer día, ¿comprende?, a una de las plantas más bajas. Haría que me ingresaran directamente en la...
–¿En la primera? –sugirió Corte con una sonrisa forzada.
–¡Oh, no!, ¡en la primera no! –respondió irónico el médico–, ¡eso no! Pero en la segunda o la tercera, seguro que sí. En las plantas inferiores el tratamiento se lleva a cabo mucho mejor, se lo garantizo, las instalaciones son más completas y potentes, el personal más competente. ¿Sabe usted, además, quién es el alma de este hospital?
–¿No es el profesor Dati?
–En efecto, el profesor Dati. Él es el inventor del tratamiento que se lleva a cabo, el que proyectó toda la instalación. Pues bien, él, el maestro, está, por decirlo así, entre la primera y la segunda planta. Desde allí irradia su fuerza directiva. Pero le garantizo que su influjo no llega más allá de la tercera planta; de ahí para arriba se diría que sus mismas órdenes se diluyen, pierden consistencia, se extravían; el corazón del hospital está abajo y se necesita estar abajo para tener los mejores tratamientos.
–Así que, en definitiva –dijo Giuseppe Corte con voz temblorosa–, usted me aconseja...
–Añada a eso una cosa –continuó imperturbable el doctor–, añada que en su caso particular habría que insistir hasta que desaparezca. Es una cosa sin ninguna importancia, convengo en ello, pero más bien molesta, que de prolongarse mucho podría deprimir la "moral"; y usted sabe lo importante que es, para sanar, la tranquilidad de espíritu. Las sesiones de rayos a que le he sometido no han dado resultado más que a medias. ¿Que por qué? Puede ser tan sólo casualidad, pero puede ser también que los rayos no tengan la suficiente intensidad. Pues bien, en la tercera planta las máquinas de rayos son mucho más potentes. Las probabilidades de curar el eccema serían mucho mayores, Y luego, ¿ve usted?, una vez la curación en marcha, lo más complicado ya está hecho. Una vez iniciada la recuperación, lo difícil es volver atrás. Cuando se sienta mejor de veras, nada le impedirá volver aquí con nosotros o incluso más arriba, según sus "méritos", incluso a la quinta, a la sexta, hasta a la séptima, me atrevo a decir...
–¿Y usted cree que eso podrá acelerar el tratamiento?
–¡De eso no cabe ninguna duda! Ya le he dicho lo que yo haría en su situación.
Charlas de esta clase el doctor no las daba todos los días. Acabó llegando el momento en que el enfermo, cansado de sufrir a causa del eccema, pese a su instintiva reluctancia a descender al reino de los casos todavía más graves, decidió seguir el consejo y se trasladó a la planta de abajo.

En la tercera planta no tardó en advertir que reinaba en la sección, en el médico, en las enfermeras, un especial regocijo, pese a que allí abajo recibieran tratamiento enfermos muy preocupantes. Notó incluso que este regocijo aumentaba con los días: picado por la curiosidad, una vez que hubo tomado un poco de confianza con la enfermera, preguntó cómo era que en aquella planta estaban siempre todos tan alegres.
–Ah, ¿pero es que no lo sabe? –respondió la enfermera. Dentro de tres días nos vamos de vacaciones.
–¿Qué quiere decir eso de «nos vamos de vacaciones»?
–Sí. Durante quince días la tercera planta se cierra y el personal se va de asueto. Las plantas descansan por turno.
–¿Y los enfermos? ¿Qué hacen con ellos?
–Como hay relativamente pocos, se reúnen dos plantas en una sola.
–¿Cómo? ¿Reúnen a los enfermos de la tercera y de la cuarta?
–No, no –corrigió la enfermera–, a los de la tercera y la segunda. Los que están aquí tendrán que bajar.
–¿Bajar a la segunda? –dijo Giuseppe Corte pálido como un muerto–. ¿Tendré que bajar entonces a la segunda?
–Pues claro. ¿Qué tiene de raro? Cuando, dentro de quince días, regresemos, volverá usted a esta habitación. No creo que sea para asustarse.
Sin embargo, Giuseppe Corte –misterioso instinto le advertía– se vio embargado por el miedo. No obstante, ya que no podía impedir que el personal se fuera de vacaciones, convencido de que el nuevo tratamiento de rayos le hacía bien (el eccema se había reabsorbido casi por completo), no se atrevió a oponerse al nuevo traslado. Pretendió, con todo, y a pesar de las burlas de las enfermeras, que en la puerta de su nueva habitación se pusiera un cartel que dijera: «Giuseppe Corte, de la tercera planta, provisional». Esto no tenía precedentes en la historia del sanatorio, pero los médicos, considerando que en un temperamento nervioso como Corte incluso pequeñas contrariedades podían provocar un empeoramiento, no se opusieron a ello.
En el fondo se trataba de esperar quince días, ni uno más ni uno menos. Giuseppe Corte empezó a contarlos con obstinada avidez, permaneciendo inmóvil en su lecho durante horas enteras con los ojos fijos en los muebles, que en la segunda planta no eran ya tan modernos y alegres como en las secciones superiores, sino que adoptaban dimensiones mayores y líneas más solemnes y severas. Y de cuando en cuando aguzaba el oído, pues le parecía oír en la planta de abajo, la planta de los moribundos, la sección de los "condenados", vagos estertores de agonía.
Todo esto, naturalmente, contribuía a entristecerlo. Y su mengua de serenidad parecía fomentar la enfermedad, la fiebre tendía a aumentar, la debilidad se hacía más pronunciada. Desde la ventana –era ya pleno verano y las ventanas se hallaban casi siempre abiertas– no se divisaban ya los tejados, ni siquiera las casas de la ciudad; sólo la muralla verde de los árboles que rodeaban el hospital.

Habían pasado siete días cuando una tarde, hacia las dos, el supervisor y tres enfermeros que empujaban una camilla con ruedas irrumpieron súbitamente.
–¿Listos para el traslado? –preguntó en tono de afable chanza el supervisor.
–¿Qué traslado? –preguntó Giuseppe Corte con un hilo de voz–. ¿Qué bromas son estas? ¿No faltan aún siete días para que vuelvan los de la tercera planta?
–¿La tercera planta? –dijo el supervisor como si no comprendiera–. A mí me han dado orden de llevarle a la primera, mire –y le enseñó un volante sellado para su traslado a la planta inferior, firmado nada menos que por el mismísimo profesor Dati.
El terror, la cólera infernal de Giuseppe Corte estallaron en largos gritos que resonaron por toda la planta. «Más bajo, más bajo, haga el favor», suplicaron las enfermeras, «¡aquí hay enfermos que no se encuentran bien!». Pero hacía falta algo más para calmarlo.
Al fin acudió el médico que dirigía la sección, una persona amabilísima y sumamente educada. Se informó, miró el volante, hizo que Corte le explicara. Luego se voltio, encolerizado, hacia el supervisor, declarando que había habido un error, él no había dado ninguna orden de ese tipo, desde hacía algún tiempo había un desbarajuste intolerable, nadie le informaba de nada... Al cabo, después de haber echado la bronca al subordinado, se volvió en tono cortés al enfermo, deshaciéndose en excusas.
–Con todo, desgraciadamente –añadió el médico–, el profesor Dati hace justo una hora que se ha marchado para una breve licencia, y no volverá hasta dentro de dos días. Estoy absolutamente desolado, pero sus órdenes no se pueden transgredir. Él será el primero en lamentarlo, se lo garantizo... ¡Un error así! ¡No me explico cómo ha podido suceder!
Un lastimoso estremecimiento había empezado a sacudir a Giuseppe Corte. Su capacidad de dominarse había desaparecido por completo. El terror se había apoderado de él como de un niño. Sus sollozos resonaban en la habitación.
De este modo, debido a aquel execrable error, alcanzó la última etapa. ¡Él, que en el fondo, por la gravedad de su mal, a juicio de los médicos más severos, tenía derecho a verse asignado a la sexta, cuando no a la séptima planta, en la sección de los moribundos! La situación era tan grotesca que en algunos momentos Giuseppe Corte casi sentía deseos de echar a reír a carcajadas.
Tendido en la cama mientras la cálida tarde de verano pasaba lentamente sobre la ciudad, miraba los verdes árboles a través de la ventana con la impresión de haber ido a parar a un mundo irreal, hecho de absurdas paredes alicatadas y esterilizadas, de gélidos y fúnebres zaguanes, de blancas figuras humanas carentes de alma. Hasta dio en pensar que ni siquiera los árboles que le parecía divisar a través de la ventana eran verdaderos: acabó incluso por convencerse, al advertir que las hojas no se movían en absoluto.
Esta idea lo agitó hasta tal punto que Corte llamó con el timbre a la enfermera e hizo que le alcanzara sus gafas de miope, que no usaba en la cama; sólo entonces consiguió tranquilizarse un poco: con su ayuda pudo asegurarse de que eran realmente árboles auténticos y que las hojas, aunque ligeramente, se veían agitadas por el viento de cuando en cuando.
Una vez que salió la enfermera, transcurrió un cuarto de hora de completo silencio. Seis plantas, seis terribles murallas, aun siendo por un error de forma, abrumaban ahora a Giuseppe Corte con implacable peso. ¿Cuántos años –sí, tenía que pensar en años– le harían falta para que consiguiera alcanzar de nuevo el borde de aquel precipicio?
Pero ¿cómo de repente se hacía en la habitación tanta oscuridad? Seguía siendo plena tarde. Con un esfuerzo supremo, Giuseppe Corte, que se sentía paralizado por un extraño entumecimiento, miró el reloj que estaba sobre la mesita al lado de la cama. Eran las tres y media. Volvió la cabeza hacia la otra parte y vio que las persianas, obedientes a una misteriosa orden, descendían lentamente, cerrando el paso a la luz.


Dino Buzzati nació en Belluno el 16 de octubre de 1906.Escritor y periodista italiano.Trabajó durante casi toda su carrera para el diario Corriere della sera.

Conocido por sus cuentos, en los que suele mezclar elementos fantásticos o de ciencia ficción, sus novelas beben de influencias kafkianas, con enrevesadas situaciones y grandes dosis de desesperación.

Dentro de la obra de Buzzati habría que destacar El desierto de los tártaros (1940), que gozó de gran éxito a nivel internacional y fue llevada al cine en 1976 por Valerio Zurlini.

Dino Buzzati murió en Milán el 28 de enero de 1972.


Dino Buzzati. Relatos. Traducción Javier Setó
©1996 Alianza Editorial S.A., Madrid, España
foto y texto:estafeta