31.5.09

Criterio de buen lector

Rafael Conte visto por Loredano
PERFIL: HOMENAJE A RAFAEL CONTE - EL SABIO QUE NOS ENSEÑÓ A LEER

El crítico Rafael Conte, fallecido el pasado día 22, creó, primero en Informaciones y luego en EL PAÍS, un espacio propio y fue un maestro para varias generaciones de lectores, a los que descubrió autores y abrió los ojos ante los clásicos


Por José María Guelbenzu


El secreto de Rafael Conte era el de ser un lector insaciable. En cierto modo me recuerda la insaciabilidad lectora de Elías Canetti cuando cuenta en su autobiografía que un día llegó a plantearse con angustia la idea de qué hacer con su vida cuando hubiera leído todos los libros. No sé si Conte llegó a plantearse ese dilema, pero estoy seguro de que cuando encontró esa anécdota debió de sufrir un sobresalto. Como buen lector compulsivo tenía a gala conseguir la obra completa de cualquier autor que le interesase. Recuerdo, por ejemplo, su pertinaz búsqueda y seguimiento de los Diarios de Marcel Jouhandeau, un exquisito grafómano francés, por el puro gusto de leerlo.
Rafael Conte amaba la literatura como el oxígeno, lo cual le abría a toda lectura, pero su principal fuente de conocimiento, aparte del español, fue el idioma francés. En ese idioma leyó todo lo que la pacata edición española (plagada de malas o apresuradas traducciones) y la censura misma impedía conocer. Eso le permitió acompañar la labor de editores cuya idea de la edición era, además del negocio, el servicio a la cultura. El gran editor alemán Samuel Fischer sostenía que la misión de un verdadero editor vocacional era "hacer leer al público los libros que no quería leer". En España lo hizo Carlos Barral, entre otros. Y Conte, como crítico, estaba en sintonía con ese tipo de libros, que eran la flor y nata de la narrativa occidental, por lo que pudo ir situando ante el público a escritores que precisaban de alguien que los arropara con un criterio solvente. Rafael Conte se ganó así la credibilidad de los lectores.

No hubo traducción de importancia del francés a la que no prestara atención gracias a su formación, tanto de clásicos como de modernos. Su principal dedicación inclinaba la balanza hacia la literatura francesa. ¿Quién no recuerda su aportación a la lectura de Bella del señor, de Albert Cohen, o Viernes o los limbos del pacífico, de Michel Tournier, o al despliegue de la obra de Marguerite Yourcenar? La lista de autores a los que abrió o reabrió camino en España es impresionante. Aparte de los clásicos, desde Balzac a Proust, baste mencionar a Martion du Gard, Buzzati, Julien Green, Bernanos, Mauriac, Gide, Queneau, Camus, Sartre, Beckett, Claude Simon, la Duras, Julien Gracq, Robbe Grillet, Natalie Sarraute... o Le Clézio, Modiano y Quignard entre los más recientes, además de teóricos de la literatura como Blanchot o Barthes. Pero, sobre todo, la sensación que dejaba era la de pisar un territorio conocido donde uno podía aventurarse con la convicción de estar eligiendo material de calidad.

¿Quién hablaba en España de los Diarios de Ernst Jünger antes de que Tusquets los editara? Pues Jünger, junto con Graham Greene, Handke, Kerouac, D. H. Lawrence, Thomas Bernhard, Witold Gombrowicz, Bruno Schulz, William Faulkner o Robert Musil fueron reseñados por un Conte que ejerció de brújula para uso de lectores perdidos en la duda o el desconocimiento. Sin olvidar autores de segundo orden, pero excelentes, como Leo Perutz o Charles Morgan. O policiacas de verdadera altura como Patricia Highsmith y P. D. James... En fin: el amor a la literatura abarcaba toda clase de escritores.

Escribió tanto en pleno secano literario como en los años en que se tradujo buena parte de la literatura extranjera faltante. Ahora está casi todo editado (y casi todo perdido en almacenes o guillotinado, lo cual es como si no se hubiera editado, así que la labor de rescate es imprescindible). Lo que tenía Conte era criterio de buen lector y eso significaba formación, orden, jerarquía y disciplina, que no abundan. No sería malo que una selección de sus críticas se editase como ejemplo y como referencia.



babelia.es

El íntimo cuchillo en la garganta





Por: Luís Chitarroni

Philip Roth no es alguno de los escritores que creemos que es. Tampoco es todos, como lo demuestra el nerviosismo, menos estilístico que atávico, de sus primeras personas. Consideramos una característica de las cuerdas vocales de los personajes de Roth vibrar, por lejos que estén de casa, con la sinagoga en la garganta, pasando del sombrío y ceñudo sionismo nocturno inicial a una especie de mediterránea insolación diaspórica. Desde que salió El lamento de Portnoy con ese título (ahora ha sido rebautizada El mal), Roth y sus protagonistas simbolizaron al judío neurótico norteamericano, con un repertorio de variantes físicas que van de Eliot Gould a Woody Allen.

Fisonómicamente más cerca del primero que del último, Kitaj lo dibujó a Roth como nadie, más de una vez. Ahora que sus contemporáneos se toman el trabajo de retirarse, empieza a distinguirse también la forma del fondo, algo así como la figura en la alfombra del cuento de James. Roth rota, va rotando como un dial, y la forma oscura que emerge del fondo tiene mucho de éste (de Roth, del fondo): es un espeso brebaje que convida los aspectos dolorosos y amargos con una mueca estoica implícita. Para averiguar la naturaleza misma del aullido sin arder en el medio, Roth nos ofrece una prueba. Sí, en su prolongada campaña de difusión de espinas y antídotos, ha encontrado dos ejercicios modales: la de hacerlo con acuciante resignación a las creencias de sus mayores ("el íntimo cuchillo en la garganta"); la de hacerlo con la angustiosa confusión atea de que así no se define una exclusión.

Igual que antes, como siempre, Roth pregona en Indignación, su último libro, esa ira bíblica, de la que parece ser un juramentado, con preciosa y accidentada singularidad. Hace años, en una subasta de libros de escritores a la que accedí, compré uno solo. Reunía dos condiciones que Roth sabría justificar: era el más barato y le había pertenecido a él (la firma ágil y pálida deslizándose en una de las preliminares). Se trata de una antología de Hugh Kingsmill titulada Invectiva y abuso (según Kingsmill, invectiva es cuando hablamos de los otros y abuso cuando los otros hablan de nos). Ese trofeo modesto es un ejemplo de la materia aleatoria con la que trabaja Roth, de su ira por los fetiches adyacentes de la cultura. Me ayuda a saber lo poco que podemos averiguar de los mejores sopesando sus bienes materiales.



revistaenie.com

La Unión Europea evaluará si Google Books vulnera los derechos de autor



A partir de una petición del gobierno alemán, que considera que al proyecto "irreconciliable con los principios de la legislación europea sobre copyright", se le encargará a la Comisión Europea un estudio sobre el tema. Google argumenta que el uso sin permiso expreso de obras con derechos de autor es admisible si sirve a un interés general.


Los veintisiete países que componen la Unión Europea están preocupados por el riesgo de que Google Books, el proyecto por el que el buscador ofrecerá en Internet libros completos, vulnere los derechos de propiedad intelectual de sus autores.

Por eso, han decidido encargar a la Comisión Europea un estudio en profundidad sobre las repercusiones legales y económicas que puede tener el escaneo de las obras literarias efectuado por Google en los titulares europeos de derechos de autor.

La decisión ha sido adoptada hoy por los ministros responsables de Industria, reunidos en Bruselas, a partir de una petición del Gobierno alemán.

Berlín considera que el proyecto de Google es "irreconciliable con los principios de la legislación europea sobre copyright", pues ésta establece claramente que, para reproducir una obra, es necesario el consentimiento previo del autor, algo que no hace el buscador.

Google argumenta que el uso sin permiso expreso de obras con copyright es admisible si sirve a un interés general (como la educación o la investigación).

El ministro checo de Industria, Vladimir Tosovsky, cuyo país preside este semestre la UE, explicó al término de la reunión ministerial que los veintisiete representantes estuvieron de acuerdo en pedir a la Comisión que analice la situación y, en su caso, proponga medidas para defender los derechos de autor.

Tanto Francia como Holanda respaldaron los puntos de vista de las autoridades alemanas, según indicaron fuentes comunitarias.

El Gobierno alemán ha alertado al resto de Estados miembros de que el proyecto de Google puede repercutir en la concentración de la propiedad de los medios de comunicación y también en la diversidad cultural en general, sobre todo en la UE.

También hace hincapié en que al hacerse directamente con las obras, el buscador quita valor a iniciativas como Europeana, la biblioteca digital puesta en marcha por la UE, que sólo publica los libros tras haber logrado el consentimiento del autor.

Durante el debate, los representantes franceses también hicieron alusión a Europeana y dejaron claro que ese proyecto, al contrario que Google Books, respeta las reglas de propiedad intelectual.



Fuente: EFE

29.5.09

Intolerancia

José Saramago. Fuente: mdz

Malos tiempos para la libertad de opinión de los escritores. Mario Vargas Llosa ha sido hostilizado en el aeropuerto de Caracas en su ingreso para presidir un conversatorio sobre la libertad (sin embargo, lo positivo es que hoy se informó que Vargas Llosa aceptó la invitación de Hugo Chávez para debatir libremente). A Sergio Ramírez un grupo de fanáticos afines al gobernante Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) le impidieron presentar en su país la novela El cielo llora por mí. Y ahora, en Italia, José Saramago también es víctima de la intolerancia:


La editorial Einaudi, propiedad del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ha vetado el último libro del premio Nobel de Literatura de 1998, José Saramago, por recoger críticas contra Il Cavaliere. Según publica el diario Corriere della Sera, los responsables de la editorial han decidido no publicar el libro de Saramago porque su autor califica a Berlusconi de "delincuente" en uno de sus ensayos. El premio Nobel, de 87 años, ha hecho varias referencias a Silvio Berlusconi en su libro, denominado El Cuaderno (publicado en España por Alfaguara), que recoge una recopilación de textos que Saramago ha publicado en su blog en los últimos seis meses. La editorial italiana no publicará el libro por el artículo llamado Berlusconi & Cía, en el que el autor portugués escribe: "Realmente, en la tierra de la mafia y de la camorra ¿qué importancia puede tener el hecho probado de que el primer ministro sea un delincuente?". Saramago prosigue: "En una tierra en que la justicia nunca ha gozado de buena reputación ¿qué más da que el primer ministro consiga que se aprueben leyes a medida de sus intereses, protegiéndose contra cualquier tentativa de castigo a sus desmanes y abusos de autoridad". El diario italiano entrevista a Saramago como consecuencia de este suceso. A la pregunta del periódico de si considera, realmente, un delincuente a Berlusconi, el escritor responde: "Desde luego, sabrá que Berlusconi tiene una mentalidad mafiosa".



notasmoleskine.blogspot.com

¿En qué anda la literatura francesa?



Por: Juan Gabriel Vásquez

HACE UNOS DÍAS ESCRIBÍ, PARA UN periódico español, un artículo sobre la situación actual de la novela francesa.


En mi texto me ponía a recordar una portada de la revista Time que generó un debate casi violento hace un año y medio: se trataba de la imagen del mimo Marcel Marceau sosteniendo una flor con expresión de profunda tristeza, y, al lado del mimo, el siguiente titular: “La muerte de la cultura francesa”. El titular era una exageración y una caricatura, pero en el fondo latía una preocupación que nos ha embargado a los francófilos durante varias décadas: ¿en qué anda la novela francesa? En el país de Flaubert y Stendhal y Balzac, que básicamente inventaron, junto con sus contemporáneos rusos, el arte de la novela moderna, ¿en qué andan los novelistas?

Después del estallido inverosímil del siglo XIX Francia fue todavía capaz de ver a Proust primero y a Céline después y a Camus más tarde. Y luego está el fenómeno del Nouveau roman, la nueva novela francesa cuyo manifiesto salió hace unos cincuenta años de la mano de Alain Robbe-Grillet. Y bueno, ya se sabe lo que suele pasar con los manifiestos: o envejecen ellos o envejece lo que manifiestan. Eso que se llamó Nueva novela francesa produjo, como casi todas las escuelas con teoría previa, una práctica que sólo interesaba a los practicantes o a quienes aspiraban a ser uno de ellos; produjo también un ambiente de secta que casa muy mal con la literatura de verdad, uno de los pocos lugares en el mundo adonde uno va para que no le digan cómo tiene que comportarse (cómo tiene que leer, cómo tiene que escribir). La nueva novela francesa, en su repudio de la historia y los personajes, se convirtió muy rápido en un experimentalismo vacío y más bien fútil, lo más parecido a una masturbación intelectual. La mala noticia fue que su influencia fue fuerte; la buena noticia es que esa influencia lleva un par de décadas en franca recesión, y hoy ya casi ha desaparecido por completo.

La literatura francesa que se escribe hoy es lo contrario del ejercicio ególatra y a fin de cuentas inconducente de la Nueva novela. La identificación de la literatura francesa con una manera más o menos sofisticada de mirarse el ombligo es cosa del pasado, y los novelistas de hoy suelen estar dispuestos, como los grandes de antes, a que sus ficciones nos traigan noticias del mundo. La concesión del Nobel a Le Clézio, un viajero incansable que habla varias lenguas y ha vivido en varios continentes, es la punta del iceberg: debajo del agua hay una cantidad nada despreciable de novelistas que vuelven a mirar hacia fuera, y eso se debe en parte a que muchos de ellos vienen de fuera: de Afganistán, como Atiq Rahimi, o de Estados Unidos, como Jonathan Littell, o de Rusia, como Andréi Makine. Y eso por no hablar de los novelistas de las ex colonias, como el extraordinario Patrick Chamoiseau, o de tránsfugas como Milan Kundera: gente de orígenes mestizos cuya lengua francesa es producto del mestizaje. Así las cosas, no sorprende que los mejores, entre los nacidos en el hexágono, sean los que han vuelto a mirar hacia fuera: Olivier Rolin, que escribe sobre franceses en Sudán o Tierra del Fuego, o Jean Echenoz, que escribe sobre atletas checos. Con ellos, la novela francesa ha vuelto a ser lo que fue.

Y eso es una buena noticia.



elespectador.com

27.5.09

Recordando a Benedetti


En el suplemento "Radar" de Página12 han recordado noblemente al fallecido Mario Benedetti un grupo de escritores y periodistas argentinos. ¿Quién era este escritor tan conocido y, al mismo tiempo, tan olvidado por sus lectores? Un escritor cuyos versos simples y honestos lo mismo podían despertar sentimientos purísimos y profundos o creas algunas caricaturas, como los personajes de Eliseo Subiela. Juan Pablo Bertazza dice:


Benedetti –sería injusto negarlo– es casi una mala palabra para la actual poesía, a tal punto que pocos, muy pocos osarían tomarlo en cuenta. Y eso puede deberse a varias razones: tal vez su inventario poético terminó devorándose al resto de su obra, tal vez su poesía envejeció mal, tal vez no se pueda ser tan popular y de culto al mismo tiempo. Lo indudable es que en el mayor porcentaje del Benedetti poeta hay un Benedetti letrista. Lo curioso es cómo todos los otros Benedettis fueron muriendo a manos del Benedetti de Poemas de la oficina o Sólo mientras tanto, a manos de poemas que le gustaban a nuestros malos maestros de literatura, a manos de poemas que inundan las orillas de la red: el Benedetti periodista, el Benedetti militante de izquierda, el Benedetti crítico de cine, el Benedetti humorista, el Benedetti exiliado y desexiliado, el Benedetti narrador que despabiló al cuento uruguayo con las luces de neón de la ciudad, el kafkiano Benedetti de La tregua, el Benedetti maldito de ese conmovedor relato que es “Sábado de gloria”, donde Benedetti reza a Dios “una oración aplastante, llena de escrúpulos, brutal, una oración a mano armada” para que no se la lleve a su compañera. Todos esos Benedettis que, ahora, paradójicamente, quizás renazcan.


Guillermo Saccomanno dice:


Onetti, bastante escéptico en materia erótica, no se lo tomaba muy en serio. Lo juzgaba con una sobradora misericordia. Hace unos años, entrevistado en un documental sobre Benedetti, Gelman declaraba que gracias a esta poesía sencilla muchos lectores pudieron quizás conocer más tarde una poesía mayor. Para rabieta del elitismo, los poemas de Benedetti fueron canciones. Y volaron por el mundo. Quienes lo leían y cantaban sus letras no eran lectores de Mallarmé y Pound, pero encontraron en Benedetti una voz que los representaba y expresaba lo que muchos no sabían cómo decir. ¿No es acaso esa la función de la poesía: decir lo que no se sabe cómo nombrar? Convengamos, no ha sido poco el mérito de este poeta que supo alcanzar esos lectores que una supuesta alta cultura menosprecia. Tal vez el “poeta menor” –como lo habría calificado un Borges presumido– no lo sea tanto. Tal vez no se reduzca su gloria a ser “un nombre en el índice de una antología”.


El editor de Emecé, Alberto Díaz, recuerda:


Borges decía que la muerte mejora cualquier biografía; en el caso de Mario la muerte no mejora su biografía, ya que su biografía siempre fue impecable: coherente en el compromiso político y en el pacto con sus lectores, a quienes nunca defraudó. Su vida privada y pública conformaban una sólida unidad sin fisuras, ni claudicaciones. Su calidad humana y sencillez son reconocidas por todos aquellos que tuvimos la oportunidad de tratarlo. Con él crecimos y soñamos millones de lectores en todo el mundo y hoy lloramos su pérdida. Trabajador incansable, la muerte lo sorprendió trabajando en un nuevo libro de poesía, Biografía para encontrarme. Como diría Machado “fue un hombre en el mejor sentido de la palabra, un hombre bueno”.

Además, aparece una entrevista a Mario Benedetti por María Esther Gillio.


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25.5.09

Vargas Llosa contra internet


Y si Gunter Grass sigue escribiendo en una Olivetti, su compañero de ruta literaria (pero no ideológica), Mario Vargas Llosa, sin llegar a ese extremo, también desconfía del futuro cibernético. En Colombia sostuvo que "Internet empobrecerá la literatura":


“Yo creo que la gran amenaza son las máquinas que pueden acabar con el libro. No sabemos qué va a pasar con ese desafío para la literatura que es la pantalla”, señaló el autor de Conversación en La Catedral, La fiesta del chivo, entre otras novelas, a El Tiempo.En la misma entrevista el escritor se preguntó si la Internet “¿aniquilará al libro? ¿Coexistirán?”, y responde que “eso está por decidirse, y muy pronto”. A continuación subrayó que su apuesta “es por que el libro sobreviva” y explicó que “no es que esté en contra de la red, pero si la literatura se hace solo para las pantallas se empobrecerá, porque la pantalla hace que pierda profundidad y riesgo”, afirmó Vargas Llosa.Según el escritor, “la tecnología imprime a la literatura una cierta superficialidad”, aunque reconoce que “la correspondencia se había acabado casi y ahora con Internet resucitó, pero es una caricatura de lo anterior, que se hacía con gran cuidado”, enfatizó. El papel, matizó, “infunde un respeto casi religioso al escritor”, por cuanto, agregó, “en la pantalla se escribe informalmente, no infunde respeto”, pues “uno se queda pasmado de la indigencia gramatical de los textos hechos para Internet”. La pantalla, enfatizó, “incita al facilismo, a la frivolidad y el rigor desaparece”.



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23.5.09

No son, pero parecen


Rabo de paja
Por: Esteban Carlos Mejía

NO HAY NOVELA SIN PERSONAJES. NI personajes sin novela. Obra que valga la pena, quiero decir, no una pócima deconstructivista de esas en las que no pasa nada, excepto el tedio del lector. Abundan los personajes inimitables, maravillosos, fantásticos.


Pienso, por ejemplo, en uno que cautivó mi juventud y que aún hoy me encalambra el corazón: Holden Caulfield, protagonista y narrador de The catcher in the rye (El guardián entre el centeno), de J. D. Salinger.

Holden es un peladito de 16 años, inteligente, divertidísimo, que cuenta su vida con total desparpajo. Sus diabluras, su relación con el mundo, su mirada, son homenaje y rendición de cuentas al poder de la ficción. En la vida ordinaria nos movemos por fatalidad: la zozobra guía nuestros actos, hacemos lo que podemos. Por el contrario, los héroes ficticios, tal vez por ser creación de demiurgos humanos, logran escabullírsele al azar y andan sin vacilar por el hilo de la narración. La literatura triunfa de verdad cuando la perplejidad de la gente real y el equilibrio de los entes imaginarios se entretejen y se ensamblan con solvencia, de modo casi imperceptible, en la tesitura de un personaje novelesco. Quien haya gozado el virtuosismo de Salinger habrá experimentado lo que digo al toparse con un ser humano —llamémoslo así a sabiendas de que no es de carne y hueso— como Caulfield, palpable, verosímil.

Igual pasa con Ulises Lima y Arturo Belano en Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, Premio Herralde 1998. Ulises Lima, según testimonio del propio autor, es trasunto (imitación, remedo, clon) del poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro, cuyo verdadero nombre era José Alfredo Zendejas Pineda, fundador del movimiento infrarrealista, trasunto a su vez del ilusorio realismo visceral sobre el que trata toda la novela. Lima es mejor poeta que Papasquiaro, menos amargo, menos resentido. Y Papasquiaro es más intransigente y más fanático que Lima. Como si los ejes espacio-temporales de uno se impusieran, bien o mejor, sobre la utopía del otro. Navego por la biografía de Papasquiaro y al instante me antojo de leer los diálogos endiabladamente cojipuercos de Ulises Lima con su carnal Arturo Belano y con el (jovencísimo) poeta Juan García Madero, empeñados los tres —más la amorosa Lupe— en hallar a Cesárea Tinajero, precursora de cuanto infrarrealismo, nadaísmo, realismo visceral o locura seminal ha dado esta América Latina. Y, viceversa, los juegos retóricos de Ulises Lima me empujan a la poesía de Zendejas Pineda, pese a su antinemotécnico seudónimo. Lo dije al principio y lo repito ahora: no hay novela sin personajes ni personajes sin novela. Siquiera.

Rabito de paja: “Y todavía sobran en este país agonizante, almas de esclavos que se estremecen de terror porque la prensa no se resigna como ellos a doblar mansamente la cabeza para que no se incomoden con el yugo. Todavía se nos aconseja moderación, y se nos habla de patriotismo y de cordura, y se nos invita en nombre de ideales que ellos no comprenden a secundar en silencio, con resignación de colonos, la empresa clandestina de quienes a estas mismas horas están pactando el compromiso de sumisión”. Enrique Olaya Herrera, en 1919.



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Juan Manuel Roca, premio Casa de América Poesía


El poeta colombiano Juan Manuel Roca, con su poemario Biblia de Pobres, ganó el Premio Casa de América de Poesía que se otorgó hoy en Madrid. Dice la nota:


El jurado, presidido por Gioconda Belli, destacó el dominio formal del colombiano, así como la "sólida estructura de su obra y la variedad de registros a la hora de acercarse desde la mirada lírica a la realidad". El premio se falló el pasado 16 de mayo en Granada, si bien no fue anunciado hasta hoy. Además de poeta, Roca (Medellín, 1946) es narrador, ensayista, crítico de arte y periodista y cuenta con numerosos galardones, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura de su país.Sus poemas han sido traducidos al inglés, ruso, japonés y griego, así como al rumano, portugués, italiano y alemán.E ntre sus obras poéticas cabe citar Memoria del agua (1973), Pavana con el diablo (1990), Un violín para Chagall (2003 y 2004) y Testamentos (2008), entre otras muchas.



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22.5.09

El paisaje en las nubes de Roberto Arlt.


Roberto Arlt


La tintorería de las palabras

La palabra humana, sometida a determinadas combinaciones fonéticas, ha conseguido casi siempre efectos onomatopéyicos cuya resonancia actuaba sobre los entendimientos humanos al modo de "mantras". Los indios han clasificado como "mantras" reuniones de sonidos cuya vibración conmociona el eje molecular de la materia, provocando en ella alteraciones de carácter mágico. Así, con un "mantra" se podía paralizar el furor destructivo de un elefante; con un "mantra" se podía apresurar el crecimiento de un vegetal, o quebrar la dureza del bronce más endurecido. Los relatos de Oriente abundan de héroes cuyo destino en el planeta fue alterado por la utilización oportuna de un "sésamo ábrete" cualquiera.

En Occidente, la palabra de contenido mágico intrínseco desapareció de la literatura con la muerte de las novelas de caballería, y el arte literario, para obtener efectos sobrenaturales sobre el entendimiento, debió recurrir a los ardides de la intriga, de la elocuencia, del paisaje. De esta manera, La Jerusalén libertada, Los Lusíadas, La Divina Comedia abrieron desconocidas ventanas en horizontes borrascosos.

Sinteticemos:

En cada edad, la humanidad, por intermedio de sus buzos más geniales, sumergió la palabra en las policromas cubas de una tintorería espiritual, y de esa tintorería invisible la palabra salió barnizada de matices nuevos, coloreada de flamas más brillantes, empastada de tintas más calientes, más ligeras, más duras. De esta manera, la marcha utilitaria de los hombres se ligó en armoniosísimo ritmo con la marcha desinteresada de los espíritus. Siglos pasaron. La aparición de los colores industriales, del reclamo, de la arquitectura necesitada de espacio, los triples fenómenos del arte sometido a los cambiantes reflejos de la economía, de la política y de la mecánica engendraron escritores nuevos, es decir, estilos nuevos. Entre las formas de un Chateaubriand y un Hugo o las maneras de un Huysmans o un John Dos Passos, media la misma distancia que aquella que podemos descubrir entre un sulky y un avión.

Voy hacia esto:

Siempre, siempre, la palabra humana marcó paralelamente el paso con el acontecimiento que filtraba su tonalidad en el siglo, o en el momento.
Así, el estilo gris de Babbitt no es independiente de la vida gris de Babbitt hombre; el estilo eléctrico de Manhattan Transfer no está desligado del frenesí brutal que bailotea en las piernas del ciudadano de Nueva York. ¿Está claro?
Hasta ayer el mecanismo de nuestra palabra funcionó así.

Pero de pronto...

De pronto un hombre se asocia a otros hombres para la aventura criminal más descomunal que se haya pregonado a los cuatro horizontes del planeta. Un ex hombre y su banda aprisionan a un pueblo y lo estrellan con la violencia de una catapulta contra el muro de la guerra. Promete a cada uno de sus cómplices el dominio de un trozo del mundo. Sí. De pronto ocurre esto y sin disimulo. Así como la pezuña de una vaca desparrama enloquecida la humanidad de un hormiguero, así la maquinaria de este monstruo dispersa la humanidad de las pequeñas naciones.

Y la palabra se descubre tartamuda, impotente. Los hechos del pasado y del presente no guardan relación entre sí. Han variado las velocidades. Ejemplo:

1914. Un documental cinematográfico de Lovaina. Letrero de la época: "Aquí murieron quinientos civiles".

1940. Un documental cinematográfico de Amsterdam. Letrero del momento: "Aquí murieron cien mil civiles".

Quinientos... cien mil... ¿Qué relación guardan entre sí estas dos cifras? Ninguna.

Aparentemente los hombres continúan siendo los mismos. Tienen dos pies. Dos manos. Beben, comen, cumplen con las funciones fisiológicas normales. Pero algo ha cambiado. ¡Algo! En el año 1914, en nuestro estilo reposado, podíamos escribir la palabra "algo" muy sueltos de cuerpo. ¿Cómo expresar hoy, con nuestras palabras bañadas en la vieja tintorería de las expresiones, cómo pintar hoy, con la conveniente negrura de eclipse, con el conveniente tono rojizo de lluvia de sangre, el horror de este momento catastrófico, cuyas grietas candentes retuercen los nervios de la humanidad en toda la redondez del planeta, como el fuego de un bosque retuerce los sarmientos de la vid? ¿Cómo facilitar la sensación de velocidad con que se precipita la muerte, la sensación de traición, la sensación de locura que abarca tremendos sectores de hombres, los hipnotiza y los lanza hacia el desconocido suicidio?

Es preciso que no nos engañemos. Una parte de la humanidad está escribiendo, trabajando, comiendo, luchando con un pie en el sepulcro y el otro en la victoria. No importa que de sus espaldas no cuelgue la mochila pesada y que sus manos no hagan aún girar sobre su pivote el cuerpo de una ametralladora. Ellos están en la proximidad de ese momento espantoso en que cada hombre elige la cabeza sobre la cual descargará su revólver.

Para este momento de vida que ya no es vida, sino agonía, ¿qué estilo, qué palabra, qué matiz, qué elocuencia, qué facundia, qué inspiración dará el ajustado color?

No sé.

Creo que en la misma tintorería del infierno, donde un diablo pintor combina los colores que con más precisión expresan la máxima crueldad del hombre, el matiz que puede expresar este momento aún no ha sido hallado. Tan lejos él avanzó en el crimen.



http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/05/23/_-01923352.htm

Cronista con armas de escritor


LECTORES. "Arlt, como buen cronista, no acusa, expone, utiliza las armas de la realidad de los sucesos para destacar su perplejidad", dice Juan Cruz.

El español Juan Cruz escribe sobre las herramientas que comparten literatura y periodismo, a partir de la publicación de un libro que reúne gran parte de los artículos escritos por Arlt para el diario El Mundo. Además, la compiladora de la obra, Rose Corral, señala que en esos textos el autor de Los siete locos se revela como un profeta del mundo que se estaba formando, con una visión nada alejada de su prosa literaria.



Arlt Básico
Buenos Aires, 1900-1942

Fue uno de los grandes maestros de la imaginación en el país. Admirador del crispado "realismo" ruso y de los folletines sobre bandidos, integró el grupo de Boedo, y fue "secretario" de Ricardo Güiraldes, quien lo estimuló a publicar su primera novela, El juguete rabioso, cuando Arlt tenía 26 años. Su ingreso a El Mundo, en 1928, lo consagró como periodista, gracias a sus populares Aguafuertes Porteñas. Obsesionado siempre por aumentar sus ingresos, o más bien, hacerse rico, montó un laborario precario, que terminó incendiado, para lograr "las medias de mujer que no se corran". Los siete locos y Los lanzallamas fueron su obra culminante. Publicó también El amor brujo y los cuentos de El jorobadito. Escribió varias obras de teatro. Algunas se estrenaron en el Teatro del Pueblo, de Leónidas Barletta, que durante mucho tiempo tuvo una escultura de Arlt en el foyer. Lo consagró la crítica de los 60.

Veamos: esto es periodismo. No son columnas, aunque sean columnas; no son comentarios, aunque sean comentarios. Y son artículos, aunque no sean artículos. Pero no son sino crónicas, es decir, periodismo, la esencia del oficio, lo que sólo pueden escribir los buenos periodistas, lo que se hace a partir de lo que ocurre, no de lo que se nos ocurre.

Roberto Arlt es periodismo. La frase clásica de Eugenio Scalfari, fundador del diario La Repubblica de Italia, "Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente", se ajusta a la perfección a este periodismo que Roberto Arlt hace antes de que las imágenes distorsionaran la realidad haciéndonos creer que una instantánea es una fotografía.

Arlt es un periodista, sin otra literatura; un cronista, nada menos, un tipo que ve pasar el tiempo y lo apresa, lo hunde en el suelo y lo somete a interrogatorio. Carlos Fuentes suele citar a Platón al hablar de la eternidad: cuando la eternidad se mueve la llaman tiempo. Y cuando se detiene, y es periodismo, no es otra cosa que crónica. Nada menos.

Periodismo es literatura. Decía Manuel Vicent, otro columnista que hace periodismo en sus columnas, que el periodismo del siglo XX es literatura; y lo decía ante unos estudiantes de periodismo Antonio Muñoz Molina. Dos narradores, dos periodistas. La ficción es su apoyo, e incluso su sustento, pero el periodismo es su sustancia, y cuando hacen periodismo tienen a la literatura como la columna vertebral. Pero no hacen literatura cuando hacen periodismo. Hacen periodismo, que es literatura.

Pueden decirlo, y pueden hacerlo. Como Roberto Arlt. Arlt lo hacía. En este conjunto de crónicas, El paisaje en las nubes , los editores han conseguido poner a disposición de nuevas generaciones periodísticas un elemento que ya les resultará insustituible para su formación como periodistas, y como escritores. Han rescatado el periodismo inolvidable que a veces se oculta en las hemerotecas, y lo han puesto a disposición de las librerías. Un libro insoslayable, un tesoro, un puñado de historia contada con la pasión de un inventor y de un poeta que dispone lo que pasa como si fuera un manjar de todos los sabores.

Han editado un tesoro. Como dice Ricardo Piglia nada más comenzar su prólogo, "El estilo de Arlt es un gran estilo". Como quería el español Azorín para el estilo, éste no se nota, fluye, avanza hacia el lector como si lo que lee ya hubiera sido escrito. Esa fluidez tiene un mérito mayor: Arlt no escribe su autobiografía sino sus ocurrencias. Lo que narra es lo que viene en los cables, lo que ve, lo que sucede, y lo aborda, como decía el poeta, "sin vuelo en el verso", al primer toque, a favor de la comprensión y no a favor de la metáfora, sin barroquismos, esencialmente, y además como si lo escribiera sin otro esfuerzo que el natural de la mano. Y esa evidencia de que no hubo esfuerzo es la evidencia de que detrás está el trabajo de la inteligencia literaria, capaz de simplificar lo complicado, de estrujarlo hasta que se parece a las metáforas.

La metáfora, que es una esencia indispensable de este tipo de periodismo, está ahí, pero es el conjunto; Arlt no cuenta por fuera, cuenta por dentro; se asombra al tiempo que asombra, no juega con ventaja, ofrece datos, tiene en cuenta las cuatro o cinco reglas básicas del periodismo. Y uno sale de él, de lo que escribe, sabiendo. Y aunque ha pasado el tiempo, el lector que ahora tiene (y que tendrá) este volumen saldrá de aquí sabiendo más no sólo de Arlt, de su dramatismo, de su humor, de su periodismo, sino de lo que ocurrió. Es historia, porque es periodismo, y es literatura porque queda, se posa. No es un pájaro, es un reptil sabio, vuela por donde huele.

Hallará claves de su manera de adivinar lo que iba a pasar con la novela, con Europa, con la escritura, con la guerra, con Argentina. Murió a los 42 años, cuando el siglo tenía su edad, en medio de una guerra a la que asistía asustado por la estupidez que llevó al poder a Hitler, cuya violencia imbécil tiñó de sangre Europa. Algunas de las columnas de Arlt se leen hoy como los ejercicios que un mago es capaz de hacer para convertir el periodismo en futurología. Y ahora se leen esas adivinaciones con el asombro intacto con que debieron leerse en la época en que fueron publicadas.

Dice Piglia: "El periodismo busca el dramatismo en la noticia, y las crónicas de Arlt dramatizan la exigencia de escribir, la obligación de encontrar algo que decir. El cronista es quien –para decirlo así– inventa la noticia. No porque haga ficción o tergiverse los hechos, sino porque es capaz de descubrir, en la multitud opaca de los acontecimientos, los puntos de luz que iluminan la realidad. En nadie es tan clara la tensión entre información y experiencia".

Ese es el asunto: información, experiencia. Arlt está, literalmente, al pie de los teletipos, de los cables, éstos ofrecen noticias que a veces son incomprensibles, por incompletas o por extraordinarias. Y Roberto Arlt es un cronista, sabe que tiene el poder de parar el tiempo y poner su foco sobre un suceso que a otros les pasaría desapercibidos, acaso porque no disponen, como él, de la intuición poética que le resulta imprescindible a un cronista para imaginar que lo que ve no es lo que parece.

Información más experiencia es igual a cultura; detrás de las crónicas de Arlt está la cultura, y por tanto está el humor, que son dos fenómenos que convierten en relativo todo lo que pasa. Para reírse de algo, uno tiene que conocerlo, saber que solemnes hay dos o tres cosas, la muerte y la vida, y acaso el amor. Y si tan sólo eso es solemne, riámonos un poco de casi todo lo demás.

A él le tocó, además, afrontar un tiempo en que los hombres caían una y otra vez en la estupidez de la guerra, la primera, la española, la segunda..., y tuvo claro siempre, sobre todo en la española y en la última Gran Guerra, de qué lado estaban sus metáforas.

Tanto en la española como en la Segunda Guerra Mundial pasaban dramas y también pasaban anécdotas, y a veces la anécdota le daba la sustancia del drama. Es memorable esa crónica que escribe sobre el hombre que va al ABC –el diario monárquico español, en ese momento en manos republicanas, y llamado entonces Abc Diario Republicano de Izquierdas, dirigido por un cronista canario, Elfidio Alonso Rodríguez– con un anuncio en el que anuncia la pérdida de una perrita foxterrier.

En medio de los dramas del mundo, en medio de los bombardeos de Madrid, este hombre expresa en un anuncio su desolación por el extravío de su mascota... No era un reproche: era un asombro; Arlt, como buen cronista, no acusa, expone, utiliza las armas de la realidad de los sucesos para destacar su perplejidad, pero son los lectores los que han de dictaminar.

Y él se dirige a los lectores: muchas de sus crónicas comienzan buscando perentoriamente su atención; él no es el cronista solitario, él es el cronista con lectores; los busca, los encuentra, son la esencia de su trabajo, sin ellos no tiene espejos.

He leído estas crónicas fascinantes con algunas sombras benéficas bajo las cuales he experimentado a lo largo de los años idéntico regocijo lector. La primera de todas esas sombras, una que es cada vez más alargada, la del mexicano Jorge de Ibargüengoitia (una selección de cuyas columnas sabias acaba de publicar en España Javier Marías en su colección Reino de Redonda, con prólogo excelente de Juan Villoro, un cronista excepcional también). Ibargüengotia sigue la misma dinámica de Arlt: observa, escarba, escribe; él es protagonista de sus crónicas tan sólo como es protagonista un espejo del rostro que ve, y como Arlt utiliza sabiamente los materiales que encuentra para alimentar a su vez el espejo que han de ver los lectores. Las de Ibergüengoitia, más que las de Arlt, son crónicas humorísticas, acaso porque el mexicano (muerto también prematuramente, pero en 1983, cuarenta y un años después que un infarto doblegara a su colega argentino) vivió en medio de una paz amparada por la Guerra Fría, aunque viviera en medio del olor de napalm de la guerra de Vietnam y de los tambores hirientes de la plaza de Tlatelolco.

Lo cierto es que el tiempo de Arlt no estaba para bromas y el de Ibargüengotia permitía algunas, sobre todo a un tipo como él.

Pero ni uno ni otro hicieron crónicas de ocurrencias, no utilizaron su espacio para la primera sangre sino para la guerra entera. Decía Rubén Darío (y lo recoge Rose Coral, la editora del volumen en el que se recopilan las crónicas de Arlt): "Hoy, y siempre, un periodista y un escritor se deben confundir. Sólo merece la indiferencia y el olvido aquel que, premeditadamente, se propone escribir, palabras sin lastre e ideas sin sangre". Y añadía Darío como si estuviera presintiendo libros como este (o como los de Ibargüengoitia): "Muy hermosos, muy útiles y muy valiosos volúmenes podrían formarse con entresacar de las colecciones de los periódicos la producción, escogida y selecta, de muchos, considerados como simples periodistas".

Palabras sin lastre, ideas sin sangre. Lo que Arlt escribía tenía el peso de una pluma que no sólo miraba los cables, o los sucesos; miraba detrás del espejo, lo rompía, caminaba sobre los trozos y extraía tesoros donde los demás hubieran visto tan solo basura. La basura, es decir, ese elemento cósmico llamado a desaparecer en la basura de la eternidad, es lo que alimenta la imaginación de Arlt, lo que le da destino a su prosa, que hoy sigue existiendo porque apresaba en un puño lo que no cabría en un puño.

Y en todo caso estas crónicas cumplen con esa regla de la que Juan Villoro le habló una vez a Ricardo Piglia (y lo recoge también Rose en su documentadísimo prefacio): Las crónicas que en verdad importan (decía Villoro) "no tienen la urgencia del presente ni ocupan un espacio del presente, sino que en cierta forma posponen sus lectores".

Sí, aquí estamos, leer ahora estos sucesos contados por Arlt nos introducen en una novela nueva, que es por otro lado una realidad que nos asalta como si estuviera ocurriendo de nuevo. Somos los lectores de entonces siendo los lectores de ahora, y el milagro que supone este trastoque de tiempos sólo es posible gracias al buen periodismo.

A veces se pregunta uno, leyendo sobre todo a los grandes cronistas, y a Arlt, por supuesto, pero sobre todo a los grandes cronistas anglosajones y a otros (Martin Amis, entre otros, o Enrique Vila-Matas, que a veces parece anglosajón, o a Juan José Millás, que es un cronista especial) aun en la actualidad, por qué los lee uno de principio a fin sea cual fuere el asunto que traten.

Hay en este volumen algunas muestras que, en el caso de Arlt, resultan ejemplos fascinantes de por qué eso es posible. Y yo pondría en altísimo lugar esa crónica que titula "La vida extraña de Lilian Valerie Smith que simulaba ser un coronel británico", una tierna, despiadada y conmovedora historia humana en las que están juntos todos los elementos de que disponía Arlt para hacer imprescindible su lectura, de arriba abajo. La crónica sobre la penuria de los escritores españoles nos produce, ahora, un enorme regocijo; o por qué la intendencia no contrata a un flautista; o la noticia de que en Kansas las mujeres se ponen los pantalones... Enumerar (decía Guillermo Cabrera Infante, que fue también un extraordinario cronista, como lo es Tomás Eloy Martínez, o como lo es Alma Guillermoprieto, como lo son Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, como lo es Carlos Monsiváis) es una manera de subrayar, y yo me pasaría los días y las noches subrayando este libro maravilloso que baja de las nubes el periodismo y lo pone a aprender, otra vez, que dos y dos son cuatro, y que contar no es sino un privilegio de los buenos cronistas. Rabia da tener que escribir de Arlt en pasado desde hace tanto tiempo.



http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/05/23/_-01923349.htm

De eso se trata (el arte del ensayo)


Por Juan Gabriel Vásquez

LEO POR ESTOS DÍAS DE ESO SE TRAta, el último libro de ensayos literarios de Juan Villoro, y me pregunto cómo lo hace.


Tan eruditos como pedagógicos, tan corteses con el experto como con el recién llegado, los ensayos de Villoro son un modelo de lo que puede dar este género tercamente meditabundo en este tiempo en que la meditación (y su compañera de viaje, la incertidumbre) es sospechosa. “El ensayo literario —nos dice en un prólogo que no tiene desperdicio— sirve por igual a los lectores con pie plano que a caminantes consumados, al que ignora casi todo de los temas tratados y al que conoce más que el autor”. Y eso es en buena parte porque el ensayo, como lo practica Villoro, es un género juguetón: el ensayista se aleja de toda percepción de la literatura como ciencia, y no quiere exponernos —o imponernos— sus certezas, sino compartir —nunca impartir— sus dudas. “Ensayar: leer en compañía”. Pues eso.

El libro es un recorrido por obsesiones que sus lectores ya le conocíamos a Villoro y por otras que nos resultan nuevas y acaso sorprendentes. Dos textos sobre Shakespeare y Cervantes abren la serie; la cierra una extensa reflexión sobre Onetti, cuyos libros, ahora que se cumple un siglo de su nacimiento, van generando no ríos de tinta, pero sí un goteo firme y constante. En el medio hay ensayos sobre los viejos amigos germánicos del germanófilo Villoro: Lichtenberg, Goethe, Klaus Mann. Hay ensayos sobre Hemingway (tres, para más señas) y sobre ese tío político de Hemingway que fue Chéjov. Hay un ensayo sobre Bajo el volcán, de Lowry, y otro sobre El entenado, de Saer. Y todos me han remitido por caminos misteriosos a aquella idea de Ricardo Piglia: la crítica es una de las formas modernas de la autobiografía.

Es cierto que la crítica y el ensayo son cosas muy distintas, pues el crítico intenta iluminar un texto, hacer un juicio de valor, dar a cada cual lo que se merece; mientras tanto, el ensayista quiere relativizar los valores, subvertir las jerarquías, leer un clásico como nunca se había leído antes o leer algo que nunca se había leído como si fuera un clásico. Pero el fondo de la frase de Piglia no cambia: los ensayos de un autor de ficciones suelen ser con frecuencia los lugares más reveladores, no sólo sobre las ficciones del autor, sino sobre el autor mismo. Martin Amis dice que todo novelista que practica la crítica es un proselitista secreto de su propia obra. Mientras comenta o explora los textos ajenos, el novelista quiere dar pistas a sus lectores sobre cómo le gustaría que se leyeran los propios. Un libro de ensayos es una sutil y abstracta confesión sentimental. “Un strip-tease al revés”, dice Villoro, aplicándole al ensayo la metáfora que Vargas Llosa usaba para la ficción.

“Profesionales del yo, los escritores están obligados a explicarse a sí mismos no a partir de sus libros, sino de las recónditas intenciones que los llevaron a escribirlos”, escribe Villoro en El diario como forma narrativa. Y se me ocurre que el ensayo literario es testimonio de la rebeldía del escritor ante esa situación: en vez de aceptar la obligación de confesarse en público, el escritor hace esa confesión lateral e indirecta que es un ensayo: explica sus libros al explorar los de los otros. Y al hacerlo, además, se explica a sí mismo.



elespectador.com

Los ejércitos de Rosero en Australia


Tamara Andrea

Es siempre una situación para destacar cuando un compatriota “moja prensa” allende nuestras fronteras. Es el caso del escritor colombiano Evelio José Rosero, cuya novela “Los Ejércitos”, ganadora del Premio Internacional de Novela ‘Tusquets‘ en 2006, fue objeto de reseña en el suplemento sabatino de uno de los periódicos más importantes y serios de Australia: “The Weekend Australia”. No es mi intención entrar a debatir el punto de vista expuesto en la reseña, que podría tener aspectos controversiales. Solo quiero difundir su contenido, para que se conozca en tierra colombiana lo que se dice de uno de nuestros mejores y más prolíficos escritores, y bueno, en parte también de cómo se ve a nuestro país, en tierras australianas.

Al margen de la sombra de García Márquez
Por José Borghino

Los Ejércitos
Evelio Rosero
Quercus, 215 pp, AU$29,95

Colombia es un candidato de primera categoría para el título de quinta esencia república banana. Durante dos siglos, ha cojeado a través de una sucesión de golpes y asesinatos políticos, entremezclados con gobiernos civiles de varios grados de incompetencia y corrupción.

Culturalmente, Gabriel García Márquez puso a Colombia en el mapa desde finales de los años 60 con una serie de éxitos literarios y el Premio Nobel de Literatura en 1982.

El reto para las subsecuentes generaciones de novelistas colombianos ha sido doble: evitar ser descartado como una débil versión de García Márquez, mientras se continuaba escribiendo en forma apasionada acerca de una sociedad en el límite de la anarquía: un país cuya tasa de asesinatos y secuestros ha estado entre las tres más altas del mundo; un lugar que, de acuerdo con el CIA World Factbook, tenía 167.000 hectáreas de cultivos de coca en 2007, produciendo un potencial 535 toneladas de pura cocaína.

Con su octava novela, Los Ejércitos, Evelio Rosero navega este laberinto al evocar en forma simultánea a García Márquez e ir más allá de él. El narrador de la novela, Ismael Pasos, es un profesor de escuela pensionado, de 70 años, que vive en San José, un pueblo rural en Colombia. Cada día, Ismael va a su huerto, aparentemente a recoger naranjas pero en realidad va a espiar sobre la cerca, donde una joven mujer toma baños de sol desnuda. Los vecinos lo saben, pero lo tratan como a un viejo inofensivo. La esposa de Ismael, Otilia, sin embargo, lo regaña y organiza para que una muchacha vaya a recoger las naranjas. Ismael fantasea al ver su vestido mientras ella se sube a la escalera a bajar las naranjas.

Los ecos de García Márquez son palpables: generalmente, en la descripción realista de un “viejo verde”, pero también específicamente al evocar al coronel retirado y su fastidiosa esposa de la novela de 1961, El coronel no tiene quien le escriba. Pero mientras el coronel de García Márquez conserva un gallo de pelea y, al final de la novela, retiene una frágil identidad al resistir el pedido de su esposa de matar el ave para comerla, el Ismael de Rosero, al contrario, posee dos gallinas, está perdiendo la memoria y tiene el infortunado hábito de orinar en público.

La historia de Rosero es vista a través de los ojos de Ismael y dicha en su voz vacilante. Donde el narrador en tercera persona de García Márquez le permite un impresionante barrido histórico, las “tomas” cercanas de Rosero tienen un efecto claustrofóbico.

Al principio de la novela, el tono es ligero: las guacamayas ríen, hay una superabundancia tropical, el pueblo está lleno de personajes interesantes e irascibles (la marca de la ficción latinoamericana desde los años 60). Luego la novela toma un giro oscuro porque, de repente, en forma inexplicable, el pueblo es tomado por despiadados hombres jóvenes armados hasta los dientes. Uno por uno, estos característicos irascibles personajes son ejecutados.

El peculiarmente sabor colombiano del terror que desciende sobre San José es aún más claro en el hecho que nunca sabemos a quién representan estos hombres armados. ¿Son guerrillas de izquierda, paramilitares de derecha, elementos corruptos del ejército o de la policía, narcotraficantes sin ley o criminales organizados? Nunca se dice: para Rosero, claramente, eso no importa. Y es un cambio significativo en un continente que ha sido super-saturado de política por dos siglos.

A medio camino de la historia, mientras los habitantes del pueblo comienzan a ser evacuados con la policía, Otilia desaparece y se presume que ha sido secuestrada o está muerta. En una sucesión de escenas de progresiva crueldad y horror, Ismael vaga por las calles buscándola. A su paso solo encuentra degradación, desesperanza y pánico. Los matones que deambulan por el pueblo impresionan por su juventud y por su curtida indiferencia hacia la vida humana. Lo que sorprende acerca de los habitantes es su pasividad y aceptación de su destino, así este signifique una muerte violenta o el abandono de sus casas. La verdad es que, tal resignación es explicada parcialmente por la descripción del ejército y la policía como tímida, cobarde y paranoica.

Los Ejércitos provee una visión sombría de la Colombia moderna: bastante justa para un país que ha vivido más de 2500 masacres desde 1973. Pero Rosero, en su imperturbable honestidad, muestra que aún hay esperanza en la resiliencia, y en su confiada historia demuestra que hay un gran futuro para la literatura colombiana.



El texto original en inglés se encuentra aquí:
http://www.theaustralian.news.com.au

Mafalda



Fernando Quiroz

Quino, a diferencia de la sociedad que ha cuestionado, teme repetirse y por eso ha decretado una ausencia temporal.
¿Se acuerdan del típico barrio porteño de clase media en el que vivían Mafalda, Susanita, Felipe y Libertad? ¿El mismo en el que tenía una tienda el papá de Manolito, que su hijo ayudaba a atender después de la escuela? Pues allí, en el tradicional barrio de San Telmo, en Buenos Aires, que inspiró la historieta más popular que se ha realizado en América Latina, se instalará en pocos meses una escultura de Mafalda. Allí, precisamente frente al edificio en el que vivió durante su infancia y en el que realizó sus primeros dibujos Joaquín Salvador Lavado, mejor conocido como Quino.

No hay duda de que en poco tiempo, además de visitar el tradicional mercado de pulgas de San Telmo, en el que se ofrecen al mismo tiempo antigüedades y objetos recién envejecidos, los turistas querrán tomarse una fotografía al lado de aquella niña precoz que se quedaba horas enteras mirando el globo terráqueo y tratando inútilmente de entenderlo. Que se negaba a aceptar un simple sí como respuesta, aunque se tratara simplemente de las razones por las que debía tomarse las sopas que tanto detestaba. Que escandalizaba a sus padres y confundía a sus amigos con las preguntas que surgían de su cabeza privilegiada. Aquella niña impertinente y osada que cuestionó a los gobiernos del continente, que dijo más verdades que muchos adultos que tuvieron la oportunidad de decirlas en su momento y tratar de enderezar la historia latinoamericana.

Muchos de los que crecimos con Mafalda, de los que aprendimos, de su mano, a cuestionar el mundo, de los que encontramos en sus preguntas infinidad de respuestas a nuestros propios interrogantes, celebramos el homenaje que Buenos Aires le rinde a este personaje de pelo negro y cara redonda al que, a pesar de que dejaron de dibujarlo en 1973, sigue impresionantemente vigente. Y no solo para nosotros, sino para los millones de lectores que la han disfrutado en alguno de los 30 idiomas a los que ha sido traducida.

En palabras de su propio creador, la asombrosa actualidad de la gran mayoría de las páginas protagonizadas por Mafalda “prueba que tantos problemas que hoy nos agobian vienen repitiéndose gracias al talento que pone la sociedad en reciclar sus errores”.

La noticia de la escultura que actualmente proyecta el artista Pablo Irrgang se suma a una muy reciente sobre el anuncio de Quino, quien hoy suma 76 años, de alejarse por un tiempo del dibujo. Triste pero respetable decisión. Quino, a diferencia de la sociedad que ha cuestionado insistentemente, teme repetirse y por eso ha decretado esta ausencia temporal, que pide no asumir como una despedida.

Así esperamos, con la ilusión de encontrar nuevamente —ojalá muy pronto— en los diálogos y en las reflexiones de sus personajes muchas de las frases con las que no solo estamos totalmente de acuerdo, sino que sentimos que interpretan a la perfección lo que pensamos y lo que nos habría gustado poder gritar.

Lo cierto es que estaremos muy pendientes de su regreso, convencidos de que es, a su manera, uno de los más grandes filósofos que ha dado América Latina. Un artista que logró acercarse a un público de todas las edades y de diversas condiciones sociales para invitarlos a reflexionar, a no tragar entero, a llamar las cosas por su nombre.

Y me despido con uno de los apuntes de Mafalda que más he disfrutado y que, por cierto, también sigue vigente: “¿Y a vos no te pone el sistema nervioso?”



cambio.com.co

21.5.09

Vargas Llosa, de todo un poco


Aprovechando la aparición de Sables y utopías, visiones de América Latina (Aguilar) audaz recopilación de ensayos escritos desde 1960 por Mario Vargas Llosa hecha por Carlos Granés, Perú 21 aprovechó para entrevistar al autor. Realmente, no tiene desperdicio la conversación de Vargas Llosa con José Gabriel Chueca y Gonzalo Pajares. Para empezar, se refiere con respeto al desaparecido Mario Benedetti:


Fuimos muy amigos. Lo conocí en los 60. Le tuve siempre afecto y admiración, aunque discrepé profundamente con él por razones políticas. No solo me pareció siempre un buen escritor sino un intelectual honesto, un hombre siempre coherente entre sus convicciones y su conducta, a diferencia de otras personas, sobre todo en el campo intelectual, que usaron mucho sus convicciones para medrar. No fue un intelectual barato.


Luego, habla sobre la novela basada en Roger Casement que está terminando de corregir y que posiblemente se publique en el 2010. Dice:


Creo que la búsqueda de la novela total está siempre ahí, en todo escritor, consciente o inconscientemente. A diferencia de un género como la poesía, que es el ideal de perfección, que puede ser condensado en un texto muy breve, la novela que ocurre en el tiempo lo empuja a uno hacia la totalidad; aunque, por supuesto, ninguna novela la alcanza. Pero, además, ese ideal se ajusta a una temática. Hay historias que requieren de un formato más pequeño; por ejemplo, Travesuras de la niña mala. En cambio, la novela sobre Flora Tristán y Gauguin (El paraíso en la otra esquina) o la de Trujillo (La fiesta del Chivo) están más dentro de las que escribí en los años 60, que buscan más visiblemente esa totalidad. Quizá también es el caso de la novela que estoy escribiendo ahora. (...) lo de Roger (Casement) lo conocí a través de lecturas y, luego, hice investigaciones; aunque he vivido la dictadura como todo latinoamericano, no he vivido una como la de Trujillo. Creo que todos los novelistas usan su experiencia, su memoria, como materia prima para la imaginación. Pero también creo que la memoria solo puede ser un punto de partida porque, si uno no tiene libertad para manipular el recuerdo con entera libertad, transformándolo en algo distinto, entonces no hace literatura; hace un documento muy personal, íntimo, que puede tener interés como documento, pero que no es una obra de creación. La literatura consiste en crear un mundo independiente del creador, capaz de parecer autosuficiente, de romper completamente ese cordón umbilical con quien lo creó.


Cuando le preguntan si alguna vez trataría el tema de la violencia política, como otros autores peruanos contemporáneos, contestó con enormísima lucidez:


Ya no me atrevo a hacer este tipo de pronósticos. De repente te encuentras con un tema tan estimulante que te empuja a hacer algo que nunca pensaste hacer. Tengo muchos proyectos –espero tener tiempo de realizarlos todos– y siempre estoy abierto a lo sorpresivo. Es tan bonito encontrar de pronto algo que te estimula mucho. Por ejemplo, la novela que estoy escribiendo. Nunca hubiera pensado escribir algo sobre Casement, un personaje vinculado al independentismo de Irlanda, al Congo y, sin embargo, me encontré con él y, poco a poco, me fui embarcando. Eso demuestra que uno no elige sus temas con toda serenidad. En cierta forma, los temas lo eligen a uno. De pronto, un tema tiene que ver con cosas íntimas que te remueven. No parece que fuera un acto completamente racional. Es como enamorarse.


También se refirió a la literatura actual, que le parece frívola en general:


Eso creo que es verdad [que la literatura actual carece de ambiciones], y creo que responde a la cultura de nuestro tiempo. La civilización de nuestro tiempo busca fundamentalmente el entretenimiento y la diversión. Es muy frívola. Es lógico que tenga tanto éxito una literatura leve, amena, ligera, a veces brillante, pero una que no busca complicar la existencia a nadie ni dar dolores de cabeza sino divertir. Hay magníficos escritores light. Pero creo que esa es una presión que la civilización de nuestro tiempo ejerce sobre la literatura y la cultura. Hay excepciones, y creo que son las más interesantes


Finalmente, habla sobre las obras póstumas y las viudas literarias, incluyendo sus propias disposiciones para el momento fatal. Otra vez lúcido:


Hay viudas y viudas –y, también, viudos y viudos–. No he leído el libro de Cortázar, pero no tengo duda de que esa edición es absolutamente respetable porque la ha hecho Aurora Bernárdez, una mujer extraordinaria. Es una de las mujeres más inteligentes que he conocido y una de las lectoras más lúcidas. Yo siempre creí que Aurora había decidido no escribir porque quería que en esa pareja hubiera un solo escritor. Pero, cuando oía conversar a Julio Cortázar y a Aurora, era difícil decir quién era más inteligente, quién decía cosas más brillantes, quién había leído más y quién había leído mejor. Para mí, es uno de los espectáculos de inteligencia que más me ha sorprendido en la vida. Tanto que yo bromeaba alguna vez diciendo que ellos ensayaban antes sus conversaciones. Esa selección estoy seguro que está hecha con rigor y respeto, desde luego, por Cortázar y por la literatura. Hay viudas o viudos que explotan de una manera ya innoble publicando cosas que el autor jamás hubiera permitido que se publicaran. A mí me parece una inmoralidad publicar algo que no contribuye a la imagen del escritor sino que, más bien, la empobrece. Eso es criticable. Pero que se publiquen inéditos, si son interesantes, en buena hora. (...) [en cuanto a mí] Espero no dejar inéditos. Se publicarán cartas mías, pero he sido tan mal corresponsal… es el único género que no he cultivado (ríe). De manera que nunca verán muchas para publicar. Además, la mayor parte de mis cartas la escriben las secretarias.



notasmoleskine.blogspot.com

19.5.09

Fallar



Por Carlos Castillo Cardona

¿Cómo puede confundirnos el castellano cuando decimos que un juez falla por no fallar y otro falla por haber fallado? Pues, sí. Eso nos ha pasado con el procurador saliente y el procurador entrante con la sentencia a los ministros que tenían que ver con la yidispolítica. Un procurador hizo trabajar varios meses a su equipo y no condenó a los investigados. El nuevo se tomó pocas semanas para proferirles un fallo absolutorio.

La razón es sencilla: Fallar viene del verbo latino fallir, que quiere decir haber, tener, notar, sentir, compensar, remediar y suplir, pero a través del tiempo ha adquirido muy variadas acepciones y subacepciones. Fallido, por ejemplo, hacia 1140 ya quería decir faltar, engañar, abandonar, pecar, errar. Sin embargo, fallar, en términos jurídicos, viene del latín afflare, es decir “soplar algo”, “rozar algo con el aliento”, para posteriormente tener el sentido de “oler la pista de algo”, “dar con algo, encontrar algo”. Extraños orígenes de la palabra fallar cuando los dos procuradores parecen haber encontrado cosas distintas. ¿Será que les huele distinto? Parece inconcebible la disparidad de criterios en la acción de fallar, en el sentido de “dar sentencia”, que se basa en los significados previos de “encontrar o averiguar los hechos” o “encontrar la ley aplicable”.

El lenguaje jurídico mantuvo la forma arcaica de la f, para fallar, en vez de adoptar la h para hallar. En este caso que nos ocupa, con arcaísmo o sin arcaísmo, todo parece ser más una falla que un hallazgo. Quedan muchas dudas razonables para lo que debería haber sido la parte dispositiva de la sentencia o resolución judicial que determinara un pronunciamiento estricto de condena o absolución. Pero se pueden encontrar significados verdaderamente esclarecedores en el fallo que no fue, del procurador saliente, y en el que fue, del procurador entrante.

Tal vez aquí juegan las ambigüedades del idioma o la variación de los sentidos de acuerdo a los contextos. Claro que como no se trata de justicia, podemos recordar que los médicos hablan de fallo cuando se trata de una insuficiencia o un fracaso. Los geólogos creen que hay una falla cuando se ha producido en un terreno. Aquí no hay movimientos telúricos con la justicia. El drae nos dice que se está fallo cuando un jugador carece de un palo en el juego de naipes: Estoy fallo a oros. Se está desfallecido cuando faltan las fuerzas. O hay fallo cuando hay deficiencia o error. Alguien puede salir fallido en algo.

También, y en nuestro caso queda claro, fallar puede ser no acertar o equivocarse. Se puede fallar un tiro y, sobre todo, una respuesta. Falla una cosa o persona cuando no se responde como se espera: Tú me fallaste. O si se deja de funcionar bien. O si algo pierde la resistencia, rompiéndose o dejando de servir. Por ejemplo, falla la base. Resulta gracioso pensar que falla, tal como nos lo dice la Academia, es como un disfraz “una cobertura de la cabeza que usaban las mujeres para adorno y abrigo de noche y que solo dejaba al descubierto el rostro, bajando hasta el pecho y mitad de la espalda”. Y, ¿qué me dicen de las Fallas de Valencia, esos monigotes que se queman? Con estas referencias el lector puede hacer sus asociaciones de ideas con los fallos y fallas de nuestra justicia. Pero, poniendo de lado a los procuradores, ¿qué tipo de fallo fue ese que le dio el Premio Planeta a Ángela Becerra?



revistaarcardia.com

ADIOS, POETA por Daniel Mordzinski


Como el mejor fotógrafo de escritores y poetas que tenemos hoy en nuestra lengua, pues Daniel, también escribe con su cámara, le hace este homenaje final a don Mario Benedetti.
Hasta la victoria, siempre!

El rostro de Lisbeth Salander


Ilustración de Lisbeth Salander por Gino Rubert para Destino. Fuente: serielarsson

Noomi Rapace. Fuente: heartland

Cuando se estrene la película "Los hombres que no amaban a las mujeres", en la primera novela de la trilogía Millenium del sueco Stieg Larsson , su protagonista Lisbeth Salander tendrá movimiento, voz y rostro. Pero al menos en esto último la cosa no será tan fácil. Los lectores en castellano de la saga ya se acostumbraron a la silustraciones de Gino Rubert para Destino y piensan que la mujer que él retrata (basada en una ex novia) es la única Salander posible. Los lectores tendrán que escoger entre la lánguida mujer de Rubert y la seria Noomi Rapace. Claro, siempre queda la tercera opción, la más sensata: la imaginación. Dice la nota en Ñ:


La tercera parte de la serie Millennium - nombre de la revista donde trabaja el periodista Mikel Blomkvist, el otro gran protagonista llegará a las librerías nacionales a finales de junio y la portada, que se acaba de completar hace escasos días, se basa también en otra ilustración de Gino Rubert. Una mujer que acaricia su larga cabellera como si fuese un arpa, sentada en el borde de una casa abierta al espectador... es la portada de La reina en el palacio de las corrientes de aire. Silvia Sesé, editora de Destino (España), es la responsable del encargo y está especialmente satisfecha de la elección. Gino Rubert ha creado desde hace años un universo propio, donde la placidez aparente esconde un mundo tan oculto como intrigante. Son muchos los lectores que han identificado automáticamente el personaje femenino de las novelas y la chica que aparece en las portadas de las ediciones castellanas (y las catalanas de Columna). Incluso cuando han aparecido las primeras entrevistas y carteles con la actriz sueca Noomi Rapace - o Norén, su apellido real-muchos fans se han sentido decepcionados. Pese a su caracterización, a los piercings y los tatuajes, la guapa actriz sueca no acaba de dar la talla de esa chica punk, huraña, andrógina, fumadora compulsiva y violenta. Gino Rubert reconoce que nunca sus obras habían llegado a tanto público y al mismo tiempo se sorprende de que tantas personas realicen esta identificación. "Lo curioso - afirma el artista-es que todo empezó en noviembre del 2007, cuando estando en Córdoba (Argentina) me llamó mi ex novia, que es quien aparece con su cara en estas imágenes. Ella le dio el contacto a la editora Silvia Sesé, que conocía ya mi obra, e hicimos los primeros tratos por e-mail" (...) ¿Cuál es la causa de esta identificación entre Lisbeth Salander y la chica de Gino Rubert? Para Silvia Sesé es que ambas forman parte de esa inquietante escenografía que surge de la obra del autor. "Conocía la obra de Gino, porque antes trabajé en el Círculo de Lectores y allí ya le pedimos que ilustrase Salomé de Oscar Wilde. Para los libros de Larsson queríamos una portada de autor, que fuese desafiante, con cierto morbo, que fuese de calidad para ser recordada", añade Sesé. Y ahí estaban esos retratos de mujeres de Gino Rubert, artista nacido en México (1969), hijo del filósofo Xavier Rubert de Ventós y la psicoanalista mexicana Magda Català, que han sido expuestos en los últimos años en Zurich, Frankfurt, Tokio y Nueva York.



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más profundo y más simple


Táctica y estrategia

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos.

mi táctica
es hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible .

mi táctica
es quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos .

mi táctica
es ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos.

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más simple
mi estrategia
es que un día cualquiera
no sé cómo ni sé con qué pretexto
por fin me necesites.

Mario Benedetti


En homenaje a don Mario y dedicado a Cecilia, quien todos los días me enseña que no necesitamos de pretextos, tácticas ni estrategias para estar felices.

18.5.09

Chávez contra los medios

Por: Juan Gabriel Vásquez

APENAS UNOS DÍAS DESPUÉS DE que Uribe completara su enésima agresión a la prensa en la BBC, Chávez lanzaba la suya, sin duda para no quedarse atrás.


Las agresiones son distintas en tono y en empaque, pero yo no me voy a poner a hacer esa triste comparación ni a preferir una forma de autoritarismo a otra. Oyéndolo insultar a presidentes extranjeros o a opositores nacionales, a embajadores de allá o a sacerdotes de acá, los chavistas se han alegrado muchas veces de que su comandante sea un tipo “que no acepta lecciones”, y no se han dado cuenta de que por ahí se va muy rápido a ser un tipo que no acepta elecciones. Pero eso tal vez sea harina de otro costal: la de éste tiene que ver con el ultimátum que ha lanzado el comandante a la cadena Globovisión. La amenaza de cierre, en otras palabras. “Burgueses, pitiyanquis, pónganse a creer en que yo no me atrevo”, les espetó. Pero en esto Chávez se equivoca: no hay nadie, absolutamente nadie, que crea que no se atreve.

Los periódicos y los noticieros hablan de un terremoto. Que Globovisión informó, que no informó, que dio una escala de Richter antes que el Gobierno diera la suya, que esto, que lo otro. De ahí, de ese episodio confuso o por lo menos risible, se han agarrado las autoridades de Conatel para acusar a la cadena de incitar a la alarma y abrirle un expediente como consecuencia. A los chavistas les gusta el verbo incitar, y en televisión Chávez fue más directo: estas televisoras, estaciones de radio y prensa escrita, dijo, “están incitando al odio todos los días”. Y qué quieren ustedes: la acusación es para morirse de la risa, saliendo como sale de un orador que ha hablado en cadena pública de sacar los tanques de guerra y de lo lista que está su fuerza aérea. ¿Para defenderse de qué? ¿De una agresión de los Estados Unidos? No, o no solamente: Chávez es el único presidente actual que ha utilizado la televisión pública para amenazar con violencia a sus propios ciudadanos. Antes de las elecciones de gobernadores, recordó a los mirandinos lo que pasaría si “la gobernación fuera tomada por la contrarrevolución”: admitamos que el verbo tomar es una forma rara de describir una victoria en las urnas. En otro discurso amenazó así a los opositores: “Preparémonos, generales, almirantes, soldados, porque los barreremos”.

Así que la retórica de cerrar una cadena por incitar a la violencia no parece tener demasiada autoridad. Pero en el fondo el tema ni siquiera es ése: es la amenaza misma de cerrar un medio. Otros argumentos históricos han sido la crítica que hace esta cadena, o el hecho de que defienda los intereses de la derecha, o los insultos al comandante y a los chavistas, o lo que sea. Aparte de su verdad o falsedad, no valen: en una democracia, esa palabrita que a Chávez le gusta sacarse de la cartuchera cuando le conviene, amenazar a los medios de la oposición no es de recibo. A mí me repugna lo que se dice en el programa de O’Rilley en la Fox, o en el de Federico Jiménez Losantos en la Cope española, o en las columnas de Fernando Londoño: pero ni a Obama, acusado de ser un marxista comunista islamista, ni a Zapatero, acusado de complicidad con Eta, ni a todo antiuribista acusado por Londoño de ser cómplice de la guerrilla, se les ocurriría amenazar con cerrar a nadie. Ésa, supongo, es la diferencia.



elespectador.com

Réquiem por una era


Por Yolanda Reyes


Mientras Colombia sigue absorta en los impresentables escándalos filiales y palaciegos de su Presidente, el mundo gira a la velocidad de Internet y discute problemas derivados de las nuevas tecnologías, que le cambiaron la faz. En parte, por desinformación y, en parte, porque nuestra capacidad de asombro está copada por las interceptaciones del DAS, pocos han reaccionado frente al artículo de Semana titulado '¿El buen ladrón?', acerca de los libros que fueron escaneados ilegalmente para incluir en Google Books.

Si leí con estupefacción el artículo, mi sorpresa fue mayor al descubrir que dos de mis libros flotaban sin permiso en Google, junto a millones de obras. Hagan de cuenta que un ladrón 'toma' algunas pertenencias de su casa y que, para colmo de males, se enteran muchos domingos después, al leer una revista. Pero lo que me pareció realmente cínico fue encontrar en mis libros escaneados la leyenda de "material protegido por derechos de autor". No hay que ser experto en la materia para saber que una de las premisas del derecho de autor es la potestad de "autor-izar" la publicación de un escrito. Que sea en Google, en la Biblioteca Europeana, en un sello editorial o en un anuario escolar, no altera el principio básico.

Para enfrentar la nueva pandemia abusiva que aqueja a esta nunca mejor llamada "aldea global", miles de autores del planeta están reaccionando frente a Google y toman conciencia de que la inminente masificación de aparatos como Kindle, el mp3 del mundo editorial, permitirá almacenar miles de libros, quién sabe en qué condiciones. La imposibilidad para restringir el acceso a los archivos digitales en esta red, abierta por naturaleza, suscita un nuevo dilema: ¿estar ahí al precio que sea, o defender principios que parecen obsoletos en la Era Digital? Si el Derecho de Autor surgió para afrontar los desafíos derivados de la invención de la imprenta y de su consiguiente facilidad para copiar lo que antes hacían los monjes a mano en ejemplares únicos, Internet no solo plantea nuevos retos a una legislación diseñada para la Era Gutenberg, sino que crea un nuevo orden económico, en el que los autores no podemos imaginar qué nos espera.

La amenaza que afrontó la música es ahora una realidad para la escritura y también afecta a la prensa, como lo señaló John Carlin en El momento crucial, un artículo publicado en el diario español El País, el 10 de mayo pasado. Según Carlin, el promedio diario de ejemplares vendidos en Estados Unidos bajó de 62 a 49 millones desde hace 15 años, gracias a Internet, y en el mismo lapso, los lectores de periodismo digital ascendieron de 0 a 75 millones. Las elocuentes cifras norteamericanas de 100 diarios que se dejaron de imprimir y el ejemplo de The Washington Post, que prejubiló a 250 periodistas entre el 2005 y el 2008, por no citar nuestros casos locales, parecen premonitorios. Algunos expertos españoles consideran que si el 2008 fue un año terrible, lo peor está por llegar, y una frase de Carlin resume la paradoja: "Nunca ha habido una mejor época para hacer periodismo escrito y nunca ha habido una peor para ganarse la vida haciéndolo".

Indudablemente, el cambio de paradigma abrirá un abanico de posibilidades culturales a precios accesibles. Con el ahorro de bosques y metros cuadrados de salas de redacción, bodegas y rotativas, por no mencionar costos de distribución y nómina, quizás salga ganando el lector, aunque cabe preguntarse si se le secará el cerebro de tanto que habrá por leer. Sin embargo, la gran pregunta es el lugar del autor frente al monopolio de Google: ¿volverá a ser tan insignificante y anónimo como lo fue antes de Gutenberg, cuando Dios dictaba y los monjes se limitaban a poner la mano de obra? Habrá que dar la pelea, pero, como dirían las abuelas, el hombre propone y Google dispone. Y ya que estamos citando frases de dominio público, conviene recordar que "en el comienzo fue el verbo". Alguien tendrá que conjugar el viejo verbo contar con el sustantivo historias. Sin esa materia prima, el negocio no funciona.



eltiempo.com

17.5.09

Murió Mario Benedetti


Las oficinas de Montevideo han cerrado antes de las cinco. Los feos dejan de mirar su noche por la ventana. Los amantes no susurran más a la izquierda del roble. Adiós, don Mario. Ya me despedí antes de ud., con pena y gratitud, cuando dejé la adolescencia, pero ahora la despedida es triste, solitaria y final. Un gran amigo suyo también quiere despedirse de ud. y me honra que lo haga a través de Moleskine Literario. Aquí le dejo sus conmovedoras palabras:


Mi querido Mario,

Hace ya 44 años que nos conocimos, jugando al pin-pon en un hotel en La Habana. Durante este largo tiempo anduvimos juntos, como tu editor en Argentina, en México y en España, luego como tu agente, y siempre como lector y como tu amigo. ¡Cómo extrañaré los 14 de septiembre de cada año, el día en que jugábamos a ver quién era el primero en llamar al otro para desearle feliz cumpleaños!. Tu vida ha sido una enseñanza de amistad y de ética; tu invariable posición frente a la vida y a la política ha sido un modelo para mí y para cientos de miles de lectores, que te seguimos queriendo, te seguimos leyendo y para quienes seguirás siendo siempre un ejemplo de humildad y coherencia intelectual. Me siento tan orgulloso de la amistad y la confianza que me otorgaste... Mario, ¡cómo te echaré de menos! El mundo, hoy más que nunca, necesita de gente como tú. Desde ahora, todos estaremos mucho más.

Willie Schavelzon.



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La visible oscuridad de Styron


Un autor por conocer: William Styron. Cuando la muerte lo cogió, no por sorpresa, Styron era un nombre que muchos podían reconocer pero pocos podrían afirmar haberlo leído. No era un top ten, definitivamente. Sin embargo, su calidad exigía más atención. Las editoriales lo han comprendido así -quiero creer- y han empezado a publicar libros suyos inhallables. Uno de ellos, que llega por Norma y Belacqua, es Esa visible oscuridad. Una historia íntima y autobiográfica sobre la depresión, el agujero. Rodrigo Fresán, enorme lector de Styron, dice en Letras Libres:


Esa visible oscuridad: memoria de la locura –casi inconseguible en nuestro idioma desde hace años, pieza que comenzó como artículo para el mensuario Vanity Fair en diciembre de 1989 y posteriormente fue expandido hasta convertirse en bestseller y manual de consulta galardonado con el National Magazine Award– es, de acuerdo, la memoir de una temporada en el infierno de la depresión. La casi inexpresable crónica del “verano de mi decadencia” narrado desde la oscura noche del “momento de la revelación” en París cuando todo comienza a derrumbarse hasta el día de febrero en la isla de Martha’s Vineyard en que “supe que había emergido a la luz”. Entre un extremo y otro Styron procura averiguar no sólo cómo se metió en ese pozo sino acaso lo más importante: cómo y cuándo y para qué lo cavó. (...) Styron se pensaba como un escritor enrolado no en un determinado territorio sino en un Gran Tema: el eterno combate entre el Bien frente al Mal. Toda su obra se componía, en buena parte, de variaciones sobre este asunto que, en su caso, no buscaba la Gran Novela Americana sino el hallazgo de la Gran Novela a Secas creciendo, según sus propias palabras, sobre “la catastrófica propensión de los humanos a dominarse los unos a los otros”. Cabe pensar también que la desagradable sorpresa de haber sido finalmente alcanzado por aquello que tantas veces imaginó para otros es lo que dota a Esa visible oscuridad de una prosa casi clínica, sin adornos. No se encontrarán aquí las líricas epifanías como destellos en las tinieblas de los depresivos Diarios de John Cheever o los humores negros de Kurt Vonnegut tragando somníferos con resultados más bien risibles. Y mucho menos se contemplarán aquí los malabarismos formales presentes en las patologías vanguardistas de jóvenes deprimidos como Rick Moody en El velo negro o David Foster Wallace en la apenas codificada autobiografía de sus ficciones. Tampoco hay aquí ningún coqueteo con el solipsismo zen de Holden Caulfield o Seymour Glass. Styron parece mucho más cerca de las secas palabras casi finales de Hemingway (“Ya no me sale”) que de todo gesto artístico. Aquí, a Styron sólo le interesa informarnos –con las palabras justas– de cómo fue que entró y salió y sobrevivió para contarlo. “Mi cerebro, esclavo de sus descontroladas hormonas, había llegado a ser menos un órgano de pensamiento que un instrumento para el registro, minuto a minuto, de los distintos grados de su propio sufrimiento”. Éste es un libro muy triste con un final apenas feliz. Por más que la biografía ya citada de West cerrara con una breve nota donde se nos informaba que “Styron continúa dando sus paseos diarios con paso firme y, a los 72 años, sigue siendo innovador y productivo”, el escritor ya no publicó nada más que artículos sueltos, algún cuento, ninguna gran novela. En la última página, Styron evoca a Dante y casi se disculpa a la vez que insinúa un ya no me pidan más de lo que he dado, que lo que ahora quiere es descansar en paz bajo las estrellas: “Para aquellos que han vivido en la selva oscura de la depresión, y conocen su inexplicable agonía, su regreso del abismo no es diferente del ascenso del poeta, recorriendo más y más arriba, el camino de salida de las negras profundidades del infierno para finalmente emerger a lo que él llama ‘el brillante mundo’. Allí, quien haya recobrado la salud, ha recobrado casi siempre el don de la serenidad y la alegría, y tal vez ésta sea recompensa suficiente por haber soportado la desesperación más allá de la desesperación” Sea.



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