30.9.10

Las letras de la lucha final

La historia de la literatura tiene su particular capítulo dedicado a las huelgas y los conflictos laborales

El actor Marcelo Mastroianni en un fotograma de la película Los compañeros de Mario Monicelli.foto.fuente:elpais.com

El sábado pasado, durante el Festival Hay de Segovia, el cineasta y escritor David Trueba, premio de la Crítica 2009 con la novela Saber perder (Anagrama), repasó durante una hora varios fragmentos de sus películas favoritas. Entre ellas estaba Los compañeros (1963), de Mario Monicelli. En la secuencia elegida por Trueba, un intelectual (Marcello Mastroianni) interviene en una asamblea de obreros para apoyar la huelga. Después del discurso del intelectual -americana, gafas, barba- los trabajadores corren exaltados hacia la calle. Mastroianni se queda solo y ve en una mesa el bocadillo que alguien se ha dejado olvidado. Cuando, con ojos lujuriosos, se dispone a morderlo es sorprendido por el dueño del bocadillo, que ha vuelto a buscarlo. Recuperándose de la mezcla de sorpresa y frustración que le asalta, el intelectual devuelve su comida al obrero. Toda una metáfora sobre la relación entre el poder de la mente y el del estómago, el pan y las palabras. La historia de la literatura también tiene su particular capítulo de asambleas, piquetes y paros.

El mundo va a la huelga. Libro de huelgas, revueltas y revoluciones (451 Editores) es el título del volumen que hace unos meses publicó el editor y crítico Constantino Bértolo. Se trata de una antología de textos e imágenes en torno a la lucha contra la injusticia que va desde el levantamiento de los esclavos de Roma (el Espartaco de Howard Fast inmortalizado en el cine por Stanley Kubrick) hasta el movimiento antiglobalización (de la mano del colectivo Wu Ming) pasando por las revoluciones francesa, mexicana y soviética, las huelgas de Asturias en 1934 (José Díaz Fernández, Octubre rojo en Asturias) y las de París en 1968 (Olivier Rolin, Tigre de papel), sin olvidar la lucha antifranquista (Isaac Rosa, El vano ayer).

Bértolo, además, analiza el espacio marginal al que, "a despecho de su alta calidad literaria", han sido relegados títulos como Martin Eden, de Jack London, Los de abajo, de Mariano Azuela, o La madre, de Maxim Gorki. Publicada en 1907, la cruda historia de la toma de conciencia de Pelagia, la madre del título, a partir del compromiso político y sindical de su hijo, es uno de los grandes clásicos de un género de difícil canonización: el realismo social.

Conflictos en lengua española. Después de conseguir su propio espacio durante la larga posguerra franquista, los representantes españoles de ese realismo social pasaron al purgatorio desplazados por el experimentalismo de los años setenta, primero, y, luego, por la nueva narrativa de los ochenta. Franco murió en la cama y la reforma sacó de las estanterías a la revolución llevándose de paso por delante todos los matices de la justicia social. También de su versión menos ruidosa: el Estado de bienestar. Con todo, títulos como Central eléctrica, de Jesús López Pacheco, o La mina, de Armando López Salinas, merecen una lectura que vaya más allá de su consideración como mero testimonio de un tiempo pasado que el presente volvió peor. Y que el futuro puede volver actualidad pura.

Entre tanto, el testigo de una novela crítica con una sociedad en la que cada vez es más frágil la frontera entre trabajo digno y trabajo a secas, corre a cargo en la actualidad de narradores como el propio Isaac Rosa, Rafael Chirbes o Belén Gopegui. La actividad como guionista de cine de esta última también se ha ocupado en ocasiones del mundo laboral. Ahí están películas como La suerte dormida (2003), dirigida por Ángeles González-Sinde, actual ministra de Cultura, o El principio de Arquímedes (2004), dirigida por Gerardo Herrero.

Una de mineros chilenos. Una muestra de las idas y venidas del pasado es, por cierto, El arte de la resurrección, último premio Alfaguara. En su novela, Hernán Rivera Letelier relata las peripecias de un iluminado que se cree Jesucristo en el contexto de una huelga minera en el norte de Chile. El libro transcurre en los años cuarenta del siglo XX, pero el accidente que tiene atrapados a 33 obreros en el pozo San José demostró que a veces la novela "histórica" tiene un pasillo que lleva hasta el telediario.

Malos tiempos para la lírica. En Pero el viajero que huye (Visor), Manuel Vázquez Montalbán se preguntaba cuánta gente tendría que morir víctima de la injusticia para que "nos saliera social la poesía", pero lo cierto es que entre los poetas españoles actuales no faltan las voces críticas después de que algunos de sus colegas de la posguerra conocieran un ostracismo similar al de sus coetáneos novelistas (Una pista: Poesía social española contemporánea. 1939-1968, la histórica antología de Leopoldo de Luis, reeditada por Biblioteca Nueva). "La belleza de la huelga general" se titula por ejemplo uno de los poemas de Conversaciones entre alquimistas (Tusquets), de Jorge Riechmann, uno de los más destacados exponentes de una poesía social que, con la lección de Brecht bien asimilada, tiene entre sus mejores representantes a autores de distintas generaciones como Jesús Munárriz, Fernando Beltrán, Antonio Méndez Rubio, Enrique Falcón o Isabel Pérez Montalbán. (Otra pista y otra antología: Feroces, de Isla Correyero, en DVD Ediciones).

Sin olvidar la dimensión crítica que ha tenido siempre el poeta más representativo de las últimas décadas, Luis García Montero. A su libro más celebrado, Habitaciones separadas (publicado por Visor en 1994 y recogido luego en su poesía reunida, editada por Tusquets) pertenece el poema Compañero: "Yo sé dónde acabaron nuestras revoluciones, / ¿pero dónde empezaban nuestros sueños? / Si empezaron por culpa del dolor, / hay motivos recientes para seguir soñando. / Si empezaron por culpa de nuestra envenenada estupidez, / puedes seguir soñando, / pues también hay motivos".

Winslow: "Crecí con esos tipos, te protegían"

El escritor presenta una nueva novela sobre la mafia, El invierno de Frankie Machine
El escritor estadounidense Don Winslow.foto.fuente:ADN.es

Su anterior libro, El poder del perro (Mondadori), fue elogiado por la crítica y devorado por el público. Don Winslow (Nueva York, 1953) vuelve a retratar a la mafia con El invierno de Frankie Machine (Martínez Roca). Otro fantástico thriller.

Antes era detective privado.

Siempre quise ser escritor pero también comer todos los días. Así que acabé haciéndolo.

También fue consultor o guía de safari. ¿Qué le aporta más?

Quizás mi trabajo en Kenia. Como guía has de analizar cada detalle del paisaje y rápido.

La gente adora la mafia tras el éxito de 'Los Soprano'.

¡Soy un gran fan! Retrata muy bien el estado de la mafia actual. El repunte de la novela negra también se debe a la recesión. Con la crisis vuelve el interés por el mundo marginal.

De Niro ha comprado los derechos del libro.

Así es. Estoy convencido de que me gustará mucho.

¿Cómo se le ocurrió hablar de un mafioso jubilado?

Crecí con esos tipos. Estaban en la esquina, te daban helados y te regalaban céntimos para comprar cómics. Te protegían.

¿Pudo ser uno de ellos?

Apaga la grabadora (risas). De niño hice alguna entrega de alcohol cuando era ilegal vender el domingo. Pero era calderilla.

Dicen que es un experto en la naturaleza humana.

Como detective conocí ciertas personalidades a fondo. A mi pesar vi demasiado de lo peor y lo mejor del ser humano.

Ha dicho que el 90% de 'El poder del perro' es realidad, ¿lo es también en esta novela?

Está cerca. Frankie es ficticio pero cada flashback de su pasado se basa en hechos reales.

Kennedy, Nixon, Hoffa...

Bob Kennedy y Jimmy Hoffa eran enemigos. La mafia ayudó a que lo eligieran y Bob debía dejar a Hoffa tranquilo. Él no lo respetó y por eso asesinaron a JFK. Nixon estaba cerca del sindicato de Hoffa y la mafia ayudó en su reelección.

¿Qué papel tuvo la mafia en la construcción de EE UU?

Es menor pero en la política de los cincuenta hasta los sesenta fue crucial. Y no todos eran italianos, los míos, los irlandeses, también estuvieron. Y siempre digo que la clase criminal nativa de EE UU es el Congreso.

'Savages' es su último libro -del que Oliver Stone prepara un guión-, ¿de qué trata?

De drogas, sobre agricultores de marihuana en California.

Los nombres del misterio

El ensayista Luis Chitarroni propone en esta columna un proyecto ambicioso y fuera de época: armar un diccionario de detectives
El detective. personaje también para un diccionario.foto:archivo.fuente: Revista Ñ

Los principales exponentes del misterio y la resolución, desde el Lew Archer de Ross MacDonald hasta la Miss Marple de Agatha Christie formarían parte de este catálogo.

Siempre creí en la utilidad de un diccionario personal de detectives que me ayudara a resolver los enigmas menos importantes, esos que la realidad no escatima. Los detectives estarían representados por alguna de las letras del abecedario para no obstruir las facultades de intelección y detección con sus rasgos personales y prestarían servicio todo el día, de acuerdo con mis triviales requerimientos. Una segunda presunción imaginaria entorpeció este propósito: un diccionario exhaustivo de personajes, con sus rasgos individuales, para deleite pedantesco del que viste y calza. Tuve la suerte de nacer en época que disuade tales excesos. "Los libros de referencia", me dijeron sabiamente, "hoy sólo se ponen on line".

Puedo dar curso parcial a mis dos proyectos fallidos en esta columna. En términos de abarcar, empezaría probablemente con Lew Archer, de Ross MacDonald y terminaría seguramente con Aurelio Zen, de Michael Dibdin, respectivamente. Habría, sí, una mullida recepción para viejos conocidos como Nigel Strangeways, Gideon Fell y el teniente Columbo, entre otros. Dejaríamos lugar a Cornelia Gray y a otra dama menos inocente, la teniente Tennyson de Prime Suspect . Admito dos debilidades adicionales. Tienen el pudor de ser menos conocidas: Montagu Cork, de Macdonald Hastings, que trabaja en tres novelas extraordinarias e irrepetibles de los cincuenta: es probable que la época anterior a nuestro nacimiento ejerza un magnetismo superior a cualquier otra. Montagu no es un detective propiamente dicho sino un agente de seguros convertido por la compañía en que trabaja en investigador; sus pesquisas, programas de tiesa perfección a los que nunca deja de asistir personalmente, aunque tiene la imperturbabilidad de un "armchair detective", estilo de razonador que no se mueven de su sillón –o de su catrera–, como nuestro inolvidable y genial Isidro Parodi. Entre éstos, no me gustaría que Nero Wolfe de Rex Stout quedara sin mención, ni el príncipe Zalevsky, de M.P. Shiel.

El método de Cork es poco refinado: él no pertenece al conjunto de los que desconfían de la casualidad. Podría postularse, con mucho menos ingenio, a la vacante de Nigel Strangeways, si Strangeways necesitara suplente. O a la de Gideon Fell, que es ufano y circunspecto, casi tanto como Poirot pero exento de sus veleidades culinarias y sus remilgos contumaces.

De los últimos que estrené, de la escuela norteamericana de Texas, mi favorito es Kinky Friedman, un cantante country de mucha reputación en los tempranos setenta, integrante del combo "Los cowboys judíos". Uno de sus éxitos del grupo, escrito por el propio Kinky, fue: "Ya no se hacen judíos como Jesús en estos tiempos". Para reponerse de los devaneos y las arbitrariedades del éxito, de las interminables giras en ómnibus enormes con silueta de galgo y papeles de cocaína en todos los descansos, dedicó su ingenio a las novelas policiales en primera persona. El detective y el ex cantante son el mismo, y a escasa distancia de ambos está el autor, quien puede, en una página, celebrar las nupcias de Jimmie Rodgers y Jane Marple. Los aficionados a la novela de detectives deben de recordar a Miss Marple, otra creación de Agatha Christie cuyo método parecía un curso de corrección aprendido de la sensatez de las clases medias inglesas y de la sabiduría en extinción del diecinueve. Las conclusiones de Miss Marple no tienen la brillantez de las de Poirot, pero remedan con opaca condescendencia las del padre Brown de Chesterton. Jimmie Rodgers, por su parte, fue un cantante maravilloso, "el hombre que empezó todo", como recordó Bob Dylan, y, por lo tanto, precursor de precursores como Hank Williams y Woody Guthrie. Famoso por su yödl, modalidad tirolesa acomodada a la pradera, su canturreo sinusoide hizo memorable "Soñando con lágrimas en los ojos", que homenajeó, entre otros, Bono. Kinky vive solo con su gato y tiene como mascota adicional un armadillo. Es otro cuyo método consiste en una especie de fatua indolencia. La pesquisa la hacen por su cuenta las sagaces observaciones, que van armando, a lo largo de la novela, una especie de trama social de la que no escapan las costumbres alimenticias ni los mamarrachos de la moda. Entre Nueva York y Texas, el sistema de respuestas del hombre es chandleriano, de un laconismo terminal; y el humor, algo que los personajes de sus libros comparten. "Me gusta de los chinos", le dice su amigo Ratso, "que no responsabilizan a los judíos de la muerte de Jesús". "Sí", contesta Ramban, "pero creo que saben que fuimos los que contratamos al leñador".

A la altura de nuestra cornisa sin vista a la desesperación ni a la desesperanza está siempre el querido Maigret, a quien veo asomando de su solapa en las novelas que leía –una por día– mi profesor particular de contabilidad, en tercer año. Se ofreció a canjearme las clases por libros. Una vez que aprobé, ganó estima en mi memoria. Y todo lo que me enseñó se desvaneció para siempre.

29.9.10

Escenas detenidas en el instante

Los Cuentos reunidos del noruego Kjell Askildsen presentan al público lector un autor afín a Raymond Carver y Lorrie Moore en su estilo realista
CUENTOS REUNIDOS.Kjell Askildsen muestra retratos confeccionados a partir de los detalles y las sutilezas.foto.fuente:Revista Ñ

Kjell Askildsen, un escritor noruego hasta ahora desconocido en estas latitudes, llega ahora hasta la Argentina en esta colección de cuentos en una traducción de Baggethun y Lorenzo, que según se dice en el prólogo está corregida para el gusto porteño. En cuanto a esa última promesa, hay que aclarar que se cumple sólo en parte: no se han eliminado muchas expresiones que nos resultan cómicas y que molestan en la lectura (por ejemplo, el verbo "coger" o la interjección "Hostia", entre muchos otros).

Askildsen escribe cuentos cortos en un estilo realista y específicamente estático, algo que se ubica entre Raymond Carver y Lorrie Moore, por dar dos nombres familiares y muy traducidos.

Los personajes del noruego son de clase media, la economía y la política no aparecen demasiado entre sus preocupaciones y el relato los toma apenas durante un momento y los deja poco después, casi como si fuera una fotografía. Podría decirse que, en realidad, son retratos. El momento elegido por Askildsen para contar a sus personajes (porque no hay duda de que estos cuentos son esencialmente psicológicos) es a veces de mucha tensión y a veces aparentemente cotidiano pero siempre muy expresivo y concentrado, algo así como una gota de esencia, una sola pincelada que dice muchísimo sobre lo que quiere pintar.

Bajo el volcán

Cuando los cuentos están en tercera persona, por ejemplo, en "Desde ahora te acompañaré a casa", se parecen mucho a la técnica del iceberg que enunciara hace ya mucho el estadounidense Ernest Hemingway: se cuenta solamente la superficie, la punta del témpano; por debajo, se siente el resto enorme del pedazo de hielo. Así, en estos cuentos, el narrador describe el interior de los personajes solamente a través de sus gestos, de lo visible, como en una película. Si hay nervios, se cuenta cómo alguien se retuerce las manos.

Cuando están contados en primera persona, en cambio, los cuentos de Askildsen hablan desde adentro del narrador pero en un lenguaje un poco distante, casi frío. Un buen ejemplo es "Elizabeth", donde las relaciones familiares se complican y estallan en el funeral del padre del narrador. Otro, "El clavo en el cerezo", donde la tristeza de la madre por la muerte del padre se ve a través de los ojos del hijo, desesperado por hacer algo por ella pero totalmente incapaz de imaginar cómo acercársele.

A pesar de que la mecánica de los cuentos es más o menos la misma, Askildsen varía sus recursos según lo que está contando.

Algunos ejemplos son la forma en que varía el largo de las oraciones, el uso de la puntuación de diálogo (a veces, marca la diferencia entre lo que dice el personaje y lo que dice el narrador con guiones, en otras no la marca, y en otras, se decide por otro tipo de signos, como las comillas) o su enfoque de los elementos simbólicos.

En cuanto a este último punto, en algunos cuentos, como "María", es difícil rastrear símbolos en la prosa: el narrador en primera persona cuenta un problema de comunicación entre él y su hija de cincuenta años, a la que vuelve a ver después de muchísimo tiempo. Es un incidente que muestra las grietas entre padres e hijos en la era moderna y es solamente eso: un único incidente con algunas opiniones directas del narrador ("Sé que todo tiene su lógica inherente", dice al final en un comentario sobre el deseo imposible de sentido que crece en todo ser humano, "pero no siempre resulta fácil descubrirla"). No hay símbolos.

Al contrario, "Crías de gaviotas" pide una lectura en clave simbólica. La excursión de dos jóvenes en barco, en medio de una tormenta (con frases como "¿No tienes miedo? / Sí, por eso resulta tan emocionante. / Sí, tal vez... los indios... si no hacen todos los días algo que pueda costarles la vida, les parece que no han vivido de verdad. / Hay algo de eso, sí"), está hablando de la relación viaje-vida y a través de ella, también de la responsabilidad con respecto a la naturaleza, la diferencia que hay entre el peligro como juego y el peligro como realidad, la falta de cálculo respecto de las consecuencias de lo que se hace y mucho más.

En todos los cuentos, ese método ­el abrir y cerrar la cámara sobre un grupo de personajes durante un tiempo muy corto­ impide que haya "hechos" en un sentido pleno del término. Los del noruego no son cuentos a la Edgar Allan Poe (es decir, cuentos en los que se relata un suceso extraordinario), sino pequeñas piezas estáticas que insinúan pasado y futuro solamente a través de un momento brevísimo dentro de una o varias vidas.

Este tipo de "ficción", cultivada en textos cortos por autores de todo el mundo, requiere una construcción muy cuidada, una atención puesta a cada palabra, obsesiva, y una estructura que parece espontánea pero está muy pensada. Kjell Askildsen cumple con todos esos requerimientos.

Por eso, la lectura de los cuentos de este tomo prologado por Fogwill va a ser una alegría inmensa para quienes disfrutan de esa literatura especial que alguna vez alguien llamó "minimalista". Para ellos, este tomo de Lengua de Trapo es una fiesta.

Barcelona tendrá la biblioteca más grande de España

El nuevo equipamento es un gran edificio de cristal de 18.000 metros cuadrados que se empezará a construir junto a la Estació de França a partir de 2012
Imagen virtual de la nueva Biblioteca Pública del Estado en Barcelona.foto.fuente:lavanguardia.es

La ministra de Cultura, Ángeles González Sinde ha puesto en marcha este martes en Barcelona la que ha calificado como la biblioteca "más grande" de España, un gran edificio de cristal de 18.000 metros cuadrados que se empezará a construir junto a la Estació de Franca a partir de 2012.
Sinde ha estado acompañada por el conseller de Cultura y Medios de Comunicación, Joan Manuel Tresserras, y por el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, que ha remarcado que la ciudad "no ha perdido el tiempo", a pesar de los años de retraso que acumula la biblioteca, cuya ubicación en un principio estaba prevista para el mercado del Born.

La Biblioteca Pública del Estado en Barcelona se construirá en unos terrenos cedidos por el Ayuntamiento, y será gestionada por la Generalitat. Las obras, presupuestadas en 37,4 millones de euros irán a cargo del Ministerio. El periodo de ejecución es de 36 meses, por lo que su inauguración se prevé para el año 2015, y el lote fundacional de la biblioteca será de 200.000 volúmenes, aunque la expectativa es que a la larga llegue a tener 600.000 ejemplares.

El proyecto para la construcción fue adjudicado en junio al estudio Nitidus, encabezado por el arquitecto Josep Maria Miró, seleccionado entre 75 propuestas por unanimidad. El edificio consta de tres bloques de cristal alineados en escalera que permitirán que desde la estación se siga viendo el vecino parque de la Ciutadella. La biblioteca tendrá dos puertas: una en la calle Marqués del Argentera y otra desde el actual Zoo, que sólo abrirá cuando éste se traslade junto al Fòrum.

Toda la zona se convertirá, en un futuro, en el "nuevo corredor" de la ciudad, pues el plan urbanístico de la zona prevé ligar la Ciutadella con el parque de la Barceloneta, saltando por encima de la Ronda Litoral, Hereu ha mostrado su satisfacción por la puesta en marcha de un proyecto que se acordó en 1997: "Ahora sólo pido que convertir los planos en realidad, que no haya ninguna piedra que pare este proceso", ha dicho, en referencia a los continuos retrasos que acumula, primero por la aparición de restos arqueológicos en el Born y más tarde por otras catas arqueológicas junto a la estación.

Además, ha dicho que ésta será la biblioteca "madre" de las 35 que hay repartidas por Barcelona. Sinde ha sido más poética y ha hecho mención de la importancia del libro de papel: "No creemos en una sociedad donde los ciudadanos se oculten detrás de pantallas de cristal líquido, como C3PO o R2D2", ha dicho, y ha añadido que "si algún día desaparecieran los libros" sería igualmente necesario contar con lugares de encuentro y de debate.

Ellis:"Mis novelas son el depósito de mi veneno, todas nacen de un dolor"

Bret Easton Ellis vuelve a los personajes de Menos que cero con Suites imperiales

El novelista estadounidense Bret Easton Ellis.foto:ÁLVARO GARCÍA.fuente:elpais.com

"Así me convertí en el narrador atractivo y aturdido, incapacitado para el amor o la bondad. Así fue como me convertí en el joven calavera tarado que deambula entre las ruinas con la nariz goteando sangre, haciendo preguntas que no necesitan respuesta. Así fue como me convertí en el chico que nunca entendió cómo funcionaba nada. Así fue como me convertí en el chico que no salvaría a un amigo. Así fue como me convertí en el chico que no podía querer a la chica".

Basta esta cita de las primeras páginas de Suites imperiales (Mondadori), el último libro de Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964), para saber que el autor de American psycho ha vuelto al lugar de la nostalgia, al frío escenario de su primera novela, Menos que cero. Publicada hace 25 años, convirtió a su autor en la voz de una generación tan descreída como asustada.

Bastó aquel libro sobre su mundo y sus amigos -en el que "voceaba nuestros fracasos secretos al mundo entero, escenificando la indiferencia juvenil, el nihilismo deslumbrante, infundiendo glamour al horror de todo ello"- para situarle de un solo golpe en el mapa de la literatura estadounidense. Pero fue la voz de una generación que se tendió una trampa a sí misma y quizá por eso hoy el ya no tan joven escritor mantiene una extraña tensión cuando habla. "No soy tan cruel como Clay [protagonista de Menos que cero]. Pero me identifico plenamente con su romántico masoquismo, en realidad quería volver a él porque extrañaba ese masoquismo", dice en referencia a su álter ego en ambos libros, ese joven cínico que hoy es un cuarentón que vive en Hollywood, desapegado, más que frío, casi congelado, y entre los fantasmas de otro tiempo. "Un día me pregunté por él. ¿Qué haría? ¿Qué sería de su vida?".

Easton Ellis asegura que escribe para exhortar fantasmas, para curarse de su propia rabia. Los límites entre ficción y autobiografía son difusos. "Mis novelas son el depósito de mis venenos. Soy el escritor y el lector de mis libros. Cada uno de ellos nace de un dolor, y el de este libro tiene que ver con mi experiencia en Hollywood", dice en referencia al gran fracaso que supuso su película Los confidentes. "El dolor se transforma en un escenario que me interesa mucho y que de otra manera no sabría expiar. Lo cierto es que cuando termino cada libro el desastre que lo impulsó se va, desaparece con él". Durante años fue la sombra de su padre, el centro de ese dolor. "Cuando escribí Lunar park quería hacer un libro a lo Stephen King; sin embargo, lo que hice fue resolver la relación con mi padre. Había muerto hacía ocho años y todavía seguía peleándome con él. No me dio la oportunidad en vida, la última vez que nos vimos tuvimos una discusión terrible y yo me levanté de la mesa, no volví a verle jamás. En ese libro escribí que quería a ese bastardo, y tirar sus cenizas en aquella ficción me liberó. Cerré la herida".

Bret Easton Ellis pisa con sus zapatillas deportivas el hotel más caro de Madrid, se ríe cuando le preguntan "¡otra vez!" si vive en el Chateau Marmont de Los Ángeles ("Solo pasé allí unos meses, y era horrible") y frunce el ceño cuando se le increpa por su brindis vía Twitter por la muerte ("¡Por fin... hagamos una fiesta!") de Salinger. "Uno tiene una cuenta de Twitter precisamente para no dar explicaciones. Pero bueno, si quiere saber la verdad pues no sé por qué lo hice, fue un impulso, no fue para conseguir seguidores ni nada parecido... Los agentes y la familia se pusieron en contacto conmigo y me llamaron de todas partes, aunque no quise dar entrevistas. Evidentemente, había ironía en todo aquello, compararon mi libro con el suyo, El guardián entre el centeno de la generación MTV, pero lo hicieron como lo hacen para vender cualquier libro, porque evidentemente el mío era mucho menos sentimental".

Un mapa de sangre

Al calor del narcotráfico y la violencia desenfrenada de los últimos años en su país, han aparecido varios libros de ficción que reflejan, al menos, la preocupación de los escritores mexicanos por dar cuenta del tema que tiene su epicentro en Ciudad Juárez, con su tasa criminal exorbitante y su ya declarado feminicidio

Los Tigres del Norte, los jefes de los jefes de los narcocorridos, la canción popular que refleja desde hace años el mundo de la droga.foto.fuente:pagina12.com.ar

Desde 2666 de Roberto Bolaño en adelante, algunos se preguntan si están frente a un nuevo fenómeno llamado "narcoliteratura". Mientras tanto, otros lo niegan, aunque no dejan de escribir sobre el tema. A continuación, un mapa de las más recientes novelas y autores que de una forma o de otra se han colocado en el ojo de la tormenta

En diciembre de 2002, Arturo Pérez-Reverte presentó en la Feria del Libro de Guadalajara La Reina del Sur, una novela que narra la vida de una narcotraficante de Culiacán, Sinaloa, y que estaría inspirada en las peripecias de la Reina del Pacífico, considerada una líder histórica en el contrabando de cocaína de Sudamérica a México. El autor niega más o menos rotundamente (como es muy su estilo) que Teresa Mendoza, su personaje, le deba algo a la real y ahora encarcelada Andrea Avila, aunque admitió en aquella ocasión haberse valido de los buenos oficios del escritor mexicano Elmer Mendoza para conocer los intrincados vericuetos de la "cultura del narco", un sistema que se inicia con los narcocorridos de Los Tigres del Norte y que tiene su punto climático en ciertas novelas, como las del propio Elmer, por caso su celebrada Balas de plata.

La amistad entre Pérez-Reverte y Mendoza ha generado un chiste entre bambalinas de la intelectualidad mexicana tendiente a hablar de La Reina del Sur como de "esa linda novela que escribió Elmer". La ironía es reflejo, en todo caso, de una extrañeza que causa la historia del narco mexicano narrada desde afuera, algo singular, aunque en un país acostumbrado a ser mejor narrado por los extranjeros que por sus naturales (ejemplos: Bajo el volcán, de Malcolm Lowry; Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño). Por lo pronto, la chanza no hace más que pronunciar en secreto una verdad intuida: lo que está pasando con el tema del narcotráfico mexicano no puede ser contado desde una frontera lejana. Al menos no puede ser contado sin el riesgo de tornarse así un folklore for export, tan for export como las bolsitas con la cara pintada de Frida Kahlo o los muñecos de resina con la estampa de un mexicano durmiendo la siesta eterna en la vereda pública.

Elmer Mendoza, autor de varios libros, entre ellos Balas de plata, que lo volvieron una autoridad, referencia y consulta en el tema.

Fue Pérez-Reverte quien en la conferencia de prensa realizada para hablar de La Reina del Sur hizo referencia a cierta ética y códigos morales que caracterizaban el negocio del narcotráfico. "No estoy a favor del crimen organizado, por supuesto, pero he de decir que conceptos como los de la lealtad y de no matar a inocentes deberían ser más respetados en lo que se llama la sociedad normal y que sí veo entre los narcos", señaló.

Pérez-Reverte dijo eso y luego se llevó a Los Tigres del Norte de gira por toda España, en donde les brindó su amor públicamente y hasta cantó un corrido con ellos. "Camelia la tejana", un narcocorrido de Los Tigres del Norte, fue el punto de partida para La Reina del Sur, así que había que devolver gentilezas.

Claro que en 2002 todavía no había comenzado lo que hoy se conoce como "La guerra del narco", que ha sido la manera elegida por el actual gobierno de la derecha mexicana, encabezado por el presidente Felipe Calderón, para plantarle cara al negocio de la droga en tierra azteca. Cuestionada por propios y extraños, la guerra oficialista ha generado una espiral de violencia cruenta y ciega que ha dejado, desde 2006 hasta la fecha, unos 30 mil muertos y unos 5 mil desaparecidos. La cifra es índice de una pequeña guerra civil que tiene como escenario principal el norte del país, con Ciudad Juárez como símbolo de un infierno que parece no tener fin.

Los códigos morales a que hacía referencia Arturo Pérez-Reverte y cierto aire festivo que ofrecen los narcocorridos populares al describir el trasiego de cocaína y toda la red de relaciones que se generan a su alrededor, parecen hoy haber quedado en parodia de una crueldad feroz que ha puesto en vilo al sistema de gobierno mexicano.

Frente a los hechos, el folklore literario y musical del narco parece haber enmudecido. Tanto es así que la tan mentada versión cinematográfica de La Reina del Sur ha sido cancelada sin retorno por su director y productores "a raíz de la violencia que se vive en México".

VOY A PERDER LA CABEZA

¿Cómo ha ido respondiendo la literatura a la escalada de violencia que crece sin cesar en México? Si Balas de plata, la novela con la que Elmer Mendoza obtuvo el premio Tusquets en 2007, elegía el policial y un detective a lo Wallander para narrar una intriga sinaloense donde la corrupción, la venganza y la tragedia destacaban al tráfico de armas como la peste bubónica que asola las tierras de nuestro descontento, Fiesta en la madriguera, la reciente y primera novela del mexicano radicado en Barcelona Juan Pablo Villalobos, se anota en la otra punta del género para contar una historia de extrañeza en la voz de un niño enredado trágicamente en un sistema sangriento.

Entre ambos libros, el de Elmer Mendoza y el de Juan Pablo Villalobos, hay mucha tela literaria que cortar. En esa trama roja, cada vez hay menos espacio para intentar la construcción de una épica alrededor de los crímenes del narcotráfico, y la violencia en alza plantea cada vez más dilemas morales. Un rasgo fuerte del dilema lo marcó El hombre sin cabeza, de Sergio González Rodríguez, un tratado de la violencia contemporánea que une mediante un hilo narrativo tenebroso las decapitaciones de los sicarios mexicanos con las que realizan los talibán y que luego difunden por Internet.

Sergio González Rodríguez, nacido en 1950, cobró fama internacional con Huesos en el desierto, el registro de las mujeres asesinadas en Juárez y que dio origen al término "feminicidio" en un país que no ha alcanzado todavía a dar respuesta a los familiares de las víctimas. Ya suman más de 500 las mujeres muertas, con 142 asesinadas sólo en 2010 y la policía no ha detenido a nadie por estos hechos. El tema de los descabezados lo retomó Daniel Sada (Mexicali, 1953) en su reciente libro de cuentos Ese modo que colma. La narración que da título al libro describe, precisamente, una historia en la que aparecen cuatro cráneos en una hielera, un hecho real que dio rienda suelta a la imaginación del autor norteño.

Obviamente es posible empezar a preguntarse si los libros aparecidos en el último quinquenio en México alcanzan para definir un corpus que pueda definirse como el nacimiento de un nuevo género literario al que podríamos llamar "narcoliteratura" o "narconovela". En diálogo con Radar, Juan Villoro (él mismo ha usado el narcotráfico como tema de fondo en su novela El testigo) considera que "más que una narconovela, lo que existe es interés por el tema. No puede ser de otro modo, con cerca de 30 mil muertos en cuatro años". Para él, hay dos ejes fundamentales en los libros que tratan el tema del narco: "El retrato de la violencia y la necesidad de trascenderla a través de la ironía, el placer y la imaginación".

Sergio Gonzalez Rodriguez trato en El hombre sin cabeza, las decapitaciones de los sicarios mexicanos.

Elmer Mendoza es más entusiasta y optimista. "La literatura de violencia es cada vez más propositiva. No es sólo un recuento épico de la depredación humana; se sustenta en una estética que se va definiendo en base a una voluntad de estilo y un territorio lingüístico concreto. Si logramos crear obras maestras, será un género literario".

Daniel Sada dice que "se está produciendo cierta obra relacionada con el narco, pero para mí es un petardo que no creo que dure mucho. En todo esto se dirime la calidad, habrá buena literatura y mala. Antes del narco se hablaba mucho de la frontera, de los migrantes, pero no existe ninguna gran novela sobre ese tema", dice. "Para que se funde un género, hace falta una obra muy contundente y esa obra no ha aparecido todavía. De todas las que salieron, la que más me gusta es Al otro lado, de Heriberto Yépez", agrega.

Según Villoro, "a diferencia del periodismo, que ha cedido el protagonismo a los autores de los crímenes, la novela ha buscado el relato de las víctimas, los actores secundarios, los daños colaterales (así es como, a fin de cuentas, se nos puede decir a la mayoría de los mexicanos)".

Juan Pablo Villalobos es una rara avis en el género e incluso en el mundo literario mexicano. Fiesta en la madriguera ha irrumpido con sugestiva fuerza entre los lectores, inaugurando un lenguaje aséptico que describe irónica y desapasionadamente la rutina del crimen organizado, echando mano de la voz de un niño-testigo que al principio parece no entender nada, pero luego lo entiende todo. "Al final, el acercamiento al tema del narcotráfico me interesaba poco en cuanto a reflejo de una realidad social y en cuanto a construir la historia de un narcotraficante en particular. Mientras yo escribía la novela, iba leyendo las noticias de México. Empecé cuando comenzaba el boom de la violencia más bestial, cuando aparecieron pedazos de cuerpo y cabezas por todos lados, pero lo que yo hacía como método de escritura era mirar a la mañana tres o cuatro periódicos de México por Internet, aunque sólo miraba la primera plana, no entraba en la noticia. Entonces, en la novela hay un poco de esto, pero sin llegar a relatar puntillosamente un hecho que realmente haya sucedido", cuenta Villalobos a Radar.

Juan Villoro, que en su novela El testigo tiene el negocio de la droga como telon de fondo.

CORAZON DE KALASHNIKOV

Alejandro Páez, nacido en Ciudad Juárez en 1968, escribió Corazón de Kalashnikov (Planeta, 2009) entrelazando la vida de tres mujeres juarenses signadas por la violencia y echando mano de un lenguaje literario de alto vuelo, para narrar ficcionalmente lo que su oficio de periodista no le permitía contar. Para el autor no existe el concepto de "narcoliteratura".

"Respeto a quienes lo usan o lo aceptan, pero no creo en él. Me parece que la literatura es una sola e indivisible. Por lo regular escribimos de lo que conocemos, de lo que sabemos. La literatura no viene de la nada. En mi caso, provengo de una ciudad que ha convivido ya un siglo con traficantes de heroína, candelilla, licor, cigarros. Viví entre narcos, fueron mis vecinos. Mi generación quedó destruida por contacto directo o como víctima colateral. Entonces, en cierto momento, cuando me di el tiempo y me senté a escribir ficción, no pude sino recurrir a las figuras que me eran comunes. Corazón de Kalashnikov recurre a narcos, sí, pero también a mujeres: Ciudad Juárez es una comunidad en la que las mujeres juegan un papel central. La fuerza laboral de esa frontera fue de 400 mil durante el boom maquilador, en la década de 1990. Los hombres fueron reducidos a papel secundario y eso generó un drama que no viene al caso contar aquí, pero que se expresó en maltrato y, en algunos casos, en homicidios. El narcotráfico tiene una presencia tan brutal en México que por supuesto ha marcado muchas formas del arte, entre ellas la literatura", asegura.

Más allá de negar que exista una "narcoliteratura", ¿cree que el tema del narco es insoslayable en la literatura mexicana?

–Si este sexenio terminará con cerca de 60 mil muertes, uno de nosotros tendrá que contarlo, seguramente. Cito a Julio Cortázar. Está el narco porque debe estar. Este trauma trastrocará la plástica, la historia, los libros de texto. Los que escribimos o nos expresamos somos por lo regular hojas limpias y sensibles sobre las cuales cada circunstancia deja una huella.

Antes de publicarla, ¿sabía que su primera novela debía tocar el tema de la violencia, de su ciudad natal?

–Una amiga periodista descubrió estos textos. Me preguntó: "¿Qué escribes, Alejandro? ¿Tienes ficción?". Fue entonces que descubrí que sí escribía ficción y que tenía una novela terminada. "Sí", le respondí. Ella, mi madrina, me llevó ante mis editores y no para planear una novela sino para buscar la oportunidad de publicar algo que casi se escribió solo antes.

Es decir, además del peso autobiográfico, ¿sintió la necesidad moral de que su primera novela transitara el territorio de Ciudad Juárez?

–No. Esos ambientes, esos personajes, esas mujeres y esos hombres estaban dentro de mí. No pude evitarlos. Como periodista, como estoy informado de manera natural de lo que allí sucede, sí podría hablar de un compromiso. Pero no como escritor.

Sus personajes sobreviven en medio de la violencia y a usted le gusta decir que en realidad todas sus historias son historias de amor.

–Creo en el amor. En su fuerza destructora, que no tiene nada que ver con violencia. A todo amor le corresponde un desamor. Debemos recordar que en Ciudad Juárez, en donde van 7 mil ejecutados violentamente por el narco en sólo tres años y medio, la gente sigue enamorándose, guiando a sus hijos, llevándolos a la escuela. Sigue amando. Por eso digo que escribo de amor, aunque haya balas y sangre en mis textos. En mi caso, me parece que sin pensar en el género deberé escribir sobre Juárez porque no tengo remedio: soy juarense, mis padres son de Chihuahua, como mis abuelos y mis bisabuelos. Tengo pocos cántaros a los cuales recurrir, y éste no se ha secado todavía.

Según Roberto Bolaño, "el infierno es como Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos". ¿Qué es para usted Ciudad Juárez?

Alejandro Paez, nacido en Ciudad Juarez y autor de Corazon de Kalashnikov.

–Hace poco, y cito a Charles Bowden, pensaba que Ciudad Juárez era el laboratorio de nuestro futuro como sociedad latinoamericana. Pero el futuro nos alcanzó pronto. Juárez es el presente. Cali está en llamas. Todo Venezuela está en llamas. Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León: México está en llamas porque el modelo económico que seleccionamos, y que hizo mierda a Ciudad Juárez, falló; y los jóvenes no tienen otra opción que lanzarse al mundo del narcotráfico. Les fallamos y ahora nos disparan. No los educamos, no les dimos salarios dignos, empleos, salud. Ahora tomaron su camino y fue el peor. Eso ha pasado durante generaciones en Ciudad Juárez. Ahora nos explota en la cara. Nos dice con toda brutalidad que somos una sociedad fallida, que no distribuimos las oportunidades y que ahora hemos enfermado todos, en conjunto. Si seguimos tratando de acabar a punta de balas y prohibiciones este fenómeno, estamos condenados al fracaso. Debemos pensar que los drogadictos son nuestro error; su enfermedad es nuestra culpa. Debemos pensar que el sicariato se alimenta de nuestra falta de fuerza para exigir un justo reparto de la riqueza. Debemos pensar que la violencia es el resultado de gobiernos corruptos y sociedades corrompidas que vivieron del crimen organizado. Ahora, el crimen está más organizado que la sociedad, y nos desangra.

Las mujeres de Juárez son las protagonistas de su novela. En la realidad, ¿son una lucha perdida?

–Mi madre tiene cinco albergues de huérfanos en Ciudad Juárez. A sus 74 años, ella sigue rescatando niños, sin ayuda del Estado, de picaderos, de familias de drogadictos, de las esquinas. Esas son las mujeres de Ciudad Juárez: son su fuerza. La lucha la perdimos todos, menos ellas. Ellas son las que mantienen el alma de esa comunidad. Y, hasta la fecha, son las de los empleos modestos y legales: las que van, entre balazos, a las maquiladoras; las que atienden los restaurantes, las tiendas, los comercios, a pesar de que los extorsionadores casi acabaron con todo negocio legal en Juárez. Ellas son la única lucha que hemos ganado como sociedad. Y son, claro, las más vulnerables. Una pinche sociedad de machos ha querido aplastarlas, pero por fortuna siguen de pie. El futuro, si lo pensamos con esperanza, se fincará en ellas.

¿Qué opina de los innumerables libros que han salido sobre Juárez?

–Les deseo suerte. Espero que se vendan si tienen calidad, como el de Bolaño, y que queden en el olvido si son una mierda.

"Fall of Giants", la nueva novela de Follett, sale a la venta en 19 países

El escritor británico Ken Follett cuenta la historia de cinco familias durante la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la lucha por los derechos fundamentales en su nueva novela "Fall of Giants", a la venta desde hoy en 19 países y con una tirada inicial de 2,5 millones de ejemplares

"Fall of Giants", la nueva novela de Follett, sale a la venta.foto.fuente:lainformacion.com

"Esta es la historia de mis abuelos y de los vuestros, de nuestros padres y de nuestras propias vidas. De alguna forma es la historia de todos nosotros", ha afirmado Follett a través de su página web sobre la primera entrega de la trilogía que prepara.

Una novela de la que han llegado hoy a las librerías de esos 19 países 2,5 millones de ejemplares, según confirmaron a Efe fuentes de la editorial británica Penguin.

De ellos, 600.000 son en español y 150.000 están destinados al mercado latinoamericano, que incluye Chile, Argentina, Uruguay, Colombia, Venezuela y México.

La historia de "Fall of Giants" empieza en 1911, el día de la coronación del rey Jorge V en la abadía de Westminster.

El destino de los Williams, una familia minera del País de Gales, está unido por el amor y la enemistad a la familia de los Fitzherbert, aristócratas y propietarios de las minas.

Lady Maud Fitzherbert se enamorará de Walter von Ulrich, un joven espía en la embajada alemana en Londres y sus vidas se entrelazarán con la de un asesor progresista del presidente de EEUU, Woodrow Wilson, y la de dos hermanos rusos a los que la guerra y la revolución les ha arrebatado su sueño de hacer fortuna en América.

La novela narra las vidas de Billy Williams, un niño de 13 años que deja de serlo al entrar a trabajar en las minas de Gales, y de Gus Dewar, un estudiante estadounidense de derecho que sufre mal de amores y que encuentra trabajo en la Casa Blanca.

Paralelamente, aparecen dos hermanos rusos huérfanos, Grigori y Lev Peshkov, que se embarcan en caminos radicalmente distintos separados por medio mundo cuando sus planes para emigrar a Estados Unidos fracasan en medio de la guerra, el ejército y la revolución.

"Desde Washington hasta San Petersburgo, desde la inmundicia y los peligros de las minas de carbón hasta los candelabros lujosos de los palacios de la aristocracia, pasando por los pasillos de la Casa Blanca y el parlamento de Westminster, Ken Follett ofrece un retrato de una época y de las pasiones que espolearon la vida de sus personajes", se afirma en la página web del "best seller" mundial.

Se trata de la primera entrega de "La Trilogía del Siglo", cuya segunda novela está previsto que salga a la venta en 2012 y que narrará las vivencias de los hijos de los personajes de "Fall of Giants" durante la Gran Depresión de 1929 y la II Guerra Mundial.

El tercer libro saldrá previsiblemente a la venta en 2014 y será sobre la generación que vivió la Guerra Fría.

"Fall of Giants" está disponible desde hoy en Alemania, Australia, Brasil, Bulgaria, Canadá, Dinamarca, España, EEUU, Francia, Italia, Holanda, Hungría, Noruega, Nueva Zelanda, Polonia, Portugal, el Reino Unido, Sudáfrica y Suecia.

Follet (Cardiff, País de Gales, 1949) lleva 32 años escribiendo, con 110 millones de copias vendidas de sus 30 libros publicados. Sólo de "Los Pilares de la Tierra" (1989), la obra que le convirtió en uno de los autores de más éxito del planeta, ha vendido 18 millones.

28.9.10

Le carré:"La barbarie es fruto de la mediocridad"

Su nuevo y estupendo libro, un voluminoso mafioso ruso, dos temibles ex-agentes del KGB y un espía británico venido a menos se pelean en el vestíbulo de este hotel
El escritor John Le Carré.foto: CARLES RIBAS.fuente:elpais.com

Por si quedaban dudas, John Le Carré adora una buena trama. Cita al periodista una injusta mañana invernal en Berna, en el lujoso Bellevue Palace, uno de esos hoteles que retienen cierta grandeur de otra época incluso aunque, como es el caso, albergue una bullanguera convención de productores de gruyère. Podría pasar perfectamente por el escenario de una de sus novelas si no fuera porque en efecto lo es. En el clímax de Un traidor como los nuestrosInternational Herald Tribune que en la adaptación en proceso de su novela El topo (1974) Gary Oldman encarnará a su más célebre criatura, el agente George Smiley. Y esta vez, la vida imita a la ficción: El sándwich club del hotel es tan bueno como se asegura en el libro y desde las habitaciones se vislumbra el "río Aar bajo la ventana y los picos del Oberland bernés a lo lejos, negros contra el cielo".

"En este mismo salón", recuerda el gran novelista británico de espionaje, "se celebraba los sábados por la tarde un baile cuando llegué en 1949 a la somnolienta Berna escapando de Inglaterra para estudiar alemán. Pagabas tres francos y podías escoger a una chica con la que bailar bajo la atenta mirada de su madre". David Cornwell no era por aquel entonces el John Le Carré de su seudónimo, ese autor que adoran millones de lectores de todo el mundo, ni tampoco había sido aún reclutado en Oxford por el MI6, servicio de inteligencia británico, con una discreta palmadita en la espalda.

Han pasado más de 60 años, pero el viejo espía, que abandonó el servicio a principios los sesenta, según confesó a finales de la década pasada, sigue embarcado en la misión de retratar con envidiable compromiso los problemas de nuestro tiempo desde el subsuelo del mundo del espionaje. En esta ocasión, el tema es el blanqueo internacional de dinero, el podrido Londres plutócrata y la impunidad en la que se mueven los oligarcas rusos. Hay espías, por supuesto, que "trabajan para un país que no alcanza a pagar las facturas" y "en el que el Foreign Office no es más útil que un sueño húmedo". También hay héroes inconfundiblemente Le Carré, como la pareja protagonista, Perry y Gail, aficionados el tenis como metáfora de lo que puede y no puede ir bien en el mundo, dos tipos normales en una situación completamente anormal.

Esta ronda de entrevistas, asegura el escritor desde la altura de sus casi 80 años, será la última. Si, como asegura uno de los personajes de Un traidor como los nuestros "los diplomáticos mienten por el bien de su país y los políticos para salvar su pellejo"... ¿Habrá que creer a un autor que construido su enorme reputación a partir de tipos tan acostumbrados a vivir en la mentira que olvidan lo que es decir la verdad? "Ya soy una persona mayor", explica Le Carré con la elegancia y la genuina amabilidad que adornan cada uno de sus gestos. "Bastante tengo con concentrarme en escribir. La conversación es una forma de arte. Y los requerimientos promocionales se han hecho enormes".

P. ¿Siente vértigo al asomarse a los 80 años?

R. No especialmente, solo agradecimiento por todas las vidas que viví.

P. ¿Tantas fueron?

R. He sido huérfano, interno en el Gulag de la enseñanza británica, cristiano fallido, desgraciado, virgen durante demasiado tiempo, marido precoz, espía niñato que buscaba su identidad en la pertenencia a las instituciones del servicio secreto, amante desesperado con aventuras continuas y bastante idiotas. Supongo que maduré demasiado tarde.

P. Esto podría ser un ensayo para su anhelada autobiografía.

R. Siempre que la empiezo, acabo escribiendo una novela y eso está bien. Creo que debería acometerla un buen biógrafo, le daré una lista de gente a la que no gusto y otra de gente que me quiere [Risas].

P. Sabemos por su propia confesión que fue espía en su juventud y que su padre fue un estafador de altos vuelos... ¿Le quedan secretos por desvelar?

R. No querría sonar pomposo, pero un escritor solo tiene un enigma y es su propia vida. Mi padre era un criminal y crecí con ello. Y sí, estuve en el servicio secreto. Nunca revelaría nada de aquel tiempo, por eso supongo que no escribo mis memorias.

P. Por eso su gran enemigo fue Kim Philby, el doble agente británico al servicio de la URSS que le delató a usted y a decenas de sus compañeros...

R. No estreché su mano en Moscú cuando pude, en 1989. No quería dignificarlo, como él pretendió tras el parapeto ideológico del comunismo. Cuando nos traicionó, el ya era consciente de lo que era capaz Stalin.

P. Y usted, como izquierdista en los sesenta, ¿se creyó aquel cuento? Otros, como Kingsley Amis, se dieron cuenta tarde.

R. Lo descubrí tarde, pero estaba claro. Era un régimen terrible. No había excusas. Cuando fui a Alemania por primera vez a finales de los cuarenta aun olía a muerte. No entendía cómo habían sido capaces. Luego, ya de mayor, me di cuenta de cada país tiene su barbarie. Y que la barbarie no es un atributo solo de los hombres poderosos. Es consecuencia de la mediocridad. Gente normal haciendo cosas horribles.

P. Hace año y medio declaró a este diario que creía en que el mundo financiero estaba en vías de cambiar para siempre, de aprender de los errores, que era un momento histórico. Obviamente, se equivocó.

R. Cierto. En nuestro país, los grandes bancos están sujetados en un 60, en un 80% por los impuestos. Esa era la política de Gordon Brown; imprimir dinero. Y los bancos son organismos que no benefician en absoluto a la sociedad.

P. Pareciera que los hombres una y otra vez confiáramos en el cambio de rumbo de las cosas solo para decepcionarnos de nuevo...

R. Siempre hay señales que te convencen de que esta vez será distinto. Volviendo al tema de los bancos, creo que son en gran parte responsables del blanqueo internacional de dinero. Si yo o usted se presenta en un banco de Londres con una maleta llena de billetes grandes, probablemente llamen directamente a la policía. Ahora, sí el señor Orloff, prominente hombre de negocios de Moscú, lo hace... yo se lo pregunté a dos grandes banqueros de Londres y los dos me contestaron lo mismo: si presenta ciertos credenciales y quinientos millones de libras, no somos policías, si tiene apariencia legal, será legal. En Rusia no existe el dinero limpio. Me fascinan los mecanismos del blanqueo de dinero.

P. En el libro habla de los hoteles negros...

R. Ese es maravilloso, pero no lo he inventado yo. Lo vi en Panamá por primera vez. Era uno propiedad de [el narco] Pablo Escobar. Allí los llaman hoteles de la cocaína. Son enormes, pero nunca nadie pernocta en ellos. Están vacíos. Si llama, le dirán que están completos. Y cada semana sale un camión repleto de dinero supuestamente procedente del acomodo, del casino y de los restaurantes rumbo a un banco para lavarlo convenientemente.

P. De la lectura de su última novela se deduce que no cree que el dinero no huela, el non olet de la vieja expresión de los romanos.

R. Apesta a tráfico de drogas, de armas, asesinatos a sueldo, a opresión y a enorme corrupción. Y creo que los bancos son en gran parte responsables del blanqueo internacional de dinero. Mucho más preocupante resulta el asunto en Rusia, donde no existe el dinero limpio.

P. Resulta irónico hablar de este tema en la capital de la confederación helvética... ¿Exigir a un banquero suizo control sobre el blanqueo de dinero es como aspirar a que un relojero de este país pida explicaciones al tiempo?

R. No es un asunto exclusivamente suizo. En Gran Bretaña los bancos también compiten por lavar más blanco. Le contaré mi propia experiencia en blanqueo de dinero... Cuando Harold Wilson era primer ministro, pagaba 86% de tasas y si ganabas aún más que yo, podrías verte en la situación surrealista de que tenías que pagar más de lo que ingresabas. Así que una reputada firma contable me aconsejó que constituyese una empresa en Suiza de la que recibir un sueldo. Me metí en este mundo durante unos dos años, hasta que me pillaron. Desde entonces he sido puro y virginal. Nadie sabe ya cuándo el dinero es negro, blanco o gris. La realidad es que cuanto antes entre el dinero negro en el círculo del dinero legítimo, mejor para el sistema, aunque proceda de las más horrendas fuentes.

P. Nadie está en condiciones de rechazar dinero ahora mismo, supongo.

R. Cierto. Los bancos necesitan dinero venga de donde venga. La Rochefoucauld decía que la hipocresía es el peaje que el vicio le paga a la virtud. El propio sistema de los servicios secretos se basa en el dinero negro. Es el modo en el que recibes tu salario, es inevitable. Y si por esa razón en todos los países hay un cierto matrimonio entre el crimen y la inteligencia, en Rusia el matrimonio es completo. Rusia es un estado criminal.

P. Lo afirma rotundamente...

R. Lo es. Fueron de los zares blancos a los zares rojos y ahora están bajo los zares grises. Es una nación sin ninguna experiencia democrática. Sospechan de ella. Hay dos cosas que unen a los rusos; aman su país, siempre que pasan dos semanas fuera lo añoran terriblemente, y les aterroriza el caos. En nombre del patriotismo puedes conseguir mucho si eres un político. No digamos ya del miedo al caos. El truco para gobernar un gran país es convertirlo en víctima. Ya sea con ocasión de las Torres Gemelas o la amenaza chechena. Inventamos los enemigos que necesitamos.

P. En el libro asegura que se inventan ataques chechenos para justificar crímenes de estado.

R. Estoy seguro de que sucede. Los rusos tienen una licencia para hacer lo que quieran con los chechenos. Primero Reagan y luego los Bush les dijeron: "Haceros cargo de esa gente. Es vuestro problema. Nosotros nos encargaremos del resto del mundo". Lo que era una guerra de independencia como las que ha habido en mi país o en el suyo, se ha convertido a los ojos occidentales una guerra contra el terror. Inventamos los enemigos que necesitamos. En el libro anterior, estaba presente el asunto del blanqueo de dinero y el asunto checheno, así que me quedé prendado con ello. Es una cosa que viene de 1991, cuando conocí a un tipo, uno de los hombres más peligrosos de Rusia, un pez gordo, en un club a las dos de la mañana. Se llamaba Dima, como el personaje de la última novela, y yo iba acompañado de mi guardaespaldas, que era el campeón nacional de lucha abjaso. Fue muy ilustrativo.

P. Un cliché sobre su obra dice que con el fin de la Guerra Fría, se le acabó su tema literario. Da la sensación de todo lo contrario.

R. Yo estaba cansado, ¿cuánto puedes escribir sobre los problemas morales de enfrentarse al comunismo? Lo hice durante demasiado tiempo. Lo que nos dejó fue una era pos imperial apasionante...

P. Nada que se pudiese considerar, como en el desafortunado vaticinio de Fukuyama, el fin de la historia.

R. ¡Claro que no! El propósito del capitalismo quedó desenmascarado. En una de las últimas apariciones del bueno de [su célebre personaje] George Smiley decía: "Ya hemos vencido al comunismo; ahora nos toca lidiar con el capitalismo". Y en esas estamos. No creo que la globalización sea buena en absoluto. Es la vieja colonización con otro traje. Es la destrucción del tercer mundo, la creación de mega ciudades y la explotación del trabajo barato y sin regular. Es una catástrofe ecológica y sociológica. Creo que hay mucho sobre lo que escribir.

P. Y no piensa dejar de hacerlo, claro.

R. Es mi obligación moral, muchacho.

P. ¿Contra la URSS vivíamos mejor?

R. Al menos la mitad de los problemas eran de otros. La gran pesadilla de los americanos durante la Guerra Fría es que alguien, los cubanos por ejemplo, tirase una bomba sobre Nueva York. ¡No era una realidad de la Guerra Fría, era una realidad de la era posterior! No sé por cuánto tiempo podemos vivir con este concepto de América como un animal herido. Ha provocado dos cosas: el completo aislamiento del país y la demonización del Islam. A diferencia de los europeos, los americanos piensan que una guerra sirve para algo. Y francamente, no lo entiendo, porque esos tipos han perdido (o no han ganado) todas las guerras en las que se han metido. La Segunda Guerra Mundial la ganaron los soviéticos, con el coste de treinta millones de vidas, no ganaron la de Corea, ni Vietnam. De Irak se han ido con el trabajo sin terminar y no ganarán la de Afganistán.

P. ¿Cambiará algo Obama?

R. Desearía ser capaz de cambiar algo. Pero si aún siete de cada diez estadounidenses siguen creyendo que Sadam Hussein tuvo algo que ver con las Torres Gemelas, y un 40% se traga que Obama no es americano y encima es musulmán, a qué puedes aspirar. No sé cómo podrá contra los lobbies, el aparato mediático de la derecha y contra su propio partido, que es extremadamente incompetente y desleal. Está esposado.

P. Da la sensación de que la propaganda es un asunto mucho más preocupante en esta era de la información.

R. Es más poderosa. Mussolini definió el fascismo como ese momento en el que no hay diferencia entre el poder político y el empresarial. Se olvidó del poder mediático, porque en aquellos tiempos se daba por supuesto. También hemos olvidado a dios en el argumento. Nunca creímos que en el siglo XXI el asunto religioso estaría tan condenadamente presente. Que cada cual crea lo que quiera, pero ¡que sea un asunto político!

P. Desde luego, hay que pellizcarse para creerlo...

R. Mi considerable antipatía hacia Tony Blair viene precisamente por ese lado. Y eso que le voté creyendo que era de izquierdas, cuando resultó ser más de derechas que Gengis Khan. Una vez el periódico The Guardian me invitó a entrevistarlo y consulté a algunos amigos periodistas que me dijeron: "David, es imposible hacer sangre de ese hipócrita". Así que lo rechacé. No quería contar como uno de sus triunfos. Está claro ahora, tras leer la autobiografía, que había mezclo a Dios en sus decisiones. Creo que las creencias religiosas deberían declararse en la alta política. Si yo creo que el segundo advenimiento del señor solo se dará cuando el Gran Estado de Israel está consolidado, mis votantes deberían saberlo. Si Bush y Blair pensaban que estaban conduciendo una cruzada cristiana contra las fuerzas del Islam, eso no puede ser un secreto de estado. ¿Qué Dios te dijo que invadiese un país? ¡No fastidie! ¡Cuál dios!

P. ¿Tiende a dar crédito a las teorías de la conspiración?

R. No. Mi limitada experiencia sobre conspiraciones, que ya ha cumplido los cincuenta años [desde que abandonó el servicio secreto], es que si usted y yo conspiramos, uno de los dos se lo contará a su novia, el otro se dejará una maleta olvidada en el metro y ambos olvidaremos sincronizar nuestros relojes. El otro día Ahmadineyad dijo en las Naciones Unidas que el 11-S fue una trama del Gobierno de EE UU. Eso no puede ser, por la sencilla razón de que se necesitaría la complicidad de tanta gente, que sería prácticamente imposible guardar el secreto.

P. ¿Cómo se las apaña para no perder comba con la contemporaneidad, para escribir sobre problemas de hoy que le suceden a gente de hoy?

R. Tengo muchos hijos y nietos. Y mantengo vivo al niño en mi interior. Lo bueno de ser un escritor vejestorio es que has vivido muchas vidas y que ya no estás dominado por la pasión o el deseo, pero puedes recordar lo que es perder la cabeza por las mujeres.

P. ¿Se comportaría como un héroe en el caso de una guerra?

R. No. Una vez estuve en Vietnam. En Phnom Penh. Compartí experiencias con corresponsales de guerra y los respeté un montón, entendí por qué todos son unos junkies, tienen que hacerlo para pasar el trago.

P. ¿Cómo ve a los servicios secretos en esta nueva era?

R. Me preocupa su politización. Están al servicio del poder, proporcionan información para sostener sus mentiras. Cuando yo me dedicaba a ello, nos considerábamos como los buenos periodistas; conseguíamos verdades para arrojárselas al poder. La diferencia con los periodistas es que estábamos autorizados a emplear otros métodos, como hablar con traidores, ser desleales, pinchar teléfonos y toda esa basura.

P. A todas luces de eso trata su obra, de hacer cosas erróneas por las razones correctas y los conflictos morales que eso acarrea.

R. Exacto. Sobre el conflicto de lo que nos debemos a nosotros mismos y a la sociedad. Sobre lo que es en realidad el patriotismo.

P. ¿Nunca fue contactado por el servicio británico después de abandonarlo?

R. No. Me volví un tipo bastante impopular.

P. Se dice que los agentes del KGB adoraban sus novelas...

R. No tengo ninguna duda. Hace unos años Eugeni Primakov, que entonces era ministro de Asuntos Exteriores y había sido director del KGB, me lo confirmó. Le pregunté con quién se identificaba en mis novelas y dijo: "Smiley, por supuesto" [Risas].

Así suena Thomas Mann

No soy un hombre visual, sino un músico desplazado a la literatura, escribió el Nobel. Un libro y un CD trazan la semblanza del escritor, para quien la música era una especie de esqueleto intangible que le ayudaba a mantenerse en pie

Thomas Mann (Lübeck, 1875-Zúrich, 1955) en una imagen de los años treinta.foto CARL MYDANS / GETTY IMAGES.fuente:elpais.com

Vemos a Mann empeñado en dominar su propia vida, ambición tan inane como la de contar las arenas del mar


De cuando en cuando te topas con libros maravillosos, y no me refiero solamente al contenido, sino también al continente, al objeto físico. Esto me ha sucedido con la colección Los Escritores y la Música, unos volúmenes exquisitos y casi clandestinos, por lo desconocidos, que está sacando Ediciones Singulares. Como es evidente, de lo que se trata es de hacer una semblanza de un escritor abundando en su relación con la música. Los libros están primorosamente confeccionados y diseñados, tienen fotos buenísimas y textos bien hechos. Yo sólo he leído el volumen dedicado a Thomas Mann, que trae un prólogo formidable de Fernando Aramburu y un sólido e interesante ensayo de Blas Matamoro, y ha sido una lectura de relamerse, como quien degusta un platillo delicado y sabroso. Y, para postre, después de ese pequeño banquete de palabras, uno puede solazarse con el CD de música que viene con cada libro y que trae las grabaciones de las que se habla en el texto. En concreto, en el caso de Mann, hay fragmentos de Richard Strauss, de Gounod, Mahler, Britten, Hans Pfitzner, Schubert, Schönberg y, naturalmente, Richard Wagner. Más de 70 minutos de buena música. Y todo ese esfuerzo literario y profesional, esa edición hermosa, esa compilación discográfica única, sólo cuesta 19,90 euros. No conozco a los de Ediciones Singulares, pero creo que han hecho un gran trabajo.

De Thomas Mann ha escrito mucha gente, empezando por sus propios hijos, que hablaron de él en diversas memorias y le crearon una imagen de padre adusto y un poco terrible. Recordemos que se suicidaron dos de sus seis hijos, los dos varones, aunque el suicidio era un velo negro que pendía sobre la familia desde tiempos antiguos: también el padre de Mann se quitó la vida, así como las dos hermanas del escritor. Demasiada muerte y desesperación alrededor.

Tal vez por eso vemos a Mann empeñado en controlar lo incontrolable, es decir, empeñado en dominar su propia vida, ambición tan inane como la de contar las arenas del mar. Ya se sabe que el escritor iba a las playas con traje y corbata, totalmente inadecuado en ese entorno de cuerpos semidesnudos, de bañistas esbeltos que, por otra parte, le encendían el corazón. Como su inolvidable protagonista de Muerte en Venecia, Mann tenía una fuerte tendencia homoerótica. "Golo Mann sostenía que la homosexualidad de su padre, conocida por toda la familia, era de índole platónica", explica Aramburu. A los 75 años, por ejemplo, se enamoró perdidamente de un joven camarero a quien dedicó ardientes páginas secretas de sus diarios; pero el muchacho jamás se enteró, en su momento, de la devoción del escritor. Quiero decir que Mann estrangulaba o aherrojaba su sexualidad con el apretado nudo de esa corbata burguesa que no se quitaba ni en la playa. Él quería ser un hombre "como es debido", una persona de orden y de fundamento. Apena pensar qué podría haber hecho Mann en tiempos más permisivos. Si hubiera podido vivir su verdadera sexualidad, probablemente habría sido más feliz. Aunque quizá, quién sabe, eso no le hubiera mejorado como escritor.

Este precioso libro está lleno de datos interesantes y sutiles. Se habla de la relación de Mann con Strauss, con Pfitzner, con Mahler. Y se explica con certera concisión cómo reaccionaron los músicos ante esa gran prueba moral, esa ordalía personal que fue el nazismo: las pequeñas miserias de Strauss, la grandeza de Mann... Tanto el escritor como su familia eran muy musicales: todos tocaban algún instrumento o cantaban. "No soy un hombre visual, sino un músico desplazado a la literatura", escribió el premio Nobel en 1947. En realidad se podría dividir a los escritores, en especial a los novelistas, entre autores que ven y autores que oyen. Hay escritores fundamentalmente oníricos, rememorativos, táctiles; y otros parecen redactar sus libros al ritmo inaudible de un metrónomo interior. Entre los literatos melómanos está Mann, o Alejo Carpentier, o Vikram Seth. En el otro extremo están los autores reacios a cualquier tipo de melodía, y el sordo más famoso debe de ser el gran Vladímir Nabokov, que odiaba la música pero veía las palabras en colores.

Para Mann, en cambio, la música era una especie de esqueleto intangible que le ayudaba a mantenerse en pie. Contra el horror. Contra las muchas muertes merodeantes. De todo eso trata este volumen, y también de detalles amenos y curiosos, como, por ejemplo, que Mann basó su personaje de Muerte en Venecia en Gustav Mahler (para escándalo de algunos biempensantes), o que se inspiró en el compositor Schönberg para crear a Leverkühn, el músico protagonista de Doctor Faustus, que aparece en la novela como el inventor de la música atonal. En 1948 Mann envió un ejemplar del Faustus a Schönberg con una dedicatoria en la que reconocía que Leverkühn era él, y el compositor se agarró un cabreo monumental: "Schönberg desea que yo aclare que el atonalismo es un invento suyo y no del Demonio", escribió burlonamente Mann en una carta a un amigo. Este libro delicioso, en fin, es capaz de aunar lo leve y lo profundo. ¡Y, además, suena! En la colección de Los Escritores y la Música también han sacado a Proust, Tolstói, Shakespeare, Dante y Goethe. Al parecer son títulos difíciles de encontrar, pero sé que algunas librerías los tienen (como la Rafael Alberti, calle del Tutor, 57, Madrid). Yo voy a comprarlos todos.


Thomas Mann

Blas Matamoro. Prólogo de Fernando Aramburu.

Colección Los Escritores y la Música.

Ediciones Singulares. San Lorenzo del Escorial, 2009.

Incluye un CD de música. 96 páginas. 19,90 euros

El crítico como artista

El mayor aporte filosófico de Benjamin fue considerar que la foma de la teoría crítica podía ser también una obra de arte

En Benjamin se combinaban la melancolía y la voluntad de acción política.foto.fuente:adncultura.com

Antes de cualquier consideración filosófica o crítica, Walter Benjamin se impone por la materialidad de la escritura, por la evidencia del estilo. Es realmente uno de los estilistas más virtuosos de la lengua alemana en el siglo XX. Lo interesante, en su caso, tal vez sea que ese estilo no habría existido jamás sin el tenso campo de fuerzas del pensamiento que lo sostiene. Un poco en broma y un poco en serio, el propio Benjamin respondía en un artículo que el hecho de que escribiera un mejor alemán que el resto de los escritores de su generación se debía al cumplimiento de una regla menor: no usar nunca la palabra "yo", excepto en las cartas. Pero aun en aquellos textos (la mayoría) en los que no usa la primera persona, la filosofía de Benjamin es inseparable del hombre que la pensó.

Sin embargo, esa filosofía de Benjamin nunca existió del todo. Esa filosofía es más bien una tarea, una misión que él mismo delegó en los lectores futuros. Y esto resultó así precisamente por el estilo de sus últimos escritos, aunque desde siempre había concebido la crítica como la auténtica filosofía. "La teoría romántica de la obra de arte es la teoría de su forma", anotó Benjamin en El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán , libro temprano, de 1919. El giro benjaminiano consistió en pensar que la forma de la teoría podía ser también una obra de arte. Pero en lugar de demorarse en el pasado, imaginó, con esa presunción romántica, una forma y un estilo ajustados al siglo XX: los de las vanguardias. Suele pensarse la trayectoria crítica de Walter Benjamin por lo menos en dos partes. De algún modo, el libro que divide esas dos mitades es el politizado Calle de dirección única , de 1928. Aunque saldaba su deuda con las novelas clásicas del surrealismo - Nadja de André Breton, El campesino de París de Louis Aragon-, esa colección fulminante de miniaturas seguía en alemán la huella de Karl Kraus ("Nunca formuló Kraus una argumentación que no sustentara con toda su personalidad", escribió). Había ahí toda una poética de la crítica, la idea de que la eficacia literaria procede del intercambio entre acción y escritura.

En rigor, esa última parte es la definitiva, pero sería impensable sin la que la precedió. Todo lo que escribió antes del Libro de los pasajes es una preparación para ese libro inconcluso, y tal vez, por su amplia ambición, imposible de concluir. Eso explica el cambio que notó Theodor W. Adorno, su amigo y compañero en el Institut für Sozialforschung: el carácter esotérico de sus primeros trabajos, y el fragmentario de los últimos. Allí, en los techados pasajes parisinos, se encontraban el gusto surrealista por los objetos obsoletos y la alegoría, el materialismo y la teología. Así como antes había sido romántica, la filosofía debía volverse ahora surrealista.

También podría decirse que ese libro, el de los pasajes, debía contener su filosofía y que ésta, por eso mismo, quedó tan inacabada como el libro. Al amparo de esa filosofía surrealista, el Libro de los pasajes , obra maestra del montaje, usa la figura de la alegoría, emblema de la ruina en su temprano El origen del drama barroco alemán , para examinar el siglo XIX y entender el XX: la alegoría une la ruina barroca con los objetos obsoletos y deslucidos que se ofrecen en la vidrieras de los pasajes. Su último libro realizaba las ideas de uno de los primeros, del mismo modo que la prehistoria de la modernidad podía explicar su presente.

Nunca hubo resignación en la filosofía del saturnino Benjamin. Su fe en las promesas contenidas en los libros infantiles (y no hay que olvidar que le interesaban mucho los cuentos infantiles y los juguetes) se lo impedía. El propio Adorno lo explicó con un recuerdo de primera mano: "Quien hablaba con Benjamin se sentía como un niño que percibe la luz del árbol de Navidad a través de las rendijas de la puerta cerrada. Pero la luz prometía al mismo tiempo, como la luz de la razón, la verdad misma, no su reflejo impotente".

© LA NACION


27.9.10

El subrayado perfecto

En Borges, libros y lecturas, dos investigadores de la Biblioteca Nacional recuperaron los subrayados, anotaciones y citas en más de quinientos volúmenes consultados por Jorge Luis Borges. El hallazgo revela fuentes pocos conocidas de sus ficciones y arroja una luz nueva sobre su obra

Anotaciones en latín en un ejemplar de las Sátiras de Juvenal. Foto.fuente:adncultura.com

Más que en lo leído, el lector se revela en los usos caprichosos o instrumentales que hace de los libros. Nada lo delata mejor que los subrayados, las marcas, las citas que entresaca. Tal vez por eso el lector compulsivo que subraya y copia frases para sí mismo en las portadas, guardas y portadillas prefiere que nadie más vea esos rastros. Si se presta el libro, el pudor obliga a borrar las huellas de la lectura para no quedar intelectualmente desnudo delante de terceros. ¿Quién querría alentar especulaciones sobre las causas que llevaron a insistir en esa determinada frase o en ese determinado verso? ¿Cuántos tolerarían mostrar todas las cartas de su erudición? El subrayado y la cita no son solamente estrategias de lectura; son también una variedad mínima, y muy privada, de la autobiografía. De ahí, también, que cuando se compran libros usados puedan inferirse las curiosidades y aun el carácter de los propietarios anteriores simplemente por las marcas que dejaron.

Si se quisiera hacer una paráfrasis de la famosa frase de Osvaldo Lamborghini en su relato "La causa justa", habría que decir que Jorge Luis Borges no leía completo casi ningún libro pero que sus subrayados eran perfectos. Aunque la verdad es que eran subrayados metafóricos; en realidad, antes que trazar una raya más o menos sinuosa debajo de la línea, transcribía, con una letra minúscula que fue mutando de la cursiva a una envarada imprenta, frases, citas, versos en portadas y márgenes que luego, invariablemente, reciclaba en sus propios libros.

Borges, libros y lectur a revisa sus anotaciones en alrededor de 500 volúmenes, adquiridos desde su primer viaje a Europa en la década de 1910 y usados mientras dirigió la Biblioteca Nacional, de 1955 a 1973. Algunos de esos volúmenes (la mitad del total) fueron donados a la Biblioteca con la firma protocolar de un escribano (un expediente necesario porque habían hecho correr la infamia de que robaba libros) pero otros quedaron sencillamente allí, olvidados. Laura Rosato y Germán Álvarez, empleados del Tesoro y del Archivo Institucional de la Biblioteca, trabajaron con ese material, se hundieron en él, en una tarea a la vez monumental y obsesivamente detallista: no sólo buscaron y encontraron los libros usados por Borges con sus anotaciones; también completaron las citas que estaban apenas apuntadas, restituyeron sus contextos y cruzaron esas referencias con sus ficciones, ensayos y conferencias, de modo que conocemos tanto el origen (un libro ajeno) como el final (los textos del propio Borges) de cada cita y de cada anotación al margen. Así se explican, por ejemplo, los numerosos volúmenes sobre el budismo, imprescindibles para el ensayo ¿Qué es el budismo? que preparó en colaboración con Alicia Jurado. (Incidentalmente, es probable que el apellido del protagonista del cuento "El Sur" proceda del estudioso del budismo Joseph Dahlmann.)

La edición de Rosato y Álvarez publicada por la Biblioteca Nacional despliega a Borges como lector en cuatro niveles: el título leído, o a veces simplemente hojeado en busca del azar de la cita; las citas propiamente dichas que Borges destacó; las dataciones sucesivas, en el momento de la adquisición y a veces en cada relectura, como si el ejemplar volviera a hacerse propio cuando se lo abre de nuevo; por último, la cedulilla o estampilla de la librería en la que se consiguió el ejemplar. Esta información comercial resulta más bien nostálgica ahora, cuando ya casi no quedan en Buenos Aires librerías inglesas ni alemanas. Mitchell´s, Mackern´s, Pigmalión, Beutelspacher son los nombres de los negocios en los que Borges compraba los libros en sus dos idiomas predilectos.

Prácticamente todo lo registrado en Borges, libros y lectura está en alemán (llega a firmar un ejemplar de E. T. A. Hoffmann como "Georg Ludwig Borges") y en inglés. Predomina el ensayo y la poesía, y la compulsión por la cita se crispa en la Divina Comedia de Dante Alighieri (sin duda el volumen más anotado) y en los escritos del filósofo Arthur Schopenhauer. Después de todo, también allí aparece lo autobiográfico: acaso no haya habido dos hombres a los que Borges les haya dedicado tanta atención como a ellos. Pero hay algunas sorpresas, como el examen detenido -mucho más detenido de lo que se creía- de los ensayos y poemas de T. S. Eliot, el estudio de Carl Jung, e incluso la imprevista consulta de An I ntroduction to Wittgenstein´s Tractatus de G. E. M. Anscombe.

Que Borges era un lector "salteado", aunque de un tipo diferente al que pretendía Macedonio Fernández para sus novelas, queda claro en el orden (en el desorden) de las remisiones a páginas: no leía de punta a punta; buscaba un poco al azar, guiado por ese instinto de todo lector hábil que permite encontrar siempre aquello que necesita para lo que escribe. Además de un lector hedónico, como solía definirse, Borges era un lector interesado. Leía para escribir, y se diría que, inversamente, el acto de escribir era otra excusa para leer. No es casual que señalara los pasajes, a estas alturas muy manoseados, del inglés John Ruskin sobre la lectura como "nutrición" o "alimento" del espíritu y de la inteligencia consignados en Fors Clavigera . Pero de Ruskin y de su Sesame and Lilies llegaría otra idea muy pertinente para la estrategia de lectura borgeana: "Uno podría leer (si viviera lo suficiente) todos los libros del British Museum y seguir siendo una persona francamente ´iletrada´ y sin educación; pero si uno leyera diez páginas de un libro bueno, letra por letra -es decir, con verdadera precisión- sería una persona educada. La única diferencia entre una persona educada y otra que no lo es se corresponde con esa precisión". Nada más educativo que las enciclopedias, la auténtica formación de Borges, que trasladó luego ese protocolo de lectura fragmentario y agudamente preciso a todos los libros. Así, por ejemplo, el verso de Goethe más citado por Borges ("Cayó de arriba el crepúsculo/ todo lo cercano se aleja", del poema "Dämmrung") no procede aparentemente de la fuente directa (los libros del propio Goethe) sino de una biografía del poeta alemán de Houston Stewart Chamberlain, en una edición de 1919, comprada seguramente en Ginebra durante su adolescencia. En cambio, parece haberle prestado bastante atención a West-östlicher Divan .

Sin duda, Borges profesaba devoción por los libros, pero estaba libre del fetichismo del bibliófilo por las primeras ediciones o las ediciones limitadas. En ciertos casos (las literaturas que menos le importaban) tampoco se sentía impelido a leer algunos libros en el idioma original, aun cuando conociera esa lengua. Es lo que pasa con Rabelais, cuyos Gargantúa y Pantagruel parece haber leído según la edición inglesa en dos volúmenes publicada por Oxford University Press, donde encontró la cita por la cual podría especular, en un artículo incluido ahora en Otras inquisiciones , que Pascal tomó de allí su idea de Dios como una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia, en ninguna.

Como antes los Textos cautivos (recopilación de sus reseñas de libros extranjeros en la revista El Hogar ), este volumen proyecta una nueva luz crítica y habilita que se piense a Borges de otra manera, ya no como el erudito que simula con codicia haber leído todo sino como el cazador del disparo infalible. Concebido así, Borges, libros y lecturas es una antología colosal de versos y citas elegidas por Borges. Entre ellas, una idea brevísima de James Boswell tomada de su London Journal : "No vivir más de lo que se pueda recordar". Al elevar a método el principio de la antología, Borges quizá creyera que tampoco convenía vivir más de lo que se podía leer.


Borges, libros y lecturas
Por Laura Rosato y Germán Álvarez (comps.)
Biblioteca Nacional
416 páginas
$ 65 (precio argentino)